A la entrada del palacio real de Estocolmo hay dos monumentos, Uno de ellos es un obelisco el otro una estatua ecuestre. Estos dos monumentos nos cuentan una historia que tiene mucho de cuento de hadas, me explicaré.

Se rumoreaba por Estocolmo que el rey Gustavo no estaba interesado por las mujeres. Casado a los veinte años con la princesa Sofía Magdalena de Dinamarca, no tuvo descendencia hasta 1778, once años tras su matrimonio, lo que se había convertido en una constante preocupación en la corte. Finalmente, cuando nació el primogénito, tras la muerte de un primer vástago que le precedió, se rumoreaba que el autentico padre de la criatura era el jefe de cuadras de palacio. Corrían por la ciudad caricaturas bastante explicitas. Fredric Munck, que así se llamaba el jefe de cuadras de palacio, relató de puño y letra como ayudó al rey a producir un heredero al trono, pues el rey no tenía ni idea de esas cosas, se dice. Según el, les llegó a colocar en la posición correcta para copular en el lecho real, porque el rey no atinaba. Explica Munck que Gustavo III padecía de una malformación en el pene que le dificultaba al copular, mientras que a su vez la reina era tan “estrecha” que sentía terribles dolores durante la penetración. Hoy pensaríamos quizás que se trataba de una vaginitis en el caso de la reina, en cuanto al pene real, no tenemos idea de que malformación pudiera tratarse, en todo caso, tenemos solo las afirmaciones de Munck. El caso es que, según este Munck, el simplemente les ayudó a copular, como ya lo había hecho tres años antes la doncella de la reina Anne-Sofie Ramström, que, por cierto, era la amante de Munck, con la que tuvo tres hijos.

¿Vamos a creer la versión de Munck? Tenemos por otra parte una gran cantidad de fuentes qu nos pueden servir como indicios de que la concepción de el pequeño Gustavo tenia algo, al menos, de peculiar. El hermano menor de Gustavo, el príncipe Carlos, trató de forzar a Munck para que este reconociese la paternidad del príncipe, algo que Munck siempre negó. En cuanto a una supuesta relación con la reina, sabemos que esta ordenó que se le retiraran las pensiones que ella le había concedido, a el y a su madre, al saber que Munck había iniciado una relación amorosa con una prima ballerina del Teatro Real, la por entonces famosísima Giovanna Bassi. Hay un dicho sueco que dice: Ingen rök utan eld” (no hay humo sin fuego), aquí dejamos las especulaciones y seguimos el relato, que hoy va ser un pelín largo.  

Al hermano de Gustavo III, el príncipe Carlos, le habría venido como anillo al dedo, poder probar que la paternidad de Gustavo Adolfo era de Munck. De hecho, trató de todas las maneras posibles de obligar al jefe de cuadras a admitir que era el padre del nuevo príncipe, pero este se negó rotundamente y fue recompensado por los reyes que le nombraron conde y gobernador en Uppsala. Este señor tiene una trayectoria vital tan interesante que merece una entrada propia, que pronto le dedicaré, pero ahora le dejamos a su suerte mientras nos dedicamos a explicar detalladamente lo que nos cuentan los dos monumentos de la entrada del palacio de Estocolmo.

Este relato nos va a llevar al 14 de julio de 1789, el asalto a la bastilla. Dos jóvenes soldados comienzan ese día sendas carreras que los llevarán en volandas a lo más alto de la sociedad. No son pastores, ni obreros, aunque no pertenecen de ninguna manera a las élites del antiguo régimen. Tanto el uno como el otro pertenecen a la periferia francesa; un navarro y un corso. El uno, hijo de un notario en la pequeña ciudad navarra de Pau, poco dado a los estudios, grande y robusto, de espíritu aventurero, nació en 1763, sus padres, Henri Bernadotte y Jeanne Saint Jean. Muchos dirían de él que era bastante borde, pendenciero y abusón, un chico alto y recio con muy mal genio y de carácter inquieto. Su lengua era la lenga d´`òc y toda su vida hablaría el francés con un fuerte acento bearnés. Con 17 años se alista Jean Baptiste como voluntario en el regimiento Royal-la-Marine y al estallar la revolución lleva ya los galones de sargento, el más alto rango al que podía aspirar un soldado que no fuera noble. La carrera de este joven, llamémosle ya por su nombre Jean Baptiste, es tan alucinante que ya en 1794 ha alcanzado el grado de general de división, todo esto sin pisar Paris, que conocería por primera vez en 1797.

Dejamos al navarro y nos vamos a Córcega, a Ajaccio concretamente, donde el 15 de agosto de 1769 nace el pequeño Napoleone. El padre, Carlos Buonaparte, era un abogado de considerable reputación y su madre Letizia Ramolini, una mujer destacada por su belleza y fortaleza mental. En la guerra de independencia tomaron el partido independentista, luchando con las armas por evitar la dominación francesa. Trataré de poneros al tanto de lo que ocurría en la pequeña isla mediterránea al nacer el pequeño Napoleone. La isla, había pertenecido a Aragón de 1296 a 1434 quedando bajo Génova hasta que Francia la adquirió en 1768, pero eso era en el papel. En realidad, la isla era muy difícil de gobernar desde tiempos remotos y entre 1755 y 1769 se rigió por la primera constitución moderna, según los criterios ilustrados. El padre de la constitución, Pasquale Paoli, quien lideró la independiente minirrepública corsa entre 1755 y 1769, no se ajusta en absoluto al estereotipo del corso. Paoli era un ilustrado altamente educado que, además de su lengua materna corsa, hablaba con fluidez italiano, francés e inglés. En su tiempo libre, leía obras de Dante, Racine, Pope y Swift, así como filósofos como Montesquieu y Maquiavelo. El filósofo ginebrino Jean Jaques Rousseau participó, a petición de los corsos, en la redacción de la nueva constitución. De esta constitución se hicieron eco los medios de la época y su conocimiento se propagó entre los ambientes ilustrados de toda Europa y de América, especialmente entre los colonos ingleses insurrectos que formarán, influenciados por ella, los Estados Unidos y su Constitución.

El hermano mayor de Napoleone, Giuseppe, que como sabéis llegó a ser rey de España, nació por tanto en una Córcega independiente. Los padres eran partidarios de la republica y lucharon por defenderla. Al finalizar la guerra, el padre de Napoleone habría preferido exiliarse junto con Paoli, pero sus familiares lo disuadieron de dar ese paso, y posteriormente se reconcilió con el partido vencedor, siendo protegido y patrocinado por el gobernador francés de Córcega, el Conde de Marbœuff. A Napoleone y le seguirían once hermanos más, aunque solo seis, tres varones y dos hembras sobrevivieron la niñez. Con solo 30 años enviudó Leticia, que tendría grandes dificultades para mantener dignamente a la familia y ofrecerle una educación acorde a su cuna, pues la familia pertenecía a la pequeña nobleza de la isla.

Seguiremos ahora al joven Napoleone. Ya a los siete años fue enviado a Francia e ingresó en la escuela militar de Brienne, sin hablar una palabra de francés, pero se hizo pronto respetar por su carácter. El muchacho era claramente superior a sus compañeros en matemáticas y en todas las asignaturas relevantes para un futuro militar, pero los altivos cachorros de aristócratas trataban de burlaban de él poniéndole motes. A su amigo Bourienne, le confeso que “haría todo el daño que pudiese a los franceses”; se sentía pues marginado y discriminado por su origen. Ya en París, tras pasar por la escuela superior del ejército, recibió su primer despacho como subteniente en el regimiento de artillería La Fere en Valance, en 1785, tenía entonces solo dieciséis años. Estando en Valence, Buonaparte compitió de forma anónima por un premio ofrecido por la Academia de Lyon a la mejor respuesta a la pregunta: «¿Cuáles son los principios e instituciones mediante los cuales la humanidad puede elevarse a la mayor felicidad?» Ganó el premio, pero desconocemos el contenido de su ensayo. Talleyrand, mucho tiempo después, obtuvo el manuscrito y, pensando en complacer a su soberano, se lo llevó. Este ojeó dos o tres páginas y lo arrojó al fuego. Es probable que el tratado del entonces teniente estuviera lleno de opiniones que al Emperador le resultaba conveniente olvidar.

En Valence, encontró a los oficiales de su regimiento divididos, al igual que todo el mundo en ese momento, en dos facciones: los amantes de la Monarquía Francesa y aquellos que deseaban su derrocamiento. Él se alineó abiertamente con estos últimos. «Si hubiera sido general», dijo Napoleón años más tarde, «podría haberme adherido al rey; siendo subalterno, me uní a los patriotas».

La carrera de Napoleón no fue tan rápida como la de Jean Baptiste Bernadotte. A principios de 1792, ascendió a capitán de artillería (sin asignación). De Bourienne describe como el joven oficial sin puesto fijo va deambulando ociosamente por París, comiendo a crédito en restaurantes y haciendo planes como que él y su compañero de escuela alquilaran algunas casas e intentaran ganar algo de dinero subarrendándolas en apartamentos. Me le imagino sentado en el café Procope, en la rue de l’Ancienne-Comédie, 12, lugar donde suelo ir siempre que voy a París y que por cierto conserva uno de sus famosos sombreros, que se dice tuvo que dejar en prenda por no poder pagar la cena. Tenía eljoven oficial una novia riquísima, hija de un comerciante de sedas y banquero de Marsella, Desirée Clary, a la que tendremos ocasión de regresar más adelante. Hasta la caída de Robespierre, solo había sido un espectador de la Revolución; no pasó mucho tiempo antes de que las circunstancias lo llamaran a desempeñar un papel importante.

Buonaparte se encontraba en Córcega en 1791 para ver a su madre. Tenía permiso para viajar a la isla, pero se quedó allí pasado el permiso y le quitaron el sueldo. Había acondicionado una pequeña sala de lectura en la parte superior de la casa como la más tranquila, y pasaba las mañanas estudiando sus libros de historia y geografía, siempre preparándose, siempre alerta. Las noches las pasaba entre su familia y antiguos conocidos. Paoli, que conocía bien a Napoleón, hizo todo lo posible para reclutarlo para su causa; solía darle palmadas en la espalda al joven militar y decirle que era «uno de los hombres de Plutarco». Pero Napoleón estaba convencido de que Córcega era un país demasiado pequeño para mantener su independencia, y estaba condenado a caer bajo el dominio de Francia o Inglaterra y que sus intereses se verían mejor servidos al adherirse a la primera. Por lo tanto, resistió todas las ofertas de Paoli y ofreció su espada al servicio de Pasquale Salicetti. Se le encomendó a Napoleone el mando de un batallón de la Guardia Nacional. El gobierno inglés comenzó a reforzar a Paoli, y la causa del partido francés parecía desesperada por el momento y el joven oficial dejó la isla. Los Buonaparte, incluido Napoleone, fueron desterrados de Córcega en otoño de 1793, y su madre y hermanas se refugiaron primero en Niza y luego en Marsella, donde durante algún tiempo sufrieron todas las incomodidades del exilio y la pobreza.

Llegó de regreso a Francia y ese mismo otoño de 1793, en Toulon, se destacó militarmente por primera vez, y también fue allí donde conoció a Paul Barras, líder político del Directorio entre 1795 y 1799, un contacto que resultaría crucial para su carrera continua. Bonaparte fue nombrado brigadier general en diciembre del mismo año y coincidió en estar en París en octubre de 1795 cuando Barras y el gobierno necesitaban a alguien que pudiera sofocar la sublevación realista de vendimiario.

Como tantas veces más tarde en su carrera, Napoleón supo entonces aprovechar la ocasión y actuar de manera rápida y eficaz. Limpió las calles de París de realistas con sus cañones y fue llamado Général Vendémiaire por los partidarios del gobierno. El ambicioso oficial de Córcega había salido del anonimato. También hay que decir que la revolución había allanado el camino para el joven oficial, porque de los 56 cadetes nobles que se graduaron con Napoleón, 51 había abandonado Francia.

Como agradecimiento por su ayuda, Napoleón fue nombrado jefe del ejército italiano. La campaña en Italia de 1796-1797 se convirtió en una larga serie de victorias, y saqueos. Dinero, obras de arte y otros activos fueron enviados en interminables caravanas al gobierno en París. Austria se vio obligada a la paz en los términos que puso Napoleón y él se convirtió en el gran héroe de Francia. Dejemos a Napoleón (ahora dejo ya de llamarle por su nombre de pila) y vamos a ver como se conocieron los dos protagonistas de esta entrada. La primera conversación entre Bernadotte y Napoleón se convirtió en un enfrentamiento y lucha por el poder a niveles superiores, donde ambos señores se estudiaron fríamente. Bernadotte era seis años mayor y había sido ascendido a general de división dos años antes que Napoleón, basando su mérito en campañas y campos de batalla. El nombramiento de Napoleón como jefe del ejército fue político, opinaba Bernadotte, y se basó en su masacre de civiles en las calles de París. Desde el principio, ambos generales se vieron mutuamente como rivales y competidores. Para complicar más la cosa, Bernadotte se casó en 1798 con Desirée Clary, la antigua novia de Napoleón, que como sabemos prefirió casarse con la amante de su amigo y protector Paul Barras, la bella viuda Josephine Beauharnais en 1796. A Desirée la volveremos a encontrar en el patio del palacio de Estocolmo muchos años más tarde.

Bien, saltémonos gran parte de las guerras napoleónicas para llegar a donde nos proponemos. Para eso tenemos que regresar al pequeño príncipe Gustavo, huérfano de padre desde el 29 de marzo de 1792, que heredó el trono con 13 años. Este joven rey, odiaba todo lo que tuviera que ver con la revolución al mismo tiempo que conservaba la enemistad ancestral de Suecia contra Dinamarca y Rusia. Como una consecuencia lógica de la enemistad del monarca sueco con Francia, se firmó una coalición con Gran Bretaña, para neutralizar el bloqueo continental iniciado por Francia contra Gran Bretaña. La reacción de Napoleón fue enviar tropas a Dinamarca bajo las órdenes de Jean Baptiste Bernadotte.  Hay dos sucesos importantes que abren los acontecimientos que llevaron al ya Gustavo Adolfo IV de Suecia a abdicar y a Jean Baptiste Bernadotte a ocupar el trono vacante de Suecia. La historia es alucinante y en ella veremos personas y acontecimientos que revelarán una estrecha relación con…señoras y señores…aunque no se lo crean, con España.

Ponemos el punto de mira en 1807.  El 1 de julio de ese mismo año, el ya emperador Napoleón y el zar Alejandro I se encuentran en una balsa anclada en medio del río Niemen, el río fronterizo entre la Alemania conquistada y el imperio ruso. El ejército de conscripción altamente entrenado de Napoleón aplasta toda resistencia en Europa, y las fuerzas del zar acaban de ser derrotadas en la batalla de Friedland. El emperador y el zar firman el tratado conocido como el Tratado de Tilsit, tratado que parece ser una premonición del que firmaron Alemania y la Unión Soviética el 23 de agosto de 1939, el llamado Pacto Ribbentrop-Mólotov. Como en este último, en Tilsit hubo una parte secreta por la que Francia y Rusia se repartían el poder.  Napoleón propone una división geopolítica del continente. Si el zar Alejandro permite que Napoleón tenga control en Europa central y occidental, Napoleón no intervendrá en las acciones de Rusia en el norte y sur. Aquí entra Finlandia y por tanto Suecia.

Finlandia representaba desde la edad media la tercera parte del territorio sueco y, a principios del 1800, la cuarta parte de su población. Götaland, Svealand, Norrland y Finland, eran las cuatro regiones que componían el reino de Suecia. Desde la formación del reino independiente de Suecia en 1523 las guerras con Rusia fueron constantes. Todos los reyes suecos se habían visto involucrados en conflictos con Rusia, casi siempre originados por problemas relacionados con la demarcación de las fronteras, sobre todo de las zonas costeras y de los puertos para la exportación. En febrero de 1808 comenzó el ataque ruso a Finlandía. Desde finales del verano de 1808, quedó claro que la superioridad rusa era abrumadora. Las tropas suecas tuvieron que retirarse a la península sueca. En la primavera de 1809, los rusos avanzaron hasta el territorio sueco y amenazaron incluso a Estocolmo durante un tiempo. En agosto de 1809, se iniciaron negociaciones con el zar Alejandro y el 17 de septiembre se pudo firmar un tratado de paz. Además de las cesiones de tierras, la Guerra Finlandesa resultó como siempre sucede en las guerras, en pérdidas humanas muy significativas. Miles de soldados suecos murieron, congelaron hasta la muerte o sucumbieron a enfermedades. Una consecuencia completamente diferente de la guerra y sus consecuencias catastróficas para Suecia fue que el rey sueco Gustavo IV Adolfo se vio obligado a abdicar y el país adoptó una nueva forma de gobierno

Al sur de Suecia, los acontecimientos nos llevan a Dinamarca, que ha sido atacada por Gran Bretaña para evitar que su flota cayera en manos de los franceses. Previamente Dinamarca había entrado en guerra contra Suecia, su eterno enemigo, y contaba con la ayuda de Francia. Al mismo tiempo, el 9 de febrero de 1808, Bernadotte fue informado de que Rusia había obtenido la aprobación de Napoleón para atacar Finlandia. Para ayudar a forzar a la rebelde Suecia en la nueva Europa francesa, se planificó un ataque contra Escania, la región donde vivo yo. Las tropas, en total 30,000 hombres, entre los cuales se encontraba un importante contingente español compuesto por 13 355 hombres, 3088 caballos y 25 cañones, comandado por el marqués de La Romana. Llegan a Dinamarca a el 15 de marzo de 1808 para defender el país contra los ingleses y los suecos. Toda la operación va comandada por Jean Baptist Bernadotte escoltado por cazadores españoles del Regimiento de Zamora a caballo. La situación era confusa. El rey Cristián VII, había viajado a Holstein para ayudar a sus tropas contra la invasión francesa, pero falleció allí el 13 de marzo. Federico VI, el nuevo rey, ofreció una cena en el palacio de Amalienborg. Según el plan, un ejército hispano-danés bajo mando francés invadiría Suecia desde el sur. Bernadotte le había asegurado a Napoleón que podría llegar a Estocolmo durante la primavera.

Pero los acontecimientos en España hicieron que el destacamento español se encontrase incómodo estando bajo mando francés y sabiendo que, en España, a partir del dos de mayo se estaba luchando contra el aliado forzado. Con el apoyo de Gran Bretaña, según la máxima de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos, se preparaba para regresar a España. En agosto de 1808 se precipitaron los acontecimientos de tal manera que una escuadra inglesa, supuestamente enviada inicialmente a Gotemburgo para ayudar a los suecos en su guerra por Finlandia, paso a Dinamarca a recoger a los españoles y transportarles hasta Santander. El plan se puso en marcha el día 9 de agosto, tomando marqués de la Romana Nyborg con sus 8779 hombres. El comandante de la ciudad, el barón Gyldenkrone, sólo contaba con 1000 soldados y se rindió sin luchar. En el puerto había 44 pesqueros, el bergantín Fama y dos balandras, la Soormen y la Laurwing. Tomaron el control de los barcos y de las baterías de cañones y embarcaron para Langeland. España había de esta manera declarado la guerra a Dinamarca, la antes aliada. El escritor danés Hans Christian Andersen escribiría en sus memorias el recuerdo tan grato que le habían producido estos soldados españoles:

“Pero el recuerdo que más claramente se me quedó grabado en la memoria, avivándose cada vez que de ello se habla, es la llegada de los españoles a Fionia en 1808. Dinamarca se había aliado con Napoleón, a quien Suecia había declarado la guerra, y antes de que se pudiera uno dar cuenta, teníamos en Fionia un ejército francés y tropas auxiliares españolas para marchar a Suecia bajo el mando del Mariscal Bernardotte, Príncipe de Pantecorvo. No tendría yo entonces más de tres años, pero todavía me acuerdo muy bien de aquellos hombres oscuros que iban por la calle haciendo estrépito y de los cañones que disparaban en la plaza y delante del obispado; veía a los soldados extranjeros tirados por las aceras y encima de haces de paja en la iglesia medio derruida de los Franciscanos. Ardió el castillo de Kolding y Pantecorvo (Jean Baptiste Bernadotte) vino a Odense, donde estaban su esposa y su hijo Oscar. En las escuelas de toda la comarca se habían improvisado puestos de guardia; se decía misa en los campos, bajo los árboles grandes, y al borde de los caminos. Se comentaba que los soldados franceses eran altaneros, los españoles, en cambio, bondadosos y amables; se tenían un profundo odio los unos a los otros; los pobrecillos españoles eran los que daban más lástima. Un día un soldado español me cogió en brazos y me puso en los labios una medalla de plata que llevaba en el pecho desnudo. Recuerdo que mi madre se enfadó, porque era cosa de católicos, dijo, pero a mí me gustó la medalla y el hombre extranjero que bailaba conmigo en brazos besándome y llorando ¡seguro que él también tenía hijos en España! Vi cómo llevaban a uno de sus compañeros al cadalso por haber dado muerte a un francés. Muchos años más tarde, recordando estos hechos, escribí mi pequeño poema «El soldado», que ha adquirido gran popularidad en Alemania por la traducción de Chamisso que se recoge en Canciones de soldados como original alemán.”[1]

La mayoría de los españoles lograron regresar a España, no sin antes pasar con la ayuda de los ingleses a Gotemburgo, donde esperarían la llegada de 37 buques españoles que les llevarían de regreso a España, llegando a Santander el 9 de octubre. Ya he contado en otra entrada la aventura del soldado Panduro, así que en Dinamarca quedan aún hoy recuerdos vivos de aquellos españoles que fueron a conquistar Suecia y regresaron a su país para liberarlo de los “aliados” franceses. Secuelas de esos acontecimientos quedaron hasta nuestros días, pues,  el cabildo granadino de Huéscar decidió el 11 de noviembre de 1809 declarar la guerra a Dinamarca, aunque pronto se olvidó, quedando los documentos enterrados entre legajos hasta que alguien los descubrió y en 1981 el ayuntamiento de Huéscar celebró un acto con representación política de ambos países para firmar la paz. [2]

Me he entretenido un poco más de lo que pensaba con esto de las tropas españolas en Dinamarca, que es una historia muy interesante que da para mucho, pero ahora regreso a Jean-Baptist, Napoleón y Gustavo Adolfo, que es a lo que iba yo en un principio. Concentrando el relato: La guerra de Finlandia le fue muy mal a Suecia, que perdió una cuarta parte de su territorio y una tercera parte de su población. A consecuencia de estos acontecimientos, los nobles suecos iniciaron una revuelta contra su monarca, Gustavo Adolfo, al que retiramos ya de la atención de esta entrada, porque desapareció completamente de la escena política tras su abdicación obligada. A este desgraciado monarca le echaban la culpa de la pérdida de Finlandia. El trono sueco quedaba vacante, aunque el tío de Gustavo Adolfo, Carlos, hermano de Gustavo III, anciano y sin hijos, subió al trono como Carlos XIII, de forma interina.

Los partidarios de reformar el gobierno se apresuraron a redactar una constitución, siguiendo los principios de la división de poderes, recortando las atribuciones del monarca y resaltando el papel a jugar por el parlamento. No teniendo descendencia el rey interino, y tras muchas deliberaciones, se ofreció la corona a un príncipe danés, Carlos Augusto, que fue elegido como heredero el 18 de julio de 1809.  El 28 de mayo del año siguiente murió el príncipe heredero de manera fulminante y sospechosa para algunos, que echaron la culpa al antiguo gran amigo de Gustavo III, Axel von Fersen, el único sobreviviente importante del antiguo régimen y por tanto considerado como enemigo de la constitución y del nuevo orden. Axdel von Fersen.

El 20 de junio, durante el entierro de Carlos Augusto, cuando el cortejo fúnebre con el ataúd del príncipe se acercó a la capital, von Fersen, en su calidad de mariscal del reino, se presentó para guiar según el protocolo la procesión hacia Estocolmo. Sin embargo, en la ciudad prevalecía un ambiente hostil, abundaba el aguardiente gratuito y la gente estaba ebria. Cuando la procesión llegó a Estocolmo, el mariscal del reino iba en su carruaje de gala abierto, justo delante del coche fúnebre. El pesado carruaje era tirado por seis caballos blancos con arneses rojos y herrajes dorados.

Al pasar por el barrio popular de Söder, la multitud comenzó a gritar y escupir hacia el carruaje abierto de Fersen. Pronto comenzaron a arrojarse piedras y otros proyectiles a través de las ventanas del carruaje y, sin que interviniesen los soldados presentes que le escoltaban, fue arrastrado fuera de su carruaje de mariscal del reino y golpeado brutalmente. Buscó refugio en un edificio en Stora Nygatan, una fonda, pero fue arrastrado nuevamente hasta la calle, donde continuó la paliza. Le arrancaron la ropa, y finalmente le patearon hasta romperle la caja torácica. Todo esto ocurrió frente a soldados de la Guardia de Corps de Svea que estaban allí para mantener el orden. No se ha llegado nunca a aclarar el motivo de la pasividad de los soldados, ante este linchamiento. Se ha querido explicar que se había iniciado una campaña contra él y contra su hermana, la condesa Piper, a la que se culpaba del supuesto envenenamiento del pretendiente, aunque se sabe que la muerte le llegó a este como consecuencia de un ictus. En realidad, muerto Axel von Fersen, quedaba el terreno libre para los partidarios de una constitución al modelo de la corsa, la francesa y la americana, y la mayor representación de las clases emergentes en la sociedad sueca.

El trono de Suecia seguía sin encontrar heredero. El gobierno sueco pensó que, para elegir un nuevo heredero a la corona, había que consultar al hombre más poderoso de esa época, pues, cualquier decisión que no tuviese su aprobación, estaba condenada a fracasar. Creían los mandatarios suecos que había que preguntarle directamente y , el rey interino escribió una carta personal al emperador preguntándole por su opinión, aunque una parte del gobierno había ya elegido al hermano del fallecido príncipe, Fredrik Christian como sucesor al trono de Suecia. Como correo se envía al joven teniente Carl Otto Mörner, que al llegar a parís y dejar la misiva ante Napoleón, ni corto ni perezoso, se dirige a casa de Jean Baptist Bernadotte, para pedirle que se presente como candidato al trono de Suecia y, aprovechando la ocasión del matrimonio de Napoleón con la princesa austriaca Marie-Louise, reitera la misma petición el ministro plenipotenciario sueco en Paris, el conde Wrede. Por este Wrede conocemos al detalle los hechos, ya que escribió todo lo acontecido, según el lo percibió, en una carta dirigida al ministro de asuntos exteriores suecos. En ese momento no se conocía si Napoleón aprobaba la propuesta o no.

Las opiniones estaban muy divididas en el parlamento sueco que se reunió en agosto de 1810 en Örebro, evitando Estocolmo, tan revuelto tras la muerte de Axel von Fersen. Los que apoyaban a Bernadotte decían que era una forma de acercarse a Napoleón y obtener su ayuda para intentar recobrar Finlandia, aunque, formalmente Francia y Rusia seguían por el momento siendo aliados. En su contra, los políticos que rechazaban al mariscal francés, ponían como razones su desconocimiento de Suecia, su cultura y lengua, su condición de católico y, quizás lo más importante: la posibilidad de que Inglaterra reaccionase declarando la guerra a Suecia. Y, de pronto, aparece el 10 de agosto en Örebro un comerciante francés, Jean Antoine Fournier, que había sido anteriormente cónsul francés en Gotemburgo, que dice representar a Jean Baptist Bernadotte ante el parlamento sueco. Este señor no lleva ni carta, ni documento alguno que lo acredite, solamente un pequeño estuche para palillos de dientes con los retratos pintados de Desirée y Oscar, esposa e hijo del mariscal.

Fournier explica que el príncipe de Monte Corvo, Jean Baptiste, se postula como pretendiente y ofrece para ello un plan que a los suecos les resultaría difícil rechazar.  Lo más importante: un préstamo de ocho millones de francos con una renta del 4% a ingresar inmediatamente para saldar las deudas de Suecia, que había quedado en banca rota a consecuencia de la guerra con Rusia y la perdida de toda forma de subsidios por parte de Francia o Inglaterra. La segunda razón es también económica pues se trataba de liquidar las perdidas sufridas por los comerciantes suecos en el mercado francés. Con estas razones quedaron los parlamentarios suecos muy conformes y el 20 de octubre de 1810 ponía Bernadotte el pie en tierra sueca, en el puerto de Helsingborg, tras haberse convertido al protestantismo en la iglesia danesa de Helsinore, la única condición importante que se le impuso por el parlamento sueco. A partir de ahí, cambió su nombre por el de Karl Johan y fue adoptado por Carlos XIII, para sucederle tras su muerte.

La causa más importante para la elección de Bernadotte fue sin duda, aparte de las condiciones económicas, la posibilidad de encontrar un aliado en Francia. Importaba por tanto la opinión de Napoleón, en cuanto a la ascensión de su antiguo compañero de armas al trono de Suecia. Napoleón había repartido coronas soberanas a diestro y siniestro entre sus hermanos y cuñados, también entre sus más valiosos generales. Para él no era nada nuevo. Además, dio a entender que la elección de Bernadotte no iba en contra de sus deseos. La lealtad de Bernadotte a su emperador se daba por descontada, pero los próximos acontecimientos cambiarían completamente la situación. Bernadotte, comprendió poco a poco que la época napoleónica estaba a punto de concluir y eligió un nuevo rumbo para si y para su nueva patria.

La guerra de la independencia en España, la malograda invasión de Rusia y el cansancio que las constantes guerras, con sus consiguientes levas, estaba produciendo en el pueblo francés, hizo que el astuto Bernadotte, con su gran olfato para reconocer el origen del poder, cambió de rumbo. Originalmente, aunque no lo confesaba abiertamente, confiaba en poder remplazar a Napoleón como jefe de estado francés, cuando este se viese obligado a abdicar, algo que parecía a punto de llegar en 1812. Pronto abandonó también la idea de asociarse con Francia para recuperar Finlandia combatiendo a Rusia. En secreto eligió otro objeto por conquistar, quitándole a Dinamarca, asociada con Francia, la vecina Noruega, un trueque posible pero que necesitaba de la caída de Napoleón para poder conseguirse.  El 9 de julio de 1813 se reunió Bernadotte con el zar Alexander y el rey Fredrik Wilhelm de Prusia en el Palacio de Trachenberg en Silesia y escribieron un protocolo por el cual se comprometían a formar un gran ejercito compuesto por en total más de medio millón de soldados, de los cuales 158 000 estarían dentro del llamado Ejército del Norte, comandado por Bernadotte y formado por tropas rusas, prusianas y suecas. En Leipzig, en la batalla del mismo nombre, sufrió Napoleón su primera gran derrota frente a la coalición, perdiendo en la batalla 360 000 soldados.

Frenado Napoleón en Leipzig, aprovechó Bernadotte para lanzar su ejército contra Dinamarca que no pudo hacerle frente y, tras la paz de Kiel el 15 de enero de 1814, Bernadotte había conseguido su propósito, Norge quedaba en su mano. Pero…al mismo tiempo perdió la oportunidad de suceder a Napoleón como emperador de Francia, pues su retraso hizo que fueran las fuerzas prusianas y austriacas de Blücher  y Schwarzenberg las que tomasen París. El 6 de abril, finalmente, abdicó Napoleón y el conde de Provenza, el hermano de Luis XVI que salvó la vida eligiendo otro camino a la libertad, cuando Axel von Fersen intentó salvar a la familia real, se coronó como rey de Francia con el nombre de Luis XVII. La monarquía quedaba así restaurada y la era napoleónica veía su fin. El 30 de abril abandonó Bernadotte París para nunca más regresar. En 1818, tras la muerte de Carlos XIII,  Bernadotte fue coronado como rey de Suecia primero y más tarde el mismo año como rey de Noruega. Quedaban así Suecia y Noruega, unidas bajo el mismo monarca, hasta la disolución de es unión en 1905.

Termino esta larga entrada con algunas notas sobre la que muy a su pesar fue reina de Suecia, Desirée Clary, esposa de Bernadotte y hermana de Julia, la esposa de José Bonaparte. Desirée amaba su vida parisina y tras llegar a Suecia siguiendo a su esposo en compañía de su hijo Oscar, nacido en 1799, quedó profundamente decepcionada de Suecia, de la que decía detestar su clima y su gente. En el verano de 1811, Desirée dejó Suecia y se fue directamente a París, dejando aquí su hijo y marido. Desirée no regresaría a Suecia hasta 1823 y lo haría de la mano de la prometida de su hijo Josephine of Leuchtenberg, y se quedaría aquí el resto de su vida. Falleció en 1860. De esta reina se cuentan tantas anécdotas que merecería una entrada especial, un día de estos.

En fín, suma summarum: los monumentos a los que me refería al comienzo de la entrada, eran el obelisco de 30 metros de altura que se encuentra a la entrada del palacio real de Estocolmo, ofrecido a los ciudadanos de Estocolmo conmemorando una de las muchas paces (y guerras) con Rusia y la estatua ecuestre de Karl XIV Johan, rey de Suecia y Noruega desde 1818 a 1844. Un rey que abdicó, un oficinista navarro que llegó a rey, un joven corso que reino subyugó a toda Europa (casi), una mujer que fue novia de un futuro emperador y casó con un rey, pero que no quería vivir en su nuevo país, unos soldados españoles llevados por los bandazos de la historia a Dinamarca y devueltos a España por el que se suponía era su enemigo, en fin, todo esto me ha dado pie a escribir esta larguísima entrada. Si habéis llegado hasta el final y queréis más, pronto me atreveré con otra. Me voy a Lund, que aquí hace mucho frío.   Abajo podéis ver el monumento nonmemorativo del desembarco del mariscal francés Jean Baptiste Bernadotte en el puerto de Helsingborg. La foto la tomé el verano pasado y muestra un sol que posiblemente no lucía así el 20 de octubre de 1810, cunado el futuro rey de Suecia llegó a su nueva patria.


[1] Hans Christian Andersen. El cuento de mi vida sin literatura https://www.epedagogia.com.br/materialbibliotecaonine/491El-Cuento-de-Mi-Vida.pdf

[2] https://www.diariosur.es/costadelsol/daneses-costasol-guerra-granada-dinamarca-historia-20221122180021-nt.html