Cuando voy a Cantabria, me siento como si estuviera en mi propia casa, lo que no es raro, porque mi hermana vive en Santander y siempre que puedo voy a visitarla. Los paisajes cántabros, el aire que se respira, la suave temperatura en la costa, los colores, en fin, todas las sensaciones, hacen de mi estancia allí una experiencia placentera. Tuve la suerte de visitar la cueva de Altamira antes de que la cerrasen en 1977. Era yo muy joven y me sentía atraído por la espeleología, y sigo estándolo, tanto es así, que siempre que encuentro una cueva en mi camino, procuro visitarla. La última gran experiencia fue una cueva en Cerdeña, de cuyo nombre no me acuerdo ahora mismo y de la que hablaré en otra entrada. Cantabria nos ofrece una gran variedad de lugares habitados por el hombre desde los albores de su presencia en estas tierras, entre otros la magnífica Cueva del Castillo, que aún se puede visitar, en el Monte Dobra, montaña sagrada para los cántabros, cerca de Cabuérniga. Este entorno es uno de los emplazamientos con mayor número de cuevas con arte rupestre paleolítico.
De Altamira recuerdo la sensación de visitar un templo del arte rupestre, un verdadero icono de la inquietud humana por trascender, apenas solucionado el problema de subsistir y protegerse. Cuando el hombre consigue asegurar la reproducción, comienza automáticamente la producción artística. No sabemos nada de los hombres y mujeres que sintieron la necesidad de plasmar en la roca figuras de animales y escenas de su caza. Tampoco sabemos para que lo hicieron y la fantasía, a veces alimentada por algún hallazgo científico, nos lleva a construir posibles escenarios. Ayer leí un artículo que mi amigo Víctor Bermúdez publicó en el Periódico de Extremadura bajo el titulo de “El retorno del alma”, a propósito de la proliferación de la IA en toda forma de producción humana. En este artículo, lo que me despertó la curiosidad y me hizo pensar más de la cuenta, fue la pregunta retórica: “¿Alguien sabe, acaso, ¿qué es y qué no es “arte” y por qué no puede escribir una máquina algo como, por ejemplo, el Ulises de Joyce?”.
Empezaré por decir que el arte, para mí, es una forma esencial de expresión humana que permite explorar y comunicar aspectos de la experiencia y la realidad que a menudo están más allá del alcance del lenguaje cotidiano, ya sea en la plástica, la literatura o la música. Como tenemos un grupo de WhatsApp en el que intercambiamos escritos y opiniones, escribí una respuesta, que comparto a continuación:
“Concibo el arte, Víctor, como algo que me hace sentir emociones. Las obras generadas por IA pueden ser impresionantes y técnicamente precisas, pero a menudo carecen de la profundidad emocional y el contexto personal que caracterizan al arte humano. Las pinturas de van Gogh no solo las aprecio por su técnica, sino por el profundo sufrimiento y pasión que transmiten, reflejando su vida y emociones. Reconsiderar el alma en el arte nos invitaría a reflexionar sobre lo que realmente valoramos en una obra: no solo su apariencia, sino la historia, la emoción y la humanidad que lleva dentro. Gracias por compartir tu artículo, como siempre, me hace pensar y creo que los humanos siempre seremos capaces de reconocer el auténtico arte, está, creo yo, en nuestros genes.”
Y es que, más que en van Gogh, pensaba yo en el efecto que las pinturas de Sorolla hicieron en el pequeño y tímido niño que era yo, la primera vez que subí a la casa museo del pintor, donde un tío mío moraba, pues trabajaba él allí como conserje. Me atrevo a hablar de genes en mi respuesta porque creo que los humanos somos capaces de distinguir aquello que otros igualmente humanos han hecho, de lo que ha podido hacer una máquina, cualquiera que sea el grado de virtuosidad que le haya sido dado, por el hombre. Sí, creo que es innato, no hay que aprenderlo, se siente o no se siente. Además pienso yo que toda expresión artística ha ido evolucionando con la ciencia y las innovaciones, inventos y descubrimientos que han ido surgiendo de la mente humana.
Mi definición del arte es: todo aquello que los humanos crean fuera de las más básicas necesidades reproductivas, y que busca una emoción estética en el que lo percibe. La emoción es central y, según Kant, el arte tiene la capacidad de evocar emociones y despertar el sentimiento estético, lo que permite al espectador experimentar una conexión profunda con la obra de arte. Para Kant, la belleza no está en el objeto en sí, sino en la relación que llega a establecer el sujeto, lo que el filósofo alemán denomina el juicio estético.
A lo largo de la historia, varios inventos o descubrimientos han revolucionado el arte de manera significativa, transformando cómo se crea, se percibe y se distribuye. Introducida por artistas del Renacimiento como Filippo Brunelleschi y Leon Battista Alberti, la perspectiva lineal permitió a los artistas crear la ilusión de profundidad en una superficie plana, lo que cambió radicalmente la representación visual en la pintura y el dibujo, permitiendo una representación más realista del espacio tridimensional. la imprenta permitió la reproducción masiva de textos e imágenes, facilitando la difusión del arte y las ideas artísticas, haciendo que los grabados y las ilustraciones fueran accesibles a un público mucho más amplio. Obvio una gran cantidad de evoluciones técnicas en el pase de la tabla al lienzo y en la producción de colores para pasar al gran invento del siglo XIX, La invención de la fotografía por Louis Daguerre y otros, revolucionó la captura de imágenes, permitiendo una representación precisa de la realidad y liberó a los artistas de la necesidad de documentar visualmente el mundo, permitiéndoles explorar nuevas formas de expresión. Ni que decir tiene que la fotografía se llegó a contemplar como una amenaza, pero, en realidad contribuyó al desarrollo de las artes plásticas.
La invención del cine por los hermanos Lumière y otros pioneros a finales del siglo XIX, introdujo el arte del movimiento, una nueva forma de arte visual, combinando elementos de la narrativa, la fotografía, la música y el teatro, y dando lugar a una industria completamente nueva. Más adelante fueron programas como Adobe Photoshop e Illustrator los que permitieron a los artistas crear y manipular imágenes digitalmente, transformando el diseño gráfico, la ilustración y la fotografía, permitiendo una flexibilidad y precisión sin precedentes en la creación y edición de imágenes. La proliferación de internet y plataformas de redes sociales como Instagram, Pinterest y DeviantArt democratizaron el acceso al arte y permitió a los artistas compartir su trabajo con una audiencia global instantáneamente, facilitando la colaboración y la inspiración entre creadores de todo el mundo.
Al igual que estos inventos, la IA tiene el potencial de cambiar radicalmente cómo se crea y se percibe el arte. Puede democratizar la creación artística, permitiendo a más personas acceder a herramientas avanzadas de creación y edición. La IA añade simplemente un elemento de automatización y aprendizaje profundo, permitiendo la creación autónoma de arte sin intervención humana directa, algo que ninguno de los inventos anteriores había logrado en la misma medida. Cada uno de estos inventos ha ido ampliando las fronteras del arte y ha permitido nuevas formas de expresión, y la IA parece ser la siguiente evolución en esta serie de transformaciones tecnológicas en el mundo del arte. El arte no muere, simplemente, se va desarrollando al tiempo que lo hace nuestra sociedad y, siempre que despierte el sentimiento estético, seguirá siendo arte.
El artículo de Víctor: https://filosofiacavernicolas.blogspot.com/2024/06/el-retorno-del-alma.html
Deja una respuesta