Hoy me toca lavar y por eso saldré a caminar un poco más tarde de lo que acostumbro a hacer. Mientras las máquinas ultiman mi colada, regresaré a tratar de contestar la pregunta que me hicieron en Bilbao, en aquel seminario, al principio de los 90: ¿Por qué Suecia consiguió cambiar la identidad de los escanianos en menos de cincuenta años, mientras España no lo consiguió con los catalanes en más de trescientos? La respuesta requiere por mi parte hacer un intento de emprender una comparación histórica; una labor difícil, que algunos sociólogos e historiadores[1] han empleado y que otros han desechado por las dificultades que ofrece. El método comparativo es una herramienta poderosa en la historiografía, pero también presenta varios desafíos que lo hacen difícil de emplear en la historia. Estas dificultades surgen de la naturaleza intrínseca de los eventos históricos, las diferencias en las fuentes disponibles y la complejidad de las variables en juego. Los que son reticentes a este método, como mi primer director de tesis, el catedrático Göran Rydstad, sostienen que cada evento o período histórico está inmerso en un contexto específico y único. Las condiciones sociales, económicas, políticas y culturales de un tiempo y lugar determinados son, por tanto, difíciles de replicar o comparar directamente con otros contextos.
A primera vista puede parecer fructífero e interesante comparar, por ejemplo, la revolución francesa con la revolución rusa, pero, en realidad, resulta muy complicado porque, aunque ambas comparten algunas similitudes como movimientos revolucionarios, los contextos sociopolíticos, económicos e internacionales en los que se desarrollaron son muy diferentes. Los fenómenos históricos son multifacéticos y están influenciados por una amplia gama de variables interrelacionadas. Identificar, aislar y comparar estas variables de manera precisa es por fuerza una labor muy compleja, por poner otro ejemplo: en la comparación de la industrialización en diferentes países, factores como la geografía, los recursos naturales, la estructura política, y las tradiciones culturales, entre otros, influyen de manera distinta, lo que complica la comparación directa.
A todas estas dificultades, hay que sumar el hecho de que las fuentes históricas disponibles pueden variar significativamente en calidad, cantidad y perspectiva entre los eventos que se comparan. Esto puede llevar a una representación desequilibrada o sesgada. Sería complicado comparar el el Imperio romano con el Imperio Han, debido a las diferencias en la cantidad y tipo de registros históricos disponibles. Por último, para no extenderme demasiado, escoger casos que sean comparables en aspectos significativos pero que también ofrezcan suficientes diferencias para permitir una comparación es una tarea difícil. En fin, es complicado, pero, a mi parecer no imposible. Así que yo me atreví a hacer una comparación, la que a continuación os ofrezco.
Primero, vamos a poner a Suecia y Escania en el momento histórico en el que se encontraban en 1658, fecha de la paz de Roskilde[2], que ponía fin a la guerra entre Suecia y Dinamarca, que había comenzado con la ocupación por parte de los suecos de una buena porción del territorio danés, para hacerse, entre otras cosas, con el pasaje del Sund y los ingresos en aduanas que este estrecho pasaje, única salida del mar Báltico, aportaban. Para empezar nuestra comparación debemos conocer el contexto en el que esta guerra tuvo lugar. Suecia había participado en la guerra de los treinta años como principal socio de Francia, que usaba este país nórdico para debilitar el dominio de los Austrias en Europa. Era una guerra por la hegemonía que Francia consiguió ganar. Suecia salió de la paz de Westfalia como una pequeña gran potencia militar, pero económicamente debilitada. Sus lideres vieron la posibilidad de hacer valer su potencia bélica contra la vecina Dinamarca, aunque esta había sido aliada de Suecia. El ataque de Suecia pilló a los daneses por sorpresa. Durante esta guerra, Suecia contó con el apoyo de varios países, principalmente el de Francia, que la apoyó, tanto diplomáticamente como financieramente. Esta alianza formaba parte de la política francesa de mantener a los Habsburgo en Alemania y España, debilitados, lo que era beneficioso para Suecia en su conflicto con Dinamarca-Noruega. En parte también fue apoyada por Brandeburgo-Prusia, especialmente en sus campañas en el norte de Alemania. Holanda tenía intereses comerciales en mantener el equilibrio de poder en la región, y su apoyo a Suecia no fue constante, en ciertos momentos proporcionó apoyo naval para evitar que Dinamarca-Noruega dominara el comercio en el Mar del Norte y el Mar Báltico. Estos países apoyaban a Suecia principalmente por intereses estratégicos y económicos, buscando debilitar a Dinamarca-Noruega y limitar la influencia de los Habsburgo en Europa. La guerra culminó con la Paz de Roskilde, que resultó en importantes concesiones territoriales de Dinamarca a Suecia.
Dinamarca-Noruega, por su parte, no contó con un apoyo significativo de otros países en la misma medida en que Suecia contó con sus aliados. Sin embargo, algunas potencias europeas, sobre todo los Países Bajos, que tenían un interés en limitar la expansión sueca en el Mar Báltico debido a sus propios intereses comerciales, su apoyo a Dinamarca fue limitado durante esta guerra. Más tarde, después de la Paz de Roskilde, los Países Bajos jugaron, eso sí, un papel más activo al intervenir en la guerra sueco-danesa que siguió, pero durante el conflicto que culminó en Roskilde, su apoyo fue más bien diplomático que militar. El Sacro Imperio tenía un interés en frenar la expansión sueca, pero no proporcionó un apoyo militar directo significativo a Dinamarca durante esta guerra en particular. Austria y el emperador Habsburgo estaban más enfocados en otros conflictos europeos en ese momento.
La paz de Roskilde resultó en una considerable pérdida de territorios para la corona danesa, que incluían: Scania (Skåne), con Lund como capital, históricamente parte de Dinamarca y sede del arzobispado. También perdieron Blekinge, situada al este de Scania. Halland, una provincia en la costa suroeste de Suecia, que había sido cedida temporalmente a Suecia en un tratado anterior, fue cedida de manera definitiva. La isla de Bornholm en el Mar Báltico, inicialmente cedida a Suecia, fue posteriormente recuperada por Dinamarca en 1660, tras un levantamiento de la población local contra las fuerzas suecas. La región noruega de Trøndelag, que en ese momento formaba parte del Reino de Dinamarca-Noruega, también fue cedida a Suecia, aunque fue devuelta a Dinamarca-Noruega en 1660 como parte del Tratado de Copenhague. La Bahía de Båhus, región al sur de Noruega, que controlaba el acceso al fiordo de Oslo, fue cedida a Suecia. También cayeron en manos suecas las menores islas de Anholt, Læsø, Møn, Saltholm y Ven. La parte más importante del tratado era la ocupación de Escania, una parte rica e importante, central para el reino danés, considerada como el granero de Dinamarca.
Vamos directamente a la cuestión que nos ocupa; el cambio de identidad cultural que experimentó la región danesa conquistada por Suecia. ¿Cuáles eran las premisas existentes? Scania era una parte esencial del reino danés comparable, pongamos por caso, con Andalucía para España. La ciudad de Lund había sido la metrópolis religiosa y la nobleza danesa poseía grandes propiedades en la región. Culturalmente, en Scania se hablaba danés con acento escaniano y el folklore y las costumbres eran puramente danesas. La diferencia o la similitud entre la cultura y la lengua escaniana y la sueca era muy similar a la que hoy encontramos entre la cultura y la lengua catalana y la española-castellana. La paz de Roskilde no parecía traer consecuencias importantes a nivel cultural o legal para los habitantes de las regiones traspasadas. En el párrafo 9 del tratado se aseguraba a los habitantes de las regiones conquistadas que conservarían sus antiguos privilegios, libertades, leyes y su organización eclesiástica. En lo que respecta a la propiedad privada, esto se cumplió, mientras que los privilegios de la nobleza, la organización eclesiástica (1686) y el sistema judicial (1683) se adaptaron gradualmente a los que regían en el resto del reino sueco. Referente a la cultura y a la lengua, los cambios serían significantes y rápidos, diseñados específicamente para unificar el reino sueco en todos los aspectos.
El citado párrafo 9 de la paz de Roskilde, estipulaba que, la ley danesa seguiría en vigor, siempre y cuando no contraviniera las leyes fundamentales de Suecia. Esto significaba que la organización eclesiástica debía ser danesa y se debía respetar el derecho de propiedad de la nobleza. La consecuencia de esto era que la nobleza danesa podría poseer tierras en los territorios de Escania sin residir allí, si por ejemplo también tuvieran una mansión en Funen, como era común. Si residían en Escania, tenían la obligación de prestar juramento de lealtad al rey sueco. Sin embargo, Suecia intentó modificar estas disposiciones, pero un acuerdo entre las autoridades, la nobleza y el clero de Escania aseguró en 1662 que no se llevara a cabo una verdadera suequificación.
Algo importante a tener en cuenta es la cuestión eclesiástica. Tanto Suecia como Dinamarca habían abrazado el protestantismo más de cien años antes. El rey Gustavo Vasa fue la figura clave en la introducción del luteranismo en Suecia. En el Congreso de Västerås en 1527, Gustavo Vasa obtuvo el control sobre la Iglesia sueca y la convirtió al luteranismo. Esta reforma se consolidó con la promulgación de la Ley de la Iglesia en 1593, que oficializó el luteranismo como la religión del Estado y estableció la Confesión de Augsburgo como la base doctrinal de la Iglesia sueca. En Dinamarca la conversión al protestantismo fue impulsada por el rey Federico I y, posteriormente, su hijo, Cristian III. Cristian III se convirtió en rey en 1534 y, al asumir el poder, estableció el luteranismo como la religión oficial del país, reemplazando el catolicismo. Estas transformaciones, tanto en Suecia como en Dinamarca, formaron parte de un proceso más amplio de reforma que incluyó la confiscación de bienes eclesiásticos y la reorganización de la Iglesia danesa bajo la autoridad estatal. En las iglesias, el rey sueco debía ser bendecido, pero la organización eclesiástica, las predicaciones y los himnos eran en danés.
Hasta 1683 se decía que los territorios conquistados eran «provincias nuevas situadas fuera del reino». La situación con una población no sueca que debía ser integrada, para bien o para mal, en otro estado era completamente nueva. Económicamente, significó una gran ganancia para Suecia: grandes áreas de tierras agrícolas, ríos y arroyos para una buena pesca de salmón, una nueva frontera aduanera en el Sund, que debía forzar el comercio hacia el norte, así como la reintroducción de un impuesto municipal para la entrada y salida de mercancías en las ciudades. Esto significaba cargas económicas para la población urbana, mientras que la población rural debía albergar a jinetes suecos en sus granjas con sus caballos, que debían ser alimentados y cuidados, lo que resultaba costoso, además de un impuesto sobre la renta para cada habitante. Esto lo reconocemos los que estudiamos la historia de Cataluña y, en general, era lo que ocurría por toda Europa, cada vez que un ejercito se ubicaba en una región, para conquistarla o para “protegerla”. Todo el peso logístico caía sobre el campesinado o sobre los habitantes de las ciudades.
Lejos de darse por vencidos, los daneses intentaron recuperar los territorios perdidos en 1658. Durante la Guerra de Escania de 1675-1679, en 1676, el ejército danés fue transportado a través del Øresund y comenzó una guerra de revancha para «unir los miembros al cuerpo», como se describía la situación de Dinamarca, y los soldados fueron recibidos con gran benevolencia. El antiguo orden se restableció de inmediato, los funcionarios suecos habían huido precipitadamente, y se formaron grupos de partisanos que originalmente tenían sus raíces en la defensa fronteriza, pero ahora tomaban la forma de cuerpos de francotiradores militarmente organizados. A esto se sumaron agrupaciones más sueltas que trabajaban estrechamente con el ejército danés y recibían instrucciones y suministros a través de este. Los suecos los llamaban “snapphanar”[3], un término despectivo que se usaba para denominar a los bandoleros. Lucharon en una extensa guerra de guerrillas, pero no pudieron operar aislados durante mucho tiempo, y con la derrota de Dinamarca en la batalla de Lund, el 4 de diciembre de 1676, todo llegó a su fin.
Durante la Guerra de Escania de 1675-1679, Suecia decidió aplastar la resistencia de los escanianos con una gran violencia. Los partisanos capturados fueron ejecutados de la manera más cruel. Durante muchos años funcionaron tribunales de snaphane que juzgaban sumariamente según las directrices. En una visita que yo hice el año pasado al palacio de Vanås, pude ver un roble gigantesco que se dice ya era robusto en la época citada, donde, según la leyenda, se colgaban a los snapphane que se capturaban en la zona. Las condenas a muerte se ejecutaban rápidamente mediante ahorcamiento o decapitación, muchas veces precedidas de la trituración de brazos y piernas con una rueda de carro, seguida de desmembramiento. Generalmente, concluía el ajusticiamiento atando el cuerpo a los radios de una gran rueda de madera que se colgaba para la exposición pública. Un testimonio contemporáneo de cómo se trataba a los snapphanar capturados vivos en un pueblo proviene de Vä, al norte de Lund, en 1677. Los francotiradores capturados allí primero eran puestos a trabajar limpiando letrinas con las manos desnudas y luego desollando caballos[4] muertos, antes de ser entregados a sus verdugos. Tenemos gran cantidad de fuentes contemporáneas que lo confirman en los archivos suecos y daneses.[5] La ejecuciones sumarísimas, que no hacían excepción alguna, ni a sacerdotes protestantes, ni a nobles, fue consumada ya finalizado el siglo XVII. Un miembro de la resistencia fue juzgado y ejecutado tan tarde como en 1701.
El fin de la guerra en 1679, con la paz de Lund, marcó el inicio de una verdadera suequificación. La población de los Escania había sido «súbditos desleales», y por lo tanto se debía introducir una llamada uniformidad, con la implementación de la legislación sueca. La clave para esto era la relación de la población con el idioma y la cultura. Por ello, se inició una campaña decidida después de 1681, pero que en realidad comenzó con la fundación de la universidad de Lund, en 1666. La creación de la universidad en Lund, tenía como objetivo principal fortalecer la influencia cultural, religiosa y política sueca en estas áreas, que históricamente habían estado bajo dominio danés. Al establecer una institución educativa de prestigio, Suecia buscaba promover la integración de estas provincias en el reino sueco, formando una élite local educada bajo la influencia sueca, y asegurando la lealtad de la población a la corona sueca. Escania era «una tierra extranjera, pero interior», y el objetivo era una fusión, una asimilación con el resto de Suecia. Se presionó a los sacerdotes para que aceptaran el nuevo orden. Sacerdotes llamados «desleales» habían huido junto con más de 10.000 habitantes escanianos, que prefirieron huir a Dinamaca, y otros fueron despedidos. Luego siguió el proceso sin pausa: el sacerdote debía predicar en sueco, los himnos salmos eran suecos y debían ser aprendidos de memoria. Los niños debían quedarse después de la misa para aprender el nuevo idioma, y un inspector de uniformidad controlaba en secreto la celebración de los servicios religiosos. Las biblias y libros de salmos daneses fueron recogidos y vendidos en Copenhague. El sistema judicial también se cambió por el sueco. Escania quedó “limpia” de instituciones danesas, aparte de los dialectos daneses orientales, relacionados con el idioma que se habla hoy en Bornholm, y las tradiciones heredadas, que se mantuvieron durante mucho tiempo y aún dan a los escanianos un fuerte carácter distintivo. Solo el paisaje tiene un aspecto danés con las típicas iglesias rurales blancas y casitas encaladas de entramado de madera y techos de paja.
Dinamarca hizo un nuevo intento recuperar Escania durante la Gran Guerra del Norte de 1700-1720, Federico IV (nacido en 1671, regente de 1699 a 1730) lo intentó, aunque también esta vez, la capacidad militar danesa fue escasa, y mientras que Francia en 1679 había determinado de hecho la paz de Lund, fue la batalla de Helsingborg el 10 de marzo de 1710 la que resolvió el asunto por completo. No surgió ya ningún movimiento partisano porque había sido completamente aplastado, y la mayoría había perdido la fe en su eficacia. Las fuentes relatan una recepción favorable de las tropas danesas, pero se trataba de nuevas generaciónes. Solo los abuelos, si eran realmente viejos, podían recordar la época danesa.
La suequificación había triunfado políticamente en el sentido de que la población se había rendido. Las guerras habían dejado familias destruidas y paisajes devastados, y al final de la Guerra de Escania 1675-1679, un general danés había dado la orden de la ‘política de tierra quemada’, y la mayoría de las granjas en todo el Oeste de Escania habían sido incendiadas, llevando el grano y el ganado a Dinamarca. Pero el proceso de suequificación aún no había terminado, ya que aunque las instituciones habían cambiado y la población había sido forzosamente integrada en otro estado, la vida local continuaba como antes. El municipio y el distrito eran el marco de la vida social, no se conocía otra cosa, y todos hablaban el idioma que siempre habían hablado, en casa, pero no en la iglesia o en contacto con las autoridades. El plan radical del gobernador general sueco en Escania, Halland y Blekinge, Johan Gyllenstierna (1635-1680), sobre un amplio desplazamiento de la población de Escania, es decir, una limpieza étnica como parte de la suequificación, había sido abandonado.
Hasta aquí vemos muchas similitudes con lo acontecido en Cataluña desde 1640 a 1714. Las instituciones catalanas participan naturalmente en el alzamiento contra la corona de España, pero el verdadero agente es Francia. Francia apoya la revuelta de 1640, invadiendo gran parte de Cataluña, con la complicidad de la Generalitat, pero la ocupación no llega a ser total ni duradera, como para crear nuevas instituciones que pudiesen afrancesar la región. Esto ocurre finalmente tras la paz de los Pirineos en 1659. Tras esta paz, que puso punto final (quizás mejor decir, punto y aparte) a la guerra entre Francia y España, que se había prolongado desde 1635 como parte del conflicto más amplio de la guerra de los treinta años, Cataluña queda dividida. Francia recibió varias posesiones territoriales importantes, incluyendo los condados del Rosellón y Conflent, el Vallespir y parte de la Cerdaña, en lo que hoy es el sur de Francia, perdiendo Cataluña su segunda ciudad, Perpignan, que quedaría en la parte francesa, en la Cataluña norte. El tratado consolidó a Francia como una potencia dominante en Europa, debilitando la hegemonía de España, que había sido la principal potencia europea durante gran parte del siglo XVI y principios del XVII.
Los territorios catalanes del norte pasaron oficialmente del dominio español al francés. Este cambio de soberanía significó que la población catalana que vivía en estas áreas quedó bajo la autoridad de la monarquía francesa, en lugar de la monarquía hispánica. Bajo el dominio francés, comenzó un proceso de franquisación, donde se promovió la adopción de la lengua y cultura francesas. Las instituciones y leyes catalanas, que habían regido estas áreas bajo el dominio español, fueron progresivamente reemplazadas por las francesas. El uso del catalán fue desincentivado y se promovió el francés como la lengua oficial y administrativa, un proceso que se intensificó en los siglos posteriores. En algunas ocasiones, hubo resistencia a estas imposiciones, ya que la población local seguía identificándose cultural y lingüísticamente con Cataluña. Sin embargo, a lo largo del tiempo, la franquisación fue tomando fuerza y hoy en día, aunque persisten elementos de la cultura catalana, la influencia francesa es predominante en esta región.
En la Cataluña sur, el tratado generó descontento y un sentimiento de traición por parte de la monarquía Hispánica, ya que se había cedido territorio catalán a Francia sin consulta previa a las instituciones catalanas. Esto contribuyó al creciente resentimiento hacia la Corona, que se sumó a otras tensiones ya existentes, como las generadas durante la guerra dels segadors (1640-1652). Tras la firma del tratado, la monarquía española intensificó su control sobre Cataluña para evitar futuros levantamientos. Esto incluyó una mayor presión para la centralización administrativa y la reducción de las autonomías locales, lo que afectó las instituciones catalanas como las Cortes Catalanas y el Consell de Cent. En la parte económica, y aunque el tratado no afectó directamente la economía de la Cataluña Sur, la pérdida de los territorios del norte redujo las rutas comerciales y afectó las conexiones económicas y sociales entre ambos lados de los Pirineos. Esto contribuyó al aislamiento de la Cataluña Sur de sus antiguas conexiones con el norte.
Como podemos ver, aquí hay muchas similitudes entre lo ocurrido en Escania y en Cataluña. En los dos casos, estos eventos son un resultado o una continuación de la guerra de los treinta años y de la defensa a ultranza de los intereses franceses. Pero hay algo que marca la diferencia. El último coletazo de la lucha por Escania comienza tras la derrota de las tropas suecas en Poltava, ahora Ucrania el 28 de junio de 1709. Tras esta derrota, Suecia deja de ser un gran poder militar y Dinamarca considera que ha llegado el momento de la revancha, intentando ocupar Escane a partir de noviembre del mismo año. Dinamarca está casi a punto de conseguirlo, pero, de una forma casi milagrosa, Suecia consigue repeler la ocupación. La invasión de 1709-1710 fue el último intento serio de Dinamarca para revertir la paz de Roskilde y recuperar el antiguo Este de Dinamarca. Después de la Batalla de Helsingborg, Escania permaneció bajo control sueco, y los nuevos intentos, bastante a medias, que hicieron los daneses con ayuda rusa para enviar tropas a través del Sund fracasaron antes de poder llevarse a cabo. Vale la pena destacar que los soldados daneses de 1709 no recibieron ninguna ayuda de la población civil escaniana. No se formaron nuevos regimientos de snapphanar, ni se reunieron grupos de campesinos en las parroquias para liberarse del yugo sueco. Suecia había conseguido plenamente convertir a los habitantes de la región en súbditos suecos con medidas drásticas y dura efectividad. En los rescoldos regionalistas que pudieron quedar, no se avivó nunca la llama nacionalista, ni siquiera en tiempos difíciles, como en la era napoleónica, cuestión que ya traté en otra ocasión.
A Cataluña vendría otra guerra y otra ocasión para Francia de hacerse con el resto de la región a la muerte de Carlos II el año 1700, con la consiguiente pugna por el trono español, la llamada guerra de sucesión española 1701-1713. Casi todas las potencias europeas estaban de alguna manera involucradas en alianzas que apoyaban la candidatura de uno de los dos pretendientes al trono español: La Gran Alianza, formada por Austria, Inglaterra, las Provincias Unidas, Prusia, Portugal y Saboya, apoyaba la candidatura de Carlos de Habsburgo, archiduque de Austria. Francia y España, apoyaban a Felipe de Anjou, el que al final se convertiría en Felipe V de España.
La Generalitat de Cataluña apoyó a Carlos de Austria por varias razones, entre ellas la resistencia a la centralización del poder que los Borbones representaban. Cataluña había disfrutado de cierta autonomía bajo el sistema de los fueros, sus instituciones habían sido respetadas aún después del tratado de los Pirineos, y temía que la llegada de los Borbones resultara en la pérdida de estas autonomías. Además, el entorno político y social de la época estaba marcado por tensiones y descontento con la monarquía borbónica. Quedaba el recuerdo de las tropas francesas en el principado, que no había sido más benevolente con la población que las hispánicas y temía la centralización que se estaba llevando a cabo en la Cataluña norte. Las instituciones catalanas se levantaron en armas en apoyo al archiduque Carlos, y se aliaron con la Gran Alianza, compuesta por Inglaterra, las Provincias Unidas, Austria y otros. La Generalitat y sus autoridades participaron activamente en la defensa de Cataluña y en la organización de recursos para el conflicto.
Esta guerra tuvo muchas consecuencias, tanto para la monarquía española, como para Cataluña. Lo que es la guerra terminó con la firma de varios tratados, siendo el más importante el tratado de Utrecht en 1713 en el que Felipe V fue reconocido como rey de España, pero España, al precio de ceder varios territorios europeos a otras potencias: los Países Bajos Españoles, Nápoles, Milán y Cerdeña pasaron a Austria, Gibraltar, Menorca y privilegios comerciales en las colonias españolas, incluido el asiento de negros pasaron a Gran Bretaña, Saboya recibió Sicilia, que luego intercambió por Cerdeña. Pero España se mantuvo unida bajo un solo monarca, pero a costa de perder su influencia en Europa.
Cataluña quedó bajo control borbónico, aunque las instituciones catalanas intentaron resistir aún después de Utrecht. El conflicto culminó en el sitio de Barcelona en 1714, cuando las fuerzas borbónicas, lideradas por el duque de Berwick, tomaron la ciudad después de un prolongado asedio. La resistencia catalana terminó con la caída de la ciudad, y la Generalitat fue abolida en 1716 como parte de las medidas de centralización del nuevo régimen borbónico.
Las instituciones catalanas habían confiado plenamente en las promesas que les hacía Gran Bretaña, que prometió proporcionar ayuda militar continua a Cataluña para mantener la resistencia contra las fuerzas borbónicas, incluyendo el envío de tropas y suministros para apoyar a los catalanes en su lucha. Aunque hubo algún apoyo militar británico en los primeros años del conflicto, la ayuda se redujo considerablemente con el tiempo. La falta de recursos y el cambio en las prioridades de la política exterior británica llevaron a una disminución del apoyo efectivo a Cataluña. Gran Bretaña había prometido que, en el contexto de las negociaciones de paz, se garantizaría una solución favorable para Cataluña, asegurando que las condiciones de paz respetaran sus derechos y privilegios, pero, cuando las negociaciones de paz se concretizaron, resultaron en un acuerdo que priorizaba los intereses de las potencias europeas en lugar de las promesas específicas hechas a Cataluña. El tratado no protegió las autonomías catalanas y permitió a Felipe V consolidar su poder, lo que resultó en la centralización del gobierno y la abolición de las instituciones catalanas. Una vez más, las instituciones catalanas habían apostado erróneamente por un ganador, pero, como dice el refrán: “A cartas vistas no hay mal jugador”.
Aquí acaban las similitudes y empiezan las diferencias. La mayor diferencia a mi parecer radica en la religión, en la organización eclesiástica y en la actitud de los sacerdotes y de la jerarquía eclesiástica. En Escania había ya una iglesia controlada desde arriba, con el regente como cabeza visible y los sacerdotes como funcionarios estatales, con la misión de comunicar las ordenanzas y pregones, como parte de la misa. La lengua era siempre la vernácula, en teoría deberían haber seguido predicando y oficiando en danés, pero, la suequización significó que los nuevos sacerdotes se formaban en sueco, en la universidad de Lund, que para esa función se había fundado. Por tanto, una primera generación, escuchaba la misa en una lengua extranjera, pero, las nuevas generaciones, ya conocían y dominaban el sueco a la perfección.
En Cataluña, la Iglesia se convirtió en un principio en un instrumento clave para la integración de Cataluña en el sistema borbónico. La Iglesia apoyó la nueva administración y ayudó a legitimar el gobierno de Felipe V en la región. Los obispos y clérigos locales debían adaptarse al nuevo orden, promoviendo la obediencia al monarca y facilitando la integración de Cataluña en el Estado borbónico, pero, a pesar de la represión política, la Iglesia mantuvo ciertas tradiciones y prácticas locales. La religión católica seguía siendo una parte importante de la vida cotidiana en Cataluña, y la Iglesia desempeñó un papel en la preservación de la identidad cultural catalana, aunque dentro de los límites impuestos por el nuevo régimen. A pesar de su papel en la integración del nuevo régimen, algunos sectores de la Iglesia continuaron siendo focos de resistencia cultural. Los clérigos y las comunidades religiosas a menudo defendieron el uso del catalán en la liturgia y en la vida cotidiana, resistiendo la imposición del castellano como lengua dominante. Y, aquí tenemos, otra vez según mi criterio, la diferencia más importante entre Escania y Cataluña, respecto a la preservación de la identidad cultural y lingüística. La iglesia católica, que continuó usando el latín hasta el segundo concilio vaticano 1962-65[6], obligaba a leer el sermón en lengua vernácula, en Cataluña, naturalmente, el catalán. En algunos casos, la Iglesia catalana también actuó como un canal para expresar el descontento con el nuevo régimen. Aunque la resistencia abierta era limitada debido a la represión, la Iglesia en ocasiones facilitó la preservación de la identidad catalana de manera más sutil.
Aquí tenemos a la iglesia catalana, por una parte, pensemos que estamos en un cuadrilátero de pugilato, y el decreto de Nueva Planta, impuesto en 1716, en la otra. Comienza el combate. Primero conozcamos a los combatientes. El decreto de la Nueva Planta de la Real Audiencia del Principado de Cataluña es un decreto legislativo dictado por Felipe V, promulgado en otoño de 1715 y publicado el 16 de enero de 1716. Ocupa solo 10 páginas, y se hicieron decenas de ediciones.
El decreto contiene 59 artículos, dispuestos uno tras otro de forma consecutiva. Los primeros 30 artículos están dedicados a explicar el nuevo sistema judicial en el Principado, donde ya se establece la militarización del país, con un capitán general como máxima autoridad que deberá gobernar la nueva provincia con el apoyo de los jueces. El artículo 3 especifica, sin haber hablado aún de su supresión, que la Audiencia se reunirá donde antes lo hacía la Diputación del General, y en el artículo 5 introduce el castellano como lengua de la administración de justicia por primera vez y suprime las universidades catalanas creando la de Cervera, con una función similar a la que tuvo Lund en Escania.
A partir del artículo 31 se ordena la creación de los corregimientos, que suprimen explícitamente las veguerías. El rey se reserva la nominación de los corregidores y también de los regidores de los ayuntamientos. En el artículo 48 prohíbe que los regidores, gremios u otras organizaciones se reúnan sin la presencia del corregidor o algún delegado.
En el artículo 51, se especifica que todos los cargos oficiales quedan suprimidos y extinguidos y que todas sus competencias gubernamentales y judiciales pasan a manos de la Audiencia. Y si son recaudatorias, al intendente, el militar subordinado del capitán general. Es decir, la supresión total de la Generalitat y de los oficios relacionados con las Cortes, que también quedan abolidas. Quedan suprimidos también los somatenes, las fuerzas autóctonas, y suprime también las prohibiciones de extranjería, que hacía obligatorio que todos los cargos de la Generalitat, Cortes o veguerías fueran ocupados por catalanes.
Lo que no podía controlar el decreto era la organización de los seminarios eclesiásticos y allí quedó un reducto importante desde cuyos rescoldos, la llama nacionalista podría surgir más adelante, cuando la situación política lo consintiera. Yo no digo que existiese una confabulación estratégica para crear un movimiento nacional en el futuro, pero creo que, la situación que quedo en Cataluña tras el 1716, explica lo que ocurrió tras el 1833 y que aún marca el presente del país, de España y Cataluña.
Suecia impuso su sistema legal y administrativo en Escania. Aunque se realizaron esfuerzos para integrar a la población y adaptar el territorio a las estructuras suecas, no se enfrentaron a una resistencia significativa que complicara la integración. La administración sueca fue implementando cambios graduales para sustituir el sistema danés, manteniendo ciertas estructuras y adaptando la administración local al nuevo régimen. Aunque hubo resistencia local, especialmente de los llamados snapphanar, la resistencia fue relativamente limitada en comparación con otros contextos históricos. La adaptación y el control sueco se consolidaron con mano dura a lo largo del tiempo. Además, Escania carecía de instituciones diferenciadas de carácter nacional o seminacional, como era el caso en Cataluña.
España implementó los Decretos de Nueva Planta que abolieron las instituciones y leyes catalanas, estableciendo una administración centralizada y militarizada. Esto implicó la eliminación de la Generalitat y de otras instituciones locales, y significó la imposición del sistema administrativo y legal castellano. A diferencia de Escania, donde la integración fue más gradual y menos conflictiva, la incorporación de Cataluña implicó una imposición más directa y agresiva de las políticas borbónicas, lo que resultó en una larga y dolorosa transición. La resistencia catalana fue significativa y prolongada, con muchos catalanes luchando para mantener sus antiguas instituciones y leyes. La resistencia no solo fue cultural y social, con el incondicional apoyo de la iglesia.
Esta fue mi respuesta a la pregunta que recibí en Bilbao. Yo recuerdo que añadí este pequeño discurso: “A mi me parece que las instituciones políticas son como los organismos vivos, siempre luchan por sobrevivir y, para librarse de ellas, hay que sacarlas por la raíz. En Cataluña se habían formado durante muchos siglos instituciones que representaban a la sociedad catalana, no necesariamente de una forma democrática, según los cánones actuales, pero reconocidas como representantes lícitos de los catalanes. La supresión de estas instituciones, a no haberse hecho radicalmente, como hicieron los suecos, tienden a persistir en la memoria, siempre y cuando alguna entidad las conserve, y aquí tenemos el papel que la iglesia ha desarrollado en Cataluña, preservando la lengua y conservando muchas de las tradiciones populares. En Escania no había este tipo de instituciones. La región estaba fuertemente influenciada por el sistema feudal danés. La tierra estaba en manos de una aristocracia local, y la mayoría de la población era campesina, sometida a obligaciones feudales hacia sus señores. Al pasar al sistema sueco, los campesinos ganaron derechos. La economía de Escania estaba basada en la agricultura, con una fuerte producción de cereales y ganado. La región era conocida por su fertilidad y por su capacidad para producir bienes agrícolas importantes, pero no tenía núcleos urbanos de gran importancia. Escania estaba dividida en varios distritos, que eran las unidades básicas de administración local en el Reino de Dinamarca. Cada distrito estaba supervisada por un «häradshövding» o gobernador, que era responsable de la administración de justicia y de la recaudación de impuestos en su área. La rápida substitución de los gobernadores, normalmente ajenos a la región durante el dominio danés, no se vio como un cambio importante en la vida de los escanianos. A esto hay que añadir que, la administración sueca a menudo buscaba captar a líderes locales y nobles para asegurar la estabilidad y la cooperación en las nuevas provincias. Esto incluía incentivos y acuerdos que moderaron la resistencia de los nobles daneses”.
Si has llegado hasta aquí, eres un buen lector. Yo, ya he recogido mi colada y ahora me voy a dar el paseo, que está la tarde estupenda y mañana parece que va a llover. Seguiré con el tema otro día de estos.
[1] Max Weber utilizó la comparación histórica en su análisis de la ética protestante y el espíritu del capitalismo. Comparó las sociedades occidentales con las orientales para entender las diferencias en el desarrollo económico y cultural. Su enfoque comparativo ayudó a sentar las bases de la sociología histórica, influyendo en el estudio de la relación entre religión, economía y sociedad. “Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus (1904-1905”
Marc Bloch que fue uno de los fundadores de la escuela de los Annales en Francia, Bloch es conocido por su enfoque en la historia comparada. Su obra “ Les Rois thaumaturges: Étude sur le caractère supernaturel attribué à la puissance royale particulièrement en France et en Angleterre “ es un ejemplo de su método comparativo, en el que estudia el poder sanador atribuido a los monarcas en Francia e Inglaterra. Las ideas de Bloch sobre la historia comparada fueron especialmente populares en Escandinavia, desde que, en 1928, Bloch fue invitado a dar una conferencia en el Instituto para el Estudio Comparativo de Civilizaciones en Oslo. Allí expuso públicamente por primera vez sus teorías sobre la historia total y comparada y él volvía a ellas con regularidad en sus conferencias posteriores en la región.
El sociólogo e historiador Charles Tilly empleó la comparación histórica en su estudio de los movimientos sociales, el estado y la violencia. En su obra Coercion, Capital, and European States, AD 990-1990, analiza la formación de los estados en Europa occidental comparando diferentes países y periodos históricos.
Immanuel Wallerstein, conocido por su teoría del sistema-mundo, utilizó la comparación histórica para analizar el desarrollo del capitalismo global desde el siglo XVI en adelante. Su obra destaca cómo las relaciones económicas y políticas entre regiones centrales, periféricas y semiperiféricas han moldeado la historia mundial.
[2] La Paz de Roskilde, firmada el 26 de febrero de 1658, fue el resultado de la guerra entre Suecia y Dinamarca-Noruega.
[3] Snapphanar en sueco, del alemán schnapphahn, derivado de schnappen, «atrapar» y Hahn “gallo” – en español sería algo parecido a gallito ladrón.
[4] Desollar caballos se consideraba en Escandinavia como una actividad especialmente repugnante, que se asignaba a los llamados “rackare” que eran tratados como leprosos. El caballo era considerado como un animal noble.
[5] Valga como ejemplo el documento que hoy se conserva en el Archivo Nacional sueco, que muestra que, en realidad, fue Carlos XI quien dio la orden de que todos los hombres en Örkened capaces de portar un arma debían ser asesinados, dejando a salvo solo a mujeres y niños, llevándose animales y otros bienes de valor, y quemando las granjas, tras lo cual el resto del municipio debía ser saqueado. Lo que también se refleja en las notas del diario escritas por el coronel Nils Skytte, uno de los oficiales que participó en la campaña: «El 22 de abril de 1678 avanzamos con la orden de incendiar todo el municipio de Örken, cuya orden también indicaba que se debía matar a todos los hombres entre 15 y 60 años». El resultado de ese día, según el diario, fue la destrucción de tres aldeas: «Kärraboda, Räftofta, Smålatorp» y en Månstorp, «2 molinos y 1 casa, además un viejo campesino capturado». La población había huido al bosque y en el lugar solo había un viejo campesino. Al día siguiente, Skytte escribe en su diario sobre la destrucción de «Grefveboda, Södra Hafhult, Norra Hafhult, Trolsatorp, Tjufön, Rumpebo, Kjättebo, Ulfshult, Torshult, Hanshult». Publicado en 1901 por Otto Bergström: Öfverste Nils Skyttes dagbok 1675–1720 (1901) se encuentra digitalizado aquí: https://litteraturbanken.se/f%C3%B6rfattare/SkytteN/titlar/%C3%96fversteNilsSkyttesDagbok/sida/III/faksimil
[6] Tras el concilio se permitió el uso de lenguas vernáculas en la misa y en otros sacramentos, en lugar del latín, facilitando la participación activa de los fieles. El sermón se había hecho siempre en lengua vernácula.
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