Paseo largo y rápido el de hoy. Salgo de la ermita de Santa Eulàlia de Provençana, en el camino catalán de Santiago, que iba de Barcelona a Santiago. Este camino partía desde Montserrat, y era uno de los trayectos principales hacia Santiago de Compostela a través de la ruta que pasa por Barcelona, conectándose luego con Zaragoza y el Camino Francés en Puente la Reina, Navarra. Yo no pienso ir tan lejos, así que enfilo la Avenida Amadeo Torner hacia la Plaça d’Europa. Aún no ha salido el sol esta mañana de octubre, y recuerdo haber hecho este camino en pleno campo de labor, hace más de cuarenta años. Hoy veo un paisaje que me recuerda zonas modernas, pero bastante anónimas, de ciudades con sueños de futuro. Aquí y allá, algún edificio sobresale por su diseño o su color, formas atrevidas pensadas por arquitectos inquietos.
Aproximándome a la plaza, oigo y siento el estruendo de un tráfico brutal, es La Gran Vía de l’Hospitalet, continuación hacia el sur de la Gran Via de les Corts Catalanes de Barcelona, que une la gran urbe catalana con Castelldefels y el aeropuerto del Prat. Todo esto es nuevo, pero como todo, contiene una historia que ahora me pongo a recordar. Fue ya en el año 1953, cuando el gobierno de España, bajo el dictador Francisco Franco, firmado de su puño y letra, publicó una ley de ordenamiento del área de Barcelona y sus alrededores con un plan y unas normas publicadas en un documento del año 1954.
La ley incluida en este plan creó la Comisión de Urbanismo de Barcelona, subvencionada durante veinte años por los presupuestos del Estado. El presidente de la comisión ejecutiva era el alcalde de Barcelona, Antonio María Simarro Puig. Además de Barcelona, esta normativa afectaba a veintisiete municipios, la mayoría de los cuales pertenecían al Baix Llobregat, incluyendo L’Hospitalet. Desde principios de 1954, los planes metropolitanos priorizaban la solución de las necesidades de la ciudad de Barcelona. Este plan avanzó con modificaciones y planes parciales en el año 1958, entre los cuales se encontraba el Plan parcial Gran Via Sur de 1973.
En 1974 se constituyó la Entidad Metropolitana de Barcelona y se publicó el nuevo plan comarcal, denominado Plan general de ordenación urbana y territorial de la comarca de Barcelona, que, sin embargo, no fue aprobado hasta 1976. Este plan favorecía los intereses privados en la propiedad del suelo al revalorizarlo de agrícola a urbano. Fue el tiempo de los grandes “pelotazos” que, afortunadamente, auparon a pequeños propietarios agrícolas, muchos de ellos traperos, a las esferas de la burguesía catalana. Conocí a uno de ellos, bonachón, parlanchín y amigo de sus amigos, català de soca-rel, con el que fui conociendo los entresijos del Plan.
Se estableció el régimen jurídico del suelo urbanizable y las normas de edificación. Hasta el año 1976, existían asentamientos de población en forma de chabolas en esta zona, donde actualmente se encuentran la Fira, centros comerciales y otros equipamientos. Era verdaderamente otro mundo o inframundo, que ahora parece tan lejano. El barrio de chabolas de La Bomba desapareció coincidiendo con la creación del barrio del Gornal, donde ahora se toma la L9 hacia el aeropuerto, una estación modernísima cuyas interminables escaleras mecánicas parecen conducirnos al centro de la tierra, pienso inevitablemente en La Divina Comedia, cuando las bajo. También desaparecieron otros barrios de chabolas enclavados en la misma zona: Can Pi, la Cadena, y la Sangonera, ante los juegos Olímpicos de 1992.
Giro a la izquierda y entro de lleno en la Gran Via. Carriles de bicicletas, caminos para viandantes, corredores en diferentes formas y sexos, peatones con o sin carritos, patinetes peligrosos, ciclistas egoístas y, sobre todo el ruido, ese ruido atroz y grosero de coches, camiones, autobuses y, sobre todo, motos. No sé a cuantos decibelios puede llegar en hora punta, pero es casi insoportable. Me pregunto cómo influirá este ruido en la salud de los viandantes, no quiero ni pensar en la de los vecinos con casas, cuyos balcones dan a esta gran arteria de comunicación, por la que pasan 58,983 vehículos que transitan por esta importante arteria de la ciudad cada día laboral, según Barcelona City Hub. Durante las horas laborables supera los cuatro vehículos por segundo.
Comparando, que es lo que me gusta a mi hacer, con la autopista que va desde Lund a Malmö, inaugurada en 1952, más o menos contemporánea con el plan barcelonés, es transitada por entre 25 000 a 30 000 vehículos, pero, la gran diferencia, es que esta autopista de 17 kilómetros no tiene cruces ni edificios residenciales a sus lados. El trafico fluye aislado y los cruces se hacen por puentes y rampas. Caminando por la Gran Via de L´Hospitalet, camino a la de Les Corts, sueño que un día se podrá sumergir, como se hizo con las rondas, y esas amplias aceras, ahora transitadas por más y más personas a pie, en bicicleta o patinete, podrá ser un pequeño paraíso urbano. Un sueño imposible, quizás, pero, quien ha visto la transformación de la zona de la Fira, puede creer en milagros.
Llego a la Plaça d’Espanya con los primeros destellos de un sol tímido de otoño. Veo Las Arenas, esa plaza de toros convertida en centro comercial. Enfilo Las Corts y me paso al boulevard franqueado de árboles, donde los peatones, ciclistas y demás podemos circular, entre le tráfico en ambos sentidos, cruzando cuando el semáforo nos lo permite, descansando involuntariamente cada dos o trescientos metros. Así llego a Universitat y voy bordeando hasta llegar a la facultad de filosofía, geografía e historia. Antes de llegar a Universitat paso por Rocafort, con su celebre-lúgubre-aterradora historia de muertes y fantasmas, que ha resultado en una reciente película. Entrando de lleno en las entrañas de la antigua Barcelona. Por el camino, atravieso entre grupos de turistas que vienen o que van y esperan en grupo a que algún autobús les recoja. Caras cansadas algunas, risueñas otras, expectantes, anhelantes, ¿quién sabe? Yo sigo mi camino, a mi no me molestan, yo también soy pasajero; aunque yo turista no soy, porque mi presencia aquí es circular.
Salgo a las Ramblas por La Boquería, que recién ha abierto su reja, y el trajín en los puestos comienza a bullir. Sigo hacia Colón, el sol ya despuntando e inicio la subida al Paral.lel, repleto de viandantes que suben y bajan, corren, caminan, ruedan sobre algo, cualquier cosa que se deslice vale. Llego sudoroso de nuevo Espanya y tomo el camino pomposo que lleva a la Fuente Mágica, hoy seca, sin luces ni música, como dormida bajo el sol de la mañana. Subo las escalinatas que llevan al Museu Nacional d’Art de Catalunya, llego tras muchas escaleras y veo turistas esperando que abran. Llevan sus billetes comprados en la red. Benditos turistas, sin ellos no habría museo. Recuerdo lo vacío que estaba este museo antes del 92. Tomo hacia la derecha y sigo hasta las escalinatas que me lleva a las piscinas Picornell y de allí tomo a la derecha, bajando hacia el antiguo cuartel de la policía montada, ahora centro de cultura la Caixa y regreso a la Gran Vía, girando a la izquierda, en sentido opuesto a la ida. Voy de regreso a la ermita de Santa Eulalia de Provençana. Un viaje en el tiempo, un paseo urbano, más de mil años de historia en menos de tres horas.
Esta ermita merece ser visitada. De ella y del término Provençana se sabe que corresponde a la venta de una casa de payés y unos terrenos propiedad del matrimonio Bonemir y Ermessenda a Rafulf, hijo de Guifré el Pilós, y tiene fecha del 29 de agosto del año 908. El nombre de Provençana proviene, al parecer, de la época romana y hace referencia a una villa, cuyo propietario se llamaba Provius o Proventius. Los restos de la edificación se encuentran bajo la actual iglesia. La parroquia de Santa Eulàlia de Provençana está documentada desde el año 1045, pero el edificio que se ha conservado debió ser construido a finales del siglo XI y fue consagrada en el año 1101 por el obispo de Barcelona Berenguer Folc. Aquí no llegan turistas, porque no les traen. Y es que Cataluña está repleta de historia y de historias, como un entramado de hifas subterráneas que forman micelios, las raíces de las setas, filamentos que crecen en el suelo o en el sustrato donde se desarrolla el hongo. Esta fina red absorbe nutrientes del entorno, permitiendo el crecimiento y la reproducción de las setas. Y, ¿que quiero yo decir con eso? ¿A qué viene ahora lo de los micelios y las setas cuando hablo de Cataluña? Bueno, pues yo veo que la historia en Cataluña es como los micelios, que nutren a la sociedad actual y lo han hecho en el pasado y lo harán en el futuro, porque la historia nutre la cohesión de la sociedad catalana y, aunque se recojan las setas siempre quedaran los micelios y el sentimiento de comunidad volverá a resurgir. Son capas y capas de historia que están ahí para sacarlas al sol.
Sentado en la ermita, pienso en el camino; el que andado y el que anduvieron tantos antes que yo. Aquí encuentro un relativo silencio, pero el trajín de afuera se hace notar, tráfico y alguna sirena anunciando momentos de angustia para alguien, y otra vez el silencio. Afuera regresan los niños de las escuelas. Casi todos van acompañados por su madre, su padre o sus abuelos. Ellos, los niños, hablan sin cesar, contando a los que les recogen las vicisitudes y experiencias vividas en un día de escuela. Los escucho y hablan castellano, algunos de sus padres tienen rasgos magrebís o africanos. Ellas, las madres, con velos y túnicas, hiyab, chador, Al-amira, kimar y abaya, los padres con ropas occidentales, los más, pero alguno ya mayor, o abuelo, con túnica y kufi, sobre todo los viernes. Los niños hablan perfectamente el castellano (no el catalán) y yo pienso que aquí se está formando un Al Ándalus como fuera en el breve lapsus entre el año 720 y la conquista franca en el 801. Veo también a muchos niños asiáticos, chinos, pakistaníes e indios, reconocibles por sus rasgos y sus vestimentas. Una joven en sari pasa por mi lado en patinete con cara sonriente y unos ojos negros extremadamente inteligentes. Yo me atrevería a decir que esta nueva población de Cataluña es, posiblemente, el mejor ejemplo de integración que conozco. No comprendo el recelo de la extrema derecha española (Vox) o catalana (Aliança Catalana) contra este mestizaje tan natural.
La nueva Cataluña, la nueva España, la nueva Europa, el nuevo mundo, será, porque tiene que ser. Y es preciso aceptarlo. He asistido a los cambios de la superficie urbana de l´Hospitalet, de barracas y chabolas en mitad del campo a unas zonas modernas y limpias y todo esto sucede en medio de un cambio estructural de la población. Cuidado, que yo no hablo de “cambio étnico” como algo negativo, la pureza no existe, nunca ha existido, tampoco existe el vacío. No puedo evitar una sonrisa cuando veo a un chico de rasgos magrebíes con una camiseta del F.C. Barcelona con el nombre de Lamine Yamal y el número 19.
Abajo foto del Barrio de la Bomba en los años 70, antes de la transformación: https://beteve.cat/societat/barri-bomba-prego-merce-2019/
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