Visto lo visto y, sabiendo que la información que se les ofrece a los ciudadanos de “la piel de toro” es extremadamente fragmentada, procedo a intentar dar mi punto de vista sobre lo acontecido en el día de ayer, a eso de las diez de la mañana, ante las cámaras de muchos medios y ante las narices de diversos llamados cuerpos de seguridad del estado. Para ofrecer mi punto de vista, necesito remontarme al principio de las cosas, porque creo, que todo tiene un principio y un fin. Empecemos pues por el principio.

No fue en los albores de la historia de la humanidad cuando se cuajó la identidad catalana, como algunos se piensan, quizás siguiendo los predicamentos que un comic de los años 70 con el tirulo de “Nosotros los catalanes”, con guion de Francisco Pérez Navarro y traducido después al catalán, parece mostrar. Vamos, que no andaban los habitantes de Barcino o Tarraco Nova por las Ramblas en barretina ni bailaban la sardana o comían “botifarra amb mongetes” después de ver a los castellers hacer el 3 de 10 amb folre i manilles, por así decir.

Si me preguntan a mí, diré, que todo este lío, que en cierto modo perturba la vida de los habitantes de un lugar del mundo, que tendría todas las posibilidades de ser un reducto feliz de la humanidad, si no fura por lo que es. Y lo que es, es que, una parte de sus habitantes viven implicados en un sueño que no les deja el menor sosiego y les impide ver todo lo bueno que tienen a su alrededor. Para algunos empezó todo con un poema publicado en Madrid. Y, ¿todo eso simplemente por un poema? Hombre, pues no, no solo por un poema, aunque también. Lo explicaré más adelante. Vamos por partes. Ahora vamos a la historia, no a la historieta, sino a la pura historia, a lo que se puede constatar con fuentes y hechos consumados.

Empecemos por la consolidación de los estados europeos al final de la edad media. Es un proceso largo, con sus peculiaridades en cada uno de los estados que se van formando, pero todos tienen algo en común, un núcleo político y económico potente, dentro del cual existe una voluntad de subyugar estructuras anteriores, para lograr la acumulación de bienes y poder militar, necesarias para asegurar la integridad territorial. Así se van formando estados, en Francia, alrededor de Ille de France, en Inglaterra alrededor de Londres y en España alrededor de Castilla. Todo esto ocurre en una veintena de años desde poco antes, poco después de el primer viaje de Colón hasta más o menos hasta que Lutero clavó sus 95 tesis de la Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum, en la puerta del templo de Todos los Santos, en Vittenberg.

Bueno, ya nos hemos colocado medianamente en el tiempo. Naturalmente, esos estados no se formaron por arte de Birlibirloque, sino que, al formarse, aglutinaron a estructuras anteriores, muchas de ellas muy antiguas con sus propias instituciones, tradiciones y lenguas, por ejemplo el catalán, que se conoce como lengua diferenciada en los siglos X al XII y que se desarrolló a partir de latín vulgar a ambos lados de la costa este de los Pirineos en el siglo XIII, y fue exportado a varias regiones del sur de España, como Barcelona y Valencia, y a las Islas Baleares y el Alghero en la región de Cerdeña.

No se empieza a hablar de catalanes o Catalunya como entidad geográfica y política diferenciada hasta la obra «Gesta Comitum Barcinonensium» (Hechos de los Condes de Barcelona), escrita a mediados del siglo XII. Este texto, redactado bajo la influencia de la corte de los condes de Barcelona, recoge la historia y genealogía de los condes catalanes y es uno de los primeros documentos que mencionan a Catalunya, junto a otra referencia temprana en el Poema del Mio Cid, donde se menciona a Catalonia en el contexto de las luchas y alianzas que mantenía Rodrigo Díaz de Vivar con distintos reinos y territorios de la península ibérica. Todo esto ocurría en el seno de una entidad, el reino de Aragón, que acabaría siendo aglutinada por la dinámica Castilla. Esto sucedía a la vez en antiguos reinos aglutinados en lo que sería Francia e Inglaterra. La diferencia más marcada en lo referente a la consolidación de los nuevos estados era la forma de administrarlos. El estado francés y el inglés fueron centralizados relativamente pronto, mientras que el estado español se formó a semejanza del imperio austriaco-alemán, diría yo que más suelto, menos centralizado y más respetuoso con las antiguas estructuras, que fueron permitidas, siempre y cuando no trataran de deshacer la estructura del estado.

No es tras la muerte de Martí el Humá en 1410 y el advenimiento de los Trastámara a la corona de Aragón la que, con una disminución progresiva del poder político catalán, marcó el inicio de una nueva era, como Pierre Vilar[1], Jaume Vicens Vives[2], Ferran Soldevila[3] y Josep Maria Salrach[4] sugieren. A mi modo de ver, no es correcto ni lógico culpar a la elección de Fernando de Antequera como rey de Aragón en el Compromiso de Caspe, como la causa del comienzo del declive político de Cataluña.

De forma parecida al mito de los Trastámara como causantes del declive y perdida de las libertades catalanas, se ha cultivado el mito de las excepcionales bondades e impecable tradición protodemocrática de la Generalitat. Un mito que muchos de los historiadores catalanes han querido cultivar, aún en contra de las pruebas aportadas por otros historiadores catalanes, más concienzudos y más estrictos en su aplicación del método científico, como por ejemplo, el propio Jaume Vicens Vives, que en su tesis doctoral en 1936 demostró que en la guerra entre la Generalidad de Cataluña y Juan II, la llamada guerra civil catalana (1462-1472),  el rey tuvo el apoyo del campesinado remensa (sujeto a la tierra), mientras que la Generalidad representaba las oligarquías más conservadoras y explotadoras. El heredero de Juan II, Fernando V, solucionó el problema de los labradores de remensa liberándolos por la Sentencia arbitral de Guadalupe, “Un raro ejemplo de solución jurídica a un problema agrario en la época moderna”, como diría el propio Jaume Vicens Vives, por lo que se ganó la antipatía de los historiadores nacionalistas de la época, sobre todo de Rovira i Virgili. Resultaba del meticuloso estudio que Vives hizo sobre la actuación de los Trastámara, que no fueron tan perniciosos, sino, en realidad, salvaron las instituciones catalanas, poniendo fin a la guerra civil latente entre las dos grandes instituciones representativas catalanas, que eran el Consejo de Ciento de Barcelona y la Generalidad o Diputación permanente de las Cortes. Además, este rey renacentista, modelo para Macchiavello, inventó un procedimiento para resolver los contenciosos entre el Rey y las instituciones de Cataluña en materia de fueros, estableciendo el recurso de contrafacción ante la Real Audiencia.

Como una nota interesante de la historia, este buen rey de Aragón estuvo a punto de ser asesinado en las escalinatas de la Plaza del Rey, en Barcelona, al ser atacado con una espada por un campesino remensa que no parecía muy contento con como había concluido y que secuelas había dejado la segunda revuelta payesa, terminada en 1485. También se ha explotado en los últimos tiempos el mito de que el autor del atentado, el remensa Joan de Canyamars, actuara llevado por su patriotismo catalán.[5]

Se vislumbra ya, en el conflicto antes citado entre la Generalitat y El Consejo de Ciento, una cierta animosidad, una competencia algo más que sana, que no son capaces de solucionar sin el arbitrio de un poder superior, en el caso de la guerra civil, la autoridad del rey. Esta animosidad llevará a otras confrontaciones a través de la historia y, para no perderme en detalles, saltaré hacia otra revuelta mitificada: La Guerra dels Segadors. La escribo con mayúsculas porque lo merece, siendo el mito inicial del nacionalismo catalán y la viva expresión del conflicto entre la ciudad y el campo, cuya continuidad, me atrevo a decir, vivimos aún en nuestros días.

Entre los años 1640 y 1652 tuvo lugar un conflicto bélico que tuvo lugar en el Principado de Cataluña y que terminó con la desmembración de Cataluña en el Tratado de los Pirineos en 1659, por el que España cedía a Francia el condado de Rosellón, el Conflent, el Vallespir, el Capcir y una parte del condado de Cerdaña. Terminaba así una guerra que empezó como revuelta incitada por Francia, combinada con la guerra de liberación de Portugal, en medio del gran pulso entre Francia y España que estaba teniendo lugar en Alemania, en la llamada guerra de los treinta años, 1618-1648, que era una lucha abierta entre Francia y España-Austria, por la hegemonía en Europa.

Los hechos comenzaron en el barrio barcelonés de Sant Andreu de Palomar, que entonces era un pueblo aparte, como por ejemplo Gracia, Sants, Horta etc. La chispa fue una reyerta entre algunos soldados castellanos y unos segadores que resultó en que uno de los segadores quedó malherido. Los soldados castellanos se hallaban allí para reforzar la defensa del territorio contra los franceses, con los que España estaba en guerra directa desde 1635.[6]

Los ánimos estaban revueltos por causa de las repetidas recaudaciones que el gobierno español se veía obligado a grabar a los campesinos y, en la frontera, por la carga que representaba el tener que alojar a los soldados de remplazo y a sus bestias. No era un problema solamente en Cataluña sino en todo el territorio español, especialmente en las zonas fronterizas. Francia y sus dirigentes, Richelieu primero, hasta 1642 y Mazarino después, emplearon toda su astucia, su poder y su riqueza, para infiltrar las instituciones catalanas y promover la revuelta, dejando a España emparedada entre dos contiendas abiertas a sus flancos, Portugal y Cataluña, debilitándola para minimizar su posición en el centro de Europa.

No deja de ser lógico atribuir el comienzo de la revuelta a cuestiones económicas. Estas revueltas se daban por doquier en toda Europa, y seguramente en el resto del mundo, cada vez que grandes contingentes de tropas se localizaban en un lugar durante cierto tiempo, y cada vez que la economía de guerra hacía subir los impuestos. Aquí en Suecia, concretamente, tengo muchos casos desde comienzos de la edad moderna hasta ya entrados en el siglo XIX. Historiadores como los antes citados Jaume Vicens Vives y Ferran Soldevila argumentan que las demandas económicas impuestas por la Corona española, en un momento de crisis generalizada, fueron vistas como una explotación injusta de Cataluña, lo que generó un fuerte malestar que desembocó en la guerra. El análisis de Pere Anguera quiere mostrar que, las exigencias fiscales y militares impuestas por Felipe IV, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años, provocaron un gran descontento en Cataluña. Según Anguera, la población catalana percibía que estaban siendo explotados para financiar y sostener guerras que no eran de su interés directo, lo que llevó al estallido del conflicto. Algo parecido expresa Josep Fontana ha abordado el conflicto desde una perspectiva socioeconómica, subrayando la carga desproporcionada que recayó sobre Cataluña debido a las guerras de la monarquía. Para Fontana, la imposición de contribuciones y la obligación de mantener a las tropas castellanas provocaron un gran resentimiento en la población, que se manifestó en la revuelta popular de 1640. Se acercan los dos últimos pues a una interpretación protonacionalista del conflicto.

Análisis mucho más identitarios han realizado algunos historiadores nacionalistas catalanes, que han interpretado la Guerra dels Segadors como una defensa de la identidad nacional catalana frente a las políticas centralizadoras de la monarquía española. Como ejemplo de este tipo de análisis tenemos a  Francesc-Marc Álvaro, ensayista y periodista contemporáneo, activo en política på ERC,  que ha explorado la historia catalana desde una perspectiva identitaria. Álvaro ha argumentado que la Guerra dels Segadors fue, en parte, una reacción a la amenaza percibida contra la identidad catalana. Según él, la guerra no solo trataba de resistir las cargas fiscales y militares, sino también de defender la cultura, las instituciones y la soberanía catalana frente a la creciente asimilación impuesta por la monarquía centralista.[7]

Un historiador como Jordi Nadal, más conocido por sus estudios en historia económica, también ha señalado que detrás de la Guerra dels Segadors subyace una defensa de la identidad nacional catalana. En sus escritos, sugiere Nadal que los catalanes se levantaron no solo por razones económicas, sino también por la voluntad de preservar su singularidad cultural y sus instituciones políticas, que veían amenazadas por las políticas de Felipe IV y su valido, el Conde-Duque de Olivares. [8] Josep Termes, historiador especializado en el estudio del nacionalismo catalán, ha argumentado que la Guerra dels Segadors puede interpretarse como una manifestación temprana de la conciencia nacional catalana. Según Termes, el conflicto fue una lucha para proteger la autonomía y las tradiciones catalanas frente a una monarquía que intentaba homogeneizar y centralizar el poder, lo que representaba una amenaza directa a la identidad catalana.[9]

Distinto es el punto de mira de Xavier Torres[10], que, aún aceptando un cierto nivel de patriotismo, considera que la revuelta catalana de 1640 estaba todavía muy lejos de ser un movimiento nacionalista. En sus propias palabras: “hubo ciertamente, un genuino patriotismo catalán en el curso de la Guerra de los Segadores; no solo retórico o meramente ornamental, tal como suponen a menudo los seguidores de una hipótesis «social», sino inmanente e inseparable de los propios acontecimientos (por no decir de los «intereses» en juego inclusive). Ahora bien, este patriotismo no debería confundirse en ningún caso con el nacionalismo, ni siquiera en términos de «precocidad» o como «antecedentes», tal como imaginan, a su vez, los cultivadores de una interpretación nacionalista o «protonacionalista» de los hechos: porque se trataba, en suma, de un patriotismo sin nación”[11]

Había por parte de la corona española una clara intención de acaparar el control de sus extensas posesiones. Desde antes del fallido intento de Felipe II de ocupar Inglaterra en 1588, España se veía involucrada en continuas guerras de secesión, empezando por las provincias de los Países Bajos, herencia de los Habsburgos, sublevadas ya en 1566 y en constante ebullición hasta el 1648. La unión dinástica aeque principaliter con Portugal desde el 1580, que aún dando lugar a la mayor concentración de poder, nunca conocido en la historia, al unir sus posesiones en America, para los nobles portugueses se consideraba perjudicial, debido a las continuas guerra de la monarquía hispánica en Europa, se vio debilitada por las constantes injerencias francesas con el fin de debilitar a la corona de los Habsburgo. Esta visión centralizadora tenía en el Conde-Duque de Olivares su mayor promotor, que lo expuso de esta manera en un memorial secreto fechado el 25 de diciembre de 1624: “Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su Monarquía, el hacerse Rey de España: quiero decir, Señor, que no se contente Vuestra Majestad con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, sino que trabaje y piense, con consejo mudado y secreto, por reducir estos reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia, que si Vuestra Majestad lo alcanza será el Príncipe más poderoso del mundo.”[12]

Para no embarrullarlo todo, me quedo aquí hoy y seguiré mañana. También he de decir que donde las dan las toman y, los trompazos que le dieron al estado español las secesiones por todo su territorio durante esos años, muy parecidos fueron los que le cayeron al estado francés entre 1648 y 1653, cuando la llamada Fronda estuvo a punto de desbaratar el estado que Richelieu y Mazarino habían hilvanado. Además, los lideres de la Fronda solicitaron la ayuda de España. La gran diferencia es que Francia salió fortalecida de estos coletazos del poder aristocrático, mientras que el imperio español se vio alicortado, diezmado y mermado.

Al mismo tiempo, en Inglaterra, a partir de 1642 y hasta el 1651 estaban metidos de lleno en una guerra civil en la que el estado centralista y absolutista representado por el rey se veía enfrentado al poder del parlamento en una guerra intermitente en la que el mismo rey caería ejecutado por orden de un parlamento diezmado y poco representativo, el llamado Parlamento Rabadilla o Rump Parliament. Aquí en Suecia, los acontecimientos tienen que ser vistos desde una perspectiva danesa, pues Dinamarca era la potencia central nórdica, bajo cuya corona, Suecia y Noruega se encontraban como entidades subordinadas. La rebelión de los suecos liderada por Gustavo Vasa en 1521 que resultó en la victoria sueca y la proclamación de Gustavo Vasa como rey en 1523, deshizo la unión. Desde ese momento y tras muchos alzamientos populares contra la centralización del poder en Estocolmo, a la muerte de Gustavo Adolfo II en 1632, el estado sueco se podía considerar unificado alrededor de la monarquía y a partir de 1658, con la ocupación de los territorios daneses al norte del Sund, comienza una implantación de la cultura sueca por todo su territorio, que poco a poco irá borrando todo vestigio de antiguas entidades étnicas y culturales.

De visita en Bilbao en 1990, en la Universidad del País Vasco, invitado a unos seminarios para profesores y estudiantes por el catedrático de sociología Alfonso Pérez Agote, justamente para dar unas charlas sobre el cambio de identidad en Escania, me preguntaron ¿por qué Suecia tuvo éxito en su propósito de hacer suecos a los daneses de Escania y las otras provincias danesas conquistadas en 1658 mientras España no había conseguido algo similar en Cataluña? Mañana os hablaré de lo que yo contesté a esa pregunta y seguiré tirando del hilo histórico que nos lleva a la situación actual en Cataluña.


[1] Pierre Vilar: “Catalunya dins l’Espanya moderna”, 1962, vol I, Edicions 62

[2] Jaume Vicens Vives: “Historia de Catalunya”, Els Trastàmares (Segle XV) (Tomo VIII), ed 1961

[3] Ferran Soldevila- Ferran Valls i Taberner: ”Història de Catalunya”, 1922

[4] Josep Maria Salrach: Història dels Països Catalans. Dels orígens a 1714 (con Eulàlia Duran), 1980

[5] Joan Amades: “Traditions patriòtiques “ (1933)

[6] Indirectamente, Francia y España estaban en guerra desde 1618, pero esa guerra tenía lugar en Alemania y casi siempre por medio de otros, por ejemplo por medio de Dinamarca al principio y Suecia a partir de 1631, por el lado protestante, que Francia mantenía, y Austria y otros territorios mayormente católicos, por parte de España. Esa guerra de los treinta años se ha denominado falsamente, guerra de religiones.

[7] Francesc-Marc Álvaro: “Assaig General d’una revolta”, 2019

[8] Jordi Nadal: “La population catalane de 1553 à 1717. L’immigration française et les autres facteurs de son développement, 1960

[9] Josep Termes: «Història del catalanisme fins al 1923», 2000

[10] Torres, Xavier (2008). Naciones sin nacionalismo. Cataluña en la Monarquía Hispánica (siglos xvi-xvii). Valencia: Publicacions de la Universitat de València

[11] Torres, 2008, 21-22

[12] Elliott, John H:  “La rebelión de los catalanes. Un estudio sobre la decadencia de España (1598-1640)”, 1963/1980, p 179