Recuerdo otras tardes de noviembre. Tardes frías y grises en las que yo caminaba, cruzando el Madrid de los Austrias, por sus calles estrechas, llenas de historia, hasta la casa de tita Antonia. Me viene a la memoria el recuerdo del olor a ensaimada que salía de la pequeña pastelería que había en la calle del Espejo. El placer de comer una ensaimada, mientras voy caminando por calles casi desiertas, con el cuello del abrigo subido y sin quitarme los guantes de lana, es tan real, que me sorprende. También recuerdo con añoranza el olor de las castañas y los boniatos asándose en la pequeña estufa de la castañera, y el calorcito que emanaba del cucurucho de papel de periódico en que nos daban envuelto el manjar. Aromas del invierno, perfumes que recuerdan mi niñez.
Hoy, aquí en Lund, a miles de kilómetros de la calle del Espejo, vuelvo a sentir una sensación parecida, al pasar por una pastelería en el centro de la ciudad. Es otro olor, pero igualmente reconocible, el olor a “gatos de Lucía” (lussekatter), un bollo típico sueco que se come el día de Santa Lucía, el 13 de diciembre, pero que ya se empiezan a vender en las bollerías. El olor de estos bollos está marcado por el azafrán, condimento que le da el aroma y el color. A partir del primer domingo de Adviento, ese aroma estará acompañado de otro, aún más penetrante, el del vino caliente sueco (glögg), parecido al «vi negre calent» catalán y condimentado con jengibre, cardamomo y clavo, que se bebe durante todo el mes de diciembre (ya en noviembre se empieza a probar) y que es obligado en todo hogar sueco y todo puesto de trabajo, por pequeño que sea.
Memorias olfativas no me faltan; el croissant y la baguette en las mañanas de Paris, el fish and chips en las tardes de Windsor, el olor a café En el Sacher Café de Viena, el pescaito frito por la Plaza de San Juan de Dios en Cádiz, los pinchos de cordero asándose en la plaza de Djemaa el-Finaa en Marrakesh, Moules Frites en Bruselas…Podría seguir contando hasta navidad, porque recuerdo todos esos aromas junto a muchos detalles de mi paso por cada lugar que he visitado. No tengo ningún olor preferido, todos me son igualmente recordables y me traen miles de recuerdos. Ahora se trata de la navidad. ¿Qué olores me recuerdan a las navidades de mi niñez? Como ya dije antes, las castañas y los boniatos asados, junto al olor característico de las estufas, pero también el turrón, la resina del abeto, la cera de las velas, el turrón, el mazapán, el anís y el arroz con leche con su canela y su cáscara de limón…y mucho, mucho más, recuerdo hasta el olor de las panderetas grandes y las zambombas…se me olvidaba; el olor de los pavos, pájaros gigantes, paseándose en manada por las calles o transportados en gigantescas jaulas.
Hay olores que han desaparecido de “mis” ciudades y que ya solamente se puede sentir en lugares muy especiales. Por ejemplo, el olor de las vaquerías madrileñas, a veces sitas en bajos, donde por los ventanucos se podían ver las vacas en la oscuridad del sótano, Emanaba de allí un olor característico y no muy agradable, pero que le daba un carácter especial al lugar. Recuerdo como iba yo con una lechera metálica a comprar la leche y como al cocerla subía gran cantidad de nata, que yo me comía con azúcar. En la década de los cincuenta, existían en la Madrid unas 20.000 vacas, todas provenientes del Valle del Pas, en Cantabria, distribuidas en más de 800 vaquerías. De ellas, unas 600 eran al tiempo lecherías. Las lecherías-vaquerías siguieron funcionando hasta el 30 de junio de 1965, fecha en que finalmente se prohibiría en Madrid por cuestiones sanitarias la venta de leche fresca. Curiosamente el mismo año en que se prohibió en Suecia. Aquí en Lund, al menos a las afueras, en mi vecindad, se puede ver algún caballo, cabalgado por alguna joven amazona, y se puede pasar cerca de las cuadras y recordar.
En esta tarde de noviembre, los recuerdos se amontonan en mi cabeza. ¿Será por el efecto de la iluminación de Navidad? Seguramente, o por el color azul profundo del cielo al anochecer, o por la cálida luz que emana por los ventanales de la catedral. Será por eso, que mis memorias olfativas se despiertan. Abajo, la catedral al anochecer.
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