Todo lo que escribo aquí es producto de la fusión de tres elementos, a saber: mis largos paseos, lugares enigmáticos y, ante todo, mi memoria. Me inspiran sin duda Caliope y Clio, a veces también Euterpe, hijas las tres de Zeus y de Mnemósine, inspiradoras, junto a sus hermanas musas, de toda actividad humana relacionada con el arte. La memoria es pues la raíz de mis relatos, que se alimentan también de los parajes históricos que voy pasando durante mis caminatas. Allí donde no llega la memoria, o llega borrosa y difuminada por el paso de los años, me apoyo en las fuentes que encuentro en los archivos y en ese recurso inagotable que a todos nos brinda internet. Esto lo expongo para que el lector sepa, que los relatos que aquí puede leer son vivencias, trenzadas con acontecimientos y lugares de valor histórico.
Hoy paseo entre los frondosos árboles de Lundagård, frente al paraninfo de la universidad de Lund, y lo encuentro ocupado por un campamento multicolor rodeado de grandes carteles y pancartas. Me acerco y puedo leer que la acampada se debe a una actividad de solidaridad de los universitarios con el pueblo de Gaza y en contra de los masivos ataques efectuados por Israel a partir de los ataques de Hamas en octubre del año pasado. No cuento a los participantes, pero podría hacerlo sin dificultad, ya que son pocos, los que pasean conversando entre el pequeño campamento, o se sirven chorizos de la improvisada barbacoa. En la universidad de Lund hay aproximadamente 40 000 estudiantes, que seguramente andan ocupados con otras cosas, este esplendido día primaveral. En las pancartas leo cosas referentes al “genocidio” perpetrado por Israel, pero no leo nada sobre las sangrientas acciones de Hamas, y no me extraña. A la sombra de un castaño, un policía de uniforme, como único representante de las fuerzas armadas del estado, consulta interesado, quién sabe qué, en su móvil, a una prudente distancia de la barbacoa.
El mes pasado vino el primer ministro sueco, Ulf Kristersson, invitado por la organización estudiantil, a visitar Lund y dar una charla sobre la política de su gobierno. «Mil gracias, es genial estar aquí», comenzó el primer ministro, dirigiéndose a la concurrida audiencia. No llegó más lejos antes de ser interrumpido por un puñado de activistas ruidosos mezclados entre el público. “Tú eres responsable de un genocidio”, gritaban algunos, “Asesino” gritaban otros, en un espectáculo grotesco, donde los estudiantes que estaban interesados en escuchar al primer ministro y hacerle preguntas, se vieron envueltos en escenas dramáticas, hasta que los vociferantes fueron expulsados de la sala.
Al día siguiente se apresuraban 50 investigadores, con cátedra y sin ella, a defender a los llamados “activistas”. Yo miro la lista de firmantes y encuentro allí a muchos de mi generación, jóvenes en el 68. En su artículo escriben: «Protestar en voz alta y hacer sentir incómodos a los gobernantes cuando los valores humanistas están en peligro, ha fortalecido la democracia a lo largo de la historia. Este es uno de esos momentos en la historia». Pero este artículo fue rápidamente contestado por estudiantes que se encontraban en la sala, ejerciendo “su” derecho democrático al diálogo:
«Muchos, tanto oyentes como políticos y comentaristas, han criticado con razón a los activistas por arruinar un evento estudiantil planificado con fines ideales. Sin embargo, los 50 académicos que han hablado sobre el tema describen las objeciones como ‘un paso hacia el fascismo’. Y continúan: ‘El orden social que el gobierno quiere establecer amenaza la democracia en lugar de protegerla’. Algunos filósofos políticos no nombrados, según los académicos, ‘han advertido sobre esto’. No se refieren al peligro de silenciar a los opositores políticos o de insultar a los organizadores, sino al peligro de criticar el comportamiento inaceptable. Son formulaciones asombrosas.»
Yo sigo mi camino, pensando en estas cosas, y, ya en casa, me entero que han intentado asesinar al primer ministro eslovaco, el controvertido socialdemócrata Robert Fico, en plena calle. El autor es un escritor que se atribuye el derecho a cambiar la política de su país a balazos. Esperemos que la radicalización de la política no se generalice. Tenemos unas elecciones importantes el 9 de junio, en el que la extrema derecha puede ganar mucho terreno, si los demócratas no nos movilizamos debidamente. Ante un avance de la extrema derecha, no sería de extrañar una radicalización de buena parte de la izquierda y, mi memoria me dice que esto ya ocurrió hace 100 años, siendo los resultados aterrantes.
En mi anterior entrada nombro de paso a un hombre que resulta muy interesante presentar como ejemplo de la evolución de las ideas que llevaron a las revueltas de mayo del 1968. Este hombre merece mención y estudio aparte. Me refiero a Giangiacomo Feltrinelli. Me referí a él como el publicista que compró los derechos de la foto del Che y que publicó el diario del revolucionario en Bolivia, tras la muerte de este. Como la mayoría de los jóvenes que se enfrentaban a la policía en las calles de Paris, Giangiacomo Feltrinelli, nacido en 1926, era hijo de “buena” familia, aunque ya había algún que otro proletario entre ellos, pero en general era una revolución burguesa. Así lo percibieron los trabajadores que decidieron no secundar la huelga general que los estudiantes querían encabezar.
Volviendo a Feltrinelli, venía este de una de las familias más importantes de Italia. La familia era originaria de Gargnano, a la orilla del lago Garda, familia que se destacó hacia mediados del siglo XIX en el comercio y la industria maderera en Italia y Austria. El iniciador de la dinastía de industriales madereros fue Faustino Feltrinelli, nacido el 7 de agosto de 1781 y fallecido el 14 de septiembre de 1846. El padre de Giangiacomo era uno de los herederos de la enorme fortuna de los Feltrinelli pero cayo en desgracia en 1935, acusado de corrupción, y se suicidó. Dejando al pequeño Giangiacomo huerfano. La madre casó de segundas nupcias con el editor del Corriere della Sera, Luigi Barzini Jr.
Giangiacomo, marqués de Gargnano, o “el Giangi” como le llamaban los que le conocían, vivía en opulencia aunque la familia estaba muy vigilada por Mussolini. Aunque su padrastro estuvo recluso en arresto domiciliario, por no coincidir en sus convenciones políticas con Mussolini, Giangiacomo era un convencido fascista, que amenazó a su padrastro y algunos de los periodistas del Corriere con denunciarles. Su admiración por Mussolini y sus filosofías era tan profundas que su habitación estaba empapelada con carteles de propaganda y recortes de periódicos de los triunfos militares de las Potencias del Eje. Pero al igual que muchos italianos que primero simpatizaron con los fascistas y luego cambiaron de opinión a medida que los Aliados avanzaban por la península, Giangiacomo se inclinó hacia la izquierda con el tiempo, sus biógrafos se inclinan por explicar el cambio de afinidad política a su relación de amistad con los trabajadores domésticos, algunos de ellos afiliados al partido comunista. A los 18 años se unió al Gruppo di combattimento Legnano, una unidad partisana de la Resistencia italiana, y participó en la liberación de Bolonia.
Pasada la guerra, comenzó a pensar en su futuro. Se matriculó en el Politecnico di Roma, asistiendo a clases durante el día y participando en actividades políticas comunistas por la noche. A los 21 años, en 1947, Giangiacomo se convirtió en heredero del 75 por ciento de la herencia de su padre. Todo ese dinero le ayudó a encontrar formas de apoyar su nueva ideología. Comenzó a recolectar frenéticamente documentos y monografías sobre la historia del movimiento obrero y el marxismo, llenando su apartamento hasta el punto en que decidió abrir la Associazione Biblioteca Giangiacomo Feltrinelli. Eran los comienzos de los 50 y más de dos millones de italianos eran miembros del Partito Comunista, parte de una marea roja que estaba llegando a otras costas de Europa. Giangiacomo había adquirido habilidad empresarial cerca de su madre y tíos mientras crecía, y sintió que era el momento adecuado para una nueva empresa propia. Después de algunos intentos fallidos, la editorial Feltrinelli nació en Milán en 1954.
Feltrinelli se lanzó a buscar libros que publicar, libros antifascistas y marxistas. Los primeros dos títulos que Feltrinelli publicó fueron «El azote de la esvástica: Una breve historia de los crímenes de guerra nazis» de Lord Russell y «Una autobiografía» del primer ministro indio Jawaharlal Nehru. Esta perspectiva internacional seguiría siendo una parte esencial de la visión de Giangiacomo para su empresa, mientras recorría el mundo en busca de manuscritos prometedores. Fue a través de su búsqueda de las últimas producciones culturales que se topó con Boris Pasternak y «Doctor Zhivago». El ruso Pasternak había atraído la ira de Nikita Jrushchov por sus supuestas opiniones críticas sobre la Unión Soviética, lo que resultó en una prohibición total de la publicación de su obra. Uno de los contactos de Feltrinelli en Moscú sabía que Pasternak estaba desesperado y se acercó a él para que «Doctor Zhivago» fuera publicado en Italia. El autor estaba aterrorizado por las posibles repercusiones, pero aceptó seguir adelante, lo que resultó en un gran éxito para la editorial. Feltrinelli sería el primer editor en el mundo en lanzar «Doctor Zhivago» en 1957, adelantándose a editoriales estadounidenses y francesas, e hizo una fortuna con los derechos cinematográficos a principios de la década de 1960. Otros éxitos editoriales seguirían en 1958 con «El gatopardo», de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y la edición italiana de «Trópico de cáncer» de Henry Miller en 1962.
Siempre bajo sospecha en el partido por su condición burguesa y más tarde por sus posiciones poco ortodoxas en relación con las políticas de Kremlin, fue sometido a fuerte presión para evitar que se publicara «Doctor Zhivago», Il Giangi tuvo que enfrentarse a acusaciones de traición por parte de sus camaradas. Su papel siempre había sido limitado dentro del Partido Comunista debido a sus raíces elitistas, lo que lo frustraba cuando buscaba desempeñar un papel más importante en operaciones militantes.
Más allá de estas luchas internas, Giangiacomo se horrorizó ante la brutal reacción soviética a la Revolución Húngara de 1956. Como muchos otros comunistas en Europa Occidental, Giangiacomo sintió que el espíritu de la revolución comunista había sido traicionado y decidió que la guerra de guerrillas era la única forma de avanzar. Por tanto, se sintió atraído por la revolución cubana y, ante todo, por la figura icónica de Ernesto “Che” Guevara. En mi anterior entrada expuse como Feltrinelli se hizo con los derechos de la icónica foto de Korda del Che Guevara y como publicó el diario del guerrillero en Bolivia en 1967.
Hay claros indicios de que entre 1970 y 1972, Giangiacomo estaba trabajando con organizaciones de izquierda en Cerdeña, la tierra de Gramsci, con la esperanza de lanzar un movimiento que convirtiera la isla en una especie de Cuba mediterránea, tratando de despertar el espíritu de Garibaldi. Giangiacomo tenía una admiración sin límites por Fidel Castro y lo había visitado en varias ocasiones, publicando sus primeros escritos. Sus discusiones sobre el Movimiento del 26 de Julio[1] y los logros de Che Guevara, hasta su muerte en Bolivia, hicieron mucho para impulsar a Giangiacomo hacia su radicalización.
Finalmente, desilusionado de la según él pasividad y del partido y servilismo en relación a Moscú, se lanzó a la acción directa, cruzando Italia con su pequeña furgoneta Volkswagen, con la intención de actuar para impedir la subida de la derecha radical, Ordine Nuovo, al poder, algo de lo que Feltrinelli estaba convencido que sucedería. Su frenética carrera terminó El 15 de marzo de 1972, mientras intentaba colocar explosivos en una torre de transporte eléctrica que suministraba energía a una gran parte de Milán, Giangiacomo calculó mal y se voló a sí mismo, o, como se especuló en su día, servicios de inteligencia extranjeros o nacionales se encargaron de acabar con el incómodo editor simulando un fallido atentado.
Como millonario financiero de grupos políticos en oposición o abiertamente insurrectos no estaba Giangiacomo solo, ni mucho menos. Pienso en Ramón de la Sota en el caso vasco, rico industrial promotor y financiero de Sabino Arana y del Partido Nacionalista Vasco. En Cataluña tenemos a Francesc Cambó, empresario y financiero catalán que desempeñó un papel crucial en el impulso del catalanismo político durante la primera mitad del siglo XX, utilizando su considerable riqueza personal y conexiones políticas para respaldar diversas iniciativas destinadas a promover la cultura y la identidad catalanas. Pero el millonario italiano es el único que dedicó toda su vida como adulto a la actividad política hasta sus últimas consecuencias. Su legado la Editorial Feltrinelli, casi con seguridad la más famosa de Italia, sigue viva. Una gigantesca cadena que hoy cuenta con 124 puntos de venta en 58 ciudades del país y que tiene millones de libros en sus catálogos. Y, por si esto fuera poco, La Fundación Gian Giacomo Feltrinelli sigue viva y con buena salud. Según su página web: “Durante más de 70 años, hemos construido un patrimonio archivístico único. Con 1,5 millones de elementos, 250.000 volúmenes, 17.500 títulos de publicaciones periódicas y 15.000 carteles, nuestro catálogo reúne fuentes de importancia internacional, valiosas para reinterpretar la historia social de Europa moderna y contemporánea, así como para adentrarse en temas de justicia social, multiculturalismo, ciudadanía, activismo y formas de representación.” https://fondazionefeltrinelli.it/
Abajo algunas fotos de la acampada ante el paraninfo de Lund
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[1] El Movimiento 26 de Julio fue una organización política y militar cubana creada en 1953 para combatir la dictadura de Fulgencio Batista. Estuvo liderada por Fidel Castro y asumió una ideología nacionalista de izquierda y antiimperialista, reivindicando la figura y las ideas del pensador cubano José Martí.
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