Me despierto ya de mañana y recibo las felicitaciones de mis hijos en el día del padre. Yo me alegro en el alma de que este día no pase desapercibido, pero en el fondo pienso en un aniversario un poco olvidado, de gran importancia, del que pensaba escribir hoy: la Noche de los Cristales Rotos, Kristalnacht.[1]
La «Noche de los Cristales Rotos» (Kristallnacht), ocurrida entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938, fue un episodio sombrío en la historia del antisemitismo en Europa, donde el régimen nazi dio rienda suelta a la violencia organizada contra la comunidad judía en Alemania, la Austria anexada, y las áreas de los Sudetes de Checoslovaquia recientemente ocupadas por tropas alemanas. Instigada primariamente por los oficiales del Partido nazi y miembros de las SA (Sturmabteilungen o guardias de asalto) y la Juventud Hitleriana. Durante esa noche, decenas de judíos fueron asesinados y miles de sinagogas, negocios y hogares judíos fueron destrozados, marcando el inicio de la persecución sistemática que culminaría en el Holocausto. La fecha es un recordatorio crucial del peligro que acecha cuando el odio se convierte en política y se normaliza en la sociedad, cuando los prejuicios se institucionalizan, y la violencia se acepta como medio de resolución de conflictos. No lo debemos olvidar nunca.
Hoy, en el contexto de la guerra entre Israel y Hamas-Izbuláh, esta historia vuelve a resonar de forma profundamente trágica. La situación actual, marcada por décadas de conflicto, desplazamientos y heridas no sanadas, ha dejado a ambas comunidades, tanto la judía como la islámica, atrapadas en una espiral de violencia que da lugar a la deshumanización y el desprecio mutuo. Aunque las circunstancias son muy distintas, la «Noche de los Cristales Rotos» nos recuerda el precio de despojar al “otro” de su humanidad. Nos muestra lo rápido que una sociedad puede descender hacia la violencia y la injusticia cuando se convierte en enemigo a toda una población. No lo debemos olvidar nunca, cuando oímos los coros del odio en manifestaciones.
En la situación de Israel y Palestina, donde tanto los israelíes como los palestinos han sufrido y siguen sufriendo inmensamente, la historia de la Kristallnacht debería advertirnos contra los peligros de alimentar una narrativa de odio, que desgraciadamente, se deja entrever en algunos colectivos de izquierda, contra Israel y el pueblo judío y entre parte de la derecha, contra todo lo que representa el islam. Los ataques indiscriminados, ya sea contra civiles palestinos en Gaza o civiles israelíes, y la constante retórica de odio que se perpetúa en ambos lados, son síntomas de una violencia estructural que se asemeja, en su deshumanización y brutalidad, a la que desencadenó el Holocausto. La lección que nos deja Kristallnacht no es solo el horror de la violencia desatada, sino la inminente amenaza que se cierne cuando no se protege el derecho humano de todos, sin excepción, a vivir en paz y dignidad. No lo debemos olvidar nunca, cuando vemos las terribles imágenes de niños inocentes, victimas del odio.
Kristallnacht es, así, un recordatorio de la necesidad de poner un alto a la radicalización, que amenaza con tragarse la convivencia y la paz posibles en cada nuevo ciclo de violencia. Nos exige recordar que una comunidad destrozada no solo pierde sus hogares y su seguridad, sino que con cada fragmento roto de sus vidas se destruye también el tejido de humanidad compartida. No debemos olvidar nunca ni dejar que se olvide por las generaciones venideras.
El recuerdo de Kristalnacht debería servir para intentar detener la espiral de violencia y odio en Palestina. Sin duda, un reto monumental, pero no imposible. Requiere esfuerzos tanto internos, en las partes en litigio, como internacionales, compromisos a largo plazo y cambios fundamentales en la forma en que ambas comunidades, israelíes y palestinos, y el mundo alrededor abordan el conflicto. Debe haber un diálogo continuo e imparcial, facilitado por mediadores internacionales confiables. Aquí echo de menos un Consejo de Seguridad que funcione y mediadores verdaderamente neutrales. Las negociaciones previas han sido obstaculizadas por falta de confianza y parcialidad percibida. La mediación tendría que venir de organizaciones internacionales que ambas partes consideren neutrales. Tanto los países de Medio Oriente como otros actores globales deben comprometerse a apoyar una paz justa y duradera, dejando de lado intereses propios y abordando el conflicto desde una perspectiva humanitaria y de derechos humanos.
Para construir confianza, es crucial que ambas partes y la comunidad internacional se comprometan a proteger a los civiles. Esto implica que las acciones militares deben regirse estrictamente por los principios humanitarios internacionales, y cualquier acto que ponga en riesgo a civiles debe evitarse. Las violaciones a los derechos humanos cometidas por ambos lados deben ser investigadas y juzgadas imparcialmente. Crear mecanismos de justicia que no discriminen entre víctimas israelíes y palestinas es un paso esencial para evitar futuros actos de represalia y construir la paz. Pero, no olvidemos, que esta última explosión de violencia fue responsabilidad de Hamas, el grupo que gobierna en Gaza, que lanzó un ataque masivo contra Israel el 7 de octubre de 2023. Este acto violento, que incluyó el asesinato de civiles y la toma de rehenes, desencadeno la respuesta militar israelí. No debemos olvidar esto nunca, cuando lamentamos las víctimas de esta guerra.
En el aniversario de Kristalnacht debemos reflexionar sobre La Kristallnacht, lo que representó y lo que representa, que fue un acto de brutalidad estatal y social contra una minoría judía ya vulnerable en la Alemania nazi, que se convirtió en un preámbulo a atrocidades mayores al no recibir una condena y contención internacional contundente en su momento. En este sentido, hay aspectos fundamentales que los líderes israelíes podrían considerar para romper con la espiral de violencia y odio que caracteriza el conflicto con los palestinos. Porque los lideres israelíes, que no han de confundir con los judíos en general, son los que representan un estado poderoso y los palestinos, no confundir Hamas con el pueblo palestino, son ahora los que sufren la injusticia de un castigo indiscriminado. Kristallnacht mostró cómo la deshumanización de un grupo específico puede desembocar en una tragedia mayor. En el caso israelí-palestino, una postura fundamental sería que los líderes israelíes reconociesen plenamente los derechos humanos y la dignidad de los palestinos, tanto dentro de Israel como en Gaza y Cisjordania. Es vital que el liderazgo no caiga en discursos de odio ni en medidas colectivas que deshumanicen a los palestinos, ya que esto solo aumenta el resentimiento y el ciclo de venganza. No olvidemos nunca la Noche de los Cristales Rotos.
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