Paseando por las calles a solo un día después de la victoria electoral de Trump en las elecciones presidenciales del país más poderoso del mundo, escucho por la radio las explicaciones, que informadores y políticos tratan de ofrecer. Casi todos se lamentan de las llamadas “fake news” y echan la culpa de la derrota de Harris al efecto que, la divulgación de bulos a través de los nuevos medios de comunicación de masas, ha venido a representar. La mentira, claman, se ha apoderado de la escena política. Oyendo este rasgarse las vestiduras de algunos, me pregunto, si no debían de repasar un poco la historia, no solo la reciente o contemporánea, sino la historia en todo su profundo pasado.

«Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira»/ Ramón de Campoamor

En realidad, desde el mismo momento en que se inventó la escritura, este invento fue usado para difundir mentiras. No solo mentiras, claro está, pero en gran medida. Así que, cuando usamos las fuentes tradicionales de la historia, los escritos originales, las inscripciones etc. debemos siempre dudar, no de la autenticidad de las fuentes, sino de lo que están nos cuentan sobre los hechos que explican. Ya en tiempos tan remotos como en el año 1274 antes de nuestra era, el faraón Ramsés II, mintió como un bellaco sobre los resultados de la Batalla de Kadesh contra los hititas. Aunque el resultado fue más un empate que una victoria, Ramsés difundió la idea de una gran victoria para fortalecer su autoridad y reputación. Ordenó que esta «victoria» se grabara en templos y monumentos, lo que creó una narrativa oficial en Egipto que favorecía su liderazgo. Un bulo grabado en piedra. Al faraón no le votaba el pueblo, pero era importante para él dar a entender que era un dirigente poderoso y eficaz.

Permítaseme dar un salto considerable, para no cansar, y plantarme en la antigua Roma, donde el emperador Augusto escribió o mandó escribir las Res Gestae Divi Augusti (las gestas del divino Augusto), un documento que detallaba sus «logros», presentándose como un salvador de Roma, y omitiendo detalles importantes, como los métodos brutales para consolidar su poder. También minimizó la violencia de las guerras civiles que lo llevaron al poder, Esta narrativa sirvió para legitimar su régimen y afianzar la imagen de «pax romana», que él deseaba infundir.

En la Edad Media, la donación de Constantino, documento falsificado, creado en el siglo VIII, afirmaba que el emperador romano Constantino el Grande había transferido el control de gran parte del Imperio Romano de Occidente al Papa Silvestre I y sus sucesores. La Iglesia utilizó este documento para justificar su autoridad sobre los territorios de Europa Occidental y para reclamar privilegios políticos y territoriales. Aunque fue expuesto como falso en el Renacimiento por el erudito Lorenzo Valla[1], la Donación de Constantino fue una mentira poderosa durante siglos.

En el siglo XIV, durante la pandemia de la peste negra, surgió el mito de que los judíos estaban envenenando los pozos para propagar la enfermedad. Esta mentira, que no tenía ninguna base, provocó la persecución y asesinato de miles de judíos en diferentes regiones de Europa. El mito se difundió rápidamente debido al miedo, la ignorancia y el antisemitismo generalizado, y fue utilizado como pretexto para masacrar y expulsar comunidades judías. Este bulo se repitió a lo largo de la historia y ha sido empleado, junto a bulos parecidos, hasta nuestros días para demonizar a los judíos, en algunos países del Medio Oriente. Grupos extremistas han utilizado esta narrativa en propaganda antisemita. Por ejemplo, han circulado rumores y acusaciones sin fundamento que afirman que los judíos envenenan alimentos o el agua de poblaciones palestinas. En 1983, el ministro de Defensa sirio, Mustafa Tlass, publicó un libro titulado El Matzoh de Sión, que difundía la mentira medieval del libelo de sangre, acusando a los judíos de matar niños cristianos y musulmanes para rituales religiosos. Esta obra, que carece de base histórica, fue promovida en la región y contribuyó a la hostilidad y es usada todavía hoy en medios islamistas. Durante la pandemia de COVID-19, algunas teorías conspirativas antisemitas sugirieron que los judíos estaban detrás de la propagación del virus o que lo habían creado para beneficiarse económicamente de la crisis. Aunque no se trataba del «envenenamiento de pozos» en sentido literal, la narrativa era similar.

Un auténtico virtuoso en el arte de manejar los medios de información de los que disponía era el rey sueco Gustavo Adolfo (Gustav II Adolf), el rey que se convirtió en pastel tras morir en la batalla de Lützen el 6 de noviembre de 1632. Este rey, llevó a Suecia a la guerra en Alemania, apoyado por subvenciones francesas, para, en interés francés, debilitar el poder de los Austrias y apoyar a los protestantes. Aprendió a utilizar la imprenta, que era el medio que tenía a mano, para distribuir relatos que desprestigiasen a los católicos y realzaran su persona, como el salvador. Cientos de miles de octavillas con grabados de famosos artistas fueron distribuidas por toda Alemania. En su propaganda, Gustavo Adolfo acusó a los ejércitos católicos de ser brutalmente opresores y de llevar a cabo masacres en ciudades protestantes. La propaganda sueca representaba a los católicos como crueles y bárbaros, justificando así la intervención sueca. Este enfoque ayudó a radicalizar a la población protestante, que veía la intervención sueca como una lucha por la supervivencia frente a la supuesta brutalidad católica. Este tipo de propaganda es reconocible en los relatos de la actual guerra de Ucrania, en la que ambos lados se acusan de atrocidades.

La propaganda sueca promovía además la idea de que el ejército de Gustavo Adolfo era disciplinado, piadoso y moralmente superior a los ejércitos católicos. Sin embargo, al igual que otros ejércitos de la época, sus tropas cometían saqueos y actos de violencia. Este contraste entre la imagen idealizada y la realidad ayudaba a mantener una narrativa positiva en los territorios protestantes, pero la realidad en las zonas de ocupación sueca era mucho menos noble. Gustavo Adolfo prometía por ejemplo libertad religiosa a las poblaciones protestantes de los territorios que entraban bajo su control, presentándose como un protector de sus derechos religiosos. Sin embargo, en la práctica, sus políticas se adaptaban a sus necesidades estratégicas. En muchos casos, su ejército tomó el control de ciudades protestantes y obligó a los habitantes a contribuir con recursos y a obedecer el dominio sueco, en claro contraste con la imagen que su propaganda proyectaba de él como un «libertador».

los líderes de la revolución francesa, como Robespierre, Marat y Danton, utilizaron la propaganda para consolidar sus posiciones y presentarse como defensores del pueblo. Los medios revolucionarios los retrataban como “héroes de la libertad” mientras que, a sus opositores, tanto monárquicos como otros revolucionarios moderados, se los presentaba como “enemigos del pueblo”. Estas tácticas ayudaron a justificar la violencia y la represión contra quienes eran considerados “traidores” a la revolución. Antes y durante la revolución, María Antonieta fue el blanco de una intensa campaña de desprestigio. Fue representada en panfletos y caricaturas como derrochadora, insensible e inmoral, con acusaciones falsas, como la famosa frase “¡Que coman pasteles!” (que nunca pronunció) o su supuesta vida licenciosa en el Petit Trianon. Historias que contribuyeron a crear una imagen de la monarquía como corrupta y desconectada de las penurias del pueblo, justificando así el movimiento revolucionario. La propaganda revolucionaria también sostenía que los monarcas europeos estaban conspirando para invadir Francia y restaurar a Luis XVI al trono con plenos poderes. la propaganda exageraba la amenaza de invasión para justificar la ejecución de Luis XVI como una medida de “seguridad nacional”. Las acusaciones de que el rey estaba conspirando activamente con los enemigos extranjeros aumentaron la paranoia y contribuyeron a la caída de la monarquía.

Napoleón usó la propaganda para construir una imagen de sí mismo como un líder cercano al pueblo, interesado en mejorar la vida de los ciudadanos. A través de los llamados “Boletines de la Gran Armada,” Napoleón describía sus campañas y hazañas heroicas en un lenguaje dramático, presentándose como un protector del pueblo francés. En realidad, muchas de sus guerras y políticas causaron sufrimiento y pobreza, pero la propaganda se encargaba de difundir una imagen de sacrificio en nombre de la gloria de Francia. Napoleón utilizaba referendos o plebiscitos para legitimar su poder, pero manipulaba los resultados para dar una apariencia de apoyo popular. Por ejemplo, en el plebiscito de 1804, el que lo nombró emperador, los resultados mostraban una abrumadora mayoría a su favor. En realidad, los resultados fueron manipulados, y la votación no era libre ni democrática. Sin embargo, al presentar su ascenso al trono como el deseo del pueblo francés, Napoleón pudo mantener la imagen de un líder que respetaba la voluntad popular.

En España tenemos también un gran manipulador, más o menos coetáneo con Napoleón, y llamado por algunos “El deseado”. Fernando VII empleó la mentira como una herramienta para mantener su poder y manipular la opinión pública. Las promesas incumplidas, las tergiversaciones de los hechos y las mentiras propagadas a través de la prensa y otros medios de comunicación le permitieron consolidar su imagen como defensor de la monarquía y de la “unidad” de España, a pesar de que su gobierno estuvo marcado por la represión, la inestabilidad y la pérdida de las colonias americanas. A lo largo de todo su reinado, Fernando VII utilizó el concepto de “traición” para justificar las purgas políticas, las represión y las políticas autoritarias. Consideraba traidores a aquellos que se oponían a su régimen y usó la mentira para crear una narrativa en la que los liberales, los republicanos y los defensores de la Constitución eran los enemigos de España y del “orden natural”. Este enfoque de «usarlos como chivos expiatorios» permitió que el rey mantuviera un control autoritario sobre el país, a pesar de las presiones internas y externas para que implantara reformas políticas.

Ya en el siglo XX es difícil saltarse el ejemplo de Goebbels, que fue uno de los principales promotores de la idea de que los judíos representaban una amenaza para Alemania y el mundo, utilizando teorías de conspiración que afirmaban falsamente que los judíos controlaban la economía mundial, los bancos y los medios de comunicación. A su disposición tenía Goebbels un aparato de propaganda que ya había trascendido los límites de la palabra escrita. En la radio, los periódicos, en discursos y en películas como El judío eterno, Goebbels retrataba a los judíos como traidores, corruptores y enemigos internos que debilitaban a Alemania. Estas mentiras sentaron las bases para la persecución y, finalmente, el Holocausto, deshumanizando a la comunidad judía y justificando la violencia en su contra.

Goebbels controlaba absolutamente todos los medios de comunicación en Alemania. Los periódicos, la radio y las películas estaban bajo una estricta supervisión, y cualquier opinión contraria al régimen era suprimida. La verdad era distorsionada y toda la información provenía de fuentes controladas por el Estado, lo que dificultaba enormemente que la población pudiera acceder a la realidad de lo que ocurría en el frente de batalla o en los campos de concentración. A través de este monopolio de la información, Goebbels creó una “realidad paralela” en la que el régimen nazi siempre tenía la razón y todos los actos estaban justificados. Este genio maléfico de la propaganda no solo utilizó los medios oficiales para difundir mentiras, sino también rumores cuidadosamente diseñados para generar miedo y odio. A través de rumores, se insinuaba que los aliados, en caso de ganar la guerra, llevarían a cabo represalias violentas contra el pueblo alemán, o que cometerían atrocidades contra mujeres y niños. ¿Verdad que se parece mucho a los bulos que se pueden encontrar hoy en las redes?

Es tan importante conocer los métodos de trabajo de este brujo de la mentira premeditada, que vale la pena citarle, en la exposición de sus 11 “principios” de la propaganda nazi creados por Goebbels:

  1. Principio de simplificación y del único enemigo. Adoptar una sola idea, un solo símbolo; individualizar al adversario en un único enemigo.
  2. Principio del método de contagio. Agrupar a diversos adversarios en una sola categoría o individuo; los adversarios deben ser presentados como una suma individual.
  3. Principio de la transposición. Cargar al oponente con sus propios errores o defectos, respondiendo al ataque con otro ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan.”
  4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en una amenaza grave.
  5. Principio de popularización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a quienes va dirigida. Cuanto mayor sea la masa a convencer, menor debe ser el esfuerzo mental que se debe hacer. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión pobre; además, tienen gran facilidad para olvidar.”
  6. Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un pequeño número de ideas y repetirse sin cesar, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo en el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.” De aquí proviene también la famosa frase: “Si una mentira se repite lo suficiente, finalmente se convierte en verdad.”
  7. Principio de renovación. La nueva información y los argumentos deben ser difundidos constantemente a tal velocidad que cuando el oponente responda, el público ya estará interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca deben poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
  8. Principio de plausibilidad. Construir los argumentos desde diversas fuentes, mediante lo que se llaman sondeos de globo o información fragmentada.
  9. Principio de silenciamiento. Silenciar los temas sobre los cuales no se tienen argumentos y disfrazar las noticias que favorecen al adversario, contraprogramando también con la ayuda de medios relacionados.
  10. Principio de transfusión. Como regla general, la propaganda siempre opera desde un sustrato preexistente, sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan echar raíces en actitudes primitivas.
  11. Principio de unanimidad. Convencer a muchas personas de que piensan “como todo el mundo”, creando la impresión de unanimidad.

Este cóctel de mentiras es perfectamente reconocible en muchos políticos, como Hitler, Stalin, Mussolini, Franco, Castro, Mao. Trump es solo uno más en la lista, pero lo importante es saber ¿por qué triunfa la mentira? ¿Qué es lo que nos lleva a seguir a líderes que nos mienten? ¿Por qué dejamos que nos engañen? Yo creo que es un defecto humano, con el que estamos condenados a vivir. Los seres humanos tenemos una capacidad limitada para procesar información y, a menudo recurrimos a atajos mentales, las llamadas heurísticas, para tomar decisiones, como el sesgo de confirmación. Este sesgo nos lleva a buscar, interpretar y recordar información de una manera que confirma nuestras creencias preexistentes. Las posibles evidencias que las contradicen, las ignoramos. Si un político utiliza bulos que se alinean con las creencias o miedos de nuestro grupo, los votantes somos más propensos a creérnoslos sin cuestionarlos. Además, como lo explicó Goebbels, «si una mentira se repite lo suficiente, finalmente se convierte en verdad». La repetición constante de un mensaje erróneo y engañoso puede hacer que lo aceptemos como cierto, incluso si carece de evidencia. Los políticos que utilizan bulos y desinformación recurren a la repetición en sus discursos, anuncios y redes sociales.

Más reciente es la gran mentira difundida por el gobierno de Estados Unidos afirmando que Irak poseía armas de destrucción masiva, lo que sirvió como pretexto para invadir el país. Recuerdo el representante francés en el Consejo de Seguridad tratando de desmentir el bulo, sin éxito. Después de la invasión, no se encontraron tales armas, lo cual generó una gran controversia y desconfianza internacional. Esta mentira tuvo consecuencias geopolíticas de gran alcance y afectó la estabilidad de la región durante años, y aún sigue haciéndolo, y costó la vida de miles de personas. Hoy he sabido el resultado de un seguimiento exhaustivo realizado por The Washington Post, que lleva un registro detallado de las declaraciones falsas o engañosas hechas por Donald Trump. Según su análisis, Trump emitió alrededor de 30,000 afirmaciones falsas a lo largo de su mandato y parece que esto no le quitó votos en 2020. No conozco la cantidad de mentiras que habrá proferido en esta campaña, pero me resisto a creer que serán muchas menos.

Que nadie se llame a engaño. Nos creemos lo que nos queremos creer. Ninguna época ha sido mejor, en relación a la verdad o la mentira. En todos los tiempos, los lideres han usado la mentira para dominar a los pueblos, al menos eso es lo que nos muestra la historia y creo que, si nos pudiésemos remontar a la edad de piedra, también encontraríamos lideres mentirosos. Me como otro pastel de Gustavo Adolfo. Están riquísimos.


[1] https://www.gutenberg.org/files/70092/70092-h/70092-h.htm