Citius, Altius, Fortius. Este lema propuesto por el barón de Coubertin, prestado, según él, de su amigo Henri Didon, contenía para el fundador de los modernos juegos olímpicos «…un programa de belleza moral.» Hay tanto idealismo en esas palabras, tantos buenos deseos, tantas buenas intenciones, tanta ignorancia. Es como otra de las máximas del buen barón: «Lo más importante en los Juegos Olímpicos no es ganar, sino participar, al igual que en la vida, lo más importante no es el triunfo, sino la lucha. Lo esencial no es haber conquistado, sino haber luchado bien.» No se yo, si alguien, alguna vez, se ha metido de lleno a entrenar simplemente por participar y luchar bien. No creo que lo hicieran en la antigua Grecia ni tampoco se hace ahora, ni en en los principios de los juegos de la era moderna.
Muchos son los que han intentado encontrar un atajo a los laureles, y no viene de ahora. En la antigua Grecia solo contaba la victoria y, para conseguirla, se empleaban todos los trucos posibles. Hay mucha evidencia en las fuentes clásicas que sugieren que los intentos de manipular el resultado de las competiciones eran tan antiguos como los propios Juegos. Por ejemplo, tenemos a un tal Damonikos de Elis, padre de un joven y prometedor atleta, que sobornó al padre del oponente de su hijo para asegurarle a su vástago la victoria. El apaño se descubrió y ambos padres fueron multados. Más sonado si acaso fue el intento del ateniense Kallipos, quien sobornó a sus oponentes para asegurarse la victoria en el pentatlón, lo que también hizo Licas de Esparta. A los dos se les impusieron fuertes multas tanto a ellos como a quienes aceptaron el soborno. Pero claro, esos casos son con seguridad la cima del iceberg. La cuestión es que, una victoria en las olimpiadas, no significaba solo el honor, sino que era un buen negocio, ya que, el campeón recibía un trato especial al regreso a su ciudad que significaba beneficios económicos y un gran estatus, como héroe local.
Se conocen muchos más casos, de los que solo nombraré unos cuantos, como Gelo de Siracusa, que sobornó a sus oponentes para que lo dejaran ganar la carrera de carros, Éupolos de Tesalia, que sobornó a los boxeadores contra los que debía luchar, para que lo dejaran ganar. También se castigaron ciudades enteras, como ocurrió con Éfeso y también Sotades de Creta, las dos expulsadas de los juegos por sobornar a atletas el mismo año 332 antes de nuestra era. Expulsiones se daban también por cuestiones políticas. Atenas fue multada y se negó a pagar e incluso boicoteó los Juegos. Fue necesaria la intervención del Oráculo de Delfos para resolver la situación, y al fin, el Oráculo anunció que no se entregarían más oráculos a los atenienses hasta que hubieran pagado. Esparta fue excluida de los Juegos Olímpicos por violar un tratado de paz en 420 a.Cr. pero uno de sus atletas participó en la carrera de carros fingiendo representar a Tebas. Ganó, y en su euforia, reveló su procedencia. Fue azotado y la victoria se registró finalmente a nombre de Tebas, sin mención de su nombre.
El dinero de las multas era utilizado para construir estatuas de bronce de Zeus llamadas Zanes, estatuas de la vergüenza, las cuales llevaban inscrito el nombre del tramposo como advertencia para los demás. Esas Zanes servían como un recordatorio permanente de la deshonra de los tramposos. Pausanias escribe que los Zanes eran “un terror para los atletas competidores, y para enseñarles que no deben comprar la victoria olímpica con dinero”. Por supuesto, cualquier medalla o corona de olivo ganada por un tramposo sería retirada. Sus nombres se borraban de los registros, eliminando su legado para siempre. Los duros castigos enviaban el claro mensaje de que los tramposos nunca prosperan, al menos no por mucho tiempo. Y la vergüenza les seguía de por vida.
No solo había quien intentaba sobornar a los competidores, había también quien se saltaba las reglas de cualquier manera, como el boxeador de Alejandría Apolonio, que llegó tarde a los Juegos y que por tanto se le prohibió competir. Él se disculpó diciendo que el mal tiempo le había retrasado. Esto era una mentira descarada, se supo, porque resultó que Apolonio llegó tarde porque había competido en otros juegos y había recibido un buen premio en metálico. En palabras del autor Pausanias: “En estas circunstancias, los jueces excluyeron de los juegos a Apolonio y a cualquier otro boxeador que llegara después del tiempo prescrito, y dejaron que la corona de laurel fuera para Heracleides sin competición. Entonces Apolonio se puso los guantes para pelear, se abalanzó sobre Heracleides y comenzó a golpearlo, aunque el pobre ya llevaba puesta la corona de olivo silvestre en su cabeza y se había refugiado entre los jueces. Por esta locura insensata tuvo Apolonio que pagar caro.
Quizás, el más tramposo de todos fue el cesar Nero que, en los Juegos Olímpicos del año 67, si hacemos caso de las fuentes, hizo uso frecuente de sobornos, el primero de los cuales podría haber sido para permitirle competir, ya que los primeros Juegos estaban tradicionalmente limitados a los griegos. Quizás el ejemplo más flagrante de sus sobornos ocurrió en la carrera de carros de cuatro caballos, en la que se le permitió competir con 10 caballos. Según alguna versión, se cayó del carro y no completó el evento. Sin embargo, los jueces corruptos, le declararon como ganador. La verdad es que lo que escribe Tácito, y repiten Suetonio y Dion Casio, son historias que parecen calcadas de tradiciones populares y de la literatura clásica. Pero, no me parece extraño que un poderoso quiera acaparar el máximo de honor a costa de lo que sea.[1]
Cuando llegamos a los juegos modernos, a partir de los primeros de Atenas en 1896, empezamos a ver ejemplos de participantes que están dispuestos a hacer cualquier cosa por ganar. Ya en Atenas en 1896, empezaron los trucos. En la carrera de maratón, un corredor griego, Spyridon Belokas, llegó tercero a la meta, pero fue descalificado por haber recorrido una parte de la carrera en un carro. Igual o más divertida forma de hacer trampas, ocurrió en 1904, en San Luis, Misuri. Hacía mucho calor, 32 grados y mucha humedad, y según todos los relatos, los maratonistas estaban mal preparados y eran sufridos trabajadores. Fred Lorz, un albañil y corredor de maratón estadounidense, pasó al final de la carrera a dos hombres descalzos de la tribu Tsuana de Sudáfrica, a un cubano que corría con pantalones largos de vestir, y a todos los demás 32 corredores. Este Lorz, no solo los pasó a todos, sino que llegó a la meta tres cuartos de hora. La hija del presidente Theodore Roosevelt coronó a Lorz como campeón, pero un momento después alguien, en la multitud de espectadores, denunció a gritos el juego sucio del albañil. Resultó que Lorz había recorrido parte de la maratón en la caja de un camión, posiblemente un Maxwell, creo yo. La medalla de oro fue para otro estadounidense, Thomas Hicks, que estaba pálido y vomitando en el momento en que se enteró de que había ganado porque su entrenador le había dado una mezcla de clara de huevo y brandy, y por si eso fuera poco, estricnina inyectada, utilizada en aquellos tiempos como estimulante.
Y por aquí entramos en la sección de estimulantes usados para lograr una ventaja sobre los competidores y aquí nos encontramos que el primero en caer en un control antidoping fue un sueco, Hans-Gunnar Liljenwall en pentalón, que quedó descualificado al encontrársele restos de alcohol en la sangre, para calmar los nervios ante la prueba de tiro, según dijo él. La infracción obligó a Suecia a devolver una medalla de bronce en equipos. Estimulantes han sido utilizados desde el principio. Primero la estricnina, luego la cocaína, cafeína y testosterona. El dopaje comenzó a ser ampliamente notado en la década de 1960, entre otras cosas, después de que dos ciclistas tomaran estimulantes, generalmente anfetaminas, y fallecieran durante las competiciones, porque no se dieron cuenta de que habían superado su umbral de fatiga. Los casos más conocidos fueron el de Knud Enemark Jensen, de Dinamarca, durante la prueba de contrarreloj por equipos en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, y el de Tom Simpson, un ciclista británico en el Tour de Francia 1967. Aunque ya en 1952, en las olimpiadas de invierno de Oslo, muchos esquiadores enfermaron por el uso inapropiado de las anfetaminas.
¡Hay tantas maneras de hacer trampas! Una de las más trabajadas fue la del atleta de pentalón ucraniano Boris Onischenko que en Montreal 1976, era uno de los favoritos para ganar una medalla. Un esgrimista consumado, no se esperaba que tuviera dificultades en la parte de esgrima. Sin embargo, el equipo británico notó que se le había otorgado un punto a pesar de no haber tocado a su oponente, cosa que funciona así que, cuando la punta de la espada toca al oponente, registra un punto automáticamente. Tras la protesta de los ingleses, se descubrió que, la espada de Onischenko, había sido modificada, permitiéndole presionar un botón para registrar falsamente el golpe y así asegurarse el poder conseguir la victoria, sin llegar a tocar el cuerpo del contrario. A Onishchenko le echaron de los juegos, como era de esperar, a cajas destempladas. No fue el único caso de atletas que intentaban ganar ventajas sobre sus oponentes alterando el peso de sus utensilios técnicos: discos, jabalinas, balas, llegando hasta modificar las zapatillas, poniendo más clavos de los 11 permitidos en cada zapatilla. Mientras escribo, me viene a la cabeza el caso de una ciclista belga, Femke Van den Driessche, que ganó el Campeonato Europeo de Ciclocross en 2015 en la categoría femenina sub-23, y en 2016 se convirtió en campeona belga en la misma categoría, pero posteriormente fue despojada de ambos títulos. Van den Driessche se convirtió en la primera ciclista en ser acusada oficialmente de dopaje mecánico, que surgió a raíz de un incidente ocurrido en el Campeonato Mundial de Ciclocross de la UCI de 2016. El 26 de abril de 2016. El dopaje consistía en ocultar un pequeño motor eléctrico que ella podía accionar en las cuestas arriba y subir rápida sin apenas esfuerzo, mientras las otras ciclistas luchaban duramente. Van der Driessche fue sancionada retroactivamente con una suspensión de seis años desde el 11 de octubre de 2015 hasta el 10 de octubre de 2021, y todos sus resultados desde esa fecha fueron descalificados. A partir de la sentencia, dejó la competición.
Aparte de todas estas formas de tratar de ganar ventajas por medio de drogas o modificando los utensilios, están los más trabajados intentos de transformar los cuerpos de los atletas para conseguir más volumen muscular, más fuerza, más explosividad o más capacidad aeróbica y por tanto, más resistencia.. Aquí encontramos los preparados esteroides, las trasfusiones de sangre o, últimamente, la EPO. Para este tipo de manipulaciones se necesita tener una infraestructura con médicos y laboratorios. Eso solo es posible si se tiene una organización detrás, como en el caso de los países del este de Europa y la Unión Soviética, pero puede también ponerse a disposición de atletas y entrenadores por una organización privada, siempre que existan unos intereses económicos detrás. El caso de las atletas de la Alemania del este era bien conocido. Algo parecido ocurría con atletas de los países satélites de la Unión Soviética. Recordaréis lo que yo contaba de los juegos universitarios de Greifswald, y de cómo pinchaba la barba de las atletas alemanas. Una cosa parecida ha seguido ocurriendo en China, con las corredoras de fondo, que llegaron a conseguir marcas imposibles, siendo completamente desconocidas antes de las competiciones. Ahora mismo existen muchas dudas sobre las nadadoras chinas, pero no hay pruebas.
Uno de mis ídolos entre los atletas era la velocista estadounidense Marion Jones, que fue la chica dorada en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000, donde se convirtió en la primera mujer en ganar cinco medallas de atletismo en unos mismos Juegos. Incomprensiblemente, su imagen se vio enturbada por las acusaciones del uso de esteroides. En 2003 fue implicada en una investigación federal en Estados Unidos sobre la distribución ilegal de esteroides por un laboratorio llamado BALCO. Jones negó las acusaciones, pero en 2007 se declaró culpable de mentir a los investigadores federales sobre su uso de drogas y admitió haber tomado esteroides. Todos sus resultados desde el año 2000, incluidos sus títulos olímpicos, fueron anulados y tuvo que cumplir seis meses de prisión. Desde entonces me resulta difícil celebrar los éxitos de mis ídolos sin temerme lo peor.
Lo de la experimentación con la sangre viene de lejos y aquí, me complace decir que la primera descripción detallada del «mal de montaña» debido a la baja presión parcial de oxígeno inhalado la realizó en 1590 un misionero español, José de Acosta, que en su libro “Historia Natural y Moral de las Indias” describió los síntomas de dificultad para respirar, dolor en el pecho, tos y vómitos que experimentó mientras cruzaba Los Andes por el paso de Pariacaca, a unos 4000m de altitud. Estudios realizados ya en el siglo XX, durante la segunda guerra mundial, mostraban que, aumentando el nivel de glóbulos rojos, se conseguía una mayor capacidad aeróbica que podía contrarrestar el mal de montaña o, empleado en personas sanas, corredores de fondo, mejorar sus marcas. La primera evidencia científica es la de un grupo de investigadores americanos[2] quienes demostraron que la transfusión de 450 mL de sangre entera durante 4 días consecutivos disminuye la frecuencia cardíaca durante el ejercicio submáximo durante varias semanas, y por lo tanto, predijeron que el rendimiento en el ejercicio aumentaría. En consecuencia, se calculó en una revisión reciente que un cambio de 1 g en la masa de hemoglobina producirá un cambio en el VO2 máx de 4 mL min, mientras que los efectos sobre el rendimiento en el ejercicio submáximo probablemente varían según la distancia de la competición. También se debe tener en cuenta aquí que la carga de volumen, es decir, la expansión del volumen plasmático por sí solo no conduce a una mejora en el rendimiento del ejercicio en atletas de élite, lo que resalta nuevamente el papel de la masa de hemoglobina. Sin embargo, si se administra un expansor del volumen plasmático simultáneamente con incrementos en la masa de hemoglobina, entonces el rendimiento probablemente aumentará más que solo aumentando el volumen total de glóbulos rojos.
El dopaje sanguíneo en deportistas comenzó a utilizarse a finales de la década de 1960, pero no fue prohibido hasta 1985. Mientras aún era legal, era comúnmente utilizado por corredores de fondo y medio fondo, ciclistas, nadadores y otros deportistas para los que, la capacidad de competir justo bajo el nivel de producción de ácido láctico, es crucial. El primer caso conocido de dopaje sanguíneo ocurrió en los Juegos Olímpicos de Verano de 1980 en Moscú, cuando el finlandés Kaarlo Maaninka recibió una transfusión de un litro de sangre antes de ganar medallas en las carreras de 5000m (bronce) y 10 0000m (plata), cosa que él mismo reconoció y que entonces no estaba prohibido. Se puede decir que los finlandeses fueron pioneros en las transfusiones, seguidos de los italianos y después todos los demás. Todos los que tenían médicos y laboratorios a su disposición, claro está.
Así que, hasta bien entrados en el siglo XXI, no se pudieron detectar las mil formas de lograr la mejora de las prestaciones en deportes de fondo, por lo que, muchas de las marcas conseguidas pueden estar en entredicho. [3]La detección del dopaje sanguíneo comenzó a mejorar significativamente ya en la década de 1990. En 2000, la Agencia Mundial Antidopaje (WADA) implementó pruebas más avanzadas que podían también detectar el uso de eritropoyetina (EPO), una hormona utilizada para aumentar la producción de glóbulos rojos, un método común en los 90 de dopaje sanguíneo.
En 2009, se presentó un pasaporte biológico obligatorio, que representó un avance importante en la detección del dopaje sanguíneo. Este sistema descubre variables biológicas a lo largo del tiempo, como los niveles de hemoglobina y el recuento de glóbulos rojos, para identificar cambios inusuales que podrían indicar el uso de métodos de dopaje. Para terminar, voy a poner dos ejemplos de atletas muy conocidos que le han puesto un rostro a el doping de sangre. Empezaré por el más conocido de todos, Lance Armstrong, que en 2012 fue despojado de sus siete títulos del Tour de Francia y suspendido de por vida por el organismo rector del ciclismo tras un informe de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos que lo acusaba de liderar un programa de dopaje durante su carrera como ciclista. Finalmente lo admitió, abrumado por las pruebas. El otro caso es la del alemán nacionalizado español Johann Mühlegg, que levantó el deporte blanco en España y barrió las pistas de nieve en todas las distancias largas en Salt Lake City, en 2002, para después ser despojado de las tres medallas de oro que ganó, por descubrirse que se había dopado con una substancia, Darbepoetin, diseñada para combatir la anemia, existente desde 2001, que “Juanito” y su equipo médico creían que no se podía detectar.
No sé lo limpios que serán estos juegos, pero estoy seguro de que alguno de los 10 500 atletas que compiten en París, tratará de encontrar alguna forma de ponerse una medalla por medio de alguna treta, preparado o ventaja que se le pueda ofrecer. Una forma lícita de aumentar los glóbulos rojos es subirse a las alturas para entrenar y/o dormir en una tienda acondicionada que ofrece la misma presión que estando a 3000m de altura. Para mi, eso es una forma de dopaje, como también lo es el vivir largas temporadas a gran altura para competir en el llano. Hay que tener mucho dinero e infraestructura para poder permitirse ese tipo de entrenamiento. Para terminar, quiero dejar claro que el dopaje empieza en el momento de la concepción. Los genes tienen mucho que ver. Pero, la vida es así. Todos somos únicos y especiales. Algunos corren mucho, otros escriben sonetos, y, no pocos, se hacen ricos en la bolsa. ¡Que gane el mejor!
[1] Todos los relatos sobre las antiguas olimpiadas nos llevan a una misma fuente, que es la obra “Descripción de Grecia”(160-180) del geógrafo Lidio, Pausanias, posiblemente originario de Magnesia de Sípilo, cerca de Esmirna, que vivió en los años 110-180 de nuestra era. Pausanias se basa a su vez en fuentes clásicas y leyendas locales.
[2] Pace N, Consolazio WV, Lozner EL. The effect of transfusions of red blood cells on the hypoxia tolerance of normal men., Science, 1945, vol. 102 2658( 589-591)
[3] La marca de 1´53,28´´en los 800m de Jarmila Kratochvílová, de la antigua Checoslovaquia, de 1983, es una de esas marcas bajo sospecha, junto con los 10,49´´ de la fallecida Florence Griffith-Joyner, en los 100m, hechos en 1988. Pero, es preciso aclarar, que nunca se ha podido demostrar que se dopasen.
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