“Ama la libertad, incluso a los audaces, en la investigación, en el poema, en el pensamiento, porque la libertad es la cuna del noble, al temeroso, su espíritu servil le hace merecer sus grilletes.”- Esto lo escribió un hombre culto en Lund, Esaias Tegnércuando según él el lugar donde vivía era simplemente “una aldea académica”. Este hombre nació en 1782 y murió en 1846. Su vida y obra la he empleado cientos de veces con mis estudiantes para dar vida a procesos históricos, sociales y económicos muy variados. Él ha venido a representar una encarnación de la transición entre el antiguo régimen y la modernidad. Empezaré por presentar a los antepasados de este hombre. Su abuelo era campesino, como casi todo el mundo en aquella época. Los abuelos tenían tan buena economía que pudieron enviar a su hijo, Esaias Lukasson, nacido en 1733, a estudiar teología y de esa manera aspirar a una plaza de pastor en alguna buena parroquia, lo que consiguió, casándose al poco tiempo con la hija de un vicario bien situado. De esta manera subía el joven Esaias Lukason unos cuantos peldaños en la escala social. Acceder a la carrera eclesiástica era la única forma en la que, el hijo de un campesino, podía aspirar a escalar socialmente. En muy pocas ocasiones, esta posibilidad quedaba abierta también para hijos de braceros o gañanes sin tierra, en caso de ser excepcionalmente inteligentes y de que alguien con poder le cogiese bajo su tutela.

Uno de los primeros pasos que marcan el nuevo estatus de Esaias Lukasson es que elige un nuevo apellido, Tegnerius, para dejar constancia de su educación latina (Tegnerius del pueblo Tegnaby en Småland) Apellido que en sueco es Tegnér. Al morir en 1792 dejo viuda, dos hijas y cuatro hijos, de los cuales los dos mayores ya eran estudiantes en Lund, y con ellos marchó el pequeño Esaias, puesto a su cuidado. Esaias empezó a trabajar con un amigo de su padre, alguacil ejecutor de deudas. En sus ratos libre Esaias leía todo lo que pillaba, sobre todo historia y literatura. Su jefe se dio cuenta de las posibilidades del muchacho y le envió a casa de un hacendado capitán perteneciente a la nobleza, donde su hermano mayor trabajaba de profesor particular. De esta manera, el pequeño Esaias pudo adquirir la misma educación que su hermano impartía a los hijos del capitán. Cuando el hermano Carl Gustav recibió la llamada del dueño de una explotación minera para educar a sus hijos, llevó consigo al ya adolescente Esaias que siguió estudiando bajo su tutela. Aquellos eran los tiempos en los que hombres audaces de orígenes medianamente humildes podían hacerse ricos en los nuevos escenarios de la economía, que comenzaba a ser global; primero fue la minería y la madera, más tarde serían os cereales, los productos suecos que iban a parar a los mercados de los países en vías de industrialización.

Con 17 años, este mozalbete avispado y empollón se inscribió en la universidad de Lund, y fue el día 4 de octubre de 1799., día que los estudiantes de Lund han mantenido hasta hace poco como día festivo, para recordar al ilustre alumno. La necesidad económica le llevó como profesor particular a la casa de un barón durante dos semestres, pero, lejos de perder el hilo de los estudios, consiguió graduarse en filología en diciembre de 1801 y en mayo de 1802, en filosofía. A nuestro amigo y colega, el psicólogo Ramón Alvarado supongo que le encantará saber que la tesina de grado que presentó el joven Tegnér se titulaba en latín De causis ridendi (Sobre las causas de la risa).

Dejadme que recapitule un poco sobre lo que ocurría alrededor de Esaias Tegnér hasta el momento de su graduación. Primeramente, nace en un tiempo crucial, en plena rebelión de los colonos americanos, la guerra ya casi conclusa, las colonias liberadas. Con siete años quizás se entero de la revolución francesa, los diarios suecos la comentaban. Con diez años, Suecia vivió un magnicidio, el atentado que le costó la vida a Gustavo III en marzo del 1792, un verdadero drama. Se inscribe nuestro hombre en la universidad al mismo tiempo que Napoleón toma las riendas de Francia y transforma la revolución desbordando sus cauces por toda Europa. Mientras presenta su De causis ridendi, Tegnér conoce los grandes triunfos del general corso. Hasta la moda ha cambiado. Las pelucas han dado paso al pelo corto, a la romana, los pantalones llegan ya a los tobillos. Las mujeres se visten con sencillos vestidos de colores suaves, el pelo recogido en moños, todo mucho más fácil para ellas con la nueva moda que se impone desde Paris y Londres.

De aquí en adelante todo transcurre muy rápido para Tegnér. En 1803 se le concede el puesto de profesor adjunto en Estética. En 1806, su cargo, que combina con el empleo de bibliotecario, ya es más seguro y decide casarse con el amor de su vida, Anna Myhrman, hija del rico magnate de la minería donde su hermano trabajaba como profesor particular y donde Esaias, un niño aún, comenzó a interesarse intensamente por la historia y la literatura.

El joven académico pluriempleado encuentra tiempo para escribir en verso y en prosa. Su faceta de autor literario le haría famoso más adelante. Ahora, en 1806-1807 vuelca sus versos cargados de alabanzas hacia su ídolo predilecto, Napoleón, sobre el papel que puede comprar. Lo del papel es importante porque a comienzos del siglo XIX es tanta la fiebre literaria que no hay papel para tanto libro. Pronto cambiará todo en la vida política sueca. De alguna forma lo que ocurrió hace más de doscientos años sigue condicionando la escena política en nuestros días. Una actualidad que une el pasado con el presente. Pero antes de llegar allí, detengámonos en un pequeño detalle histórico no muy conocido en Suecia ni en España, aunque tuvo grandes consecuencias para los dos países.

Como una respuesta a la derrota sufrida en Trafalgar por las escuadras francesas y españolas, Napoleón se empleó a fondo para aislar a los ingleses con el llamado Sistema Continental. Su superioridad por tierra le permitía ir ocupando todos los países europeos, haciéndese con sus puertos para controlar los transportes navales. De esta manera tomó Napoleón Dinamarca sin un solo tiro, más o menos como hicieron los alemanes siglo y medio después. Para controlar este pequeño país tenia a su disposición un contingente francés mandado por el mariscal Jean Bernadotte y, ahora viene lo bueno, un contingente español de 13 355 hombres, 3088 caballos, 25 cañones, 116 mujeres, 69 niños y 49 criados, que fue enviado por España a Dinamarca como ayuda a Napoleón en 1807 para proteger las costas danesas de desembarcos británicos. El contingente español, al mando de Pedro Caro y Sureda, III Marqués de La Romana, ha partido de España por Irún y Port Bou respectivamente y pasarán ese invierno en Hannover, hasta que en marzo de 1808 entran en Dinamarca. Los daneses les reciben con los brazos abiertos, entre otras cosas porque los ingleses les han destruida la flota y les han dejado sin comunicación con los territorios de ultramar, entre ellos Islandia.

Tenemos noticia de como fueron recibidos y considerados estos soldados españoles, por los relatos que nos han dejado los que estuvieron allí y lo vivieron. Uno que lo recordaba 42 años después era un niño cuando vinieron los españoles a Dinamarca, su nombre es Hans Christian Andersen, leamos su relato:

“Pero lo que más me agradó en mi recuerdo, y que fui reviviendo después en numerosas narraciones, fue la estancia de los españoles en Fionia en 1808. Ciertamente, entonces yo no tenía más que tres años, pero recuerdo perfectamente a aquellos hombres morenos que paseaban armando bulla por las calles, y los cañones disparando. Vi dormir a aquella gente en una iglesia medio derruida al lado del hospital, sobre montones de paja. Un día un soldado español me tomó en sus brazos y me puso sobre los labios una imagen de plata que llevaba en el pecho. Me acuerdo de que mi madre se enfadó, porque debía ser algo católico, dijo, pero a mí me gustó la imagen y también el extranjero, que bailó conmigo, me besó y lloró. Seguramente también él tendría hijos, allá en España. Vi cómo llevaban a uno de sus camaradas al paredón por haber asesinado a un francés. Impulsado por este recuerdo escribí, muchos años después, mi poemita «El soldado», que Chamisso tradujo al alemán y se incluyó en el libro ilustrado Soldatenlider.” Hans Christian Andersen. “El cuento de mi vida sin literatura”, 1847 (Mit eget Eventyr uden Digtning).

Poco duró el idilio, porque los acontecimientos en España: el Motín de Aranjuez el mismo marzo, la ocupación francesa de importantes plazas, la retención de la familia real en Francia y la usurpación del trono español, poniendo al hermano de Napoleón, José Bonaparte como rey de España, cambiaron radicalmente las condiciones y la motivación del contingente español que meses más tarde, con la ayuda de la flota inglesa, pudo ser repatriado. Bueno, todos no, algunos se quedaron allí porque encontraron novia, otros, como el joven soldado Isidoro Panduro, no pudieron embarcar por enfermedad o, como en el caso del mismo Panduro, porque se habían accidentado, roto una pierna, en su caso. Este muchacho de Alcázar de San Juan, fue acogido por los daneses y se casó con una joven danesa. Sus descendientes ahora en Dinamarca son bastante conocidos. Isidoro, que era de oficio carpintero ebanista, fundó una compañía que hoy es muy conocida en toda Escandinavia, Panduro Hobby y uno de sus descendientes ha sido uno de los escritores más famosos en lengua danesa.

La idea de juntar a soldados españoles, franceses, daneses y polacos, en un número aproximado a los 40 000 hombres era atacar a Suecia, porque Suecia, con la política de su monarca Gustavo IV, o quizás, mejor dicho, por la animadversión privada del rey sueco contra Napoleón, permanecía como aliada del Reino Unido. Las desgracias se le juntaban a Suecia, pero la oportunidad de ser atacada por las fuerzas de Bernadotte se fue al traste con la partida de los españoles, al menos por un tiempo. Peor iban las cosas por el este, desde donde los rusos, todavía aliados de Napoleón, amenazaban Finlandia, una parte esencial del territorio sueco. En 1809 el zar Alexander decidió invadir Finlandia y las tropas suecas fueron incapaces de impedirlo. Replegados hacia Estocolmo, los oficiales suecos, que echaban la culpa de su derrota a la política del rey, decidieron obligarle a abdicar y lo consiguieron. En la próxima entrega os contaré que pasó ese para Suecia tan convulsivo 1809 y de qué forma entró Tegnér en los acontecimientos. Abajo prodrís ver una foto del que suscribe rodeado de estudiantes, mientras les cuento las batallitas de Tegnér bajo su estatua, por cierto la primera estatua en Suecia que representa a alguien que no perteneciera a la casa real o fuera un militar de alto rango.