Hoy sigo pensando en la guerra abierta de nuevo en Palestina. No puedo quitármelo de la cabeza. Encuentro similitudes con la también sangrante guerra de Ucrania. Ambas son guerras fratricidas. De la misma manera que los ucranianos y rusos comparten una cultura común, la eslava, ortodoxia y hasta alfabeto, también comparten judíos y árabes cultura y culto. Allah no es otro que Elohim, el dios semítico, con los derivados de “El” que quiere decir Dios (en árabe Al), un Dios Todopoderoso, etéreo, omnipresente, que se esconde en los sufijos de los nombres Ariel, Daniel, Gabriel, Ismael, Manuel, Miguel, Samuel y muchos más nombres de procedencia hebrea y en los 99 nombres de Allah en árabe precedidos del prefijo Al o Ad.  Judíos y árabes comparten la concepción de Dios y sus sagradas escrituras dan fe de esta comunión. Dirá sin duda el lector que yo soy ingenuo y que ya nadie piensa en estas cosas. Soy consciente de ello, pero lo que yo me pregunto es ¿por qué no se profundiza en las raíces comunes para alcanzar la paz, y por qué se buscan conflictos históricos para promover la guerra?

En el Génesis 25:9-10 podemos leer: 9“Y lo sepultaron Isaac e Ismael sus hijos en la cueva de Macpela, en la heredad de Efrón hijo de Zohar heteo, que está enfrente de Mamre, 10 heredad que compró Abraham de los hijos de Het; allí fue sepultado Abraham, y Sara su mujer”. Esos hijos que representan cada uno una nación, Ismael padre de los árabes e Isak padre de los judíos. La Biblia nos ofrece un mito de procedencia ejemplar: dos pueblos hermanos, unidos para honrar al padre, separados por su procedencia materna. Así es visto desde la perspectiva judía. La versión cristiana, ofrecida por el apostol Pablo en su carta a los Gálatas ofrece una alegoría basada en la madre de Ismael, Agar, y la madre de Isaac, Sara. Aquí, en esa misiva pensada como una definición del cristianismo frente a la ley hebrea, Ismael representa la esclavitud de la ley mientras Isaac es fruto de la gracia divina. La visión musulmana es otra. En el Corán, Ismael es identificado como el padre de los árabes, un antepasado del profeta Muhammad, y su medio hermano Isaac es el antepasado tanto del profeta Moisés como del profeta Jesús. Pero el Corán ve a Ismael como el hijo elegido por Dios para medir la fe de Abraham: “Y cuando éste alcanzó la edad de acompañarle en sus tareas, le dijo: ¡Hijo mío! He visto en sueños que te sacrificaba, considera tu parecer. Dijo: ¡Padre! Haz lo que se te ordena y si Allah quiere, encontrarás en mí a uno de los pacientes. Y cuando ambos lo habían aceptado con sumisión, lo tumbó boca abajo. Le gritamos: ¡Ibrahim! Ya has confirmado la visión que tuviste. Realmente así es como recompensamos a los que hacen el bien”. Sura 102-105.

Hay tanto que une a estos dos pueblos semitas, el idioma, las costumbres, la música y el arte. En Al-Ándalus vivían en harmonía y así siguieron viviendo en el Imperio Otomano, que gobernó la región durante varios siglos hasta el colapso del imperio en la Primera Guerra Mundial, las tensiones entre árabes y judíos se manifestaron en disputas sobre la propiedad de tierras y recursos. Pero a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el movimiento sionista promovió la inmigración judía a Palestina con el objetivo de establecer un estado judío. Esto generó preocupaciones y hostilidades entre la población árabe local, que temía perder sus tierras y derechos, lo que dio paso a que surgiera un sentimiento de nacionalismo árabe en la región, con la idea de unificar a los árabes en una entidad política independiente.

Las tensiones entre árabes y judíos se agravaron a medida que aumentaba la inmigración judía y las demandas nacionalistas de ambas comunidades. Hubo disturbios y enfrentamientos intercomunitarios en las décadas previas a 1948, lo que contribuyó al conflicto en curso. La partición de Palestina en 1947 por las Naciones Unidas y la posterior creación del Estado de Israel en 1948 marcaron un punto de inflexión importante en el conflicto, pero las raíces de la enemistad eran mucho más antiguas.

Tanto judíos como árabes han sido victimas del colonialismo. A medida que los imperios coloniales europeos comenzaron a ejercer influencia en la región en los siglos XIX y XX, el nacionalismo árabe se fortaleció como una respuesta a la dominación extranjera. Los líderes árabes buscaban la independencia y unificación de los territorios árabes bajo gobiernos árabes. Los judíos, súbditos de esos imperios, carentes de una entidad territorial propia, eran vistos por los árabes como parte de la opresión colonial.

A lo largo del siglo XX, figuras como Gamal Abdel Nasser de Egipto y Michel Aflaq de Siria, entre otros, abogaron por la unidad y la solidaridad entre las naciones árabes. El panarabismo, que promovía la idea de un solo estado árabe o una federación de estados árabes, influyó en gran medida en la política de la región. El coronel Muhammad el Gadafi y el general Hafez el Asad conservaron hasta el final una concepción del mundo árabe malherida con la victoria israelí en la Guerra de los Seis Días y enterrada con la firma de los acuerdos de paz de Camp David, en 1979, entre Egipto y el Estado israelí. El libio Gadafi y el sirio Asad fueron los últimos en seguir sosteniendo un sueño que en su día fue el de todos los árabes.

Los judíos remontan su diáspora a la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén el año 70 de la era cristiana.  Desde entonces los judíos han vivido con su bagaje al hombro, llevando la tierra de Israel en su religión y su cultura. El regreso a Sion (designación bíblica de Jerusalén) se convirtió en un tema central en la liturgia y la tradición judía.

A lo largo de la historia judía, surgieron varios movimientos mesiánicos que abogaban por el regreso a la Tierra de Israel y la restauración de un estado judío. Uno de los más notables y de mayor implantación en Palestina fue el movimiento Shabtai Tzvi en el siglo XVII, un rabino nacido en Esmirna, en el Imperio Otomano, que aseguraba ser el Mesías prometido.  

En el siglo XIX, algunos judíos en Europa comenzaron a promover la idea del amor a Sion (Hovevei Zion) y la necesidad de regresar a la Tierra de Israel. Uno de los líderes destacados de este movimiento fue el rabino Yehuda Hay Alkalay, nacido en Sarajevo y por tanto, dentro del Imperio Otomano al igual que Shabtai Tzvi. Yehuda Hay Alkalay está entre los iniciadores de la Reunión de Israel y del Retorno a Sion. Alkalay preconizaba que su pueblo, durante la espera del Mesías, debería emprender acciones que contribuyan a su liberación, y para eso era preciso instalarse en la Tierra de Israel. Alkalay llegó a presentar un detallado programa de autodefensa judía en 1874 impulsando el uso del hebreo, por aquellos tiempos reducido a la lengua de culto, como el latín en la iglesia católica, mientras los judíos se comunicaban en jiddish (Askenazis) o en ladino (sefarditas).

El fundador del sionismo político moderno fue un periodista austro-húngaro, Theodor Herzl, que con su libro «El Estado Judío», publicado en 1896, argumentaba que la única solución duradera a la persecución y la discriminación de los judíos era la creación de un estado judío en Palestina. En 1897, Herzl convocó el Primer Congreso Sionista en Basilea, Suiza, donde se estableció la Organización Sionista Mundial (OSM). El congreso adoptó la famosa «Declaración de Basilea», que establecía el objetivo del sionismo de establecer un territorio nacional para el pueblo judío en Palestina. El sionismo ganó muy pronto apoyo en la comunidad judía y también encontró simpatizantes entre líderes políticos y potencias coloniales europeas. La inmigración judía a palestina se conoció como  Aliyá (ascenso, lo contrario de diáspora) ) a lo largo del Mandato Británico. La Segunda Aliyá (1904-1914) y la Tercera Aliyá (1919-1923) fueron particularmente significativas en términos de crecimiento de la población judía en Palestina. La inmigración judía se intensifico sobre todo a partir de la declaración de Arthur Balfour, el 9 de noviembre de 1917, publicada como un breve artículo en el periódico The Times, titulado «Palestina para los judíos». El texto en sí consistía en su mayor parte en unas pocas líneas escritas por Arthur Balfour, el ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña. En lo esencial decía lo siguiente: «El Gobierno ve con beneplácito el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina y se esforzará al máximo por facilitar la realización de este propósito, con la clara condición de que no se haga nada que pueda perjudicar los derechos humanos o religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, ni los derechos y la posición política disfrutados por los judíos en cualquier otro país». Foto del original puede verse abajo.

Después de la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones otorgó a Gran Bretaña un mandato sobre Palestina, lo que le dio la responsabilidad de administrar la región. Durante este período, el gobierno británico desempeñó un papel crucial en la promoción del sionismo y en la inmigración judía a Palestina.

Después de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, la opinión pública en las grandes potencias, particularmente en los Estados Unidos y la Unión Soviética, se volvió más favorable al sionismo. El horror del Holocausto influyó en la percepción de la necesidad de un refugio seguro para los judíos, y los esfuerzos sionistas recibieron un impulso significativo. Yo recuerdo aquí una de las últimas escenas de la película “la lista de Schindler” en la que los judíos, liberados ya, van caminando por una carretera y se encuentran con un oficial ruso, que les dice más o menos (no recuerdo bien la conversación, pero sí su principal contenido) “no valláis hacia el este, porque allí no os quiere nadie”.

Durante la Guerra Fría, la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética influyó en la política hacia Israel y el mundo árabe. Estados Unidos tendió a ser un aliado cercano de Israel, mientras que la Unión Soviética apoyó a muchos países árabes. Esta rivalidad geopolítica tuvo un impacto en el equilibrio de poder en la región y en la política regional.

Las grandes potencias occidentales proporcionaron apoyo financiero y económico tanto a organizaciones sionistas como al desarrollo económico de Israel después de su fundación en 1948. Esto ayudó a fortalecer la economía israelí y la capacidad del país para absorber inmigrantes.

En 1947, las Naciones Unidas aprobaron la Resolución 181, que recomendaba la partición de Palestina en un estado judío y un estado árabe. La aprobación de esta resolución fue influenciada por el apoyo de varias grandes potencias y marcó un paso importante hacia la creación del Estado de Israel.

Poniendo atención a la posición de los árabes en general y los palestinos en particular, podemos ver que la política árabe en Palestina durante la Segunda Guerra Mundial fue en gran medida caracterizada por la oposición al sionismo y al establecimiento de un estado judío en la región. Esta oposición se debía a varias razones, y la política árabe en Palestina durante este período puede resumirse de la siguiente manera. Los líderes y las comunidades árabes en Palestina se oponían al sionismo y veían el crecimiento de la comunidad judía en la región como una amenaza a sus derechos y propiedades. Temían que el establecimiento de un estado judío los desposeyera de sus tierras y los desplazara, algo que verdaderamente ocurrió y que es la base del actual conflicto.

En toda la región había un creciente sentimiento de nacionalismo que buscaba la unidad de las naciones árabes y la independencia de la influencia extranjera, especialmente del dominio británico en Palestina. Los líderes árabes en Palestina se alinearon con este sentimiento nacionalista y consideraron que la inmigración judía y la creación de un estado judío eran una amenaza a su autonomía. Al mismo tiempo que la Guerra Civil española enfrentaba a los españoles en una lucha sangrienta, se derramaba sangre en Palestina en el Levantamiento Árabe 1936-39, una revuelta generalizada contra el dominio británico y el sionismo. Si bien el levantamiento fue sofocado por las fuerzas británicas, dejó una profunda huella en la política árabe en Palestina y en las relaciones con las autoridades británicas y judías.

Algunos líderes árabes, como el líder palestino Haj Amin al-Husseini, Gran muftí de Jerusalem, buscaron una alianza con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Esto se debió en parte a la creencia de que la derrota de las potencias coloniales británicas y francesas debilitaría su presencia en la región y podría favorecer a los intereses árabes en Palestina. La famosa divisa: los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Husseini vivió en Alemania durante la guerra y mantuvo contactos con líderes nazis. Esta conexión entre palestinos y nazis reaparece en el relato judío, como es natural. Ver fotografía del muftí pasando revista a un destacamento de las SS compuesto de palestinos.

Los árabes en Palestina desconfiaban de las promesas británicas sobre la creación de un estado árabe en Palestina después de la guerra y veían a Gran Bretaña como un aliado de la causa sionista. Por tanto, cuando las Naciones Unidas propusieron un plan de partición en 1947 que dividiría Palestina en estados judíos y árabes, los líderes palestinos lo rechazaron enérgicamente, considerándolo injusto. El plan de partición de Las Naciones Unidas dividía Palestina en dos estados: uno judío, con el 55% por ciento del territorio (incluyendo por completo el desierto del Néguev), y otro árabe, con el resto del territorio excepto el área circundante de Jerusalén y Belén, que sería considerada una zona internacionalizada. Esta resolución fue aceptada por los dirigentes judíos, pero rechazada por las organizaciones paramilitares sionistas y por los árabes en su conjunto. Esto llevó al estallido de la guerra árabe-israelí de 1948, la primera de una serie de conflictos armados que han convertido la zona en un perpetuo campo de batalla y que ha trasmitido el odio entre árabes y judíos de generación en generación. Lo de Hamas y islamismo merece un relato aparte.

Esta mañana, al pasar por el parque del Museo de los Bocetos, aquí en Lund, pasé junto a la escultura `Non-Violence” de Carl Fredrik Reuterswärd. Esta escultura fue la reacción del artista al asesinato de John Lennon en 1980 y a mi me recuerda unas palabras de la biblia, en el capítulo 2 del Libro de Isaías: versículo 4:

“Y él juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.”

Abajo encontraréis una foto que yo he bajado de FB. No sé si será auténtica o falsa, buscando su fuente encuentro ciento de reproducciones. Sea auténtica o no ilustra lo que debería ser normal, dos niños abrazados, como lo hacen los verdaderos amigos, un judío y un palestino. Demasiado bonito para ser real, pero yo no pierdo la esperanza.