Me voy hacia el norte. Me voy a Dalarna, una región fronteriza con Noruega famosa por sus caballos de madera, pintados de rojo o azul y adornados con filigranas “kurbits” en blanco y amarillo, que son el equivalente a nuestros toros con banderillas, que los turistas se llevan a casa, para mostrar que se ha estado en España. Estos caballitos se encuentran en todas las tiendas de suvenires y casi todo el mundo los reconoce y grita ¡Suecia! cuando los ve. También es la tierra de los relojes de pie y péndulo, como el mío ´, que ya presenté hace algún tiempo en una entrada.
La razón por la cual los caballitos de madera y los relojes han salido de aquí, no hay más que salir de mi cabaña para comprenderla. Aquí desde octubre hasta abril o mayo, todo está cubierto por un precioso manto de nieve. No hay ni un palmo de tierra que no esté cubierto por más de un metro de nieve. Es comprensible que los campesinos de aquí tuviesen mucho tiempo libre y mucha necesidad de llenarlo con algo que les diese de comer, cuando las cosechas estaban bien guardadas y las matanzas se habían agotado.
Antiguamente, las mujeres jóvenes, fuertes y lozanas, se encargaban de llevar el ganado a pastar hacia el sur, donde la hierba empezaba a crecer más temprano. Pero no solo migraban las jóvenes pastoras, también lo hacían otras y también algunos muchachos, buscando trabajo y sustento, porque aquí, en el norte, familias numerosas, no podían ganarse la vida.
Hoy voy caminando por Dalkarlsvägen, (camino de los que vienen de Dalarna) que es un sistema de vereas, caminos y carreteras que va desde el norte de Dalarna hasta Estocolmo, 413 km desde Sälen, donde estoy yo ahora mismo. Este camino se ha ido estableciendo a través de las migraciones estacionales, las migraciones laborales de los hombres y las mujeres de esta tierra, desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX. Algunos caminos han sido restaurados, otros están casi cubiertos de maleza, pero hasta Estocolmo todavía quedan huellas de los viajes de la gente de estos valles que, ya estaban superpoblados a finales de la edad media, por lo que la presión demográfica obligó a sus habitantes a trabajar para complementar el rendimiento de las pequeñas explotaciones agrícolas, que se formaban mediante una incesante división. Diversos datos contrastados con documentos sobre la recepción de los trabajadores en Estocolmo, indican que, en un año normal justo antes de mediados del siglo XIX, ascendían anualmente a entre 3500 y 4500, de los cuales el 90% eran de la Alta Dalarna, que entonces tenía unos 70000 habitantes. En tiempos de malas cosechas, aumentaban las cifras de migrantes. Ambos sexos participaron aproximadamente en igual medida, aunque en el caso del pastoreo, se trataba siempre de mujeres. Desde muchos rincones de Dalarna, hombres y mujeres partían hacia el sur, para desempeñar trabajos que se consideraban principalmente masculinos.
Alrededor del 1 de mayo, comenzaban las migraciones en pequeños grupos. Desde Rättvik, de dónde he encontrado datos, que está a 280 km al norte de Estocolmo, se invertían unas 60 horas de camino, parándose a dormir en sitios habituales. Las etapas eran normalmente de 40 km que se hacían a pie llevando un hatillo con todo lo necesario para el viaje. En septiembre se producía un segundo viaje de trabajo, en el que participaban los que se habían quedado en casa para hacer las faenas de labor y cortando el heno. Sucedía a veces que los migrantes regresaban a casa para, celebrar bodas y negociar propiedades. Muchas mujeres desempeñaban trabajos de hombres durante periodos de siete a 10 meses, como jardineras, albañiles y remeras, estas últimas realizando el durísimo trabajo de atravesar los ríos y lagos que convierten Estocolmo en la Venecia del norte, llevando viajeros de una orilla a otra en pequeños botes de remos. No menos trabajosa era la jornada de las que trabajaban en los cementerios, como enterradoras y jardineras. Había fuertes vínculos entre la gente de los valles y a menudo vivían cerca unos de otros o simplemente juntos, compartiendo habitaciones de alquiler en casas de familias trabajadoras, que de esta manera conseguían unas monedas para aumentar sus escasos ingresos. Con el tiempo, algunos barrios de Estocolmo, como por ejemplo Vasastan, tenían una gran concentración de gente del valle, especialmente en el área alrededor de Odenplan. Lo mismo ocurrió en el sur, Söder, sobre todo porque había varias cervecerías y destilerías en las que trabajaban. A partir de mediados del siglo XIX, el extranjero también atrajo a muchos montañeses, que emigraron a Dinamarca, Inglaterra y Rusia. A mí me parece que este tipo de migración se asemeja mucho a la de los gallegos, en su caso también, en parte, debida a la fragmentación de los campos, que convertían las posesiones agrarias en minifundios insuficientes para mantener a una creciente población.
Los que se quedaban en casa, sobrevivían haciendo cestos y productos derivados de las maderas, tan abundantes aquí. Hacían muebles y, desde mediados del siglo XVIII, también los relojes a los que me refería al principio de estas líneas, que exportaban a toda Suecia, haciendo de su gusto regional y sus colores favoritos una moda campesina. Desde el norte de Suecia hasta Escania, se pueden encontrar en los antiguos caseríos muebles y enseres hechos aquí.
Sigo mi camino, penosamente avanzando entre la nieva. A veces me hundo y me cuesta bastante esfuerzo seguir. El primer día me hundí hasta la cintura, aunque iba andando por un camino marcado, pues la nieve alcanza en algunos lugares un espesor de hasta dos metros. Me voy dando cuenta de que no oigo nada de nada, Ni un motor, ni una voz humana, ni el canto de un pájaro. Busco a ver si puedo distinguir la huella de algún animal, pues sé que aquí abundan los lobos, los linces, los alces y los osos, aunque estos últimos estarán durmiendo a pierna suelta, porque aún queda invierno.
No encuentro nada, claro, cómo voy a hacerlo, con la cantidad de gente que he dejado atrás, en la cima, allí donde están las pistas de esquiar, que para eso he venido. No, yo no, mis hijos y mi compañera. Yo me conformo con mis paseos y mis pequeñas investigaciones en los centros culturales locales. Voy a ver si puedo hacer una buena travesía en trineo tirado por perros, me encantaría. Ya os contaré. La verdad es que esta gente, en la nieve y la montaña, ha encontrado una buena forma de vivir, que le da trabajo a muchos de sus habitantes y que convierte, esta antigua región de migrantes, en una zona de atracción para trabajadores de otras regiones y hasta del extranjero. Oigo hablar muchos idiomas, pero todavía no he escuchado una palabra en español.
Pensando en esto de las migraciones, llego a la conclusión de que lo normal en los humanos es justamente migrar. Yo suelo decir a todos que los humanos no tenemos raíces, que eso de las raíces es solo cosa de árboles, los pobres. Y es que, cuando arde el bosque, los árboles perecen, incapaces de huir, pues sus raíces se lo impiden. Nosotros los humanos, cuando estamos ante una crisis o peligro de guerra o catástrofe, nos largamos con la ayuda de nuestros pies. Que la tierra donde vivimos no nos da para comer, nos vamos a otra y ¡grande es España! O mejor, ¡grande es el mundo! Por eso, deberíamos ver a esos migrantes venidos de otros países, por el momento, menos agraciados que nosotros como a gente normal, que, en realidad, tiene el mismo derecho que nosotros de existir y de buscarse la vida. ¡Quién sabe, quienes serán los próximos migrantes! Me decía hace unos años la entonces embajadora de los Países Bajos en Suecia, Chistina Coppolse, que, muy posiblemente, los neerlandeses serían los próximos emigrantes, debido al cambio climático, que amenaza su abarrotado país con desaparecer bajo las aguas. ¿Quién sabe cuáles serán los futuros países receptores de las migraciones?
Sigo mi camino. Siento que el sudor me cae por la espalda, bajo todas las capas de ropa que llevo encima. A lo lejos, veo la cumbre de la montaña que da cobijo a todo un pueblo bullicioso, lleno de esquiadores con ropa de colores vivos, cascos y botas que les hacen moverse como si fueran astronautas en el llano, cuando llevan los esquíes al hombro, aunque, en las cuestas, bajan como flechas. Yo tengo la brújula puesta camino a una gran venta, donde de día se toma chocolate caliente y otros reconfortantes y de tarde-noche se beben ríos de cerveza, al son de la guitarra eléctrica del trovador-roquero de turno, que intentará que le coreemos y acompañemos sus canciones con nuestras palmas. Ya estoy llegando, ya oigo la música y las voces, ya falta poco. Ahora me sentaré tranquilamente, me tomaré una taza de chocolate y un buen dulce y escribiré estas líneas, para quien quiera leerlas, Abajo los caminos desde Dalarna a Estocolmo, traficados por los migrantes de antaño.
Hoy sopla el viento de tal manera, y nieva tan cerrado, que tengo que ir limpiando mis gafas todo el tiempo, para ver el camino y no perderme. La nieve que ha caído durante la noche, arremolinada por el viento, ha formado nuevas colinas y formaciones, que cambian completamente el aspecto de mi trayecto cotidiano. Tanto lo ha cambiado, que me he perdido unas cuantas veces y he tenido que regresar a un punto conocido, orientarme de nuevo y seguir. Por suerte llevo mucha ropa, voy vestido tipo cebolla, como cuando uno va en Ryanair sin maleta, porque no quiere pagar el sobrecoste. No paso frío pero tardo mucho más de lo normal en dar mi vuelta. Voy pensando en esas mujeres recias, fuertes y lozanas, que hacían este camino en toda su longitud, cientos y cientos de kilómetros, hasta llegar a Estocolmo a buscar trabajo o a buscar los pastos de primavera cuidando de su ganado. A fines del siglo XIX ya resultaban un poco exóticas para los urbanitas de Estocolmo, con sus vestidos coloridos y su famosa belleza, y empezaron a interesarse por ellas, como personas y también como parte de una forma de vida que estaba a punto de extinguirse.
Trataré de explicar lo que sabemos de estas mujeres, según las fuentes locales y la literatura que he leído sobre ellas. Estas mujeres tenían entre 17 y 20 años en su mayoría. El camino de aquí a Estocolmo, unos 400 kilómetros, lo hacían a pie y en grupos. Esta peregrinación en busca de trabajo, se consideraba una tradición, aparte de ser una necesidad de subsistencia. Muchas de ellas harían solo un viaje y a la vuelta contraerían matrimonio y serían madres y ayudarían a sus maridos en las labores del campo y tendrían hijos, que llenarían los pequeños caseríos. Tenían fama de ser hermosas y fomentaban la fantasía de los urbanitas, esas jóvenes que, puntualmente, como si de grullas se tratara, bajaban de sus montes hacia el bullicio, los peligros y las bendiciones de la ciudad.
Podemos profundizar, gracias al trabajo de muchos historiadores locales, como la historiadora Anna Götlind, que nos presenta a una de esas muchachas de Dalarna, la bella Carin Ersdotter, nacida en Djura, a 150 kilómetros al sur de donde me encuentro yo ahora. Carin comenzó su peregrinaje a Estocolmo con 17 años en 1832. Lo primero que hizo al llegar fue buscarse un trabajo. Primero empezó a trabajar como peón de albañil, portando piedras, ladrillos y mortero de argamasa a las espaldas, haciendo equilibrios sobre unas tablas, camino de los pisos altos de una obra. Un año después, cuando se terminó la obra en que trabajaba, al ganadero Otto Wilhelm Staël von Holstein le llamó la atención la bella Carin y ella empezó a trabajar en su granja, en Nacka, a las afueras de Estocolmo. El trabajo de Carin en la granja consistía en ordeñar las vacas y a continuación llevar la leche en un carrito, para venderla en la Plaza Mayor de Estocolmo, allí donde ahora está el museo Nobel y donde se cometió la famosa masacre de Estocolmo (Stockholms blodbad 1521) de la que os conté algo la última vez que estuve allí este invierno antes de la navidad.
Volvamos a Carin, que nos perdemos. Cuando la hermosa Carin empezó a vender leche en la Plaza Mayor, el lugar se fue llenando de hombres, que venían expresamente a ver a “la bella Carin”. Se juntaban tales corros de hombres, y alguna que otra mujer, que se convirtió en un problema de orden y la policía, lejos de emplearse a fondo con los mirones, se sintió obligada a interrogarla. Carin Ersdotter tuvo que esconderse a partir de ahí en callejones y patios para que la dejasen en paz. Gozó de tanta fama en su día, que se convirtió en leyenda y famosos pintores inmortalizaron la expectación que esta muchacha despertó en la ciudad en el poco tiempo que estuvo en ella.
Carin Ersdotter también fue mencionada y retratada en la prensa extranjera. Se escribieron canciones populares sobre ella y se crearon imágenes, litografías, dibujos y pinturas. Esta atención llevó a que se viera obligada a dejar de vender leche. En la primavera de 1834, fue invitada a los salones de la sociedad de Estocolmo. En una de estas ocasiones, conoció a Fredrika Bremer, escritora y pionera feminista, quien la dibujó en su cuaderno de bocetos.
A principios de mayo de 1834, dejó Estocolmo para volver a su pueblo. Era común que las chicas de Dalarna fueran a Estocolmo y trabajaran durante unos años antes de regresar a casa para casarse, y Carin Ersdotter estaba comprometida en Dalarna. El día antes de su regreso a casa, fue llamada al palacio donde conoció al rey Carlos XIV Juan (El antiguo general Bernadotte, ¿recordáis?) y al príncipe heredero Oscar. Luego fue escoltada hasta el muelle del Riddarhuset por un miembro del parlamento, paisano de Dalarna y dejó Estocolmo en el barco de vapor Yngve Frej, pero desde Västerås tuvo que caminar el resto del camino a casa en Djura, 163 kilómetros de nada. En Västerås, donde la gente se había congregado para verla pasar, según el diario Aftonbladet, causó un gran revuelo, pero allí terminó todo el encanto de la fama y la dura realidad comenzó de nuevo, aunque a su regreso, Carin llevaba consigo tres certificados de buena conducta, incluyendo uno firmado por su patron en la finca Järla, Otto Wilhelm Staël von Holstein, y otro firmado por treinta y cuatro miembros de la alta sociedad de Estocolmo. Sin embargo, los chismes y rumores sobre lo que había hecho en Estocolmo la precedieron, y su prometido, que la esperaba, ya no quería saber nada de ella. En 1835, se casó con Daniel Andersson de Djurabyn Gråda. Desde su muerte en 1885 está enterrada en el cementerio de su pueblo natal, Djura. En los jardines de su antiguo puesto de trabajo en Estocolmo, la mansión de Järla, se le levantó una estatua en 2005 y a continuación, su pueblo natal costeó recaudando fondos entre sus paisanos, una copia de la misma que ahora se puede ver junto a la iglesia de Djura.
Sabemos tanto de Carin gracias a que su patrón era un hombre muy conocido en sociedad y porque los periódicos de la época se interesaron por ella. Curiosamente, este joven terrateniente (tenía 30 años cuando conoció a Carin) cursó sus primeros estudios de derecho en Lund, aunque se graduó en Uppsala. Ya en 1833 ya era juez cuando se compró la mansión de Jarla con su importante producción láctea, donde Carin encontró trabajo.
Estas migraciones continuaron durante todo el siglo XIX y gran parte del XX. En realidad, no fue hasta que se empezaron a construir en los años 50 los primeros equipamientos pensados exclusivamente en el esquí alpino, cuando estos parajes comenzaron a ponerse de moda, atrayendo a gran cantidad de esquiadores del sur de Suecia, Dinamarca y Noruega. Aquí la nieve no falta y el paisaje montañoso ofrece muchas oportunidades de organizar pistas para todas las modalidades del esquí alpino. Desde 1970 creció una industria alrededor del deporte alpino, que hoy da trabajo a gran parte de la población de los valles y además ofrece muchas posibilidades a jóvenes de toda Suecia y hasta de otros países, que aquí encuentran trabajo en las temporadas, tanto las de invierno como las de verano, ya que la actividad no cesa durante el verano, cuando los deportes de nieve son sustituidos por actividades varias de montaña.
Busco en las mujeres del lugar rasgos que recuerden a sus antepasados, las y los migrantes de hace siglos, y me parece reconocer la firmeza, fuerza y sana constitución que las hacía famosas. Un artista sueco, Anders Zorn, dedicó gran parte de su producción artística a mostrar estas recias amazonas en sus ropas características y, muy a menudo, sin ellas, mostrando lo que a él, y a sus contemporáneos, les parecía algo exótico. Busco también, y encuentro sin mucho esfuerzo, fuentes gráficas que muestren la imagen de estas mujeres,Tal y como eran, dedicadas a sus duros trabajos, pero nunca amedrantadas o humilladas. Orgullosas de su trabajo, conscientes de su esfuerzo, deseando regresar a sus hogares, llevando el fruto de su duro trabajo, para contribuir al bienestar de la familia.
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