Este fin de semana ha estado para mí marcado por la democracia. Digamos que he tenido ocasión de recapacitar sobre algo tan básico en nuestra sociedad como la democracia, y es que es tan real, tan normal, que apenas pensamos en ella, pero para muchos millones de humanos, la mayoría me atrevo a decir, es algo desconocido. El viernes fui invitado a El Parlamento de los Jóvenes en el foro de la ciudad. Representantes de todas las escuelas de segunda enseñanza e institutos de la ciudad se reúnen una vez al año para discutir asuntos que les incumben y cuestiones que les preocupan, e invitan a políticos como yo a asistir y participar en los seminarios y talleres. Estos jóvenes aprovechan la ocasión para buscar a los políticos de diferentes partidos para preguntarles las razones que existen tras algunas decisiones, que les afectan.

Políticos de todos los partidos estamos representados en este parlamento como asistentes pasivos y referencias, dispuestos a contestar las preguntas que nos hagan. Aquí se nos ve dialogando en un terreno común y el trato es amigable y muy positivo. Dos chicas jóvenes se me acercaron cuando estaba conversando con dos representantes de los verdes y un moderado, a preguntarme por una cosa en concreto: el próximo cierre de una emblemática escuela en la que ellas habían estudiado anteriormente. Se entabló una conversación en la que los políticos pudimos explicar nuestras posiciones, en pro y en contra del cierre de esta escuela, con argumentos razonados, dejando claro cuales eran las principales razones y por qué había diferencia de opiniones en esta cuestión. Además, pudimos explicar cuáles serían las consecuencias para los estudiantes, dejando claro que todos nosotros, derecha, izquierda, centro y verdes, velamos por el bienestar de los estudiantes, aún desde diferentes posiciones. Creo que esta conversación fue una lección practica de democracia tanto para las jóvenes estudiantes como para nosotros, los políticos.

Ayer domingo tuve la oportunidad de dar una pequeña conferencia sobre la democracia en Suecia ante un grupo de 60 “nuevos suecos” provenientes de Irán y Afganistán. Yo enfoque la conferencia desde una óptica personal. Relaté mi pequeña epopeya, mi salida de España en los epílogos del franquismo soñando en una vida en libertad, propulsado por mi repulsa a cumplir el servicio militar bajo una bandera que no era la mía, huyendo del oscurantismo y la opacidad. Les conté mi alegría al descubrir las bibliotecas llenas de libros que yo sabía censurados en España. También recordé que, a cambio de esa libertad que encontré, me prometí a mi mismo ser leal a este sistema, como si hubiese sido una promesa nupcial; “prometo ser fiel a la democracia tanto en la prosperidad como en la adversidad” – me dije para mí, y así sigo yo – “amándola y respetándola durante toda mi vida”. Por eso, para mi es natural invertir gran parte de mi tiempo en la política. De esta manera devuelvo algo de lo que se me dio y cumplo con lo que considero un deber de todo ciudadano; contribuir a la dirección y administración del país, porque uno tiene que elegir entre ser un político o un idiota, como decían los griegos: un político se preocupa de los asuntos de la comunidad mientras el idiota solo piensa en sus asuntos y su propio beneficio.

Más nos valdría tener presente el significado de la palabra “político”, que no es un oficio sino un servicio que se presta a las polis. Y es que, como decía Herbert Tingsten, politólogo, escritor y editor de periódicos sueco: «La creencia en la democracia no es una visión política en el mismo sentido que, por ejemplo, el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo. Implica una opinión sobre la forma del gobierno estatal, sobre la técnica de las decisiones políticas, no sobre el contenido de las decisiones estatales y la estructura de la sociedad. Por tanto, puede considerarse como una especie de ideología global, en el sentido de que es común a diferentes puntos de vista políticos. Eres demócrata, pero al mismo tiempo conservador, liberal o socialista»[1]. Es, por tanto, natural que, los políticos que estábamos el viernes conversando con los jóvenes, nos sintiéramos unidos por un lazo común, la democracia, y que, a pesar de nuestras diferencias en cuanto a la idea de sociedad que nos gustaría ver materializada, no podríamos pensar una sociedad que no respetara esta democracia. Creo profundamente que en esto estamos de acuerdo todos los partidos representados en el parlamento sin ninguna excepción. Abajo, algunas fotos de los eventos.


[1]

Tingsten, Herbert. (1961) Demokratins problem, p57