Me despierto en medio de un sueño placentero, pero que no recuerdo al salir de la cama y poner los pies en el suelo de la habitación. Deben ser por lo menos las seis, porque la luz se filtra por entre las persianas y las cortinas, como estrechos cuchillos radiantes. Busco mis gafas en la mesilla de noche y, tras ponérmelas, confirmo que son ya las seis y veinticuatro minutos, según el reloj digital que llevo siempre en la muñeca, hasta en la cama. Sin mi reloj me siento desnudo, debe ser algo psicológico, creo yo. Todos mis movimientos son sigilosos y como a cámara lenta, porque no debo despertar a mi compañera, que duerme plácidamente. Es mejor no despertarla si no quiero sufrir las consecuencias. Ella tiene muy mal humor por las mañanas y peor si se la despierta antes de su hora, que un día como hoy puede ser a las nueve o las diez. ¡Estamos de vacaciones, por favor! Voy al baño y sigo guardando silencio. Al salir bebo un vaso de agua en la cocina, es todo por ahora.
Tengo toda la ropa preparada desde la noche, dispuesta para ponérmela en el guardarropa. Bajo sigilosamente la escalera que une la cocina con el recibidor y allí me calzo los zapatos de caminar que compré esta primavera. Son muy cómodos. A mi me parece que los zapatos son muy importantes para sentirse bien y más cuando, como hoy, voy de caminata larga. Eso de andar es algo que siempre me ha gustado desde muy joven, ya desde que tenía poco más de diez años. Yo salía del colegio, dejaba la cartera en casa y me iba a descubrir Madrid, siempre buscando calles nuevas, lugares para mi desconocidos, con otras gentes, otros sonidos, diferentes olores; ¡ese olor fantástico de las ensaimadas recién salidas del horno! Yo caminaba una o dos horas, a veces hasta tres horas y cuando llegaba de vuelta a casa, hambriento y sediento, me llevaba a veces algún que otro reproche, cuando no un pequeño castigo, aunque, al día siguiente, lo repetía igualmente.
En el recibidor, impaciente e inquieto, me espera el gato. Está atento a mis movimientos y sabe que pronto abriré la puerta y el podrá salir a hacer su recorrido matutino, reconociendo su territorio, buscando pájaros o ratoncillos que se dejen cazar. No es que ocurra muy a menudo, porque es mal cazador, pero alguna vez ha conseguido traer un pajarillo de vuelta a casa, lo que ha causado un gran revuelo en el recibidor y en el hueco de la escalera, para al final dejar escapar al pobre pajarillo con la ayuda de todos los presentes y ante la decepción de Frans, el gato díscolo. En realidad, mi gato no sabe cazar, yo tampoco. Lo que no tiene de cazador lo tiene de listo, es muy inteligente, yo diría que un gran psicólogo tirando a filósofo. Abro la puerta y sale rápidamente por el primer resquicio que queda, antes de que me dé tiempo a mi a abrir la puerta y salir. Ágilmente desaparece entre llos arbustos del jardín, no sin antes dedicarme un cariñoso maullido. Al regresar me estará esperando. En el bolsillo llevo el móvil y las llaves.
Salgo de casa y emprendo la marcha. Es una de esas mañanas tranquilas de julio, cuando todo el mundo está de vacaciones y los estudiantes han dejado Lund hasta septiembre. Me pongo los auriculares al salir de casa y conecto con Radio Nacional de España (RNE) que a esta hora trasmite Las mañanas de RNE con Iñigo Alfonso, un programa que tengo la costumbre de escuchar y en el que se discuten temas interesantes y actuales y se debate con distintas perspectivas políticas y culturales. Los periódicos me han decepcionado últimamente, ya lo iré explicando. Dejo atrás mi suburbio y entro en un camino de tierra que me conduce hacia un pueblo medieval que ha conservado el trazado de sus calles, aunque las casas más antiguas son del siglo pasado, construidas, eso sí, sobre los antiguos solares, conservando los terrenos de pasto y de labor pertenecientes a cada casa. Aquí, a esta hora, como casi siempre, reina el silencio más absoluto, solo roto por el canto de un gallo o el piar intenso de los mirlos. El aire es diáfano y algo fresco de una forma agradable,
En la radio se discute más el relato político que la política en sí. Los diarios han derivado últimamente a apoyarse en el contenido de las redes sociales y solo cuentan lo que los políticos dicen, no lo que hacen. Es como si la forma fuese más importante que el contenido. En la radio ocurre algo parecido, pero este programa de la RNE de las mañanas es más soportable. Hoy están hablando, como cada día, de la ocupación de Ucrania. Me sorprende que todos los medios, tanto españoles como internacionales se apoyen en la información que viene de Kiev o de sus principales aliados, Estados Unidos y Gran Bretaña. Me sorprende, porque hace muy poco siempre se decía en ocasiones como esta que la primera baja en una guerra era la verdad[1], pero ahora se toman por verdaderas todas las informaciones que vengan de Kiev, Washington o Londres, mientras casi siempre se obvia la información que viene de Moscú. Esta perspectiva un tanto tuerta está rebajando el periodismo a una simple divulgación de informes oficiales.
Todos vivimos en la historia. Nuestras vidas son la historia. La historia se repite, incluso si uno se esfuerza por afirmar que todo lo que sucede es único. Mi caminata de hoy me llevó hasta el Monumento recordatorio de la Batalla de Lund. Fue erigido en memoria de las víctimas del mayor baño de sangre que ha tenido lugar en Escandinavia, la Batalla de Lund, de 1676. El monumento fue erigido en una época que se caracterizó por el escandinavismo, movimiento de acercamiento y hermanamiento de los pueblos escandinavos y la idea de hermandad entre pueblos de un mismo origen y cultura. La batalla fue una parte, una secuela, ni la primera ni la última, de la ocupación sueca del territorio danés y los esfuerzos daneses por recuperarla. Al fondo, entre bambalinas, estaban las grandes potencias de la época, Francia y Holanda. Francia apoyó a los suecos, Holanda apoyó a Dinamarca. Suecia había ocupado Scania y otras partes del antiguo reino danés en 1658, pero se encontraba en una difícil situación económica, militar y política en la primera mitad de la década de 1670, que los daneses conocían y por ello decidieron apostar por reconquistar Scania en 1675, lo que al principio tuvo éxito, reconquistando gran parte de las tierras ocupadas por Suecia. El 4 de diciembre de 1676, las tropas danesas se encontraron con las suecas al norte de Lund. Las pérdidas fueron enormes. De aproximadamente 13.000 daneses y 8.000 suecos, más del 70% cayeron entre el frío amanecer y el mediodía, 9.000 daneses y 5.000 suecos. El resultado fue incierto, pero las fuerzas danesas se retiraron del campo de batalla, tras lo cual los suecos se consideraron victoriosos. La potencia ocupante había hecho retroceder el intento de reconquista danesa, pero Dinamarca no se rindió y volvió con nuevos intentos hasta 1712, año en que definitivamente acepto la derrota. Ahora pienso en la guerra que hoy nos ha tocado seguir de cerca, la guerra de nuestro tiempo. Cambiamos Suecia por Rusia, Ucrania por Dinamarca, veo que la historia se repite y me pregunto: ¿veremos un Monumento en Rusia que hable de reconciliación con el “pueblo hermano” ucraniano? En el Monumento en Lund se puede leer: «El 4 de diciembre de 1676, personas de la misma estirpe lucharon y se desangraron aquí. Los descendientes reconciliados erigieron el monumento.” Solo podemos esperar que esa reconciliación, entre rusos y ucranianos, llegue pronto. – Me gustaría añadir Efesios 4:31-32:
“31 Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. 32 Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.”
[1] Muchos han sido citados como autores de esta famosa frase, pero la primera versión que consta es la del crítico y poeta inglés Samuel Johnson 1709–84, escrita en el número 30 de The Idler, el 11 de noviembre de 1758: “Entre las calamidades de la Guerra hay que añadir la disminución la disminución en el amor a la verdad, con la falsedad que dictan los intereses y la credulidad permite.” (Among the calamities of war may be jointly numbered the diminution of the love of truth, by the falsehoods which interest dictates and credulity encourages.) En realidad, en la siguiente sentencia viene a dar Samuel Johnson con el meollo de mi relato “Una paz dejará igualmente al guerrero y narrador de guerras sin empleo; y no sé si hay que temer más de las calles llenas de soldados acostumbrados a saquear, o de los desvanes llenos de escribanos acostumbrados a mentir.” (A peace will equally leave the warrior and relater of wars destitute of employment; and I know not whether more is to be dreaded from streets filled with soldiers accustomed to plunder, or from garrets filled with scribblers accustomed to lie.)
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