Hoy es el 6 de junio, un día especial por muchas razones. Yo voy paseando por mi querido Lund, camino de la carpa de campaña de mi partido, donde pasaré la tarde, y me encuentro con familias enteras que van caminando sonrientes en este día nublado y ventoso. Llevan casi todas pequeñas banderitas suecas y sé que vienen de celebrar la fiesta nacional sueca en el museo de la cultura (Kulturen) de la ciudad. Es un día festivo, una conmemoración que se celebra con picnic en un prado y algún que otro discurso, que recuerda la importancia de ir construyendo sobre la marcha la identidad sueca, porque, la esencia de lo sueco no radica en una etnia, ni está marcada por un deseo de guardar eternamente valores específicos. La identidad sueca se va construyendo a medida que pasa el tiempo, con los elementos que continuamente la van formando. Si es que queda un poso, una constante, de generación en generación, ese poso es sin duda la conciencia democrática, compartida por todos, y eso es lo que se celebra. Agradezco de corazón la ausencia total de desfiles militares y otros alardes bélicos, sobre todo en estos días que estamos viviendo.
El motivo de la celebración es la escritura y promulgación el 6 de junio de 1809, de una nueva constitución que estableció importantes cambios en el gobierno del país, incluyendo una mayor división de poderes y un marco más democrático. Esta constitución fue un paso significativo hacia la modernización política de Suecia. Suecia dejaba tras de si un largo periodo de absolutismo, tras el trauma de la pérdida de Finlandia, que cayó en manos del imperio ruso, y abrazaba el constitucionalismo. Comenzaba ahí, pasadas las guerras napoleónicas, un periodo de más de 200 años de paz y una larga transición democrática que culminó en 1921, con el voto femenino en el sufragio universal. Es, por tanto, una celebración a la paz y la democracia, motivo suficiente para estar orgullosos y mostrar su alegría. El azul y el amarillo, colores de la bandera sueca, iluminan las calles, los balcones, ondea en las altas astas en cada jardín, por muy pequeño que este sea, en camisetas, sombreros y gorras.
El 6 de junio marca también uno de los eventos más significativos de la historia moderna: el Día D, la invasión de Normandía durante la Segunda Guerra Mundial. Este día, en 1944, significó el comienzo del fin de una guerra que dejó cicatrices profundas en el mundo y redefinió el curso de la historia. Debemos honrar la valentía y el sacrificio de aquellos que participaron en esta operación monumental, aunque también debemos reflexionar sobre el costo humano de la guerra y la necesidad imperiosa de la paz. La invasión de Normandía, una de las operaciones militares más complejas y audaces jamás realizadas, fue un testimonio del coraje y la determinación de miles de soldados. Sin embargo, detrás de los actos heroicos y las victorias estratégicas, yace una dolorosa realidad: la pérdida masiva de vidas, la devastación de comunidades y el sufrimiento de millones de personas. Cada soldado caído, cada civil atrapado en el fuego cruzado, es un recordatorio de la brutalidad inherente a los conflictos armados, como el que estamos viviendo en Ucrania y en Palestina y en todos los demás, casi innumerables focos bélicos.
Me declaro abiertamente pacifista. El pacifismo no es una utopía ingenua, sino una postura ética y práctica que reconoce la dignidad y el valor de cada vida humana. Requiere un compromiso activo con el diálogo, la comprensión mutua y la cooperación internacional. En lugar de ver la guerra como una solución inevitable, debemos trabajar incansablemente para prevenirla y resolver las diferencias a través de medios pacíficos. En este contexto, abrazar una perspectiva pacifista no significa olvidar o minimizar el valor de los soldados que lucharon en el Día D. Más bien, se trata de reconocer que la paz es un objetivo que debe perseguirse con la misma dedicación y valentía que la guerra. El recuerdo del Día D debe servir como una advertencia sobre los horrores de la guerra y como una inspiración para construir un futuro donde tales sacrificios no sean necesarios. La historia de la Segunda Guerra Mundial y del Día D en particular, nos ofrece lecciones importantes. Nos muestra cómo el odio, el extremismo y la intolerancia pueden llevar al mundo al borde del abismo. También nos enseña sobre la capacidad humana para unirse y luchar contra la tiranía y la opresión. Pero, sobre todo, nos recuerda que la paz y la justicia son las verdaderas victorias que debemos aspirar a alcanzar.
Hoy, ochenta años después, el mundo sigue enfrentando conflictos armados y tensiones internacionales. La violencia y la guerra aún son una realidad para muchas personas. Sin embargo, también somos testigos de innumerables esfuerzos por la paz, la diplomacia y la resolución pacífica de conflictos. Es fundamental que continuemos apoyando y promoviendo estos esfuerzos. La mejor manera de rendir homenaje a aquellos que dieron su vida en el Día D es construir un futuro donde la guerra sea una reliquia del pasado y la paz una realidad duradera. Recordemos las palabras de John F. Kennedy: «La humanidad debe poner fin a la guerra antes de que la guerra ponga fin a la humanidad». Ojalá el día D nos inspire a todos a ser defensores incansables de la paz, a valorar la vida y a trabajar juntos por un mundo mejor.
Ya en mi carpa, veo llegar tres jóvenes de color. Reconozco en sus facciones que serán somalíes. Los tres llevan bolsitas con el logo de la ciudad. Son tres de los 154 nuevos ciudadanos suecos, que el alcalde acaba de agasajar con un recibimiento en el ayuntamiento y un pequeño regalo, como recuerdo de este día tan importante en sus vidas. Vienen sonrientes y me dicen que son nuevos ciudadanos suecos y que están felices del recibimiento que han tenido. Se interesan por la política de nuestro partido y me preguntan cómo pueden votar. Yo les informo y les explico algo sobre nuestra política, contestando sus preguntas y ellos se van, sonrientes y bien vestidos, a depositar su voto, en la oficina que está a pocos metros de la carpa. Yo me quedo pensando que Suecia tiene futuro.
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