La propiedad de la tierra.

Con los pies en la tierra, en mi jardín, este sábado 8 de junio, a las siete de la mañana, me pongo a pensar en eso que se suele llamar “mi tierra”. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de nuestra tierra? Algunos se refieren a la tierra que los vio nacer, a ese espacio indefinido que reúne los recuerdos de la niñez y el sonido del dialecto local. Otros, los menos, se referirán seguramente a la tierra que poseen con título de propiedad y no pocos a la tierra que trabajan a diario, y hacen florecer con su esfuerzo y dedicación. Pongamos por caso Extremadura. Los allí nacidos se referirán a “su tierra” como el pueblo, la ciudad o la zona de donde provengan. Muchos sentirán también que tienen un derecho de propiedad respaldado por la ley y abalado por escrituras. Muchos no tendrán tierras pero se sentirán igualmente unidos por un lazo invisible a esa tierra que llaman suya.

No me he puesto a pensar esto casualmente. En realidad, pienso en la problemática del derecho sobre la tierra, partiendo de conversaciones que he tenido en la carpa de mi partido, durante y tras las manifestaciones de apoyo al pueblo palestino, que tuvieron lugar durante unas semanas y que parece que han terminado, a partir del desalojo del campamento levantado por los estudiantes en el paraninfo, el jueves de la semana pasada. Durante las conversaciones, o más bien discusiones acaloradas, surgió la pregunta: ¿Quién tiene derecho a la tierra? ¿Tiene alguien un derecho especial sobre una tierra por el hecho de haber nacido allí? ¿Se basa el derecho sobre una tierra en la propiedad de la misma? ¿Deberíamos decir como los movimientos campesinos que, “la tierra es de quien la cultiva”? Me parece importante discutirlo, aun a sabiendas de que nunca podré convencer a aquellos que se dicen estar seguros de la respuesta afirmativa a cualquiera de esas tres opciones. Permitidme comenzar con la cuestión Palestina, siempre abierta y sangrante, como una yaga infectada que no quiere cicatrizar.  

Recurro como siempre a la historia para explicar mis pensamientos. No pretendo escribir nada que no sea bien conocido, pero creo que es menester remontarse unos cuantos siglos atrás para comprender la situación de Palestina en la actualidad. Soy completamente consciente que toda interpretación es subjetiva, lo que no me impide dar a conocer el análisis que a continuación me atrevo a exponer.  Palestina cayó bajo el control del Imperio Otomano en 1517. Este cambio de poder ocurrió tras la derrota del Sultanato Mameluco en la Batalla de Marj Dabiq. El sultán otomano Selim I, anexiono los territorios mamelucos, incluyendo Palestina, Siria y Egipto, al Imperio Otomano.

Bajo el dominio otomano, que duró hasta el final de la primera guerra mundial, Palestina fue administrada como parte de varias provincias otomanas, llamadas vilayatos y sanjaks, siendo gobernada según las leyes y políticas del imperio otomano, cuya administración introdujo ciertos cambios en la estructura política y social de la región, aunque la vida cotidiana y las estructuras locales de poder permanecieron relativamente estables durante gran parte de este período que duró hasta diciembre de 1917, cuando las fuerzas británicas conquistaron Jerusalén. Posteriormente, al terminar la guerra, la administración de Palestina fue establecida bajo un mandato británico conforme a las decisiones de la Sociedad de las Naciones.

Ya a comienzos del siglo XIX, concretamente a partir de 1820, comienza una importante emigración de cristianos protestantes a Palestina. Este movimiento se debió en gran parte a un aumento en el interés de los europeos y estadounidenses por la región, impulsado por motivos religiosos, misioneros, y en algunos casos, políticos. Uno de los primeros grupos en llegar fueron los misioneros protestantes. Las Sociedades Misioneras, como la Iglesia Anglicana y las misiones estadounidenses, enviaron representantes con el objetivo de establecer una presencia cristiana, educar a la población local y, en algunos casos, convertir a judíos y musulmanes al cristianismo protestante.

Muchos protestantes creían en el «restauracionismo», la idea de que los judíos debían regresar a Palestina como un preludio a la Segunda Venida de Cristo. Esta creencia motivó a algunos a establecer colonias y comunidades en la región, pues esperaban el regreso de cristo y pensaban que regresaría a Palestina, y los llevó a establecer numerosas escuelas, hospitales y otras instituciones en Palestina. Por ejemplo, la Iglesia Misionera de Londres y la Iglesia Presbiteriana Americana fundaron instituciones educativas y médicas, que a menudo se convirtieron en centros importantes de la comunidad local. Aunque menos común que las actividades misioneras, hubo intentos de establecer colonias protestantes. Un ejemplo es la colonia establecida por la Sociedad de Temple (Templarios) de Alemania en Haifa y Jaffa en la segunda mitad del siglo XIX. Inicialmente, las autoridades otomanas eran bastante recelosas de la inmigración cristiana protestante. Temían que la presencia de misioneros y colonos pudiera desestabilizar la región y fomentar influencias extranjeras. Como resultado, implementaron medidas para controlar y vigilar las actividades de los inmigrantes y misioneros protestantes, estableciendo regulaciones estrictas sobre la compra y posesión de tierras por parte de extranjeros para prevenir la creación de enclaves que pudieran desafiar la autoridad otomana. Pero las potencias europeas, particularmente Gran Bretaña, Alemania y Francia, ejercieron presión diplomática sobre el Imperio Otomano para permitir la actividad misionera y la inmigración cristiana. La diplomacia de estas naciones a menudo incluía la protección de sus ciudadanos y la promoción de sus intereses religiosos y culturales en Palestina.

Los otomanos tuvieron que equilibrar sus relaciones con las potencias occidentales, permitiendo cierta actividad misionera para evitar conflictos diplomáticos mayores. En algunos casos, esto resultó en la concesión de permisos para la construcción de iglesias, escuelas y hospitales. A medida que las instituciones misioneras comenzaron a proporcionar servicios esenciales, como educación y atención médica, las autoridades otomanas vieron beneficios en permitir su operación en Palestina. Estas instituciones contribuían al bienestar de la población local y podían aliviar la carga sobre los recursos otomanos. Podríamos decir que estas organizaciones cristianas actuaban de forma parecida a la Hezbolá en el Líbano o   Yami’at al-Ijwan al-Muslimin (Hermandad Musulmana) en Egipto, organizaciones estas, a veces toleradas (Líbano) o perseguidas (Egipto) que funcionan como un estado dentro del estado y que solucionan los problemas de muchos ciudadanos, abandonados por sus respectivos gobiernos.

La escritora sueca Selma Lagerlöf, que recibió el Premio Nobel de literatura en 1909, llegó a Palestina el primer año del siglo XX, en un largo viaje por Oriente Medio que la llevó hasta la colonia sueca de Jafa, que había sido establecida por un grupo de suecos y estadounidenses liderados por el predicador George J. Adams, en 1866. Adams había prometido a sus seguidores una vida mejor y la oportunidad de asentarse en la Tierra Santa. Esta colonia se enfrentó a muchas dificultades desde el principio. Problemas financieros, enfermedades y las duras condiciones de vida en Palestina llevaron a un rápido declive de la colonia. Muchos colonos se sintieron decepcionados y abandonaron el proyecto, regresando a sus países de origen.

Durante su visita, Selma Lagerlöf se interesó profundamente por la historia de estos colonos, principalmente los suecos, y sus experiencias en Palestina. Sus observaciones y encuentros con los colonos influyeron en su trabajo literario posterior. Esta experiencia en Palestina inspiró una de las obras más conocidas de Lagerlöf, «Jerusalén» escrita entre 1901 y publicada en 1902. La novela se divide en dos partes y narra la historia de un grupo de campesinos suecos que emigran a Palestina debido a sus fuertes convicciones religiosas, reflejando las historias de la colonia sueca de Jaffa.

Los conflictos entre la población árabe y musulmana de Palestina y los nuevos colonos comenzaron a aparecer nada más establecerse los primeros asentamientos cristianos, y además, en paralelo, comenzó la emigración organizada desde Europa a Palestina de judíos. Una de las primeras organizaciones que se dedicó a preparar el terreno para una emigración judía hacia Palestina fue Alliance Israélite Universelle, fundada en París en 1860, que se dedicaba a la educación y la defensa de los derechos de los judíos en todo el mundo. Aunque su enfoque principal no era la emigración a Palestina, la Alliance ayudó a mejorar las condiciones de vida de los judíos en Palestina y apoyó proyectos educativos y agrícolas que facilitaban el asentamiento. Desde Rusia, Bilu, Fundado en 1882 por un grupo de jóvenes judíos en el Imperio Ruso, Bilu, un acrónimo hebreo de «Casa de Jacob, venid y caminemos», fue uno de los primeros movimientos organizados que promovió la emigración a Palestina. Bilu inició la fundación de varias colonias, incluyendo Rishon LeZion. También en Rusia, Hovevei Zion “Amantes de Sion”, fundada en la década de 1880, promovió la idea de un regreso a Sion y facilitó la emigración de judíos a Palestina. Esta organización ayudó a establecer varias colonias agrícolas y fue uno de los primeros movimientos proto-sionistas.

Estas organizaciones habían nacido tras los muchos y muy frecuentes pogromos promovidos en Rusia y en otros lugares por tendencias antisemitas, con el beneplácito de las autoridades. Los judíos vivían en una situación de desprotección que obligaba a algunos a convertirse al cristianismo, como por ejemplo la familia de Karl Marx, y a otros a intentar emigrar. Jewish Colonization Association, creada en 1891 por el barón Maurice de Hirsch, apoyó la emigración de judíos a diversas partes del mundo, incluida Palestina, aunque su principal enfoque fue en América del Sur y del Norte. Esta organización ayudó a financiar y organizar colonias agrícolas judías. En la actual Ucrania, el Comité de Odessa, fundado en 1890, fue una de las ramas más influyentes de Hovevei Zion. Este comité facilitó la emigración y el asentamiento de judíos en Palestina, financiando la compra de tierras y el establecimiento de colonias. La financiación corría a cargo de comités y organizaciones y en gran parte de mecenas o financieros judíos, como el Barón Edmond de Rothschild, que apoyó financieramente a muchas colonias judías en Palestina, proporcionando fondos y asesoramiento técnico para asegurar su éxito. Su apoyo fue fundamental en los primeros años de la inmigración judía organizada.

La financiación al detalle, que proporcionó los fondos necesarios para realizar la inmigración y asentamiento en palestina de miles de judíos, fue principalmente obra de Jewish National Fund / Keren Kayemeth LeIsrael, establecido en 1901 específicamente para comprar y desarrollar tierras en Palestina para la colonización judía. Este fondo estaba financiado por donaciones de judíos de todo el mundo y adquirió grandes extensiones de tierras, siendo fundamental para el establecimiento de numerosas comunidades agrícolas judías. En 1903 fue fundado el Anglo-Palestine Bank, como el brazo financiero del movimiento sionista, el Anglo-Palestine Bank o Bank Leumi, proporcionó financiación para la compra de tierras y para el desarrollo de asentamientos agrícolas y urbanos.

Las tierras que compraban los judíos que emigraban a Palestina tenían varios tipos de propietarios. El estado otomano poseía tierras, conocidas como tierras miri, que podían ser vendidas a particulares. Algunas de estas tierras estatales fueron adquiridas por inmigrantes judíos o por las organizaciones que los apoyaban. Aparte del propio estado, los propietarios podían ser grandes terratenientes otomanos, los llamados effendi, que eran parte de la élite local o vivían en ciudades como Beirut, Damasco y Estambul. Estos terratenientes solían poseer vastas extensiones de tierra que arrendaban a campesinos locales. Muchos de los terrenos eran por tanto propiedad de individuos que no vivían en Palestina y que a menudo residían en otras partes del Imperio Otomano. Estos propietarios ausentes estaban dispuestos a vender sus tierras debido a la distancia y la falta de control directo sobre las mismas, especialmente en un momento en que el imperio otomano no podía ofrecer garantías de estabilidad a largo plazo. Varias tierras eran propiedad de instituciones religiosas islámicas, como las waqfs, fundaciones piadosas islámicas, que administraban tierras en beneficio de mezquitas, escuelas religiosas y otros fines caritativos. En algunos casos, estas tierras también fueron vendidas a compradores judíos. Aunque menos común, algunas tierras eran propiedad de campesinos árabes locales. Sin embargo, debido a la estructura feudal de la tenencia de la tierra, muchos campesinos trabajaban tierras que no eran de su propiedad, sino que pertenecían a los terratenientes a los que me he referido arriba.

Al principio, el Imperio Otomano tenía una política relativamente abierta hacia la inmigración judía. Durante el siglo XIX, se permitió a los judíos establecerse en Palestina, especialmente porque el imperio veía con buenos ojos el desarrollo económico que podían traer los inmigrantes. Sin embargo, con el aumento de la inmigración y la creciente preocupación por el sionismo, las autoridades otomanas comenzaron a imponer restricciones. Por parte de los habitantes autóctonos de la Palestina otomana, tanto árabes como judíos, la recepción de los inmigrantes era variopinta. Algunos veían a los inmigrantes como una oportunidad para el desarrollo económico y el comercio. Sin embargo, a medida que aumentaba el número de inmigrantes y comenzaban a adquirir todo tipo de propiedades inmobiliarias, surgieron tensiones, principalmente con la población árabe local, que temía la pérdida de sus tierras y un cambio en el equilibrio demográfico.

El propio proceso de compra de tierras era facilitado a menudo por intermediarios locales, que podían negociar y realizar las transacciones en nombre de los compradores judíos. Estos intermediarios jugaban un papel crucial debido a su conocimiento del mercado local y su capacidad para navegar por las complejidades legales y administrativas del Imperio Otomano. Las adquisiciones de tierras no estuvieron exentas de conflictos. En muchos casos, las transacciones resultaron en desalojos de campesinos árabes que trabajaban la tierra, lo que generó tensiones entre los nuevos colonos judíos y la población local. Estas tensiones fueron creciendo por el aumento del número de inmigrantes y las crecientes aspiraciones nacionales tanto judías como árabes en la región. Porque, las corrientes nacionalistas estaban llegando al mundo árabe, aprovechando o a causa del declive del imperio otomano.

Durante el siglo XIX, el número de judíos que emigraron a Palestina fue significativo, pero no masivo, en comparación con las olas migratorias del siglo XX. Se estima que varios miles de judíos, aproximadamente 35 000[1], se trasladaron a Palestina a lo largo del siglo XIX, con un incremento notable hacia finales del siglo debido al surgimiento del movimiento sionista y a la intensificación del antisemitismo en Europa. En manos de los judíos estaban a finales del siglo XIX poco más del 2% de las tierras de palestina. El primer kibutz fue fundado en 1910. La inmigración fue aumentando en oleadas conocidas como «aliyot», cada una influenciada por factores políticos, económicos y sociales tanto en Europa como el Oriente Medio, siempre siguiendo la muestra de las anteriores inmigraciones, o sea, adquiriendo tierras y colonizando terrenos colindantes, fundando kibutzim y moshavim, formas colectivas y cooperativas de asentamientos agrícolas en zonas exclusivamente judías.

Tras la debacle del Imperio Otomano, que entró en la primera guerra mundial, confiado en su principal aliado, Alemania, quedó Palestina en manos de Gran Bretaña, como un protectorado de la Sociedad de la Naciones y, tras la declaración de Balfour, por la que el gobierno británico expresaba su apoyo al establecimiento de un «hogar nacional para el pueblo judío» en Palestina y al terminar la guerra, la administración británica permitió inicialmente la inmigración judía, aunque con ciertas restricciones y cuotas, intentando equilibrar las demandas judías y árabes. Sin embargo, con el incremento de tensiones y violencia entre judíos y árabes, las políticas de inmigración británicas fluctuaron y se hicieron más restrictivas, especialmente con la publicación del Libro Blanco de 1939, que limitaba severamente la inmigración judía.

La tensión entre las comunidades judía y árabe se intensificó, resultando en violentos disturbios en varias ocasiones, como los disturbios de 1920, 1929 y la gran revuelta árabe de 1936-1939.[2] Después de la segunda guerra mundial, los sobrevivientes del Holocausto buscaron refugio en Palestina, lo que llevó a un aumento en la inmigración ilegal, organizada por grupos sionistas a pesar de las restricciones británicas. En respuesta a la violencia y la inestabilidad, las Naciones Unidas propusieron un plan de partición para dividir Palestina en estados judíos y árabes, un plan que fue aceptado por la comunidad judía pero rechazado por los líderes árabes. En 1948, el Estado de Israel fue proclamado, lo que llevó a la Guerra de Independencia de Israel y el desplazamiento de un gran número de árabes palestinos, conocido como la Nakba. Despues, todos sabemos las consecuencias que la fallida partición ha tenido y sigue teniendo en la región, y las repercusiones que el conflicto tiene en todo el mundo.[3]

Si hablamos con un palestino, nos dirá que, a su pueblo, los judíos les robaron las tierras. Pero si, por el contrario, un judío es nuestro interlocutor, oiremos sus razones de que, esas tierras, las compraron sus antepasados directamente del gobierno otomano o de organizaciones religiosas musulmanas. Esto lo sé, porque a mí carpa han llegado palestinos con sus banderas y judíos con kipá y estrella de David al pecho. ¿Dicen la verdad, o mienten? Los dos dicen su verdad, pues, los palestinos (algunos palestinos) labraban tierras estatales o feudos religiosos, otros arrendaban tierras de terratenientes ausentes y unos pocos, muy pocos, las tenían en propiedad. No todas las tierras eran cultivables y su productividad era escasa. Consideraban, eso sí, tener un derecho de usufructo y mantener un derecho ancestral en general. El judío tiene razón en lo que dice, que ellos no vinieron por la fuerza de las armas, sino comprando la tierra y convirtiéndola, con su trabajo y sus conocimientos en un fértil enclave en el desierto. El judío exhibirá sus títulos y escrituras, el palestino mostrará las llaves de una casa, que sus antepasados dejaron cerrada al partir y que quizás ya no exista. Los dos tienen razón o quizás, ninguno de los dos la tiene.

No nos quedemos aquí, en este conflicto antiguo y actual a su vez, viajemos más atrás en la historia, a la edad media y a nuestra península. Allí encontraremos muchas colonizaciones y muchas más conquistas y reconquistas. Aquí llego en mi relato a ver una similitud entre lo que ocurrió en Palestina a partir de mediados del siglo XIX con Reconquista de tierras ibéricas, en concreto de Extremadura, que fue una de las regiones más afectadas por la Reconquista, ya que se encontraba en la frontera entre el territorio cristiano y el territorio musulmán. Durante siglos, la región fue escenario de numerosas batallas y conflictos entre cristianos y musulmanes, pero también significó la base de la construcción de una identidad cultural fruto de la amalgama de las diferentes culturas, lo que dejó una profunda huella en su historia y en sus gentes. Huella apreciable aún en nuestro tiempo. La convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos en la región durante siglos dio lugar a una sociedad diversa y multicultural. Me imagino que la existencia de la Cora de Mérida debería haber dejado huella en la construcción de la identidad extremeña.

Tras la conquista de Extremadura, los reinos cristianos incentivaron la llegada de colonos procedentes de otras regiones de la península, ofreciéndoles tierras y privilegios a cambio de su establecimiento en Extremadura. Desgraciadamente no contamos con datos fidedignos de la población musulmana que fue desplazada, pero recomiendo la lectura del trabajo de Juan Luis de la Montaña Conchiña[4] para un mejor conocimiento de los detalles de esta colonización. Aquí tenemos un ejemplo de una cultura, la musulmana, dominante en una región geográfica en cinco siglos, que en el transcurso de unas décadas se ve relegada a la sumisión o desaparición. ¿Me pregunto si esta situación se puede considerar comparable con lo que ocurrió en Palestina? Dejadme que me pierda en el mundo de los colores. ¿Qué pensará un palestino que visite Extremadura y estudie su historia, contemplando la bandera de la región?

Los derechos históricos no nos sirven para otorgar la supremacía de un territorio a un grupo determinado. El argumento histórico se saca a relucir cuando ya no quedan más recursos lógicos para darle la razón a un grupo que reclama el derecho a dominar un territorio, es decir: el derecho a legislar y tener depositada en sus legisladores la exclusiva del uso de la fuerza. Un paseo por Londres, Paris, Barcelona o cualquier otra ciudad, española o extranjera, mirando el catastro, nos revela que no necesariamente las fincas, las viviendas o las tierras pertenecen a personas autóctonas, muy a menudo ni siquiera a personas físicas. Por eso, los pueblos, los campos, las ciudades, los estados, van cambiando hasta ser casi irreconocibles. Para despertar un rechazo a este proceso hay que trabajar muy duro y tener muchos recursos. Los movimientos de los nacionalismos periféricos de finales del siglo XIX, que tenían ganas y recursos, se van desdibujando con el tiempo, aunque en algunos lugares, el rescoldo que aun queda, llega a avivar la llama. Pero me parece que esas llamas son como las que surgen al avivar un brasero, moviendo las cenizas, una pequeña llamarada y al fin se apagan, cuando ya no queda cisco que avive el fuego.

Me cuesta trabajo terminar esta entrada. Siento que me dejo muchas cosas en el tintero. Me gustaría que fuera una discusión entre amigos en un café y que alguien me contradiga y me haga pensar. Lo que he querido expresar es mi incapacidad de discutir con palestinos y judíos sobre el conflicto actual, sin herir a nadie, sin tomar partido, pero buscando la verdad y la razón. Me retiro a pensar un poco y a descansar. Hoy voy a correr con mi compañera, por primera vez desde mis dos operaciones, creo que esto me ayudará a despejar las ideas. Comencé a escribir el sábado, el día antes de las elecciones. El resultado ha sido muy positivo, pues conservamos nuestra parlamentaria en Bruselas. Hemos celebrado y no he podido seguir escribiendo hasta hoy. Ahora, me tomaré un merecido descanso.


[1] En este enlace podéis seguir el aumento de la población judía en Palestina en relación a la población árabe https://www.jewishvirtuallibrary.org/jewish-and-non-jewish-population-of-israel-palestine-1517-present?utm_content=cmp-true

[2] Para más orientación y buenas fotografías: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/israel-palestina-como-cuando-comenzo-conflicto_20332 y también https://www.bbc.com/mundo/articles/cd1dk2079rgo

[3] Para una buena relación de los sucesos que han llevado hasta la actual guerra, podéis consultar esta fuente: https://www.un.org/unispal/es/history/ 2024-06-12

[4] Juan Luis de la Montaña Conchiña: “Extremadura en la segunda mitad del siglo XIII: Repoblación y aspectos sociales.” En Coloquios históricos de Extremadura. https://chdetrujillo.com/extremadura-en-la-segunda-mitad-del-siglo-xiii-repoblacion-y-aspectos-sociales/ 2024-06-12