Inexorablemente hemos entrado en la estación otoñal. Voy viendo a mi alrededor muestras indiscutibles de que hemos dejado atrás el verano, aunque algunos se empeñen en prolongarlo, a juzgar de la vestimenta. Yo me he puesto un jersey, que se agradece, aunque el cielo azul y el sol dominan aun la imagen de Lund. Hoy voy a hacer una excepción en mi largo caminar y voy a ir a Malmö en bicicleta, entre ida y vuelta, unos 50 km. Salgo de mañana y no encuentro más que algún que otro deportista madrugador. Tengo la suerte de poder hacer todo el camino por sendas reservadas a las bicicletas y a los viandantes. No puedo evitar una sensación de orgullo por haber participado como político responsable en la consumación del proyecto de dotar a nuestra región de una red continua de vías para caminar y montar en bicicleta, por la que se puede recorrer toda la región, sin el peligro que conlleva compartir la vía con automóviles, camiones y autobuses y cualquier otro tipo de vehículos a motor. Desde mi casa hasta el centro de Malmö hay unos 25 kilómetros y he pasado siete cruces regulados por semáforos que se accionan por sensores en la calzada que, al descubrir que una bicicleta se aproxima, cambian a verde para la bicicleta y a rojo para los vehículos de la carretera que cruza la vía. Si el que cruza es un peatón, tendrá que pulsar el botón y esperar unos segundos a que cambie el semáforo.
Aún contando con todas estas facilidades y no siendo el camino muy duro, ya que es bastante llano, hay que pedalear y se tarda casi una hora y media en cada sentido, así que da tiempo a pensar. Hoy pienso en las imágenes que veo de las inundaciones en el centro de Europa, Polonia, Chequia etc. Pienso que cuando ocurren estas catástrofes, los humanos, con toda nuestra tecnología, no podemos protegernos. Ni siquiera el hasta ahora país más poderoso de la tierra, con una tecnología nunca antes vista por la humanidad, pudo proteger una de sus ciudades más bellas, Nueva Orleans. Recuerdo perfectamente como, hace 19 años, el 29 de agosto del 2005, El huracán Katrina golpeó la costa del Golfo de los Estados Unidos. Lo que primero parecía ser los efectos de un huracán, como ya estamos acostumbrados a contemplar periódicamente en los Estados Unidos, se convirtió en una gran catástrofe cuando fallaron los diques que protegían la ciudad, provocando graves inundaciones que cubrieron hasta el 80% de la ciudad. Más de 1,800 personas murieron, y cientos de miles de personas fueron desplazadas. Contemplábamos imágenes dantescas en los medios de comunicación.
Yo, al menos, pensaba que todo esto tendría una rápida y contundente respuesta gubernamental en un país tan rico como los EEUU, pero me equivoqué. La respuesta tanto del gobierno federal como local fue fuertemente lenta y muy ineficaz. La falta de coordinación y los escasos recursos que se pusieron a disposición de los habitantes de la ciudad, fueron empeorando la crisis humanitaria en los días y semanas posteriores al huracán. Miles de residentes no pudieron regresar a la ciudad tras el huracán. Muchos fueron reubicados en otros estados y nunca regresaron, lo que cambió la demografía de la ciudad. Y yo me pregunto: ¿Tendrá esto que ver con la estructura social y la historia de la ciudad? Quizás sí, ¿verdad? Hay que tener en cuenta, creo yo, que Nueva Orleans es una ciudad con una población históricamente pobre, especialmente entre las comunidades afroamericanas y Katrina exacerbó las desigualdades socioeconómicas, porque muchas de las personas afectadas no tenían recursos para evacuar o reconstruir sus vidas. Esta ciudad francesa, española, criolla, es una ciudad casi inverosímil para ser norteamericana. Aproximadamente el 60% de la población de la ciudad es afroamericana. Los blancos, no hispanos, constituyen cerca del 31% de la población. Muchos de estos residentes tienen ascendencia francesa, española o criolla, con una fuerte influencia cultural franco-latina, los hispanos representan el 6% y los asiáticos el 3%. Se echa de menos un compromiso total por parte de Estados Unidos para reconstruir Nueva Orleans de manera integral, tras el devastador huracán Katrina, quizás porque reconstruir Nueva Orleans por completo requeriría una inversión masiva en infraestructura, servicios sociales y vivienda. El costo de proteger adecuadamente la ciudad de futuros desastres naturales es inmenso, ya que Nueva Orleans está en una ubicación geográficamente vulnerable, construida como está bajo el nivel del mar y rodeada de agua, incluido el río Misisipi y el Golfo de México. Esto la hace propensa a inundaciones, huracanes y, a largo plazo, a los efectos del cambio climático, como el aumento del nivel del mar. No hay interés en salvar la ciudad a largo plazo, y yo, hasta cierto punto, lo comprendo, pero me pregunto ¿qué hubiera pasado si la ciudad afectada hubiese sido Nueva York?
Me viene a la memoria una conversación que tuve con la entonces embajadora de los Países Bajos en Estocolmo, Goverdina Christina Coppoolse, creo que fue en 2015, y que siempre recuerdo cuando veo catástrofes e inundaciones como las que ahora se viven en el centro de Europa. Ella dijo así, refiriéndose a la gran afluencia de migrantes que Suecia había recibido ese año: “nosotros, los holandeses, somos los próximos migrantes que llegarán a Suecia, quizás en un futuro no muy lejano”. Ella se refería al peligro que representa para los Países Bajos la crecida del nivel del mar frente a sus costas. No sería menester una gran subida para que una significativa parte de su país fuese anegado por el agua, ya que aproximadamente el 26% del territorio de los Países Bajos se encuentra bajo el nivel del mar, incluyendo a algunas de las regiones más densamente pobladas y productivas del país. Además, alrededor del 17% del territorio ha sido recuperado al mar mediante un sistema avanzado de diques, presas, canales y estaciones de bombeo, conocidos como pólderes. Pero todo se puede ir al garete si el nivel del mar sube un metro, lo que conllevaría una destrucción parcial de las defensas y de ahí en adelante una destrucción segura de todas las infraestructuras que protegen el país del mar.
Sumido en mis pensamientos, paso por el puente que atraviesa la cuenca del rio Sege, ya llegando a Malmö. Este paraje es conocido por estar sometido al reajuste o rebote isostático, que es la elevación de las masas de tierra después de la eliminación del enorme peso de las capas de hielo durante el último período glaciar. Alrededor de Sege, la tierra se eleva, se sigue elevando, 3mm por año, que da 24 metros en los últimos 8000 años. Es uno de los lugares más antiguos donde se ha encontrado evidencia de vida humana en la región, y esto ocurrió con motivo de una catástrofe mucho mayor de la que ocurrió en Nueva Orleans o la que está ocurriendo en el centro de Europa. Esta fue la gran catástrofe de Doggerland, la auténtica Atlantis. Situada en lo que hoy es el mar del Norte, desde las costas del actual Reino Unido hasta lo que hoy es Dinamarca, los Países Bajos y el noroeste de Alemania, se extendía un continente que estuvo habitado durante el Mesolítico, hace entre 12,000 y 8,000 años , por cazadores-recolectores que vivían en suelos fértiles, cazaban animales y pescaban y cazaban en los ríos y lagos de la región.
Doggerland comenzó a desaparecer cuando el nivel del mar subió al final de la última glaciación, hace unos 8,000 a 6,000 años. Este proceso se aceleró debido a un evento conocido como el deslizamiento de Storegga, un deslizamiento submarino masivo frente a la costa de Noruega, que provocó un gran tsunami que inundó partes de Doggerland. Finalmente, la región fue sumergida casi por completo, quedando solo pequeñas islas que desaparecieron con el tiempo. Lo único que queda hoy de Doggerland es el Dogger Bank, un banco submarino en el mar del Norte que es relativamente poco profundo en comparación con el resto del área circundante. Este banco submarino sigue siendo una zona importante para la pesca.
Doggerland es de gran interés para los arqueólogos porque era un puente terrestre entre Gran Bretaña y Europa. Los restos arqueológicos y fósiles encontrados en el fondo del mar del Norte proporcionan información sobre las poblaciones humanas prehistóricas que vivieron allí, así como sobre la fauna y flora de la región. Las exploraciones marinas han recuperado artefactos como herramientas de piedra, restos de animales y plantas, y hasta evidencias de asentamientos humanos. La arqueóloga marina Catharina Ingelman-Sundberg ha profundizado en la historia de Doggerland según nos cuentan los artefactos y restos, humanos y de animales, encontrados en los últimos cien años y que ahora se comienza a dar importancia, en gran parte, porque la zona es interesante para construir parques eólicos en el mar, lo que ha permitido el estudio minucioso del fondo del mar en la zona. Todo el fondo del mar de lo zona, desde Gran Bretaña hasta Países Bajos, es un paisaje con sus colinas y ríos, lagos y costas. En los últimos cien años, al empezar a utilizarse redes comerciales en los barcos de pesca, empezaron a aparecer colmillos de mamut y otros restos de animales, utensilios y armas utilizadas por nuestros antecesores y hasta restos humanos.[1]
Ya, acercándome al centro de Malmö, voy pensando que hay muchos relatos de grandes inundaciones, desde que existen relatos escritos, mucho antes del relato bíblico del diluvio universal. Lo encontramos en la Epopeya de Gilgamesh[2], el antiguo poema de la literatura sumeria de más de 4000 años de antigüedad incluye una historia de un gran diluvio. En el relato, Utnapishtim, un rey que fue advertido por los dioses de una inminente inundación, construye una embarcación para salvar a su familia y a los animales. Este mito tiene similitudes con la historia del diluvio en la Biblia. De la misma región viene El mito de Atrahasis[3], también anterior a la Biblia, que narra cómo los dioses deciden enviar un diluvio para destruir a la humanidad. Atrahasis, un héroe, recibe instrucciones para construir un barco y salvar a su familia y a varios animales, similar a la historia de Noé. También encontramos un relato parecido en el Mahabharata[4], el épico texto hindú que menciona grandes inundaciones y la historia de Manu, un sabio que es advertido por un dios sobre un diluvio inminente. En la mitología griega encontramos Deucalión[5], como equivalente de Noé, que es advertido por Zeus de un diluvio que destruirá a la humanidad y construye una caja y, tras el diluvio, es uno de los pocos sobrevivientes que repuebla la tierra. Y, seguramente el relato que más a fascinado, la historia de una civilización perdida, la Atlántida, descrita por el filósofo griego Platón en sus diálogos «Timeo» y «Critias»[6]. La Atlántida era, según Platón, una poderosa isla-continente que existió más allá de las Columnas de Hércules y que, debido a su arrogancia y corrupción, fue destruida por un cataclismo y se hundió en el mar.
La historia de la Atlántida fue rescatada por el médico sueco Olof Rudbeck, que 1679 publicó sus teorías sobre la Atlántida en su obra «Atland eller Manheim”[7]. Rudbeck propuso que la Atlántida no era una isla situada en el océano Atlántico, como Platón sugería, sino que estaba relacionada con Escandinavia, específicamente con Suecia. Sostenía que la Atlántida estaba ubicada en el área del mar Báltico y que las leyendas sobre la civilización perdida se referían a los antiguos pueblos nórdicos. Él intentó demostrar que los antiguos suecos eran descendientes de los atlantes. Argumentaba que el idioma y la cultura de los pueblos escandinavos tenían raíces que se remontaban a esta civilización perdida. Sostenía que muchos mitos y leyendas nórdicas eran ecos de la cultura atlante. Era una forma de acercar el ascua a su sardina, que diría mi madre, haciendo de Suecia, ascendida a potencia europea por la guerra de los treinta años, la cuna de la cultura occidental. Pero, en fin, muchos son los relatos sobre una civilización perdida bajo el ímpetu de un agua incontrolable, como la que se llevó a Doggeland[8] por delante.
Continuo mi frenético pedalear, ya cerca del centro. Este sol, este cielo azul ¿es malo? ¿Son estos los signos de algo terrible por venir? Eso del cambio climático se ha convertido en una religión, un dogma, parecido al de la inmaculada concepción de María. Pobre del que, sin mala intención, quiera recordar que pasan cosas en este mundo, que los humanos no podemos controlar. Por ejemplo, el último periodo glaciar, llamado la pequeña edad de hielo, que tuvo lugar, al menos en Europa, entre 1350 y 1850, durante el cual, la temperatura media del planeta bajo entre 2 y 3 grados C. No quiero decir con eso que el actual calentamiento climático no dependa, al menos en gran medida, de la mano del hombre. Pero, para no cantar a ciegas en el coro, me gustaría recordar, que este mundo en que vivimos, esa corteza delgadita que parece la piel de una manzana, está continuamente expuesta a fuerzas tan poderosas que ni siquiera las culturas más adelantadas, con todos sus recursos tecnológicos, pueden controlar. Seamos pues humildes ante la fuerza de nuestro planeta y de su entorno espacial. Nuestros antecesores tuvieron que acoplarse a la realidad de su tiempo, la subida del nivel del mar, y poblaron las zonas limítrofes. No sería de extrañar que nuestros amigos holandeses se viesen forzados a venir a Escandinavia para sobrevivir como refugiados climáticos. Lo que yo no comprendo es, cómo en 2024, en un tiempo en que se supone que la inteligencia humana ha llegado a límites que las generaciones anteriores considerarían mitológicas, podemos seguir matándonos los unos a los otros, invirtiendo nuestro dinero en armas, destrozando ciudades, quemando el mundo. Inescrutables son los caminos del Señor.
Pedaleo ya por el centro. Hay mucha gente caminando por las calles. Algunos pasan en bicicletas otros en patinetes eléctricos. Miro a mi alrededor y constato que Malmö es un poco como Nueva Orleans. Aquí hay gente de todos los continentes y de 185 países. En habitantes, tiene aproximadamente la misma cantidad que Nueva Orleans, 362.000[9] contra 370.000 para la urbe americana. Malmö es una de las ciudades más diversas de Suecia en términos de población inmigrante. Esta diversidad cultural enriquece la ciudad, pero también ha traído desafíos en términos de integración y oportunidades económicas para todos los grupos. El ingreso medio en Malmö es de 300.782 comparado con 371.500 coronas de media en Suecia. Confío en que una subida del nivel del mar con un metro no representaría una catástrofe como la de Nueva Orleans pero, mejor no pensar en ello.
[1] https://www.heritagedaily.com/2020/05/doggerland-europes-lost-land/117925#google_vignette
[2] https://www.ancienttexts.org/library/mesopotamian/gilgamesh/
[3] https://ia802908.us.archive.org/31/items/HOLYBOOKS/Holy-Books/EpicofAtrahasis.pdf
[4] https://www.gutenberg.org/files/19630/19630-h/19630-h.htm
[5] https://www.mundomitologico.org/deucalion/
[6] https://archive.org/details/dialogos-vi-filebo-timeo-critias/page/n1/mode/2up
[7] https://archive.org/details/OlausRudbeckAtlanticaAtlandEllerManheim/page/n7/mode/2up
[8] Por supuesto que el nombre Doggerland, es una construcción casi de nuestro tiempo. Desconocemos si los antiguos pobladores de esta tierra tenían un nombre para ella.
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