Hoy hace mucho calor, aquí en Lund. Más calor de lo normal. Mis paseos transcurren por calles silenciosas, vacías por ser verano y faltar el bullicio estudiantil y, porque los que todavía estamos en la ciudad, buscamos el frescor del bosque o el agua de la playa. Andando, llego a la valla que separa Trollebergsvägen del campo deportivo de Lund, que es uno de los primeros campos deportivos de Suecia y probablemente el más antiguo que todavía está en uso. Se encuentra en el lado norte de Trollebergsvägen, aproximadamente a 900 metros al oeste del ferrocarril. Ya en 1869, un panadero había propuesto al consejo municipal que el área, que en ese entonces estaba fuera de la ciudad, se convirtiera en un área de recreo, pero por diversas razones eso no se acabó de llevar a cabo. Pero en 1891 ya había más interés en el deporte, sobre todo en el ciclismo en pista, y se construyó un velódromo de 360 metros de longitud en forma elíptica, tan inclinada hacia adentro y con una pendiente tan pronunciada en las curvas, que incluso los ciclistas la encontraban desafiante. En el centro había un campo de césped para fútbol, croquet, lanzamiento de jabalina, lanzamiento de disco, entre otras actividades. También había pistas de tenis de cemento. En invierno, el campo central se convertía en una pista de hielo. Fuera de la pista de ciclismo, se planificó una pista de equitación y todo el lugar estaba protegido por vegetación alrededor, y en parte sigue estándolo. En la esquina suroeste se construyó un pequeño edificio para albergar el club. Una ampliación también permitió instalar una dinamo impulsada por una caldera de vapor para la iluminación eléctrica de la pista de hielo, y posteriormente se añadió un pabellón para el juego de bolos.
Cuando yo llegué a Lund, a mediados de los años 70 del siglo pasado, ya se había convertido en una pista de atletismo con tartán rojo, pero conservaba en parte la pista elíptica, convertida en suaves promontorios cubiertos de césped, que se usaban a modo de graderío. En 1978 corrí mi primera carrera en pista justamente aquí. Lo recuerdo como si fuera hoy. Eran los campeonatos regionales de 5000 metros y yo, confiando en que me vendría inspiración divina y fuerzas sobrenaturales, así por que sí, me apunté a la carrera y aprendí que correr 5000 metros en pista es más difícil de lo que parece. En esa tarde de verano, los graderíos estaban llenos de gente que había presenciado el resto de las competiciones y ahora esperaba el plato fuerte, del que yo al parecer formaba parte. Recuerdo el pistoletazo, con un revolver de aquellos de verdad que hacían un estruendo terrible mientras, del cañon salía disparada una columna de humo, que servía a los cronometradores para poner en marcha sus cronómetros de mano, ya que el sonido llega a ellos, en la meta, con un poco de retraso. Medio aturdido por el disparo de salida, corrí como una liebre asustada hasta llegar a la primera curva, donde pisé el borde metálico que delimita la primera pista, torciéndome levemente el pie, y desde allí corrí toda la carrera como farolillo rojo, muy cerca del penúltimo, pero sin poder darle alcance hasta los últimos 200 metros, evitando así, al menos, la última plaza. Luego vendrían muchas más competiciones, muchos entrenamientos, algunos logros y cantidad de momentos felices, que aún recuerdo con cariño.
Mientras miro las pistas desiertas, pienso en las olimpiadas. Vuelvo en mi relato a la olimpiada de 1936 y a los acontecimientos alrededor de ella. Berlín ofreció una falsa sonrisa al mundo en 1936, que muchos quisieron aceptar como sincera. Esa sonrisa duraría muy poco, pues, apenas clausurados los juegos, el partido nazi y sus brutales métodos, con elegantes verdugos vestidos de Hugo Boss, siguió sus campañas de persecución a los judíos y a todos los grupos señalados como enemigos del Reich. Volvieron los carteles de “Solo para arios” (Nur für Arier)[1] y las reglas draconianas que expulsaban a los judíos, socialistas y liberales de sus puestos de trabajo, de sus hogares y, naturalmente, de todos los deportes. El caso más conocido, entre miles de otros casos en todos los deportes, fue el del boxeador Johann Wilhelm Trollmann, nacido en 1907. Este boxeador alemán de origen gitano, fue víctima de la política racista del régimen nazi, que primero le desposeyó del título alemán del peso semipesado que había conquistado en 1933, y diez años después acabó con su vida en el campo de concentración de Neuengamme. Pero muchos más atletas fueron asesinados por los nazis, incluyendo a la enormemente exitosa atleta Lilli Henoch[2], los gimnastas y primos Alfred y Gustav Felix Flatow, y la estrella del fútbol Julius Hirsch.
La única excepción fue la de la esgrimista Helene Mayer, quien fue campeona de Estados Unidos ocho veces entre 1934 y 1946 y la primera mujer en ganar el campeonato mundial en 1937. Y es que Mayer podía ilustrar la situación de muchos alemanes que, brutalmente descubrieron que, al tener un progenitor judío, aunque ni siquiera ellos lo supieran, pues la familia vivía completamente secularizada, su vida quedaría rota a partir de 1933. Mayer, una chica rubia de ojos azules, despuntó muy joven como una gran campeona de esgrima. Terminó en quinto lugar en los Juegos Olímpicos de Verano de 1932 en Los Ángeles, después de haber sabido, dos horas antes de su salida a la pista, que su novio había muerto en un ejercicio de entrenamiento militar en Alemania. Luego permaneció en los Estados Unidos para estudiar durante dos años como estudiante de intercambio en Scripps College, obteniendo un certificado en trabajo social en 1934. Posteriormente, estudió un master en la Universidad de California en Berkeley y practicó esgrima para el USC Fencing Club. Mayer tenía la ilusión de unirse al cuerpo diplomático alemán. Después de que Hitler llegó al poder en 1933, las leyes antijudías casi acabaron con su carrera. Su membresía en su club de esgrima alemán fue terminada, al igual que su intercambio estudiantil. Encontró trabajo enseñando alemán en Mills College en Oakland, California, y luego enseñó en San Francisco City College. En 1935, fue despojada de su ciudadanía en Alemania por las Leyes de Núremberg, que la consideraron no alemana.
Aceptó una invitación para competir por Alemania en los Juegos Olímpicos de Verano de 1936, celebrados en Berlín. Joseph Goebbels exigió a la prensa que «no se hicieran comentarios sobre la ascendencia no aria de Helene Mayer». En el podio, se la puede ver haciendo el saludo nazi, con la intención, como declararía años más tarde, de proteger a su familia, que aún estaba en Alemania, en campos de trabajo. Ella marcho de vuelta a Estados Unidos y no regresó a Alemania hasta el 1952, muriendo al año siguiente de cáncer de pulmón, a los 42 años.
A Gretel Bergmann no le sirvió siquiera batir el récord alemán en salto de altura en 1936, pues fue apartada de los juegos por ser judía y emigró a Inglaterra y posteriormente a Estados Unidos, donde siguió compitiendo hasta 1940 y ganado títulos No puedo dejar de pensar en todos los deportistas alemanes que, como combatientes, se enfrentaron a antiguos competidores aliados. La guerra sin balas, a la que se refería Orwell, pasó a ser guerra con balas de la noche a la mañana. Pienso que emplear el deporte como arma es mejor que emplear las armas. Aquí la República Democrática Alemana se entregó a fondo para lograr ser una potencia deportiva y lo logró, con una disciplina férrea, eligiendo promesas desde muy temprana edad, más o menos como hace el Barca en fútbol, en todos los deportes. A veces, el ansia de lograr medallas, los llevaba a probar todo tipo de drogas y métodos poco ortodoxos. Yo llegué a conocer muy bien el deporte de la Alemania del Este, por los contactos que nuestra universidad tenía con la de Greifswald y nuestra participación en los Juegos Bálticos Universitarios, en los que participé en 1984, como entrenador y atleta.
Estoy por tanto en el 1984 y me he saltado algunas olimpiadas. La del 1948 en Londres, primera después de la guerra, que juntó a atletas de 59 países, algunos de los cuales habían luchado unos años antes en una terrible guerra. El regreso a la competición olímpica fue una forma de celebrar la paz y la recuperación tras los devastadores años de guerra. Allí surgieron mitos, como el de Emil Zatopek, un joven obligado a correr por los nazis que llegó a ser el mejor corredor del mundo, cuando se dio cuenta que la capacidad de correr rápido le liberaba de trabajos forzados en la ocupación de su país, Checoslovaquia, por los alemanes. La del 52, en Helsinki y la del 56 en Melburne no me dejaron ningún recuerdo, pero la del 60 en Roma, me dejó el recuerdo de un africano corriendo descalzo por las calles empedradas de la ciudad eterna, el primer africano en ganar un maratón olímpico y el primero en una larga serie de corredores africanos colgándose medallas en todas las distancias, sobre todo en las medias y largas. En la del 1964, en Tokio, Tambien ganó el formidable etíope, Abebe Bikila, el maratón, esta vez con zapatos. Yo, que seguí los juegos como pude, quedé un poco decepcionado con el resultado de nuestros atletas, la verdad.
Los juegos olímpicos del 1968 estuvieron marcados por la revuelta estudiantil el 22 de julio de 1968, enfrentamientos del 22 y 23 de julio de 1968 fueron una serie de conflictos ocurridos en la Ciudad de México entre estudiantes de diversas escuelas, universidades públicas y privadas y las fuerzas policíacas y militares de México. Todo eso días antes de la inauguración y más tarde, en octubre, la masacre de Tlatelolco donde murieron unos 400 estudiantes concentrados en la Plaza de las Tres Culturas. De esos acontecimientos era yo consciente porque pasaban como consecuencia del mayo de 68, que yo había vivido muy de cerca en París.
En la olimpiada del 72 y despuntaban hasta cierto punto los atletas españoles y se trajeron una medalla, de bronce y en la categoría de minimoscas (48 Kg), pero, lo que nunca olvidaré, fue la heroica carrera de Mariano Haro en los 10.000, en la que quedó cuarto y en la que el finlandés Lasse Virén protagonizó una de las gestas más sonadas del atletismo mundial al ganar el oro, además con récord mundial, tras haber caído de bruces al tartán en una de las primeras vueltas y verse obligado a remontar durante el resto de la carrera, hasta hacerse con el mando y ganarle al belga Emiel Puttemans por un segundo. Con Mariano Haro no he tenido el honor de competir, pero lo he hecho con Lasse Virén y con Emiel Puttemans. He corrido con ambos en el maratón de Estocolmo. En el 1982, cuando Emiel Puttemans intentaba batir el récord de maratón, que estaba en manos del cubano-americano Alberto Salazar, y todavía se podía decir, que estaba al alcance de los humanos, entonces estaba en 2.08.52, ¡hoy en imposibles 2.00.35! Puttemans venía de ganar el maratón de Roma y estaba seguro de ganarles a los dos mejores maratonianos suecos, Tommy Persson y Kjell Erik Ståhl, que tenían marcas que rondaban los 2.11. Yo estuve con los tres en la salida. En realidad, no había pensado correr esa carrera y llegué a Estocolmo acompañando a otros corredores, pero me convencieron para correr y lo hice. Venía yo de quedat tercero en un maratón y me envalentoné. El maratón de Estocolmo es un macromaratón con miles de participantes y, a la élite, unos doscientos corredores con las mejores marcas, nos ponen delante.
Me dejé llevar por el instinto de competición y el orgullo de estar junto a dos medallistas olímpicos y corrí los primeros cinco kilómetros a una velocidad, que ni siquiera había corrido en los 5000m en pista. Hacía calor, 31 grados, sol y fiesta popular. La policía estimaba que había unos 300,000 espectadores a lo largo de la carrera. Por primera vez, la carrera se contaba como el campeonato sueco. En seguida vino la factura, en forma de ácido láctico y vi como se marchaban hasta desaparecer en el horizonte. Yo terminé la carrera, llegué a la meta, recogí mi medalla conmemorativa y me fui a casa recordando, que había corrido entre campeones, que ya es algo. A Puttemans, ya con 35 años, no le fue tampoco muy bien y se retiró a mitad de camino, tras haber intentado irse de los suecos. Kjell-Erik Ståhl consiguió el campeonato sueco a sus, por aquel entonces, impresionantes 36 años. A Lasse Virén le conocí también en el maratón de Estocolmo en 1984. Ese día corrí junto a el en los precalentamientos. Yo no participé en la carrera, pero estaba allí acompañando a uno de los corredores que yo entrenaba, el boliviano Rodrigo Camacho, que más tarde correría en la olimpiada de los Ángeles ese mismo año. Lasse Virén hizo allí su último intento de clasificarse para Los Ángeles, pero no consiguió terminar la carrera. En lugar de seguir corriendo, comenzó otra carrera, la política, sin dejar su trabajo como policía. En 1999 fue elegido diputado finlandés por el Partido de Coalición Nacional, y luego estuvo en el parlamento hasta 2007, así como una vez más entre 2010 y 2011. Posteriormente, se convirtió en presidente del consejo municipal, alcalde, en su municipio natal de Myrskylä.
Los ingleses inventaron el deporte moderno, y también fueron los ingleses los que me metieron de lleno en el mundo olímpico, como el que no quiere la cosa. A partir de mi mejor resultado en el maratón, 2h.29´.37´´ en el maratón de Köge, en Dinamarca, a la vez que hacía mi curso como entrenador de élite, fui objeto de cierta atención por parte de corredores y clubes. El club de deportes de la universidad de Lund me convenció para que dejase mi primer club, el Eslövs AI, y entrenase a los estudiantes que querían practicar el atletismo. Enseguida entre en contacto con el representante de la marca japonesa Tiger, ahora conocida como Asics, que me ofreció respaldar al club económicamente. Se da la casualidad de que este representante era uno de los jugadores de fútbol que consiguieron la medalla de plata para Suecia en los mundiales que se jugaron aquí en 1958 y en el que Brasil, con un jovencísimo Pelé, ganó el oro. Cuando descolgué el teléfono y escuché una voz que se presentaba como Sven Axbom, creí que era una broma, pero no, yo estaba hablando con el defensa de la mítica selección sueca de fútbol del mundial de 1958.
Con el respaldo económico de Tiger, tuve la posibilidad de planificar competiciones, viajes y estancias con los corredores, que nos llevaron a muchos países. Nunca olvidaré nuestra participación en los campeonatos estudiantiles internacionales de Londres, los llamados Hyde Park Relays, donde yo mismo me vi corriendo codo con codo con el mismísimo Sebastian Coe, mito de la carrera de medio fondo y actual presidente de la IAAF (Federación Internacional de Atletismo Amateur). Y. como ya he descubierto, la participación como equipo representando Suecia, con servidor como abanderado, no digo más, en los juegos Bálticos de la Amistad, en la ciudad de Greifswald, en la Alemania del Este en 1984. En estos juegos, organizados para dar a conocer el boicot de los países comunistas a la olimpiada de Los Ángeles. En 1984, los Juegos Olímpicos se celebraron en Estados Unidos, con la ciudad de Los Ángeles como sede principal. Los americanos habían boicoteado la olimpiada de Moscú en 1980. En respuesta al boicot anterior, la URSS anunció su negativa a participar en Los Ángeles y organizaron una competencia paralela, junto con otros países comunistas, llamada “las Olimpiadas de la Amistad”. En este caso, solo 14 países siguieron el boicot (la URSS y sus más estrechos aliados).
Sin embargo, aunque en efecto la cantidad de países ausentes fue menor, el boicot tuvo un efecto especial. Estas naciones ausentes habían conseguido casi el 60% de las medallas de los Juegos Olímpicos de 1976, por lo que, en definitiva, se notó enormemente la ausencia de las delegaciones de los países del Bloque comunista que tenían una fuerte tradición de apoyo estatal al desarrollo deportivo. Dicho sea de paso, el primer antecedente de los boicots a los Juegos Olímpicos fue en los juegos del 1976. El bloqueo fue organizado por un conjunto de países africanos como protesta contra Nueva Zelanda, por haber estrechado sus lazos deportivos con Sudáfrica.
En Greifswald aguantamos estoicamente la perorata del alcalde de la ciudad, que nos advertía de los males del capitalismo y de la malicia de los americanos, instándonos a cultivar mayores virtudes. “Será como la virtud de saber que potingues tomar para aumentar la fuerza y la resistencia” – decía yo para mis adentros, con una sonrisa en los labios. En esta competición participó Rodrigo Camacho, el boliviano de nuestro club y Eduardo Muños, un español que se reveló como un excelente corredor y que yo llevé al club, junto con unos velocistas, que, aquí en Grefswald, tuvieron que vérselas con los mejores velocistas del otro lado del telón de acero, que aún no estaba completamente oxidado. Yo, por mi parte, participé en los 5000 metros junto a Rodrigo y Eduardo, en una carrera multitudinaria, con los mejores mediofondistas del este y algún que otro danés y finlandés y me alegré de llegar a la meta entre aplausos, que respetaban mi coraje como entrenador, al atreverme a participar en la carrera. Como un pequeño paréntesis, contaré que, cansadísimo por la carrera, me fui al apartamento que habían puesto a nuestra disposición en una residencia de estudiantes, ubicado en un quinto piso sin ascensor y, una campeona alemana, lanzadora de disco, se apiadó de mí y me subió a hombros por las escaleras. Al llegar a mi rellano y bajarme me dio un beso y sentí como me raspaba su barba. Seguiré mañana, que esto debe bastar por hoy.
[1] Los aproximadamente 525,000 judíos que vivían en Alemania fueron discriminados y expulsados de todos los ámbitos de la vida pública y de la economía alemana a través de una serie de leyes tras la toma de poder de Hitler. Además de las leyes que prohibían a los judíos el acceso a ciertas profesiones (como la «Ley para la Restauración del Funcionariado Profesional», del 7 de abril de 1933), hubo numerosas otras medidas a través de las cuales la población judía fue despojada, marginada y discriminada. A partir de 1934 aparecieron carteles en bibliotecas públicas y piscinas, teatros y cines, así como en ciertos restaurantes y tiendas, que prohibían la entrada a los judíos. Incluso los bancos de los parques, llevaban inscripciones como «solo para arios».
[2] Henoch estableció récords mundiales en lanzamiento de peso, disco (dos veces) y en relevos de 4 x 100 metros. También ganó los campeonatos alemanes en lanzamiento de peso cuatro veces, en relevos de 4 x 100 metros tres veces, en disco dos veces, y en salto de longitud. Asesinada por ser judía en 1942.
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