Los días que salgo a dar un paseo largo, suelo salir hacia el sur, bajando desde la cima de la suave colina donde vivo, por la antigua vía del tren de cercanías que ahora hace de camino de bicicletas. Veinte minutos más tarde puedo ver ya los edificios amarillos y blancos que, a partir de 1914, fueron construidos como sede de un destacamento militar, pero que nunca fueron utilizados como tal. El Instituto Vipan, dónde han transcurrido los últimos veinticinco años de mi vida laboral, dispone ahora de esos locales, aumentados con nuevos edificios, necesarios para albergar los locales que precisan los 1600 estudiantes y 200 docentes actuales. Sigo bajando hacia el centro de la ciudad por la antigua vía férrea mientras pienso en el empleo que se dio a esos locales, planificados como casernas, y este será el contenido de mi relato esta mañana.
Remontémonos a la noche del 31 de diciembre de 1899. Esta noche, todo aquel que podía, lo celebraba por todo lo alto. Era un fin de año especial. Un nuevo milenio lleno de esperanza y de ilusiones se abría, al menos, ante los ojos de los países industrializados o en vías de desarrollo. ¡Había tantas cosas nuevas maravillosas! Maravillas a penas soñadas anteriormente eran ya bastante conocidas y comunes: el teléfono de Bell, el micrófono y fonógrafo de grano de carbón, la pluma estilográfica (especialmente interesante para Xavier), la máquina de escribir, el automóvil, el cine, el cable submarino de telegrafía, tarjetas perforadas en máquinas eléctricas y muchas más cosas, que iban cambiando el mundo, para mejor, pensaba la mayoría. Un futuro brillante y feliz se abría ante los participantes de aquellos bulliciosos cotillones de la última noche del siglo XIX. Y el nuevo siglo comenzó de la misma manera, con nuevos inventos, nuevas posibilidades, todo a gran velocidad. Automóviles, aviones, submarinos, radio. Adelantos en la física y la química, nuevos medicamentos…el futuro era prometedor.
En Europa se disfrutaba de un periodo dilatado de paz, al menos entre los antiguos y casi eternos rivales, Francia y Alemania desde 1871, aunque en el sureste se desmoronaban el antiguo imperio austrohúngaro y el decrepito imperio otomano, a la vez que Rusia temblaba entre convulsiones internas. Guerras había habido, pero lejos, en las colonias; EEUU contra España, poniendo punto final al imperio español de ultramar, las guerras Bóer, entre Gran Bretaña y los fundadores de las repúblicas independientes del Estado Libre de Orange y la República Sudafricana, la primera finalizada y la segunda todavía humeante descorchar el champán de fin de año. ¡Quién podría pensar esa Nochevieja de 1899 que 14 años más tarde, en medio de un caluroso verano, estallaría una guerra mundial en la que morirían millones de jóvenes de todo el mundo, hijos y nietos de los que entonces brindaban!
En Suecia, la política de neutralidad armada, había mantenido al país fuera de las contiendas continentales, aunque cerca estuvo de ser arrastrada a la contienda por Gran Bretaña durante la guerra de Crimea. El pequeño ejercito sueco se formaba de reclutas costeados por los campesinos. El sistema de reparto de levas (Indelningsverket) era un sistema de organización militar sueco creado por Karl XI en 1682. Este sistema obligaba a los campesinos a costear un jinete, soldado o marinero y todo el material necesario, uniformes, armas, amén de la manutención del mismo y de su familia, de manera que, entre unas cuantas fincas (dependiendo del tamaño y la tasación que tuvieran) se le ponía al soldado una pequeña granja y algo de tierra para cultivar. A cada oficial se le daba una finca según su rango para vivir en tiempos de paz y un salario adicional. El sistema estaba costeado por los agricultores como un impuesto al estado. De esta manera los campesinos evitaban ser reclutados como soldados. Se elegía como soldado a un gañan pobre y sin tierra, alto, fuerte y comilón, especialmente si se le consideraba como poco aficionado a los trabajos del campo. En 1901, este sistema fue remplazado por el servicio militar obligatorio. Esta reforma no solamente era de carácter técnico-militar, sino que iba ligada a la democratización de la sociedad sueca.
Aquí, en Lund, los soldados se alojaban en el centro de la ciudad, en unos cuantos edificios antiguos, mejor o peor habilitados como casernas, pero las maniobras y el tiro lo practicaban en unos terrenos que están al este de mi casa, a unos dos kilómetros (Kungsmarken), que ahora es un campo de golf. En 1901 pendía solamente una amenaza sobre la neutralidad sueca, la posibilidad de verse obligados a defender con las armas la unidad territorial, frente a los nacionalistas noruegos, que pretendían dinamitar la unión de las dos coronas y constituir un país independiente, con capital en Oslo, algo que ocurrió en 1905 pero que no llevó a una guerra abierta, ya que Suecia permitió la solución pacífica de la ruptura.
La primera guerra mundial forzó una política de inversiones en defensa. Había que construir nuevas instalaciones para acoger a todos los reclutas y los nuevos armamentos. Las antiguas casernas en la ciudad se habían quedado obsoletas y, en medio de la guerra, en la que Suecia se mantuvo neutral, se planifico la construcción de un cuartel que alojase al nuevo regimiento I 25. Las obras comenzaron poco antes de terminar la primera guerra mundial y en mayo de 1919 se pararon las obras. Tras la guerra se extendió rápidamente la idea de que esta vez la paz sería eterna, ¡Nunca más guerra! Y por tanto, todas esas inversiones en la defensa se podrían emplear para costear reformas sociales. Al quedar las instalaciones de Vipeholm vacías, encontraron pronto otra utilidad, pero de esto escribiré en mi próxima entrada. Las fotos de los en blanco y negro de los soldados pertenecen al museo del regimiento (Regimentsmuseet). La vista de Vipan la tomé un otoño, cuando todavía trabajaba allí.
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