El próximo lunes, día 27 de enero, se cumplirán 80 años de la liberación por el Ejército Rojo soviético de Auschwitz-Birkenau, uno de los mayores campos de concentración y exterminio de la Alemania nazi, ubicado cerca de la ciudad de Oświęcim, en el sur de Polonia, entonces la provincia alemana de Alta Silesia. El mundo pudo presenciar lo que 12 años de régimen nazi habían generado en cuanto a violencia y horror. Eso que llamamos El Holocausto y que los judíos denominan Shoá (la catástrofe) es un aterrador ejemplo de lo que puede suceder si no mantenemos viva la discusión sobre la democracia y la igualdad de valor entre las personas, sin que la religión, la etnia o la lengua que hablemos, sirvan para separarnos, para estigmatizarnos, para condenarnos. “Imagine there’s no countries/It isn’t hard to do/Nothing to kill or die for/And no religion too” – así cantaba John Lennon, nacido en Liverpool un mes y dos días después de que las primeras bombas del Blitz comenzaran a caer sobre Londres; un niño de la guerra, cantando por la paz, que acabo sus días abatido a balazos a la puerta de su casa: “Imagine all the people living life in peace”.

Aproximadamente seis millones de judíos murieron en el Holocausto. También los romaníes y los polacos y rusos fueron víctimas de genocidio basado en concepciones racistas. Además, la Alemania nazi persiguió, encarceló y asesinó a miles de otras personas, por diferentes razones, según los criterios construidos por esta ideología asesina, entre ellas muchas con discapacidades y homosexuales.

Antes de seguir, quiero dejar claro que considero como una tragedia tremenda los que está aconteciendo en Gaza, pero en mi opinión, es algo completamente diferente de lo que ocurrió en Alemania y los territorios ocupados por los nazis, durante 12 años de su régimen. Partimos de la premisa que todas las vidas humanas son igual de valiosas. La afirmación de que todas las vidas humanas son igualmente valiosas se basa en principios de dignidad humana, igualdad moral, no discriminación, empatía y solidaridad. Todos los seres humanos merecen ser tratados con respeto y dignidad por el simple hecho de compartir la experiencia humana. Inocentes son los niños que mueren y todos los que la ira y el espíritu de venganza siega, familias aniquiladas con solo apretar un botón. Repudio y condeno todo tipo de violencia contra inocentes y por tanto estoy del lado de los que sufren. Pero, aun así, debemos prestar atención a la efeméride del 27 de enero, día mundial del Holocausto. Trataré de explicar por qué no podremos olvidar nunca lo que ocurrió en esos años, en el mismo corazón de la vieja Europa.

No conoce la historia nada parecido a lo que ocurrió durante el Holocausto, y no es que falten actos crueles y terribles, sangrientas matanzas, deportaciones y masacres, pero nada comparable al Holocausto debido a la magnitud de la violencia y la deshumanización sistemática que implicó, junto con las intenciones ideológicas detrás de estas acciones y las consecuencias profundas que tuvo, tanto para las víctimas como para el mundo en general. Comenzó con la aniquilación de alemanes considerados como “degenerados” por estar afectados por enfermedades degenerativas, niños y adultos con discapacidades mentales, entre las que se consideraba la epilepsia, discapacidades físicas, malformaciones de nacimiento o enfermos incurables. Muchos fueron asesinados mediante sobredosis de medicamentos, hambre forzada, inyecciones letales, o gas. La Aktion T4[1] fue la operación central bajo la cual se llevaron a cabo los asesinatos sistemáticos. El programa comenzó en 1939 y operó hasta 1941, cuando se paró oficialmente debido a la oposición pública, pero el exterminio continuó de manera encubierta en otras formas. El programa de eutanasia fue administrado por médicos y profesionales del sector de la salud. Se estima que entre 70 000 y 100 000 personas fueron asesinadas bajo el programa T4, aunque algunas estimaciones consideran que pudieron ser muchos más.

Los judíos, los romanís, los comunistas, socialistas, homosexuales y todo aquel que se consideraba prescindible, fueron vilmente señalados en una conferencia aparentemente burocrática, en una villa a las afueras de Berlín, en Wannsee, el 20 de enero de 1942. La conferencia fue convocada por Reinhard Heydrich, SS-Obergruppenführer y jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, quien, con la fría autoridad de un arquitecto de la muerte, reunió a 14 altos jerarcas de varios departamentos del gobierno nazi, con el claro propósito de asegurar la colaboración de los líderes administrativos en la implementación de la “Solución Final” a la llamada «cuestión judía». En ese oscuro proyecto, los judíos de Europa, bajo el yugo de la ocupación alemana, serían deportados a los desolados territorios de Polonia, para luego ser exterminados en campos de concentración, cuya sola existencia reflejaba la monstruosidad de su destino. Por suerte para nosotros y desgracia para los negacionistas, tenemos los documentos originales de esa reunión, perfectamente conservados por meticulosos burócratas.[2]

A partir de esta conferencia, se comenzaron a hacer todas las diligencias necesarias para captar, reunir y exterminar al mayor número de “enemigos del pueblo” sin reparar en edad o sexo. Ancianos, jóvenes y niños fueron exterminados como si se tratase de una plaga de insectos. La palabra “aniquilación” (Vernichtung, en alemán) era la terminología que el propio Partido Nazi podía utilizar a veces para hablar del asesinato sistemático de los judíos de Europa, pero que ya estaba incluida en el programa del antiguo Partido Alemán de la Reforma Social en 1899, anterior a la fundación del propio partido nazi. Sin embargo, por lo general, el partido nazi utilizaba eufemismos que ocultaban la brutalidad de los actos, como «evacuación», «trato especial» (Sonderbehandlung) o «la cuestión judía», que es un término que también se utilizó en Europa durante siglos.

Los funcionarios alemanes pudieron identificar a los judíos que residían en Alemania a través de los registros normales creados por un estado moderno, y eso que no disponían de recursos digitales, como ahora. Utilizaron los registros del censo, las declaraciones de impuestos, las listas de miembros de las sinagogas, los registros parroquiales (para los judíos convertidos al cristianismo), los formularios de registro policial rutinarios y obligatorios, el interrogatorio de los familiares y la información proporcionada por los vecinos y los funcionarios municipales.

En el territorio ocupado por la Alemania nazi o sus socios del Eje, los judíos fueron identificados en gran medida a través de listas de miembros de la comunidad judía, documentos de identidad individuales, en los que se expresaba la confesión religiosa a la que pertenecían, documentos de censo y registros policiales capturados, además de redes de inteligencia locales compuestas por nazis autóctonos. Las leyes raciales de Alemania identificaban a un «judío» como cualquier persona con tres o más abuelos judíos, independientemente de su identidad o práctica religiosa. Las conversiones al cristianismo fueron declaradas ilegítimas desde dos generaciones atrás, formalizando e instituyendo las teorías raciales nazis. Desde la publicación de Las Leyes de Núremberg (Nürnberger Gesetze en alemán) se habían decidido las reglas que hacían que una persona alemana pasase a ser ciudadano de segunda y por tanto carente de valor.  Las leyes determinaban que había Ciudadanos del Reich (en alemán: Reichsbürger), incluidos los ciudadanos de sangre alemana o considerados hermanados (en alemán Staatsangehörige deutschen oder artverwandten Blutes) y los simplemente Ciudadanos (en alemán Staatsangehörige), todos los otros ciudadanos no calificados para la ciudadanía del Reich.

A partir de ahí ya se había decidido la aniquilación de todos los que los nazis consideraban como “miembros extraños” de la nación alemana y se puso en marcha la máquina aniquiladora. El resultado, con más de seis millones de judíos, testigos de Jehová, romanís, comunistas, homosexuales etc. no llegó a doblarse o triplicarse por falta de tiempo, no de ganas. Era un plan concebido para, una vez por todas, deshacerse de todo aquel que se consideraba ajeno al pueblo alemán.

Los nazis no inventaron el antisemitismo, porque estaba grabado en los genes europeos, al menos, desde la edad media, influenciado en gran medida por la creencia cristiana de que el pueblo judío era colectivamente responsable de la muerte de Jesús a través de la llamada maldición de sangre de Poncio Pilato en los Evangelios. Las persecuciones contra los judíos fueron generalizadas durante las Cruzadas, a partir de 1095, cuando varias comunidades, especialmente en Francia y Renania, fueron masacradas por los cruzados en su camino a Palestina, que solían decir: “por qué ir a Tierra Santa a matar enemigos de la fe, cuando los tenemos en casa”. En muchas ocasiones, los judíos fueron acusados del asesinato ritual de niños cristianos en lo que se llamó libelos de sangre. El primer libelo de sangre conocido fue la historia de la muerte del aprendiz Guillermo de Norwich, cuyo asesinato provocó acusaciones de asesinato ritual y tortura por parte de los judíos locales francoparlantes. La peste negra que devastó Europa en el siglo XIV también dio lugar a una persecución generalizada. Ante la aterradora propagación de la plaga, los judíos sirvieron como chivos expiatorios y fueron acusados de envenenar los pozos. En España, comenzó un pogromo el 6 de junio de 1391 en Sevilla que se fue extendiendo por casi todos los reinos cristianos de la península ibérica, las coronas de Castilla y Aragón y el reino de Navarra. Hubo saqueos, incendios, matanzas y conversiones forzadas de judíos en las principales juderías de las ciudades. Las revueltas más graves fueron las iniciadas en Sevilla y las ocurridas en Córdoba, Toledo y otras ciudades castellanas.

Y es en España donde surge la idea de la “Limpieza de Sangre” con los estatutos de 1449 que fueron el mecanismo de discriminación legal en la Monarquía hispánica y el Reino de Portugal hacia la minoría judeoconversa, los llamados cristianos nuevos. Las reglas de limpieza de sangre consistían en exigir, al aspirante de ingresar en ciertas instituciones, el requisito de descender de padres que pudieran probar ser descendientes de cristiano viejo. En sectores eclesiásticos se criticaban los estatutos por el hecho de que presuponían que ni siquiera el bautismo lavaba los pecados de los individuos, algo completamente opuesto a la doctrina cristiana. Acabada de conquistar Granada, los Reyes Católicos firmaron la orden de expulsión de los judíos el 31 de marzo de 1492, que no es la primera de Europa, aunque la más conocida e importante por su volumen. Anteriores fueron las de Francia, Austria, Parma y Milán.

El antisemitismo existía por tanto mucho antes de que existiese el concepto en sí. Esta ideología es un conjunto de creencias e ideas de odio hacia los judíos y la religión judía, el judaísmo. Se basa en prejuicios antiguos y extendidos. Sin embargo, la palabra «antisemitismo» es mucho más reciente y se acuñó en alemán como «Antisemitismus» a finales del siglo XIX. El antisemitismo, como concepto y movimiento, fue una respuesta a la llamada cuestión judía, que a su vez fue precipitada por el notable ascenso económico, cultural y político de los judíos durante el siglo XIX y su entrada en la vida europea principal. Para algunos de los pueblos entre los que vivían, esta rápida acumulación de poder se percibía como ominosamente amenazadora. Acostumbrados a ver a los judíos como personas de poca monta, herejes, vendedores ambulantes y parásitos, ahora se enfrentaban a líderes políticos judíos, autoridades culturales, banqueros, capitanes de la industria, oficiales del ejército, profesores y jefes. Los judíos, que ya no eran forasteros impotentes, eran vistos como portadores de un poder adquirido subrepticiamente, por astucia y malas artes. Al ver sólo las dramáticas historias de éxito, este punto de vista ignoraba los miles de judíos aún empobrecidos que vivían en Europa del Este y en los barrios marginales de las ciudades de Europa central y occidental. Sin embargo, fue el miedo a lo que los judíos harían con su poder exagerado lo que animó los esfuerzos para desempoderarlos antes de que fuera demasiado tarde, primero en Alemania y luego en muchos otros países. Los cristianos conservadores, los demócratas descontentos, los desilusionados liberales, los nacionalistas, los críticos culturales, los académicos frustrados y los reformadores sociales visionarios actuaron contra el enemigo judío de diversas maneras. Algunos, aunque ciertamente no todos, estaban convencidos de que un movimiento de masas organizado sobre la base del odio a los judíos era la mejor manera de proceder, asumiendo, probablemente correctamente, que la gran mayoría de sus compatriotas albergaban algún grado de resentimiento, sospecha o desdén por los judíos. Hoy llamaríamos a esto simplemente racismo.

Cuando Hitler llegó al poder, apoyado por esas masas antisemitas, entre otros, llevaba consigo una ideología que combinaba el antisemitismo tradicional alemán y austriaco con una doctrina racial intelectualizada basada en una mezcla de fragmentos de darwinismo social y las ideas, mal digeridas, de Friedrich Nietzsche, Arthur Schopenhauer, Richard Wagner, Houston Stewart Chamberlain, Arthur de Gobineau y Alfred Rosenberg, así como, en muchos sentidos, Hitler personificó «la fuerza de la personalidad en la vida política», tal como la describió Friedrich Meinecke en “Staat und Persönlichkeit” (1933), para hacer valer el Führerprinzip (principio del líder), que abogaba por la obediencia absoluta de todos los subordinados a sus superiores. En consecuencia, Hitler se veía a sí mismo en la cima, tanto del partido como del gobierno, en esta estructura.

Las fuerzas paramilitares de las SS, dirigidas por Heinrich Himmler, desempeñaron un papel central en la realización de la «Solución Final», el plan que como sabemos tenía como fin  asesinar a los judíos de Europa. Pero las SS no trabajaron solas. Contaron con la ayuda de otras instituciones y profesionales alemanes, individuos que facilitaron el genocidio dentro de la Wehrmacht (las fuerzas armadas alemanas), el banco central alemán, Médicos alemanes y otros profesionales de la salud e industriales alemanes y empresas industriales privadas, como I.G. Farben y Krupp, entre otras. Si bien gran parte de la matanza real de judíos durante el Holocausto ocurrió en campos de exterminio en la Polonia ocupada, la persecución de los judíos, su encarcelamiento en guetos y su deportación de sus hogares tuvo lugar a la vista de sus vecinos no judíos en ciudades y pueblos de toda Europa. En Europa Occidental, los regímenes nacionales ayudaron a identificar y detener a los judíos; en Europa oriental, las poblaciones civiles a menudo participaban en la matanza misma, muy especialmente en los países Bálticos.

La conmemoración de este día de luto, el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, declarado por las Naciones Unidas en 2005, debe servir para que recordemos que el 27 de enero debemos reflexionar sobre los desafíos que persisten, como el aumento del antisemitismo, la xenofobia y el negacionismo histórico. Aprender del Holocausto no solo es un acto de memoria, sino una responsabilidad para garantizar que nunca más se cometan crímenes similares. Y pienso que algo estamos haciendo mal, cuando los jóvenes no conocen las causas de la tragedia. Debemos profundizar en el proceso histórico que llevó a Hitler al poder. Debemos explicar los fallos en las democracias de los años 30, la crisis económica, los mecanismos empleados por los partidos populistas, los trucos, que son los mismos que hoy se emplean. Solo así podremos vacunar a las generaciones que vienen para que nunca vuelva a ocurrir. Mientras tanto, fortalezcamos nuestras democracias, busquemos los fallos que hay que reparar.

Hoy todo el mundo habla de Trump con temor, al menos los que se consideran demócratas y defensores de los derechos internacionales y humanos. Usando la historia como, podemos constatar muchas similitudes entre lo que ocurrió hace cien años y lo que está ocurriendo ahora. No creo en el determinismo, ni tampoco en que la historia se repite, pero creo que respondemos a los estímulos políticos y económicos de forma muy parecida. Sentimos rencor ante las derrotas, nos duele que nuestra economía se arruine, mientras otros viven en opulencia. Queremos creer en los que nos prometen la Luna, sentimos orgullo cuando alguien nos halaga y nos dice que somos los mejores y merecemos más. Desconfiamos de los que no conocemos, porque el instinto de la conservación nos hace proteger los nuestro. Expliquemos, pues en las escuelas e institutos los que pasó. Empecemos por contar el relato de lo que ocurrió tras la primera guerra mundial.

El Tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, impuso condiciones humillantes a Alemania, que perdió territorios como Alsacia-Lorena, además de sus colonias en África y Asia. También se le impusieron enormes indemnizaciones que devastaron la economía alemana. Alemania tuvo que aceptar la culpa exclusiva del conflicto, y esto causó un profundo resentimiento nacional. El ejército alemán fue limitado a 100 000 soldados, para gran humillación de los militares y nacionalistas. Estos términos alimentaron un sentimiento de injusticia entre los alemanes, que Hitler y los nazis explotaron hábilmente en su propaganda, prometiendo revocar el tratado. ¡Cuidado, eh, que tenemos hoy una guerra en Europa que no debe acabar con resentimientos, o estaremos condenados a repetirla!

Durante los primeros años de la República de Weimar, Alemania experimentó una hiperinflación devastadora. El valor del marco alemán colapsó, y los ahorros de la clase media fueron destruidos, generando desconfianza en el sistema democrático. El colapso de la Bolsa de Nueva York tuvo un impacto global, y Alemania, dependiente de préstamos estadounidenses bajo el Plan Dawes, fue duramente golpeada. El desempleo masivo que alcanzó alrededor de 6 millones (de cabezas de familia) en 1932, y el empobrecimiento crearon un terreno fértil para los mensajes radicales de Hitler, quien prometía estabilidad económica y empleo. En 1933, el partido nazi obtuvo 17,2 millones de votos, el  43,9%.

Hitler llegó al poder en una república donde el sistema parlamentario había llevado a una fragmentación política, con frecuentes cambios de gobierno y dificultad para tomar decisiones. Grupos de extrema izquierda y extrema derecha intentaban continuamente desestabilizar la república. Muchos alemanes, especialmente los conservadores y los militares, nunca aceptaron la democracia como sistema legítimo, asociándola con la derrota en la guerra.

Debemos considerar que el partido nazi, bajo el liderazgo de Hitler, utilizó una propaganda sofisticada para ganar apoyo. Hitler prometió restaurar el orgullo alemán, crear empleo y acabar con las injusticias del Tratado de Versalles. Los nazis culparon a los judíos, los comunistas, y otras minorías de los problemas de Alemania, ofreciendo un par de chivos expiatorios para canalizar la frustración popular, el consabido “enemigo común”. Presentaron a los comunistas como una amenaza inminente, ganándose el apoyo de la clase media, empresarios y aristócratas.

Hitler era un orador poderoso y carismático que conectaba con los sentimientos de frustración y esperanza del pueblo alemán. Se presentaba como un «salvador» de la nación, prometiendo unidad y grandeza en un momento de caos e incertidumbre. Muchas élites industriales, militares y conservadoras apoyaron a Hitler, creyendo que podrían controlarlo y usar su popularidad para frenar la amenaza comunista y restaurar el orden.

La ideología nazi se basaba en la creencia en la superioridad de la «raza aria» y la necesidad de purificar Alemania de elementos «indeseables». Hitler apeló al deseo de restaurar la grandeza del Imperio Alemán y la idea de «Lebensraum» (espacio vital), justificando la expansión territorial. Una vez nombrado canciller en enero de 1933, Hitler rápidamente consolidó el poder mediante tácticas legales e ilegales, aprovechando el incendio del Reichstag en febrero de 1933 para culpar a los comunistas y justificar la represión de la oposición. Con la llamada Ley Habilitante en marzo de 1933 Hitler se hizo con poderes dictatoriales y elimino el parlamento, que podía haber servido como contrapeso. Gradualmente, fue eliminando a los partidos políticos y sindicatos, estableciendo un estado unipartidista bajo el control nazi. Cualquier parecido con la situación actual es pura coincidencia.


[1] https://encyclopedia.ushmm.org/content/en/article/euthanasia-program

[2] https://germanhistorydocs.org/de/deutschland-nationalsozialismus-1933-1945/das-protokoll-der-wannseekonferenz-20-januar-1942