Ayer fue el 2 de mayo, un día que siempre ha estado presente en mi conciencia, porque me he criado muy cerca de la plaza que lleva su nombre y que fue un lugar emblemático, donde los hechos históricos de ese día, tuvieron un desenlace final. Junto a esa plaza estaba mi primer colegio y allí iba yo a jugar por las tardes. Daoiz y Velarde estaban siempre allí, bajo el arco de la puerta del antiguo cuartel de artillería de Monteleón, al pie del cañón, en un gesto que imitaba la heroicidad de Harmodio y Aristogitón, (los tiranicidas), grupo escultural que hoy se haya en el museo arqueológico nacional de Milán.

Luis Daoiz y Torres y Pedro Velarde y Santillán, dos capitanes de artillería, están para siempre como ejemplo de una insurrección fallida, convertida en acto patriótico y embrión de la futura España. En el transcurso de los años, desde ese día en que los dos soldados murieron inmolados en el altar de sus creencias, han sido utilizados por todos los que han llegado al poder en España; liberales, conservadores, republicanos, dictadores y, últimamente, los nuevos demócratas. El grupo escultural, esculpido 1830 por Antoni Solà Llansas, fue primeramente expuesto en el Retiro Posteriormente fue trasladado al arco de entrada de Monteleón donde se haya hasta ahora. A partir de los comienzos de los 80, la plaza, ha sido un lugar de concentración para jóvenes y menos jóvenes de “vida alternativa”, libertinos y cuasi-anarquistas, que con bastante regularidad han usado el grupo escultural para “múltiples usos”, desde pancartas reivindicativas hasta aseos.

Lo que ocurrió el 2 de mayo en Madrid fue una insurrección, una reacción que ha sido utilizada como forma de resistencia desde tiempos inmemoriales. Desde la antigua Grecia y más atrás, hasta el siglo XXI, la insurrección a sido tomada como opción costosa y dura, por personas y grupos en pos de cambiar, mejorando, las condiciones políticas y sociales que les oprimen. La insurrección es un acto de resistencia y protesta, que supuestamente surge de una manera espontánea. Buscando en la historia, encuentro muchos ejemplos de insurrecciones por todo el mundo, también, claro está, en España y Suecia. Por no buscar muy atrás, me voy hasta la antigua roma y la insurrección de Espartaco, 73-71 anterior a nuestra era. Esta insurrección buscaba la libertad de los esclavos y llegó a provocar una serie de batallas importantes antes de ser finalmente sofocada por las fuerzas romanas, no sin antes hacer temblar los fundamentos del imperio. En España tenemos muchas insurrecciones en tiempos de los romanos, pero, para acortar el relato, me voy directo a la insurrección de los moriscos 1568-1571, una insurrección de los moriscos, musulmanes convertidos al cristianismo, en el Reino de Granada. La insurrección fue provocada por las políticas represivas y la discriminación religiosa de la época. A pesar de algunos éxitos iniciales, la rebelión fue aplastada por las fuerzas reales.

Suecia surge como estado independiente de una insurrección, la de Gustavo Vasa, en 1521. Ya en el poder, su construcción nacional se vería amenazada por una gran cantidad de insurrecciones, curiosamente surgidas entre los campesinos de Dalarna que le ayudaron a llegar al poder. En 1524-1525, 1527–1528 y 1531–1533, Gustavo Vasa se vería obligado a sofocar insurrecciones contra su política contributiva y centralizadora. La insurrección de Nils Dacke, 1542-1543, fue una rebelión campesina en el sur de Suecia. Dacke se rebeló, como en las insurrecciones anteriores, contra las políticas fiscales y la centralización del poder real de Gustavo Vasa. La rebelión, que inicialmente alcanzó cierto éxito, fue finalmente sofocada por las fuerzas reales.

Debemos, creo yo,  contemplar la guerras civiles inglesas de 1642-1651 también como insurrecciones, cuyos resultados más durables fueron el fortalecimiento del parlamento y, por tanto, un embrión de la futura democracia parlamentaria.   

Una revuelta militar en 1809, consiguió derrocar la monarquía reinante en Suecia y escribir una nueva constitución que, con pequeños retoques, aún sigue vigente. Esta revuelta es de las pocas que han sido exitosas, exceptuando la insurrección de los colonos ingleses en América del Norte, que comenzó como protesta, al estilo de las suecas, y terminó formando un nuevo estado regido por una constitución que garantizaba la libertad de, al menos, una parte de la población. Por su carácter e implicación mayoritaria de gran parte de la población, debe considerarse esta insurrección como revolución, ya que sus efectos perduran en su esencia.

La revolución francesa de 1789 la considero también fuera de estas insurrecciones, ya que, aunque no consiguió en un principio cambiar los fundamentos del estado francés, logró quedar como un poso revolucionario que, a través de los años, consiguió transformar la Francia del antiguo régimen. Un tanto de lo mismo podríamos decir de la revolución rusa, cuyos resultados, a la luz de la historia reciente, más parecen un lapsus que una continuidad. Se abre una cuestión interesante, comparando insurrecciones con revoluciones, en cuanto el factor tiempo. ¿Cuánto tiempo deben perdurar los efectos del cambio profundo y fundamental en las estructuras políticas, sociales y económicas de una sociedad para poder ser considerado un alzamiento como revolución, en lugar de ser una mera insurrección?

Volvamos al 2 de mayo. ¿Ante qué tipo de insurrección nos encontramos en esta fecha? ¿Qué conmemoramos? La versión oficial es que el pueblo de Madrid se levanto en armas contra las tropas napoleónicas. Pero, ¿cómo de espontaneo fue este levantamiento? Para conocer lo que fueron los hechos en sí, es muy fácil recurrir al magnifico trabajo de la Real Academia de La Historia y su publicación “2 de Mayo 1808” https://www.rah.es/2-de-mayo-de-1808/ pero yo quiero saber lo que hubo detrás de la revuelta popular. Vayamos por partes:

A finales del siglo XVIII Francia, tras una revolución en gran parte fallida, y Gran Bretaña estaban enfrentados por el dominio de Europa y del mundo. Francia entró en una política de pactos y alianzas con otros países para hacer frente a los ingleses. De esta manera, España entró en la contienda desde el segundo Tratado de San Idelfonso, 1796. Con la llegada de Napoleón al poder, Francia comenzó a tomar la iniciativa, al menos sobre el terreno, aunque en el mar, los ingleses lograron mantener su hegemonía. Tras la batalla de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805, tan costosa para España, desistió Francia de invadir Gran Bretaña y se concentró en el llamado Bloqueo Continental, que tenía como fin, estrangular la economía británica, cerrando los puertos de Europa al comercio con los ingleses.

Portugal, como también lo hizo Suecia, se negó a secundar la llamada de los franceses y mantuvo el comercio con las islas británicas, lo que llevó a Napoleón a decidirse a invadir Portugal. En el tratado de Fontainebleau, firmado el 27 de octubre de 1807, se acordó la invasión conjunta de Portugal por España y Francia y el reparto del botín entre ambos países. La invasión se inició rápidamente y el 30 de noviembre, las tropas españolas y francesas habían penetrado en Portugal, llegando al mismo Lisboa, sin encontrar gran oposición. La familia real lusa, dejaba el país el día anterior, camino de Brasil. Mientras el grueso de las tropas españolas se encontraba ocupando Portugal, los franceses siguieron llegando a la península, ocupando las ciudades de Burgos, Barcelona y Salamanca, en contra de lo acordado en el tratado.

Alertados por la masiva presencia del ejército francés, penetrando por todo el norte de España, hizo que la familia real española huyese de Madrid hacia Aranjuez para desde allí trasladarse a Cádiz, para seguir hasta las colonias españolas en América, así como ya había hecho la familia real portuguesa.

El 18 de marzo y antes de que Carlos IV iniciase el viaje a Cádiz, el príncipe de Asturias, futuro Fernando VII, consiguió sublevar a la guarnición provocando el motín de Aranjuez, un motín que estuvo muy lejos de ser espontaneo, coincidiendo con el historiador Emilio La Parra López. Según La Parra, “los aristócratas del partido fernandino, cuyo primer intento de acabar con Godoy y conseguir que Carlos IV abdicara en favor de su hijo Fernando había fracasado el año anterior en el llamado “complot de El Escorial”, distribuyeron dinero, reclutaron gentes, controlaron el ejército y lanzaron rumores pertinentes para soliviantar los ánimos de la población… El pueblo quedó en segundo plano, desempeñando el papel protagonista sólo cuando interesó a los anteriores. […] La propaganda fernandina, sin embargo, puso especial énfasis en el protagonismo del pueblo para justificar su causa…”

El resultado fue que Godoy fue apresado y el rey obligado a abdicar en su hijo. Pero Carlos IV no se resignó y envió una misiva a Napoleón, que llamó a Fernando y a Carlos a reunirse con el en Bayona. Allí, fueron obligados a abdicar, dejando el gobierno en manos de una junta de Gobierno presidida por el infante Antonio, que pronto quedo bajo la custodia de Joaquín Murat. Hasta aquí los acontecimientos históricos, pero desde aquí hasta el dos de mayo debemos adentrarnos en un mundo de conjeturas. En España, en esas fechas, hay grupos con intereses encontrados. Por una parte, tenemos las viejas élites compuestas por la nobleza y la jerarquía eclesiástica con grandes intereses políticos y económicos que defender. Por otra parte, las nuevas elites comerciales y fabriles, las últimas todavía emergentes en la periferia, pero no por eso menos importantes. Todo el aparato ideológico de la ilustración y la revolución francesa, fue acogido por buena parte de las élites emergentes y promovido por algunos actores importantes de la arena política española, con el eternamente odiado Manuel Godoy a la cabeza. La iglesia, con la inquisición y toda su fuerza económica y peso ideológico sobre la conciencia del pueblo llano, formaban junto a buena parte de la nobleza la oposición a las nuevas ideas, viviendo aún en la contrarreforma. Podemos ver la fuerza de esta oposición a las nuevas ideas en el motín de Aranjuez.

El 27 de abril consiguió Murat la autorización de la Junta de Gobierno para trasladar a la infanta María Luisa, hermana del rey, y al infante Francisco de Paula hacia Bayona para renunciar a su derecho al trono. Más tarde abdicaría la familia real española en pleno y dejaría la corona en manos del hermano mayor de Napoleón, José, que lo mantendría hasta el 17 de abril de 1814. Se dice que la chispa que originó la insurrección del 2 de mayo se produjo espontáneamente. Una multitud, que se había congregado a las puertas del palacio real, es disuelta por un batallón de granaderos.

Los hechos de este 2 de mayo han quedado inmortalizados por dos obras de Francisco de Goya, testigo de los hechos, que pintó por encargo de Fernando VII los dos cuadros más conocidos, La carga de los mamelucos, y El 3 de mayo. Estos cuadros fueron presentados en noviembre de 1814. Al regreso de este Fernando VII, llamado “el deseado” por la parte de los españoles que estaban en contra de las ideas expuestas por la revolución francesa, se atrasó el reloj hasta la más dura represión y el peor oscurantismo. Nuevos alzamientos vendrían, nuevas insurrecciones, liberales y conservadoras, hasta llegar a nuestros días.

Yo he vivido de cerca una insurrección, ya que yo me encontraba en Paris en mayo del 68. Todo había comenzado en marzo, cuando un grupo de estudiantes de la Universidad de Nanterre, liderados por Daniel Cohn-Bendit y otros activistas, comenzaron a organizar protestas contra las políticas universitarias, la falta de democracia en la universidad y el papel de Francia en la Guerra de Vietnam. Estas protestas iniciales fueron en gran medida pacíficas, pero pronto se volvieron más confrontativas a medida que los estudiantes se enfrentaban con la administración universitaria y la policía. Precisamente el 2 de mayo de 1968, la universidad fue desalojada por la policía después de que las protestas estudiantiles se intensificaran, lo que sirvió como un catalizador para la expansión de las protestas estudiantiles a otras universidades y sectores de la sociedad francesa.

Pronto se expandieron las protestas hasta llegar a Paris y otras universidades incluida la Sorbona. Las demandas de los estudiantes no solo se centraron en cuestiones universitarias, sino que también abordaron temas más amplios como la represión policial, la censura en los medios de comunicación y la desigualdad social. Pronto, los trabajadores se unieron a las protestas, llevando a una huelga general que paralizó gran parte de Francia. En esto, llegué yo y me encontré en medio de violentos enfrentamientos entre los manifestantes y la policía. Las calles de París se convirtieron en campos de batalla, con barricadas, gases lacrimógenos y enfrentamientos callejeros frecuentes. La policía respondió con dureza, lo que provocó más indignación y solidaridad entre los manifestantes, algo que yo experimenté pues me encontré constantemente protegido por una gran cantidad de jóvenes, no solo franceses, desconocidos pero que mostraban su camaradería, simplemente porque yo estaba allí.

Entre los estudiantes con los que yo me relacionaba había bastantes alemanes y nórdicos, especialmente daneses. Recuerdo mis viajes por Alemania en esa época y como yo pensaba, cuando iba en autobús por las calles de Bonn, que los hombres de mediana edad que yo veía, quizás el que iba sentado en el asiento de al lado, habían sido soldados de la Wermacht, quién sabe si de la propia SS. Vivíamos entonces en un mundo muy diferente al actual y las nuevas generaciones sentíamos una necesidad imperante de romper con el antiguo orden.

A medida que pasaba el tiempo, el movimiento estudiantil comenzó a mostrar signos de división y agotamiento. Surgieron diferencias ideológicas y estratégicas opuestas entre diferentes grupos de manifestantes, lo que llevó a una pérdida de cohesión dentro del movimiento. Además, el final del año académico y el comienzo de las vacaciones de verano redujeron la participación en las protestas. A pesar de que la revuelta estudiantil no logró derrocar al gobierno de De Gaulle, tuvo un impacto significativo en la política y la sociedad francesas, y diría yo, en todo occidente. En el este de Europa, bajo el telón de acero, el referente era la primavera de Praga, a la que regresaré en otra entrada,

El gobierno francés se vio obligado a implementar reformas en el sistema educativo y en otras áreas, en un intento de abordar algunas de las demandas de los manifestantes. Estas reformas incluyeron la descentralización de la universidad, la ampliación de la libertad académica y la mejora de las condiciones de vida de los estudiantes. Así, cuando yo llegué a Suecia, dos años más tarde, la honda expansiva de la revuelta estudiantil de mayo del 68, ya había llegado a la universidad.

Leo hoy en el periódico que algo similar, aunque diferente de lo que llevó a las revueltas del 68 está ocurriendo ahora en Estados Unidos. Cambiemos Vietnam por Palestina, la lucha contra de Gaulle con la resistencia contra el trumpismo y veremos que la historia, aunque nos pese y no queramos aceptarlo, nos demuestra a veces que es posible su reproducción. Recomiendo de nuevo la lectura de las fuentes publicadas por la Real Academia de la Historia, para conocer de cerca los acontecimientos del 2 de mayo. Escribo el 3 de mayo, día de las ejecuciones de algunos de los que participaron en la revuelta de Madrid en 1808 en la Moncloa. https://www.rah.es/2-de-mayo-de-1808/ Como se puede ver en el grupo esculpórico, a Daoiz y Velarde también les han roto las espadas.