Esto de la memoria es interesante. Los acontecimientos sobre los que ahora escribo, acaecieron hace cuarenta años, una eternidad, dirán algunos, pero para mí, están grabados de tal manera en mi mente, que no lo olvidaré nunca. Hay tantos hechos concretos, tantos lances únicos, que no es difícil recordar. Hoy quiero recordar, remontándome a un año atrás, al 1983, cuando finalicé mi formación como entrenador de élite para corredores de fondo y medio fondo, en las instalaciones de las que dispone la federación sueca de atletismo, en la isla de Lidinge, en Estocolmo. La retrospectiva viene a cuento, porque allí conocí a un mito del deporte sueco, campeón olímpico y poseedor del récord del mundo en los 3000 m obstáculos, Anders Gärderud. Y es que, este corredor singular, protagonizó una de las mayores hazañas del atletismo olímpico, al ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1976 en Montreal en los 3,000 metros obstáculos. Las imágenes de televisión de la recta final se han vuelto clásicas, y las tengo grabadas en la retina: allí, su mayor rival, Frank Baumgartl de Alemania del este, llegó a alcanzarle después de que Anders hubiese llevado la iniciativa la mayor parte de la carrera, a un ritmo infernal, pero el alemán cayó en el último obstáculo, y Gärderud pudo correr sin oposición hacia la meta, logrando un nuevo récord mundial en los 3000 obstáculos con la marca de 8:08.02. Fue su cuarto récord mundial en la distancia, una marca que se mantuvo como récord mundial durante dos años. Son imágenes clásicas del atletismo que yo vi en mi casa. Montreal nos dejó muchas buenas sensaciones, a los aficionados al atletismo. Lasse Virén repitió ganando los 5000 y los 10000, como había hecho en Múnich y se consagró como uno de los grandes, junto a su compatriota Paavo Nurmi o el inolvidable Zatopec. En la pista de atletismo había otro que también podía reclamar el título de rey: el cubano Alberto Juantorena. Este corredor cubano, alto y recio, con calcetines hasta la rodilla, fue el primero en ganar el oro en los 400 y 800 metros en los mismos Juegos Olímpicos. Muchos habían estado cerca antes, pero Juantorena fue el primero en lograrlo. Contra las largas y poderosas zancadas de Juantorena, no había nadie que pudiera competir. No os sorprendáis, pero yo también he corrido con Juantorena. Os lo contaré en la próxima entrada.
En el verano del 83, estaba yo de pronto ante Gärderud, el gran corredor sueco, con un grupo de entrenadores novatos. Él, que había dejado atrás la carrera de élite, nacido en el 1946, a sus 37 años, era el entrenador oficial de la selección sueca de medio fondo y fondo, y como tal, nos impartía clases, básicamente de filosofía de la carrera continua. Allí estaba yo, junto al antiguo campeón. Traía yo, eso sí, la experiencia de tres maratones bien corridos, él, no había corrido nunca un maratón. Él hablaba del arte de correr como una forma de vida. Correr como algo natural, sin esfuerzo, sin estrés, sin ponerse metas a priori, gozando. Nosotros le mirábamos, ese hombre alto, enjuto, ascético, y le escuchábamos atentamente. Sabíamos que, después de la perorata nos tocaba correr con él. Yo miraba sus piernas largas, sus zapatillas, pensaba que iba a salir volando casi, con un rebaño de ovejas torpes, nosotros. Y nos dijo – “vamos a correr por la pista de la carrera campo através de Lidingö”. Todos conocíamos ese circuito. Yo lo había corrido en una ocasión, 30 kilómetros por caminos de tierra, con subidas y bajadas muy pronunciadas, un circuito rompepiernas. Salió corriendo y nosotros detrás. Yo me atreví a ponerme a su lado, para experimentar la sensación de compartir esfuerzo con un campeón. Mi gran sorpresa fue, que podía seguirle sin problemas. Corríamos rápido, pero sin esforzar, sin tirones, respirando acompasadamente. Yo conocía la pista y sabía que íbamos pasando los kilómetros a una velocidad respetable. El resto del grupo nos seguía con cierta dificultad. Eran entrenadores con carreras propias como corredores, más lejanas en el tiempo que la mía. Algunos tenían algo de sobrepeso, a otros les pesaban los años, se oía su respiración forzada, era lo único que se oía en el bosque. Y Anders empezó a hablarme. Sentía curiosidad por aquel chico que llevaba al lado, del que él no sabía casi nada, mientras que a los otros los conocía de muchos años. A mí me costaba hablar, sobre todo explicar cosas con más de dos sentencias, a la vez que corría, él hablaba como si estuviésemos sentados en un sofá. Llegamos a la meta. Habíamos corrido 15 kilómetros en 56 minutos y poco más, muy rápido para ser entrenamiento.
Como entrenador, Anders Gärderup tenía, entre otros atletas, a la campeona del mundo de carrera de orientación[1], Annichen Kringstad, con la que yo también tenía alguna relación, porque he tenido yo como estudiantes a dos de sus hermanos, excelentes corredores también. A este mitológico atleta tuve el honor de encontrar corriendo una media maratón de Malmö a Lund. El participaba para atraer la atención mediática a la carrera, yo, para ganar, al ser posible. Cual sería mi sorpresa cuando le alcancé en el kilómetro 15 y pude pasarle, quedando tercero con una marca de 1h10´16´´. Aunque yo sabía que él ya no se entrenaba de la misma forma que antes, no pude evitar sentirme muy orgulloso, vanidoso que es uno.
En la final de 3000 metros obstáculos de Montreal había también otro corredor con el cual he competido y en dos ocasiones le he ganado. Dan Glans, corredor de Scania, llegó en séptimo lugar, en la carrera que ganó Anders Gärderud. Dan hizo una magnifica marca de 8´15´´ luchando toda la carrera y llegando en séptimo lugar. Este corredor era pintor de oficio, pintor de brocha gorda, y tenía una filosofía muy personal sobre el correr, corría siempre relajado y sin forzar, hacía kilómetros en el bosque, siempre a su aire y nunca a velocidad de carrera. Dejó la brocha y estudió historia en la universidad y acabó jubilándose como profesor. He corrido con él muchas carreras, y casi siempre me ganaba, ¡era fuertísimo! Pero, en dos ocasiones, le gané; la más sonada en la maratón de Malmö, dónde tanto él como yo debutábamos en la distancia. Le pasé a dos kilómetros de la meta y me llevé un trofeo y el último premio en metálico, llegando en décimo lugar, en una marca 2h35´43´´ que solo mejoré en una ocasión, al año siguiente en Köge (Dinamarca) 2h29´02´´, e igualé en varias, hasta el 1986, cuando dejé de tomármelo en serio y pasé, digámoslo así, a la reserva.
Acabo de ver la inauguración de los juegos olímpicos de Paris. La lluvia no consiguió deslucir el gran esfuerzo de la organización para tratar de conseguir una inauguración que se quedase clavada en la mente de participantes y espectadores de todo el mundo. Todos lo han intentado, lo hicieron verdaderamente en Los Ángeles y todos recordaremos a Bill Suitor volando con un jetpack de Bell Aerosystems para encender la llama olímpica en Los Ángeles, 1984. Los organizadores de Los Ángeles nos querían introducir al futuro en un mundo en que empezábamos a familiarizarnos con los ordenadores Vic 64. Los franceses nos envían hoy al pasado, quizás pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor. La antorcha la encendieron un judoca y una velocista. Tanto Marie-José Pérec, una velocista especializada en los 200 y 400 metros, y que se llevó tres medallas de oro en Barcelona, 1992, y dos en Atlanta, 1996, como Teddy Pierre-Marie Riner, cuyas medallas y méritos pertenecen también al pasado. Y ese pasado, nos lo sirvieron durante toda la inauguración, con retrospectivas históricas en donde no faltaron anécdotas, como la descabezada Marie-Antoinette, saludando desde el balcón del edificio en el que pasó sus últimos días. Hasta el último momento, la historia de Francia nos fue servida en cientos de pequeños detalles. El último, la llama olímpica, que ascendió al cielo en un globo estático, emulando el primer vuelo en globo, hecho en 1783 desde el mismo lugar, inventado y pilotado por los hermanos Joseph-Michel y Jacques-Étienne Montgolfier. El futuro en Los Ángeles, el pasado en París.
[1] La orientación es un deporte originalmente sueco en el que hay que recorrer, con ayuda de un mapa y una brújula, un terreno diverso y generalmente desconocido. Los participantes reciben un mapa topográfico, normalmente confeccionado específicamente para este deporte, y esa ocasión, que utilizan para encontrar los puntos de control en el orden preestablecido. En origen, la orientación era un ejercicio de entrenamiento militar para aprender a manejarse en el terreno, pero hoy cuenta con diversas modalidades y cientos de miles de participantes en todo el mundo.
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