Esta mañana otoñal me incita a caminar. Hoy voy haciendo la ruta de los parques, desde Tuna hasta Sankt Lars. Paso por la estatua de Esaias Tegnér, el ilustre académico-escritor-obispo, padre de la conciencia nórdica, defensor de la idea de reunir a daneses, suecos y noruegos bajo una misma bandera. La idea que pudo ser y que quedó rota un día como hoy, 23 de septiembre de 1905, con el tratado de Karlstad, en paz y armonía, eso sí, que rompía la unión bajo un mismo monarca de Suecia y Noruega, conseguida 90 años antes. El escandinavismo, que había nacido de la estela que dejaba en Europa la era napoleónica, moría, con este tratado, en paz y sin muchos aspavientos. Tegnér, que apoyó y vio nacer el intento y le dedicó su poema Nore, vivió soñando en que un día no muy lejano, Dinamarca también se uniría a Suecia-Noruega construyendo así las bases de una nación futura, basada en la remota historia, la lengua y el reconocimiento de un futuro común. En el poema Nore[1] escribe Tegnér:
Bienvenido a mi pecho, bienvenido, alto Nore.
¡Tú, hijo de los Aesir y de la fuerza!
Allí está tu lugar. ¡Ay de nosotros si fuera olvidado,
pues estuviste demasiado tiempo separado de allí!
En el Norte habrá una fuerza, una voluntad unida,
lo que Dios ha unido no lo separen los golpes del destino.[2]
—
El día amanecerá, y pronto, que coronará la gloria del Norte,
y unirá a los hijos de los Aesir[3] en la tierra de los Aesir,
cuando la isla de Gefion[4], con los hijos de Juels y de Tordenskjold[5],
ancla como barco guardián ante el norte cerrado por montañas.
No te acerques demasiado, vikingo. Ella descansa tranquila en los juncos,
pero el gallo rojo de la batalla canta en la proa.[6]
Para Tégner, esta unión era un primer paso hacia la unión de los pueblos escandinavos. Todo había comenzado unos pocos años atrás, durante las guerras napoleónicas, cuando Dinamarca-Noruega, que hasta entonces era una unión de ambos reinos bajo una sola corona, se alió con Napoleón. Como consecuencia, en 1814, después de la derrota de Napoleón, en la cual el príncipe heredero de la corona sueca, el mariscal francés Jean Baptiste Bernadotte, había jugado un papel importante, Dinamarca fue forzada a ceder Noruega a Suecia por el Tratado de Kiel, el 14 de enero de 1814. Esto se decidió en las negociaciones de paz entre Dinamarca y Suecia, bajo la presión de las potencias vencedoras como el Reino Unido y Rusia. Suecia, que había perdido Finlandia a manos de Rusia en 1809, buscaba compensar esa pérdida territorial adquiriendo Noruega. Digo adquiriendo, porque no recibieron Noruega de Balde, sino que tuvieron que compensar a Dinamarca por ello con un millón de Riksdaler y posesiones en el Báltico, entre otras, la isla de Rügen.
Pero, los noruegos no aceptaron pasivamente el tratado, ya que deseaban mantener su independencia y evitar ser simplemente anexados a Suecia. En respuesta, en la primavera de 1814, los líderes noruegos redactaron la Constitución de Eidsvoll, el 17 de mayo[7] de 1814, estableciendo a Noruega como un reino independiente y eligiendo al príncipe heredero danés Christian Frederik como rey de Noruega. Sin embargo, Suecia, liderada por el príncipe heredero Carlos Juan, el anteriormente llamado Jean Baptiste Bernadotte, antiguo mariscal napoleónico, invadió Noruega en el verano de 1814. Tras una breve campaña militar, las partes acordaron el Convenio de Moss (14 de agosto de 1814), que permitió a Noruega mantener su nueva constitución, pero bajo una unión con Suecia, compartiendo un monarca. Aun no llegando a alcanzar el nivel de unión deseado por Suecia, para Tégner, suponía un gran paso hacia la unión de Escandinavia.
En realidad, esta unión fue más una forma de hacer realidad los sueños de los nacionalistas suecos, entre los cuales Tégner se encontraba, de unir Escandinavia bajo un mismo trono. La pérdida de Finlandia en 1809 había sido un golpe muy duro a la autoestima de los suecos. Tegnér quería recordar a los noruegos que, si no conseguían unirse, caerían los dos pueblos unidos en la desgracia:
Así fueron separados nuestros pechos por las montañas y las espadas,
nuestra fuerza fue desperdiciada, nuestro pecho se enfrió.
Con el estruendo de mis hazañas llené el mundo por un tiempo[8],
y al final — con el estruendo de mi caída[9].
Al final quedamos allí, a la sombra de las ramas del bosque,
sobre las piedras conmemorativas caídas en la tumba del Norte.[10]
Un sueño de unidad que los noruegos en general no compartían, aunque Noruega y Suecia compartían el mismo rey. Lucharon los noruegos por su constitución y cada país conservó sus propias instituciones, leyes y ejército. La relación era asimétrica: Suecia tenía más influencia política en la unión, y el monarca residía en Estocolmo. Sin embargo, Noruega mantenía un parlamento independiente, el Storting, y gran autonomía interna. El rey de Suecia gobernaba Noruega a través de un virrey, y existía una oficina conjunta de relaciones exteriores que era controlada por Suecia, lo que a fin de cuentas fue una fuente de conflicto a lo largo del tiempo y posiblemente la principal razón de que los noruegos reclamasen la disolución de la unión a la que, según ellos, se les había obligado. Los noruegos querían tener su propio cuerpo diplomático y mayor independencia en asuntos internacionales. Los países periféricos, que no colonias, que habían pertenecido a Noruega: Islandia[11], Grönland y las islas Färö pasaron a ser controlados por Dinamarca.
A nivel económico, Suecia y Noruega eran diferentes. Mientras que Suecia se industrializaba rápidamente, Noruega seguía siendo en gran medida una nación agrícola y marinera; vivía del bacalao y de la madera y su comercio se dirigía sobre todo hacia Inglaterra. En realidad, esto seguiría siendo así si no se hubiese encontrado petróleo en la zona económica de Noruega del Mar del Norte en 1969[12]. Estas diferencias también afectaban las políticas y los intereses de ambos países. Noruega dependía mucho del comercio internacional y necesitaba una política de libre comercio, ya que exportaba principalmente productos como pescado, madera y minerales. Suecia, en cambio, tenía una política más proteccionista, especialmente para proteger su emergente industria manufacturera. Estas circunstancias creaban continuamente fricciones, ya que las decisiones comerciales que favorecían a Suecia no siempre beneficiaban a Noruega, que quería un sistema más abierto para sus exportaciones. El punto de disputa económico y político más relevante era que Suecia tenía el control de la política exterior y los consulados, lo que significaba que los intereses comerciales de Noruega en el extranjero estaban gestionados desde Suecia. Noruega quería tener su propio servicio consular independiente para poder negociar y proteger mejor sus intereses comerciales. Esta demanda se convirtió en una cuestión clave a principios del siglo XX, y la negativa de Suecia a conceder esta independencia fue uno de los factores que precipitó la ruptura de la unión. Es así que se llegó al 23 de septiembre de 1905.
En Suecia había sectores, particularmente dentro del ejército y algunos políticos conservadores, que se oponían a la disolución, el gobierno sueco finalmente optó por una solución diplomática. La posibilidad de un conflicto armado era real, pero Suecia no estaba dispuesta a iniciar una guerra contra Noruega para mantener la unión. El rey Oscar II de Suecia inicialmente se opuso a la disolución, pero aceptó que no había una base sólida para imponer la unión por la fuerza, especialmente ante la resistencia noruega y la opinión internacional.
Las tensiones económicas, como el conflicto sobre la política comercial y la demanda noruega de autonomía consular, habían generado frustración en ambos países. Tras años de desacuerdos y disputas políticas, ambas partes reconocieron que la unión ya no era funcional y que seguir manteniéndola solo perpetuaría la discordia. Las potencias extranjeras, especialmente Reino Unido y Alemania, alentaron una solución pacífica, ya que ninguna de las grandes potencias quería una guerra en Escandinavia que pudiera desestabilizar la región. Noruega también contaba con cierto apoyo internacional para su derecho a la autodeterminación. La diplomacia jugó por tanto un papel crucial en las negociaciones entre los dos países. La mayoría de los líderes políticos suecos y noruegos estaban a favor de una solución negociada.
En Noruega, se llevó a cabo un referéndum en agosto de 1905 en el que el 99.95 % de los votantes noruegos se pronunciaron a favor de la disolución. Esto dejó claro que el pueblo noruego deseaba la independencia, lo que reforzó la decisión de seguir un camino pacífico. Pero, a mediados de septiembre de 1905, la guerra no estaba todavía descartada. La situación de las conversaciones estaba estancada y el peligro de guerra se consideraba inminente en ambos países. Noruega movilizó el 13 de septiembre, y unos pocos días después tenía 22,500 hombres armados en las tropas fronterizas y en la marina. Frente a la costa de Bohuslän, la flota sueca estaba lista, con los motores en marcha día y noche, listos para zarpar para intervenir al primer aviso. Los negociadores noruegos resistieron hasta el último momento, especialmente en lo que respecta a la demanda de que las fortalezas fronterizas suecas fueran demolidas, y el último día prevaleció la opinión, al menos entre los negociadores suecos, de que la guerra, a pesar de todo, iba a estallar. El momento más tenso fue simbolizado por la acción del ministro de Relaciones Exteriores noruego, Jørgen Løvland, quien sacó su reloj para saber “a qué hora había estallado la guerra.” No obstante, a última hora, se consiguió llegar al convenio de Karlstad justo un día como hoy, un acuerdo negociado que permitió una disolución ordenada y pacífica de la unión. Se acordó una retirada mutua de las tropas de las fronteras, y Noruega se comprometió a no tomar decisiones que pudieran amenazar la seguridad de Suecia.
Tanto Suecia como Noruega entendían que, después de la disolución, seguirían siendo vecinos cercanos con profundos lazos históricos, culturales y económicos. La posibilidad de una guerra que dañara las relaciones futuras y la estabilidad regional no era atractiva para ninguno de los dos países. Después de la disolución, las relaciones entre Suecia y Noruega mejoraron considerablemente.
El que esté leyendo estas líneas y me conozca, pensará que quiero hacer alguna comparación, y tiene mucha razón. Quiero comparar este proceso que llevó, primero a la unión, y después a la disolución de esta unión 90 años después, con lo que ocurrió en lugares tan dispares como Portugal, respecto a España y Eslovaquia respecto a Chequia. Al final iré también a la comparación que todos esperáis, pero, que, al no haber sido consumada, no puede considerarse en el mismo análisis. Primero, la más antigua, la separación de Portugal del reino de España en 1640.
Paso a relatar la breve historia de la Unión Ibérica. Una unión comparable a la que Esaias Tegnér se pensaba para Escandinavia y que, de haber prevalecido, hubiera podido ser muy provechosa, creo yo, para los dos pueblos. En 1580, el rey de Portugal, Sebastián I, murió a los 24 años en la batalla de Alcazarquivir, cerca de Larache, el 4 de agosto de 1578, sin un heredero directo. Su muerte dejó un vacío de poder y una crisis sucesoria, ya que varios pretendientes reclamaban el trono. Su figura, como paladín de la religión católica, tenía tanto arraigo, que después de su muerte dio lugar a los rumores de que había sobrevivido la batalla y regresaría para defender Portugal. Hasta cuatro impostores clamaron ser el fallecido rey y, la creencia en su retorno dio nombre a un movimiento piadoso-político que lleva el nombre de sebastianismo. Llegado aquí, permitidme decir algo sobre esta creencia que, aunque parezca rebuscado, se parece mucho al mito chiita del “Mahdi”. El sebastianismo es una creencia popular en Portugal, surgida tras la desaparición del rey Sebastián I en la batalla de Alcázarquivir, donde muchos portugueses creían que no había muerto, ya que no se encontró el cadáver, sino que regresaría algún día para restaurar la gloria y grandeza de Portugal. En la rama chiita del islam, existe la creencia de que el duodécimo imán, conocido como el Imán Mahdi, entró en un estado de ocultación en el siglo IX y que regresará al final de los tiempos para traer justicia, derrotar el mal y establecer un gobierno justo en la Tierra. Se le considera un salvador mesiánico. Hasta aquí la comparación. Sigamos ahora con España y Portugal.
Felipe II de España, reclamó la corona del país vecino, como nieto de Manuel I de Portugal, argumentando que tenía derechos dinásticos sobre el reino tras la muerte de Sebastián, ya que su madre era hija de una princesa portuguesa. Con el apoyo de algunos nobles portugueses, Felipe II inició su campaña para convertirse en rey de Portugal, lo que consiguió, no sin antes hacer uso de las armas contra su principal oponente, Antonio, prior de Crato e hijo ilegítimo de Luis de Avis. Felipe II se plantó con 35.000 soldados bajo órdenes del duque de Alba y una potente flota enviada desde Cádiz para someter Lisboa. Quitando una pequeña resistencia inicial en Oporto, Felipe II pudo tomar comando de su nuevo reino sin contratiempos. El 25 de marzo de 1581 Felipe fue aclamado como rey, con el nombre de Felipe I de Portugal y reconocido oficialmente por las Cortes de Tomar. Aquí encontramos una importante excepción, parecida a la que encontramos en la unión de Suecia y Noruega, pero de mucha más importancia. La aceptación del nuevo rey se hizo bajo la condición de que los territorios portugueses y sus colonias mantuvieran sus propias Cortes, derechos y privilegios, sin ser anexionadas a Castilla como provincias españolas.
Resultó, que la Unión Ibérica permitió a España y Portugal combinar sus recursos y flotas, permitiendo una mayor expansión en el ámbito colonial, lo que facilitó el comercio y la explotación de recursos en América, Asia y África. La unión ayudó a asegurar y consolidar rutas comerciales en el Atlántico y el Índico, por la combinación de las flotas de ambos países, que permitió una mejor defensa de sus intereses coloniales y un aumento en la influencia en el comercio marítimo. Bueno para España y Portugal, malo para Inglaterra. La unión fue mal recibida por muchos portugueses, que sentían que sus intereses estaban siendo ignorados y que eran gobernados por un monarca extranjero. Esto generó un sentimiento de resistencia y descontento que creció con el tiempo. Inglaterra mostró simpatía por las aspiraciones de independencia de algunos sectores en Portugal y, su apoyo implícito o explícito a los movimientos de resistencia en Portugal contribuyó a fortalecer el deseo de los portugueses de liberarse del control español. Para lo que Inglaterra utilizó la diplomacia, creando tensiones entre los países ibéricos y fomentando descontentos dentro de los territorios controlados por España y Portugal. Esto incluyó el uso de propaganda y el fortalecimiento de la disidencia. Esa política inglesa también fue utilizada paralelamente durante la guerra de los ochenta años, entre los Países Bajos y España, aunque también Inglaterra se encontraba en una situación altamente confusa en esas fechas, premonitoras de la inminente guerra civil. La Unión Ibérica duró 60 años, 88 si contamos los 28 años de guerra tras la revuelta de 1640.
La revuelta de 1640 en Portugal tuvo éxito porque los acontecimientos devenidos en Cataluña obligaron al ejercito español en la península a concentrarse en el conflicto catalán y porque, en esas fechas, todo sucedía dentro del contexto de la guerra de los Treinta Años y de la reanudación de la guerra de los Ochenta Años contra los rebeldes de las Provincias Unidas de Holanda y Zelanda. Ahora bien, puestos a sumar y restar haciendo el balance de lo ocurrido desde 1640: ¿Estarían Portugal y España mejor o peor si se hubiera mantenido la Unión Ibérica hasta nuestros días?
Supongamos que la Unión hubiera sobrevivido la revuelta del 1640. La combinación de los recursos y territorios de ambas naciones, tanto en Europa como en sus antiguas colonias (especialmente en América y Asia), podría haber creado una superpotencia económica en los siglos XVII y XVIII. La concentración del comercio en un solo imperio colonial podría haber hecho a la Unión Ibérica más competitiva frente a otras potencias coloniales, como Inglaterra o Francia. Un Estado ibérico unificado habría tenido mayor capacidad militar para defender sus territorios y mantener un papel dominante en Europa y en el mundo colonial. Podría haber sido una potencia capaz de equilibrar a Francia, Inglaterra y otros rivales europeos en el ámbito militar. Una unión prolongada podría haber creado una mayor integración cultural y lingüística entre España y Portugal. Aunque inicialmente se podrían haber resistido los intentos de homogeneización, a largo plazo, podría haberse dado un mestizaje cultural más profundo que uniera a los pueblos ibéricos en una identidad común. En la actualidad tendría ese estado más peso en términos de votos, influencia política y recursos económicos, probablemente jugando un papel similar o mayor al de países como Italia, Alemania o Francia. ¿Quién salió ganando con la revuelta? Me atrevo a contestar que a corto plazo la nobleza portuguesa, que había perdido influencia y estatus bajo el dominio de los Habsburgo, se benefició enormemente de la revuelta. La guerra les permitió retomar el control de la administración y las tierras en Portugal, además de asumir cargos importantes en el gobierno. Asimismo, la burguesía comercial portuguesa, especialmente aquellos vinculados al comercio colonial y marítimo, recuperó una mayor autonomía económica y política. Bajo el gobierno español, Portugal había visto cómo se descuidaban sus intereses comerciales en favor de las políticas imperialistas de España, por lo que la independencia les devolvió el control sobre sus propias rutas comerciales. A largo plazo no se sabe. Seguiré con las comparaciones mañana o pasado, según venga el tiempo.
[1] Por Noruega. Una representación humanizada de la nación noruega.
[2] Välkommen till mitt bröst, välkommen höga Nore!
Du Åsarnas och styrkans son!
Der är din plats. Ve oss om den förgäten vore,
du var för länge skild der från.
I Norden vara skall en kraft, en enig vilja,
hvad Gud förenat må ej men skor skilja.
[3] Los dioses nórdicos: Odín, Thor, Frigg,Tyr, Baldur y muchos más.
[4] Aquí representa la diosa Gefion a Dinamarca.
[5] Dos heroes navales daneses.
[6] Den dag skall gry, och snart, som Nordens ära kröner,
och enar Asars barn på Asars jord,
då Gefions ö med Juels, med Tordensköldars söner,
som vaktskepp ankrar utför fjällstängd nord.
Träd viking, ej för när. Hon hvilar lugnt i säfven,
men stridens röda hane gal i stäfven.
[7] Fecha en que se celebra esta constitución como la fiesta nacional Noruega.
[8] Aquí habla Suecia, recordando su tiempo como gran potencia europea.
[9] La pérdida de Finlandia.
[10] Så skildes våra bröst af fjällarne och svärden,
vår kraft blef spilld, vår barm blef kall.
Med mina bragders dån en tid jag fyllde verlden,
och sist — med dånet af mitt fall.
Till slut vi stodo der, i skygd af lundens grenar
på Nordens graf förfallna bautastenar.
[11] Menos unos días en 1809, cuando el famoso Jörundur hundadagakonungur (en islandés: Jörundur el de los días de perro). De este señor tengo que escribir algún día porque no tiene desperdicio.
[12] A principios de la década de 1960, las grandes compañías petroleras internacionales comenzaron a interesarse por la exploración en el Mar del Norte debido a los avances en la tecnología de perforación y a los indicios de que podría haber hidrocarburos en la región. En 1962, Noruega declaró su soberanía sobre los recursos en la plataforma continental noruega, preparando el terreno para las futuras exploraciones. La empresa Phillips Petroleum fue la que realizó el descubrimiento más importante en el yacimiento de Ekofisk en diciembre de 1969, que confirmó la presencia de grandes reservas de petróleo. Ahora, Noruega es el país más rico de Escandinavia y uno de los más ricos del mundo. Si se hubiera sabido esto en 1905, no hubiera sido tan pacifica la separación.
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