La lluvia llegó al fin, presagiando la inminente llegada del otoño. Bienvenida sea la estación de la vendimia, aunque yo no tenga uvas en mi jardín, pero el vecino las tiene y las veo crecer y madurar. Ahora que escribo “uvas” me viene a la memoria el recuerdo de la novela de Steinbeck, una de esas lecturas que llegan a la médula y que sigue siendo un punto de referencia, porque es tan fácil ponerse en el lugar de la familia Joad[1] en tiempos como los nuestros, amenazados como estamos, por el cambio climático. La explotación que Steinbeck denunciaba sigue siendo una realidad hoy en África, para familias en Costa de Marfil y Ghana, que son los mayores productores mundiales de cacao. Los pequeños agricultores reciben muy poco dinero por su producción debido a los bajos precios establecidos por las empresas internacionales de chocolate, como Nestlé, Mars y Hershey’s que son responsables de la compra de cacao a precios bajos, dejando a los agricultores atrapados en la pobreza.
Con mis estudiantes de comercio participamos en proyectos internacionales, como la presentación de Fairtrade, un movimiento inspirado también en una novela que, con el tiempo, llegó a cambiar la vida de muchos agricultores. Todo comenzó en 1859, cuando un funcionario gubernamental holandés, en las Indias Orientales Neerlandesas, Eduard Douwes Dekker, escribió una novela literaria bajo el seudónimo de Multatuli. La novela, titulada Max Havelaar[2]; o, las subastas de café de la Compañía Neerlandesa de Comercio, explicaba los abusos ejercidos bajo el dominio colonial, provocados por el llamado Sistema de Cultivo, un sistema fiscal introducido en 1830 por el gobernador general de las Indias Orientales Neerlandesas, con la intención de hacer que la colonia fuera rentable para los Países Bajos.
Bajo el Sistema de Cultivo, la población estaba obligada a destinar una parte de su tierra para el cultivo de una cierta cantidad de productos. Estos productos, como el café, el azúcar, el té y el tinte índigo, debían ser entregados posteriormente a los Países Bajos sin recibir compensación alguna. El sistema generaba una gran cantidad de dinero para los Países Bajos, pero sumía en la pobreza a la población local, y fueron la causa de hambrunas y muertes. La lectura de Max Havelaar por jóvenes progresista europeos, influenciados por el movimiento de concienciación social despertado en los 60, inspiró el movimiento de comercio justo, Fairtrade (comercio justo), siguiendo la ética de la novela, promoviendo la idea de que los productores en países en desarrollo deberían recibir un precio justo por sus productos y trabajar en condiciones laborales dignas.
El trabajo por un comercio justo comenzó, por tanto, en la década de los 60 como un intento de realizar las primeras visiones sobre la necesidad de un cambio en el comercio mundial, cuando un gran número de países del Sur, en el marco de una conferencia de la ONU en 1964[3], instaron al mundo a trabajar por condiciones comerciales más justas: “Trade not Aid” (comercio en lugar de ayuda). Así, el comercio justo comenzó como un movimiento popular con raíces en cientos de círculos de estudio enfocados en los países en desarrollo, cuestiones de paz y política de ayuda. El movimiento fue organizado principalmente por movimientos de solidaridad y sindicales, organizaciones medioambientales, así como comunidades y congregaciones cristianas. Durante la década de 1990, el movimiento comenzó a tomar una forma más definida y el enfoque se trasladó al proceso de manufactura y a las condiciones laborales y de vida de los individuos. De este movimiento surgieron tanto la World Fair Trade Organization[4] , fundada en 1989 como Fairtrade International[5], fundada en 1997.
Hoy hay más de 30 minoristas de productos de comercio justo en toda Suecia. Dentro de la organización, se parte de la premisa de que toda la cadena de suministro debe ser Fair Trade. Esto significa que tanto el productor, el importador como el minorista deben ser miembros de la World Fair Trade Organization (WFTO), lo que garantiza al consumidor que el producto y su cadena de suministro son producidos de manera justa. Desde el instituto hicimos campañas de información hasta conseguir que la comuna escribiese un contrato que la convirtió en comuna Fairtrade, que garantiza que todos los productos producidos en países en vías de desarrollo que compra la comuna, estén certificados Fairtrade. He aquí la fuerza de la literatura.
Claro que, según voy caminando, voy pensando que todo esto sigue pasando en África y que queda mucho por hacer. Millones de personas en África están dispuestas a dejar sus países de origen y el propio continente, para huir de la pobreza, la sequía, el cambio climático, la violencia, la guerra. Todo esto, en gran parte por culpa del legado colonial y la intervención extranjera. Si la sequía y el cambio climático tienen explicaciones naturales, aunque indirectamente causadas por los efectos del colonialismo, la violencia, los conflictos y las guerras que hoy asolan África, son todos consecuencia de la herencia del colonialismo o la intervención de potencias extranjeras, así como los factores económicos que los impulsan. Podemos empezar con la herencia de fronteras artificiales trazadas por las potencias coloniales en la Conferencia de Berlín de 1884-1885 sin tener en cuenta las divisiones étnicas, tribales y culturales que ha provocado tantas disputas territoriales y tensiones étnicas en muchos países africanos.
El conflicto en la República Democrática del Congo, entonces Zaire, tras la independencia en 1960, en el que tanto EE.UU. como la URSS apoyaron a diferentes líderes, incluidos Patrice Lumumba y Mobutu Sese Seko, es el que primero me viene a la memoria. El Congo Belga obtuvo su independencia de Bélgica el 30 de junio de 1960 y Patrice Lumumba, el líder del Movimiento Nacional Congoleño , fue su primer Primer Ministro, mientras que Joseph Kasavubu fue nombrado presidente. Pero, poco después de la independencia, la provincia de Katanga, rica en minerales y liderada por Moïse Tshombe, declaró su secesión del nuevo estado congoleño. Tshombe, que estaba apoyado por intereses empresariales belgas de la compañía minera Union Minière, buscó crear un estado independiente para proteger los intereses económicos extranjeros en la región, con la ayuda de una intervención militar belga, que fue condenada por el gobierno central y por las Naciones Unidas.
La Organización de las Naciones Unidas intervino con sus cascos azules para restaurar el orden y apoyar al gobierno central, estableciendo una misión de paz conocida como la Operación de las Naciones Unidas en el Congo (ONUC) que buscaba asegurar la integridad territorial del Congo y mediar en el conflicto, que fue muy criticada. En septiembre de 1960, el presidente Kasavubu destituyó a Lumumba, y en noviembre de 1960, Lumumba fue arrestado y entregado a las autoridades de Katanga, donde fue asesinado en enero de 1961, en circunstancias que involucraron a Tshombe y, potencialmente, a agentes de la inteligencia belga. Los conflictos siguieron alentados por los intereses económicos y la guerra fría y la inestabilidad llevó a un golpe de estado en 1965 encabezado por Joseph-Désiré Mobutu, más tarde conocido como Mobutu Sese Seko, que estableció una dictadura militar y cambió el nombre del país a Zaire en 1971, manteniéndose en el poder hasta 1997. Este conflicto nos bastaría para mostrar como la independencia abrupta, las luchas internas por el poder y las intervenciones extranjeras desestabilizan un país en desarrollo y tienen consecuencias prolongadas en su historia política y social. Todavía quedan muchas interrogantes por descubrir, respecto a los intereses que movieron y promovieron las guerras y conflictos del Congo.
Algo que aquí en Suecia se sigue estudiando fue la muerte del sueco Dag Hammarskjöld, el segundo Secretario General de las Naciones Unidas, que se estrelló cuando iba a bordo de un avión DC-6 de la compañía sueca Svenska Orient Linien, el 17 de septiembre de 1961, con destino a Ndola, en lo que era entonces la República del Congo, para una reunión con Tshombe. Hammarskjöld estaba en el Congo para intentar mediar en el conflicto que envolvía al país y en particular la crisis en la provincia de Katanga. En 2015, una investigación llevada a cabo por el Grupo de Expertos Independientes bajo la ONU encontró evidencia que sugería que el accidente podría haber sido el resultado de un acto de sabotaje o de violencia y, en ese caso, la pregunta és: ¿A quien le interesaba deshacerse de Hammarskjöld?
Estoy seguro de saltarme algún conflicto, pero, para seguir con una cierta cronología, la Guerra de Biafra (1967-1970) en Nigeria fue, al igual que había sido la del Congo, el producto de tensiones étnicas exacerbadas por divisiones coloniales. Fue un conflicto que costó la vida a alrededor de tres millones de personas que murieron básicamente por hambre y enfermedades, y cerca de 4 millones de igbos huyeron a Camerún como refugiados. Esta guerra llegó en un momento en que los medios; radio, televisión, periódicos, ya llegaban a todos los hogares de occidente, con sus imágenes terribles de niños hambrientos. El sufrimiento africano tenía un rostro y era imposible no darse cuenta de lo que ocurría. Es, posiblemente, el primer conflicto que yo, personalmente, tuve oportunidad de seguir y comentar con amigos y parientes. Se puede decir que tuvo para mí un efecto parecido al de la guerra de Vietnam. Era algo de lo que hablábamos en París, aquel mayo del 1968. No puedo remediarlo, esta lluvia me recuerda París y también Lisboa.
Y en paralelo, lo que comprobé el 1968 y 69 en Portugal, había conflictos coloniales entre nuestro vecino ibérico y movimientos de liberación en Angola, Mozambique y Guinea-Bissau. Chicos portugueses de mi edad me contaban ante un vaso de vinho verde todas sus vicisitudes para evitar el ser llamados al servicio militar, que allí era de 24 meses, y se arriesgaban a ser enviados a combatir en las guerras coloniales, lo que podía prolongar el tiempo bajo armas hasta los cuatro años. Muchos de estos jóvenes huían de Portugal hacia España o hacia el resto del mundo, a la menor oportunidad. Yo conocí algunos en Salamanca. Hacían bien en intentar fugarse, porque estas guerras le costaron la vida a alrededor de 14.000 portugueses. Las bajas africanas se estiman como al menos diez veces mayores. Esta realidad, tan cercana a nosotros en España, merece dedicarle una entrada especial. Recomiendo al que quiera saber más sobre la colonización portuguesa y el movimiento de descolonización que lea el trabajo de Miguel Cardina y Bruno Sena Martins: “Memorias cruzadas de la guerra colonial portuguesa y las luchas de liberación africanas: del imperio a los estados poscoloniales”. [6]
Otro de los focos de violencia que sacude África y sume en el caos a millones de africanos es el de Somalia y es que, el colonialismo en Somalia tuvo un impacto devastador que dejó al país con secuelas profundas en términos de desplazamiento, explotación económica, alteración de estructuras sociales y conflictos duraderos. Dividida en tres zonas: la británica, la francesa y la italiana, las políticas coloniales y la explotación económica llevaron a desplazamientos forzados de comunidades y a conflictos entre los diversos grupos étnicos y clanes somalíes.
En la Somalia Italiana, alrededor de las ciudades de Mogadiscio y Kismayo, el sistema de explotación agraria y las políticas de asentamiento forzado contribuyeron a tensiones y rebeliones. En la Somalia Británica, alrededor de la ciudad de Berbera, los británicos adoptaron una política de control indirecto a través de líderes locales y sistemas tradicionales. Sin embargo, esta política también llevó a conflictos con los clanes somalíes y a una serie de revueltas.
Djibouti fue colonizado exclusivamente por Francia, que lo llamó Somalilandia francesa en 1896. En 1967, pasó a llamarse Territorio Francés de los Afars y los Issas antes de obtener la independencia en 1977. Francia veía Djibouti principalmente como un puerto estratégico debido a su ubicación en el Golfo de Adén, controlando una de las rutas marítimas más importantes del mundo. Djibouti se convirtió en un importante puerto de abastecimiento y punto de conexión para las rutas comerciales entre Europa, el Cuerno de África y Asia. Los franceses, como los ingleses e italianos, fomentaron las políticas de “divide et impera” para evitar que los dominados se unieran y así mantener el control sobre ellos más fácilmente. Estas políticas han sembrado un odio que aún perdura y que hace imposible la formación de estados que puedan funcionar.
Quizás el ejemplo más terrible de los resultados de esa política de división haya sido la matanza de tutsis, el genocidio llevado a cabo en Ruanda en 1994. Aquí estamos ante el más claro ejemplo de como un poder colonial deja tras de si una funesta herencia de odios y agravios que imposibilitan cualquier forma de entendimiento entre los pueblos. Ruanda estaba históricamente habitada por dos grupos principales: los hutus, que estaban en mayoría y los tutsis, una minoría importante. Aunque las diferencias entre ambos grupos no eran tan pronunciadas antes del periodo colonial, los belgas, que colonizaron Ruanda, exacerbaron esas divisiones, favoreciendo deliberadamente a los tutsis en la administración colonial, lo que generó resentimientos entre los hutus. En 1933, los belgas implementaron un sistema de carnets de identidad étnicos, en los que cada ciudadano ruandés debía identificarse como hutu, tutsi o twa. Este sistema fijó las identidades étnicas de forma permanente y oficializó una distinción que antes no era tan estricta. Una vez que alguien tenía una designación étnica en su carnet, esta no podía cambiar y se transmitía a sus hijos. Cuando los hutus tomaron el control político después de la independencia en 1962, el carnet de identidad siguió utilizándose, pero esta vez con fines opuestos: para identificar y perseguir a los tutsis. Durante el genocidio de 1994, los carnets de identidad se convirtieron en herramientas letales. Los interahamwe, las milicias hutu, y las fuerzas del gobierno utilizaban los carnets para identificar a los tutsis y ejecutarlos en los puestos de control. Entre abril y julio de 1994, entre 800.000 y 1 millón de personas; hombres, mujeres y niños, en su mayoría tutsis, murieron masacrados. También murieron hutus moderados que se oponían al régimen genocida.
¡Cuanto sufrimiento, cuanta muerte, cuanta pobreza, cuanta tristeza, cuanto odio hemos sembrado los europeos en África! No hay ningún país europeo que no haya participado en este expolio, si no como país, hay miles y miles de ciudadanos europeos que han colaborado y participado en esas terribles empresas, y siguen hoy día, como si nada hubiese pasado. A una empresa sueca de energía, Lundin Oil, se le acusa de haber contribuido a la muerte de miles de personas en Sudán del Sur debido a su participación en actividades de exploración y explotación petrolera en la región durante la guerra civil sudanesa entre 1997 y 2003. El conflicto en Sudán involucraba al gobierno central en el norte, dominado por árabes musulmanes, y a movimientos rebeldes del sur, compuesto principalmente por africanos de origen cristiano y animista. La región rica en petróleo donde Lundin Oil operaba, conocida como Bloque 5A, estaba en medio del conflicto. Se afirma que, para proteger las actividades petroleras de la empresa, el gobierno sudanés y las milicias aliadas lanzaron una campaña de desplazamiento forzado, violencia y represión contra las comunidades locales. Durante las operaciones de Lundin Oil en Sudán, se estima que miles de personas murieron y decenas de miles fueron desplazadas de sus tierras. Los críticos argumentan que Lundin Oil ignoró las advertencias sobre las violaciones de derechos humanos que estaban ocurriendo en torno a sus concesiones petroleras. En 2010, una investigación liderada por el gobierno sueco fue iniciada, y algunos de los altos directivos de la empresa, como Ian Lundin y Alex Schneiter, han sido acusados de complicidad en crímenes de guerra. El caso sigue siendo objeto de investigaciones y procesos legales, aunque Lundin Oil ha negado cualquier responsabilidad directa en las muertes o en la violencia que tuvo lugar en la región. Sin embargo, organizaciones de derechos humanos y diversas investigaciones han señalado el papel de las compañías extranjeras como facilitadoras indirectas del conflicto y los abusos en Sudán del Sur. En septiembre de 2023 comenzó un proceso que ha llevado al banquillo a los responsables de la empresa. Los cargos ocupan 80.000 páginas y en su preparación han tardado las instancias diez años, desde el inicio del litigio en 2013. Es el mayor proceso iniciado en Suecia y se cree que durará hasta el 2026.[7]
Con mis estudiantes participé en la campaña “Tents of Hope” en 2008. Una campaña de un año en la que intentábamos hacer conocer la crisis en Darfur, creando tiendas de campaña que son tanto obras de arte únicas como puntos focales para aprender, ayudar y establecer relaciones con el pueblo de Sudán. Congregaciones, escuelas y grupos en más de 140 ciudades pintábamos estas tiendas con imágenes de esperanza, amor, libertad, humanidad y paz para crear conciencia sobre Darfur y recaudar fondos para el alivio humanitario. El proyecto culminó en noviembre de 2008 con la “Gathering of Tents” en Washington D.C. y allí fuimos con nuestros estudiantes y nuestra carpa.[8]
Bueno, pues, ¿a quien le puede extrañar que haya gente en África que esté dispuesta a arriesgar la vida por dejar su tierra? A diario, son miles los que lo intentan, algunos los que lo consiguen y muchos los que perecen en el intento. El Océano Atlántico y el mar Mediterráneo se están convirtiendo en fosas comunes para miles de personas cuyo único crimen ha sido el querer alcanzar una vida digna. La solución no es abrir las fronteras de par en par. África necesita a su gente, a sus jóvenes, a sus cerebros y a sus emprendedores, pero tenemos que construir un mundo de relaciones comerciales justas y debemos prestar ayuda, para que esos pueblos, que han sido explotados y humillados por nosotros, puedan alcanzar un desarrollo suficiente. Recordemos que nuestro bienestar se fundó con las ganancias de un comercio inmoral y cruel. Abajo, la herencia envenenada de los colonizadores. Abajo una foto de Joao, un cultivador en Cabo Verde por Manuel Fernández-Martos.
[1] https://archive.org/details/lasuvasdelaira00john/page/n5/mode/2up
[2] https://archive.org/details/in.ernet.dli.2015.24492/page/n9/mode/2up
[3] La Primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), tuvo lugar en Ginebra, Suiza, del 23 de marzo al 16 de junio de 19641. Esta conferencia fue crucial para el desarrollo del concepto de comercio justo.
[4] https://wfto.com/
[5] https://www.fairtrade.net/
[6] https://estudogeral.sib.uc.pt/bitstream/10316/89043/1/Memorias%20cruzadas%20de%20la%20guerra%20colonial.pdf
[7] https://crd.org/2023/09/05/report-1-landmark-trial-at-stockholm-district-court-allegations-of-complicity-in-serious-international-crimes-in-sudan-1997-2003-against-two-corporate-leaders/
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