Amanece nublado y el calor de ayer es ya solo un recuerdo. Una brisa refrescante me acompaña hoy, haciendo, que de vez en cuando, tenga que sujetar mi gorra con una mano, para que no me la quite de un golpe. Este tiempo es ideal para caminar, sin sofocos ni cansancio agregado. Me recuerda mis paseos por Santander, por el Paseo Pereda, camino de La Magdalena. ¡Cómo pasa el tiempo! Perdonadme el cliché, pero es una gran verdad que a veces me sorprende, como por ejemplo ahora, que trato de seguir con mi relato, sobre mi propia historia en relación a los juegos olímpicos.

Dejaba yo el relato ayer en Greifswald, en el verano de 1984, pero la historia de mi tradición olímpica se remonta a 1982. Todo comenzó como una de esas casualidades que todo lo cambian, que uno no sabe cómo sucedió pero que, a partir de ahí, nada será igual el resto de la vida. La verdad es que yo entré en juego de una forma rarísima. Yo corría, y empezaba a despuntar a nivel local y regional, pero me faltaba un peldaño para llegar a la élite, que puede soñar con ir a unos juegos olímpicos. Como entrenador, acababa de comenzar mi “carrera” como entrenador de atletismo del club de la universidad de Lund y había dejado mi viejo club, donde yo entrenaba a jóvenes promesas de entre 14 y 18 años, incluidos mis dos hijos mayores, que eran unos auténticos campeones, tanto ella como él, en sus categorías. Corríamos todos y disfrutábamos en nuestro tiempo libre. Yo me decía a mí mismo que lo bueno del deporte, entre muchas otras cosas beneficiosas, es que no deja tiempo para dedicarse a cosas peores. Bueno pues, una tarde de otoño de 1982, llega mi hija, que por una vez había ido sola a participar en una carrera popular en Malmö, y me dice, que el chico que ganó la carrera, parecía ser latino, pero ella no recordaba el nombre.

Yo, por aquel entonces, conocía a todos y cada uno de los que corrían en Suecia a nivel de élite, de nombre al menos, y sabía muy bien que no había ningún latino entre ellos. Había eso sí, un escocés, con el que yo solía competir, campeón de cross en Escocia, que ahora vivía en Suecia y el cual saldrá más adelante en mi relato, por la importancia crucial que él tuvo en mi relación con los juegos. Pero Dave Gillanders, que así se llamaba el escocés, no parecía latino y mi hija le habría conocido, ya que nos encontrábamos muy a menudo en las carreras, tanto en pista como populares. Curioso por saber quién era ese muchacho que había surgido de la nada, empecé a indagar. Lo primero que hice fue leer al día siguiente en elperiódico los resultados de la carrera, que el diario local siempre escribía. El nombre, Rodrigo Camacho, no me decía nada, pero me afirmaba que podría ser latino o hasta español. Me puse en contacto con el club de Malmö que organizaba el evento, “Sege rundan”, donde yo tenía unos cuantos conocidos, y les pedí si tenían los datos de contacto de este corredor, ya que estaba apuntado como libre, sin precisar el nombre de ningún club. Me dieron su teléfono y le llamé. Por el prefijo supe que era un teléfono de Lund.

Me contestó una voz de alguien que acaba de ser despertado por el teléfono. Al rato comenzamos a hablar en castellano y supe que este joven era boliviano. Me contó en pocas palabras que era exiliado político, estudiante de medicina en La Paz y que en Cochabamba, de donde era originario, había comenzado a correr, llegando a participar en la San Silvestre de Brasil hacía dos años. Al llegar a Suecia, no había entrenado casi nada y, viendo los anuncios de la carrera popular de Malmö, decidió participar y, para su gran sorpresa, ganó. Le dije que yo entrenaba al equipo de la universidad de Lund y que él estaba muy bienvenido a nuestros entrenamientos. Yo tenía ya el contrato de mecenazgo de Tiger, y podía correr con los gastos, y el apoyo económico que pudiera necesitar. Concertamos un encuentro en Lund y se presentó prácticamente sin equipo. Era un muchacho espigado, muy delgado, con un pelo largo muy negro, algo ensortijado. Hablaba poco, lo necesario y poco más, y sus ojos miraban cómo vagando de un lado para otro, nunca mirando directamente a los míos. Yo pensé que era muy tímido, pero decidí animarle a entrenar con nosotros. Lo primero que hice fue ofrecerle un par de zapatos nuevos para entrenar, porque los suyos eran unas playeras corrientes, que no ofrecían nada de comodidad ni aportaban protección contra los golpes que recibe el pie y todos los músculos y huesos del cuerpo, al correr, con los impactos en el tartán o en la superficie por la que se corra. Esto de los zapatos necesita un capítulo aparte, tan importantes son para el desarrollo de la carrera pedestre y para el apogeo de la moda del jogging o footing, como se decía en España.

Pensé incorporarle a nuestro equipo, en el que ya tenía unos buenos corredores, sin que ni siquiera se me pasase por la cabeza la más remota posibilidad de que, ni él ni ninguno de nuestros corredores llegase nunca a correr en unas olimpiadas. La verdad es que, alguna vez llegué a pensar que un corredor muy joven que tenía en el equipo, curiosamente estudiante de medicina como Rodrigo, Paul Leonhart, un muchacho alto y fuerte, que corría con una facilidad apabullante, podría, si quisiese, dar un paso hacia la élite internacional, pero para ello hubiera sido necesario dedicación completa y un régimen de entrenamiento al que él no parecía dispuesto a someterse, pero, madera de campeón, sí que había en ese chico. Volviendo a Rodrigo, le confeccioné un programa de entrenamiento para las distancias que me pareció eran las suyas, de 5000 m a media maratón, distancia esta última muy nueva, que había reemplazado a la de 25 000 m, en la que yo había debutado en unos campeonatos de Suecia, logrando un quinto puesto.

Los resultados empezaron a llegar al poco de comenzar los entrenamientos. Rodrigo, no es que fuera un corredor tremendamente ambicioso, pero seguía el programa a rajatabla y yo me preocupaba que todo funcionase a la perfección alrededor de mi nuevo corredor: masajes, descanso, comidas etc. Y así, un buen día decidí probar su capacidad en una carrera de media maratón. Elegí una carrera bastante anónima, en Bromölla, al norte de Scania, con la participación de un centenar de corredores. Yo también me apunté a esa carrera. La meta era bajar de 1h 10´, pero él salió disparado desde el pistoletazo y a los cuatro kilómetros, casi lo había perdido de vista. Yo iba a mi velocidad, mi mejor marca era entonces 1h 10´23´´ y no podía esperarme bajar muchos segundos de esa marca, aunque me hubiese ido muy bien en la carrera. Cuando llegué a la meta en segundo lugar, en 1h11.59´´ él ya estaba hablando con un periodista. ¡Había cruzado la meta en 1h 06´02´´! Hablando y hablando, por el camino de vuelta, le pregunté que si había pensado correr los 42 kilómetros y 195 metros de un maratón y el me dijo: “! ¡Pucha!, eso es mucho. ¡Ni por esas!” – y ahí se quedó la cosa, pero ya en 1983, con muchos kilómetros más de entrenamiento y con la creciente experiencia adquirida en las pistas, ya parecía una posibilidad, al menos intentar la distancia en alguna ocasión.

La ocasión se presentó cuando se publicaron las mínimas marcas exigidas para participar en los juegos de Los Ángeles. Para los 5000 y los 10000 eran marcas inalcanzables, eso lo sabíamos, porque habíamos participado en varias carreras y también conocíamos nuestra capacidad en esas distancias y veíamos que sería imposible. Hablábamos de estas cosas hipotéticamente, como un pasatiempo y como buenos aficionados, que conocen el esfuerzo necesario para estar ahí. La marca exigida para participar en el maratón, en caso de ser el único representante del país, era de 2h 18´y, al menos yo, lo consideraba alcanzable para Rodrigo. Los resultados de los entrenamientos me aseguraban que podía bajar de esa marca en circunstancias favorables en cuanto a clima y circuito, que debería ser llano y rápido y corriendo con corredores un pelito mejor que su actual categoría. Empezamos a soñar.

Aquí surge de pronto mi amigo Dave Gillanders, que había montado un pequeño negocio de ropa y accesorios para corredores, primero con la marca Ron Hill y después, con una nueva marca inglesa llamada Reebock. Esta marca estaba buscando representación para toda Suecia y Dave Gillanders me contacto para ver si yo estaba interesado en participar con un pequeño capital, como accionista. El quería, aparte de juntar el capital necesario, tener gente relacionada con el deporte en la dirección, así que además de mí se puso en contacto con el campeón sueco de maratón, Tommy Persson (otro estudiante de medicina) que por cierto ya estaba seleccionado para participar en la olimpiada de los Ángeles. Constituimos la sociedad Reebock Sweden y, recibimos una oferta de la casa inglesa de organizar un equipo a parte bajo el nombre de Reebock Racing Team, formado por Rodrigo, mi amigo y corredor español Eduardo Muñoz, Dave Gillanders, Tommy Persson y yo. Con este equipo nos presentamos a carreras por equipos y ganamos muchas de ellas, sacando algo de rendimiento económico de nuestros esfuerzos.

Se iba acercando el tiempo para decidir si se podía conseguir la marca estipulada para participar en los Ángeles, al menos como referencia de lo que podía haber sido si las cosas hubieran sido de otra manera. No olvidábamos la situación de Rodrigo, él era exiliado político y de nacionalidad boliviana. Había sido torturado por su implicación política con la izquierda, y en la actualidad, se encontraba en tierra de nadie. Si hubieseoptado por la nacionalidad sueca, algo que era imposible, pues no llegaba a los entonces estipulados siete años de residencia, no podría haber participado en las olimpiadas, porque, tanto Tommy Persson como Kjell Erik Ståhl tenían marcas insuperables para él. La oportunidad se presentó cuando Tommy Persson fue invitado a correr en Westland (Países Bajos). Le pedí por favor que intentara meter a Rodrigo en la carrera y lo consiguió. Viajaron los dos juntos a la carrera. Yo había preparado la carrera lo mejor que pude, entrenando para bajar de 2h 18´, estaba bastante seguro de que era posible, pero, ¡hay que correrlo! Les dije que por favor me llamasen en cuanto llegaran a la meta. Yo me quedé en casa, mordiéndome las uñas, esperando una llamada. Y la llamada llegó. Era la voz de Tommy que me dijo: ¡“lo ha conseguido! Ha corrido en 2h 17´49´´. Me flaqueaban las piernas. No sabía si gritar o saltar o hacerlo todo a la vez y correr por la casa como un loco. Rodrigo, había conseguido clasificarse, ahora faltaba lo más difícil, conseguir que la federación boliviana le seleccionara.

Comenzó aquí por mi parte una febril actividad para conseguir que le seleccionasen. Empecé a intentar ponerme en contacto con la federación boliviana de atletismo y el comité olímpico del país, sin poder hacerlo en un principio. Al fin, conseguí el número de teléfono directo al presidente de la federación de atletismo, que no parecía muy dispuesto a ayudar a su compatriota, o sí, estaba interesado, siempre y cuando yo incluyese en el paquete a su propia hija, una lanzadora de jabalina que estudiaba en los Estados Unidos y había conseguido resultados que, cuanto más, eran comparables a resultados en competiciones regionales aquí, en Suecia. Por si estos problemas fueran pocos, Bolivia, parecía unirse al boicot contra Los Ángeles por diferentes razones. Como sabemos, el boicot fue organizado por la URSS y sus satélites y secundado por algunos países africanos. Al final, una lista de 19 países boicoteó los juegos:  Afganistán, Albania, Alemania Oriental, Angola, Bulgaria, Burkina Faso, Checoslovaquia, Corea del Norte, Cuba, Etiopía, Hungría, Irán, Laos, Libia, Mongolia, Polonia, Unión Soviética, Vietnam y Yemen del Sur. Bolivia no se sumó al boicot. En ausencia de los países del este, la olimpiada de Los Ángeles fue completamente dominada por los Estados Unidos.

Todavía sin saber si el comité olímpico boliviano pensaba seleccionar a Rodrigo, todo parecía balancear sobre un hilo, decidí asegurarme de que Bolivia no se sumaba al boicot y lo hice por todo lo alto, llamando por teléfono al vicepresidente boliviano, Jaime Paz Zamora, militante en el MIR, como Rodrigo. Al fin, pude hablar directamente con él. Un hombre amable y al parecer dispuesto a ayudarme y ayudar a su compatriota. Le expliqué todas las vicisitudes por las que habíamos pasado hasta ahora y me prometió ayudarme con el comité y la federación. Se notaba que había alguna forma de contacto fácil y directo entre el vicepresidente y los mandatarios del deporte boliviano. Me aseguró que no boicotearían, pero también me dijo que Bolivia no tenía medios para pagar los gastos de la delegación, que ascendían a muchos miles de dólares y a los que había que sumar los gastos del viaje de Rodrigo desde Suecia.

Yo podía haber lanzado la toalla en ese momento. ¡No hay dinero!!Qué se le va a hacer!  Pero, tozudo como soy y con la ayuda de Dave Gillanders, jugué mi última carta; hablar con el comité olímpico internacional en Ginebra, directamente y por teléfono, al tiempo que enviaba una carta oficial desde mi club universitario. La respuesta del comité Olímpico Internacional nos llenó de alegría, garantizaban la participación de seis participantes, pagando los gastos de viaje y estancia. Además, Reebock nos daba dinero para el viaje a Estados Unidos desde Suecia. La participación en la olimpiada estaba ahora asegurada. Nos quedaban meses de duro entrenamiento y preparación y, como siempre pasa, ocurrieron muchas cosas durante los meses de espera. Cosas que yo iré contando en las próximas entradas. Abajo, el autor ayer por la tarde, aprovechando el buen tiempo y llevado en volandas por la nostalgia.