Ayer me dediqué no solo a pasear, aunque esto también lo hice, porque están los días para ello y, como solemos decir aquí, el verano es corto y hay que aprovecharlo. El atentado frustrado contra Trump me recordó que, eso de los magnicidios y la violencia política, es algo que ha ocurrido con mucha frecuencia en la historia y, sin intención de analizar profundamente, me limité a enumerar todos los casos conocidos, al menos los que yo he podido encontrar, y me he dado cuenta de que hay muchos más, entre otras cosas, porque mis amigos lectores, como Xavier Muñoz Torrent, me han recordado que me salté a Publio Helvio Pertinax, otra víctima de la violencia política.
Hoy prefiero pensar que las olimpiadas se aproximan inexorablemente. Las olimpiadas es algo que me fascina y yo tengo una cierta conexión con ese mundo que, en alguna ocasión, en otra de mis entradas, ya expliqué. Por tanto, hoy me voy a dedicar a explicar lo que yo sé de las olimpiadas y mi relación con ellas; las que fueron y las que no pudieron ser.
Los Juegos Olímpicos tienen sus orígenes en la antigua Grecia, donde se celebraban en honor a Zeus, el rey de los dioses en la mitología griega. La fecha tradicionalmente aceptada para los primeros Juegos Olímpicos es el año 776 a.C.[1] Esta fecha marca el inicio del calendario de las Olimpiadas, períodos de cuatro años que se utilizaron como una forma de medir el tiempo en la antigua Grecia.
Aparte de su significado religioso, las olimpiadas tenían como función reafirmar un orden entre los pueblos helenos. Un orden para conseguir la paz, un alto en las numerosas contiendas en las que se hallaban envueltos los antiguos griegos. Por tanto, las olimpiadas contenían la promesa de la tregua o paz olímpica, un periodo en el cual las guerras se suspendían temporalmente, con objetivo de que los deportistas pudieran desplazarse a Olimpia para participar en los Juegos Olímpicos Antiguos y luego volver a sus ciudades en paz. La mitología popular atribuía la firma de la primera tregua olímpica a los reyes Licurgo de Esparta, Ífito de Élide y Cleóstenes de Pisa. La ciudad de Olimpia, además de ser el lugar de los juegos, tenía el estatus de territorio o zona neutral, por ello, aunque las ciudades se encontraran en guerra, sus representantes podían participar en los juegos y, eventualmente, reunirse en Olimpia para realizar negociaciones de paz.
En la actualidad, en julio de 2024, el mundo está en guerra. Basta una mirada a los medios de comunicación para descubrir que en Europa y en Oriente Medio, guerras fratricidas consumen pueblos, destruyen ciudades, arruinan las esperanzas de los jóvenes y perturban la tranquilidad de los ancianos. Ante las olimpiadas de Barcelona en 1992, surgió la idea de despertar la fórmula de la paz olímpica. Ya en 1991, a raíz de las Guerras Yugoslavas y las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Comité Olímpico Internacional comenzó a estudiar la restauración de la tregua olímpica y, el 21 de julio de 1992, su nonagésima novena asamblea instó a todos los Estados a observarla para los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Posteriormente, en la resolución 48/11, de 25 de octubre de 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas, también instó a los Estados miembros a que observaran la tregua olímpica. Sería deseable que, ante esta olimpiada de París, se llegara a algo parecido. No podemos tener una olimpiada en medio de dos guerras en nuestra proximidad. Deberíamos utilizar la posibilidad que una tregua podría lograr, de entablar conversaciones de paz, tanto entre Ucrania y Rusia, como Israel y Palestina. Sería una ocasión privilegiada para conseguir una paz duradera.
Yo les llamo a estas guerras, guerras fratricidas, porque son guerras que enfrentan a pueblos con culturas similares, entrelazados por la historia y que ha sabido convivir pero que, lanzados a la barbarie por tendencias políticas extremas, son obligados a odiarse mutuamente. La palabra «paz» en ucraniano es «мир» (mir), igual que en ruso. En hebreo la palabra “paz” es «שָׁלוֹם» (shalom) y en árabe es «سلام» (salaam). Tan cerca pero tan lejos. Tan parecidos, que los que están interesados en mantener la guerra, intentan diferenciar artificialmente las culturas, para que no se note el parentesco. Para que no se den cuenta que están luchando entre hermanos.
Hace a penas unos días caminaba yo por Montjuic y, como siempre, me acerqué hasta el estadio, ese bello estadio, construido para la Exposición Internacional de 1929 en Barcelona y que pensaba ser sede de los juegos olímpicos de 1936. España presentó su candidatura en 1931, El Comité Olímpico Internacional se reunió justamente en Barcelona el 24 de abril de 1931, diez días después de la declaración de la segunda república, para decidir la sede de los Juegos Olímpicos de 1936. Berlín fue elegida por mayoría de votos (43), superando a otras ciudades candidatas como Barcelona (segunda con 16), Roma (tercera con 6), Budapest (cuarta con 2) y Helsinki (1). Berlín fue elegida como sede de los Juegos Olímpicos de 1936 antes de la llegada de los nazis al poder, en un esfuerzo por reintegrar a Alemania en la comunidad internacional y promover la paz. Entonces, nadie podía augurar que poco más tarde, los nazis, ya en el poder, utilizarían esa misma olimpiada para blanquear su imagen y conseguir un gran escaparate propagandístico para su visión de sociedad. En respuesta, muchos grupos antifascistas, socialistas y comunistas de todo el mundo decidieron organizar una alternativa a los Juegos de Berlín, llamada la Olimpiada Popular, para protestar contra el régimen nazi y su uso de los deportes con fines propagandísticos. Barcelona, una ciudad con fuertes tradiciones izquierdistas y un espíritu republicano, fue elegida como la sede de la Olimpiada Popular. Se esperaba que atletas de más de 20 países participaran en este evento, que se planificó para celebrarse del 19 al 26 de julio de 1936. Se inscribieron 6000 atletas de 22 naciones (4000 españoles y 2000 extranjeros, de ellos, 1500 franceses), siendo las delegaciones de Estados Unidos, Francia, Países Bajos, Bélgica, Checoslovaquia, Dinamarca, Noruega, Suecia y Argelia las más numerosas. También hubo equipos representando a los judíos exiliados, a Alsacia, Cataluña, Galicia y el País Vasco. La participación de los países se estructuró en tres categorías: nacional, regional y local. Lo que implicaba la admisión de naciones sin Estado. Por ejemplo, se inscribió Palestina, así como una delegación de judíos emigrados, lo que era una respuesta frontal a la prohibición de los judíos en la Olimpiada de Berlín, motivo más que suficiente para no asistir a Berlín.
En el verano de 1936, la gente ya no podía ignorar lo que ocurría en Alemania. Hitler había remilitarizado la región de Renania en violación del tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial y había comenzado a reunir a judíos, romaníes, izquierdistas, hombres acusados de ser gais y personas con discapacidades y enviarlos a campos de concentración. En los parques de Berlín, se reservaban los bancos para “arios” con carteles que fueron quitando al acercarse las olimpiadas, para no soliviantar los ánimos de los asistentes a la olimpiada.
Las alternativas a los juegos olímpicos no eran una idea nueva. Las Olimpiadas Internacionales de Trabajadores se habían celebrado cada cuatro años desde 1921 para contrarrestar la inclinación de los juegos oficiales, percibida como aristocrática, pero el esfuerzo socialista excluyó a anarquistas y a otros miembros del Frente Popular. Los Juegos Macabeos inaugurados en 1932 continúan hasta la actualidad, pero esa competición era principalmente para atletas judíos y, más adelante, israelíes.
Los equipos de Alemania e Italia estaban compuestos por exiliados de dichos países. La mayoría de los atletas pertenecían a asociaciones y clubes deportivos sindicales y partidos de izquierda, y no a los comités deportivos estatales u olímpicos, aunque entre ellos se encontraban algunos de alto nivel. Las mujeres también competirían, con más oportunidades para demostrar sus habilidades de las que permitía el Comité Olímpico Internacional en Berlín. «La imagen de la Olimpiada Popular no estaría completa si una mujer no ocupaba el lugar que le corresponde en ella», proclamaron los organizadores, entre ellos el Club Femenino y de Deportes de Barcelona.
Cómo todos sabemos, el 18 de julio de 1936, un día antes de la inauguración de la inauguración programada de la Olimpiada Popular, comenzó un golpe militar contra el gobierno de la Segunda República Española, un levantamiento que, al ser frenado en Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao, pasó de levantamiento a una guerra civil que duró casi tres años y costó más de medio millón de victimas durante la guerra y por causa de las posteriores represalias. Como es lógico, no hubo inauguración el 19 de julio y muchos de los atletas y delegaciones que habían llegado a Barcelona para participar en la Olimpiada Popular quedaron atrapados en la confusión y la violencia. La mayoría de los participantes extranjeros fueron evacuados con la ayuda de sus respectivos consulados. Algunos se unieron a las milicias republicanas para luchar contra el levantamiento fascista. Al menos, 200 de los atletas, como Clara Thalmann, nadadora suiza, permanecieron en España y se unieron a las milicias obreras organizadas para luchar por la Segunda República Española en la guerra
Aunque la Olimpiada Popular nunca se llevó a cabo, su planificación y los ideales que representaba dejaron una marca simbólica en la historia del deporte y la lucha antifascista, por eso, la Olimpiada Popular es recordada como un esfuerzo significativo para utilizar el deporte como medio de resistencia y solidaridad internacional contra el fascismo. “El deporte – dijo Georg Orwell, que participó en la guerra civil española por el lado de la república – “es una guerra sin disparos”.
Deporte y política han ido de la mano desde entonces. A veces “la guerra sin disparos” se ha convertido en una guerra con disparos y con muertos, como fue el caso en 1972, durante los Juegos Olímpicos de Múnich, los segundos en Alemania, 36 años después de los de Berlín. Curiosamente 72 es la suma de 36 + 36, para el que le interese el misterio de los números. En estos juegos, en los que encontró el futuro rey Gustavo Adolfo de Suecia a su futura esposa, Silvia Sommerlath, se cometió uno de los actos terroristas más sonados, cuando, el 5 de septiembre, terroristas palestinos asesinaron primero a dos atletas israelíes, y tomaron a otros nueve como rehenes, reclamando la liberación de más de un centenar de presos palestinos. Tras un frustrado intento de rescate, se desató una masacre en la que acabaron muertos los nueve rehenes israelíes y un oficial de la policía de Alemania Occidental, así como cinco de los ocho terroristas. Los Juegos siguieron como si nada hubiese pasado, “The show must go on”, como se suele decir. Así llegamos al 92 y yo tengo muchas cosas que contar de esos Juegos. De lo que ocurrió antes, durante y después de los Juegos, en los que yo jugué un pequeño papel. Pero, todo esto, mejor lo cuento en otra entrada más adelante.
[1] Las fuentes que se suelen citar son, sobre todo, Heródoto, en el siglo V a.C. que menciona las olimpiadas y se refiere a ellas como una institución ya establecida en su tiempo. Diodoro Sículo: Un historiador griego del siglo I a.C. hace referencias a los Juegos Olímpicos en su «Biblioteca histórica». En la obra “Descripción de Grecia” de Pausanias, un geógrafo e historiador griego del siglo II, menciona las Olimpiadas y da algunos detalles sobre los primeros juegos y sus ganadores. También hay fuentes arqueológicas, inscripciones de los ganadores y cronologías, como la del historiador griego, Timeo de Tauromenio en el siglo IV a.C. Aparte, excavaciones en Olimpia han revelado estructuras y artefactos relacionados con los Juegos Olímpicos, como el estadio, templos y altares dedicados a Zeus, que datan del siglo VIII a.C. Descubrimientos de herramientas, cerámicas y otros objetos en el sitio de Olimpia han proporcionado evidencia de actividades deportivas y rituales que se llevaron a cabo en ese período. Monedas y piezas de cerámica encontradas en diversas partes de Grecia y colonias griegas también han representado escenas de los Juegos Olímpicos, ayudando a confirmar la importancia y la antigüedad de estos eventos.
Para leer más y ver abundante información gráfica ver: https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura—ocio/1936-olimpiada-popular-barcelona/20210407182237186470.html
Un buen análisis encontramos en André Gunot: «El proyecto de la olimpiada popular de Barcelona (1936), entre Comunismo internacional y Republicanismo regional» https://www.researchgate.net/publication/28171263_El_proyecto_de_la_olimpiada_popular_de_Barcelona_1936_entre_Comunismo_internacional_y_Republicanismo_regional
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