A veces mis paseos encuentran otros derroteros, lejanos a Lund e incluso ajenos a la historia local. Esta vez, un día frío de diciembre, me han llevado a Estocolmo. No, no he ido a Estocolmo caminando, ni yo sería capaz de emprender tamaña empresa a 10 grados bajo cero y con la nieve hasta los tobillos. Yo cogí el tren, que es lo más normal que se puede hacer, para ir a Estocolmo en diciembre. En cuatro horas estoy en la estación central y desde allí puedo caminar a mi antojo por esa bellísima ciudad que muchos llaman la Venecia del Báltico. Yo vivo en Lund, una ciudad que amo y que he aprendido a conocer calle a calle, casi piedra a piedra, y a la que siempre regresaré, pero Estocolmo tiene también un lugar privilegiado en el corazón de este azotacalles.  

Saliendo de la estación se embulle el caminante en la vibrante vida cotidiana de la ciudad, en un lunes cualquiera. El que viene de Lund observa el ir y venir de la gente y descubre que el paso al que va es mucho más lento que el de los viandantes locales. Las aceras están llenas de gente muy centrada en sus asuntos. Parece que todos van camino de algo muy importante y urgente. El paseante que viene de Lund piensa que “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente” y trata de seguir el ritmo impuesto por los transeúntes locales intentando a la vez contemplar todo lo que de nuevo e interesante ofrece la ciudad. Cada edificio cuenta una historia, cada calle una leyenda, cada barrio una epopeya.

Hoy el paseo me lleva hacia Djurgården. Comienzo el paseo en Vasagatan y camino totalmente concentrado en seguir el ritmo impuesto por la masa humana que avanza por esta calle céntrica. Giro a la derecha por Kungsgatan (Calle del Rey) hasta llegar a Hötorget (Plaza de la Paja) y al llegar allí me tomo un respiro, mirando los puestos, otrora de frutas y verduras, ahora de mercadillo ambulante. Miro a mi alrededor y admiro la Casa de los conciertos (Konserthuset)  un edificio Art Deco de 1926, de un azul intenso y penetrante, con sus guiños clásicos y un interesante grupo escultórico a la entrada. Al otro lado de la plaza un edificio más moderno, acristalado, transparente Kulturhuset (La Casa de la Cultura) que al caer la tarde se llenará de gente entregada a actividades varias. Salgo de nuevo a Kungsgatan y la corriente humana me lleva hasta Sveavägen. Un día normal habría girado a la izquierda por unas razones que explicaré más tarde, pero hoy sigo calle abajo, pasando los puentes, tratando de olvidar que aquí murió definitivamente la ingenuidad sueca, por una bala asesina, a la salida de un cine una medianoche de febrero en 1986.

Llegando al final de la calle, entro en Birger Jarl, la Serrano de Estocolmo. Aunque el viento del norte clava mil agujas de cristal en mis mejillas, la calle está llena de viandantes. Aquí el ritmo es más sosegado, pues los escaparates de las tiendas chic reclaman la atención de muchos transeúntes. Los edificios emanan bienestar económico, aunque algunos parecen apuntalados por gigantescas grúas que contrastan con el aire decimonónico que se respira en la calle. Están limpiando los tejados, los balcones y salientes de las casas de los lingotes de hielo que amenazan con caer a la acera y propiciar una masacre entre los peatones. Por fin llego hasta el cruce hacia el parque  Berzelli y giro a la izquierda por la acera derecha, la del muelle, de Strandvägen. Los antiguos barcos amarrados, que sirven de hogar a muchos artistas, comparten amarre con los ferry que llevan a las islas del archipiélago o simplemente ayudan a cruzar la ría al que no quiere dar vueltas andando como yo.

Los que nos aventuramos por el largo muelle helado vamos despacio, el que no va haciendo jogging, que también los hay. Se ve que muchos de nosotros somos forasteros, algunos de muy lejanos países. No es difícil escuchar conversaciones en español, inglés, francés, japonés o chino. Es como una variopinta corriente pelegrinando hacia el puente que nos lleva a la isla de Djurgården (antiguo real parque zoológico) donde se encuentran muchas atracciones turísticas y culturales. A la derecha, tras cruzar el puente, encontramos Nordiska museet (El Museo Nórdico) edificio majestuoso dedicado a la historia del pueblo sueco y su cultura. Aquí al lado encontraremos también Skansen (museo histórico al aire libre), Gröna Lund (Parque de atracciones), el museo dedicado al galeón Wasa y Liljevach (famosa galería de arte). Encaramada en la cima de una pequeña colina, dominándolo todo, la embajada española, cuya bandera ondeante a los vientos nórdicos, es perfectamente apreciable desde cualquier punto de la isla.

Nordiska museet es el lugar que he decidido visitar esta mañana de diciembre. El museo está abierto todos los días del año, por tanto, no importa que hoy sea lunes. Nada más entrar se respira solemnidad y sosiego al subir la majestuosa escalinata que nos lleva al mostrador circular que recibe a los visitantes, aligerando sus cuentas bancarias con el precio de la entrada. Ya con mi marca/sello bien visible en el pecho, que acredita mi condición de visitante, me desplazo a mi antojo por este gigantesco museo que preside una descomunal estatua de Gustav Vasa, el padre de la nación sueca, según la tradición vigente. Hoy tengo dos objetivos claros, dos exposiciones temporales que no quiero perderme. La primera es la dedicada al escritor August Strindberg, quizás el autor sueco mejor conocido internacionalmente, el segundo es la reconstrucción hasta el ultimo detalle de un piso de una familia de clase obrera de los años cincuenta, Folkhemslägenheten.

El concepto “Folkhem” es altamente político. Se remonta a una metáfora utilizada en 1928 por el líder socialdemócrata, el primer ministro sueco Per Albin Hansson , en un discurso emitido por radio, que describía “el hogar común de los suecos” Det Svenska Folkhemmet”. Para comprender tanto el concepto “Folkhemmet” en si como la exposición que visito, es preciso traducir en parte ese discurso:

El «folkhemstal» al que te refieres probablemente sea el discurso de Albin Hansson sobre el «folkhemmet» en sueco. «Folkhemmet» se traduce comúnmente como «el hogar del pueblo» en español. Sin embargo, ten en cuenta que algunas expresiones y matices específicos pueden variar en la traducción. A continuación, te proporciono una traducción general al español:

«Hoy me dirijo a ustedes para hablar sobre un concepto que considero fundamental para el bienestar de nuestra sociedad: el ‘folkhemmet’, o lo que podríamos llamar ‘el hogar del pueblo’. En estos tiempos de cambio y desafíos, es crucial construir un hogar que ofrezca seguridad, justicia y oportunidades para todos.

En el ‘folkhemmet’, nos esforzamos por crear una sociedad basada en la solidaridad, donde cada individuo tenga acceso a servicios de calidad, independientemente de su origen o situación económica. Buscamos construir un lugar donde la igualdad y la justicia sean los pilares que sostienen nuestras instituciones.

Recordemos que la fortaleza de una nación reside en el bienestar de su pueblo. Al construir el ‘folkhemmet’, estamos trabajando juntos para garantizar que cada persona tenga un lugar digno en nuestra sociedad, donde se respeten sus derechos y se le brinden oportunidades para alcanzar su máximo potencial. Sigamos construyendo juntos este hogar del pueblo, donde la colaboración y la empatía sean los cimientos de nuestra comunidad. En el ‘folkhemmet’, encontramos fuerza en nuestra diversidad y trabajamos hacia un futuro más justo y próspero para todos.”

Los que escucharon directamente este discurso eran privilegiados, ya que la radio fue lanzada en Suecia en 1925 y los afortunados que podían permitirse el lujo de tener un aparato estaban obligados a pagar una licencia que no todos los hogares podían costear.  Había un abismo entre el lujo que podía costearse la clase media sueca, los que vivían en los esplendidos edificios de los nuevos barrios, como la calle Birger Jarl o Strandvägen, construidos a finales del siglo XIX y comienzos del XX por nuevos ricos provenientes de las boyantes industrias o las casas comerciales, y los trabajadores, que vivían hacinados en viviendas insalubres, en los antiguos barrios de la ciudad. Gente venida de fuera, buscando trabajo en el siempre creciente Estocolmo. Los pocos trabajadores que escucharon el discurso quedaron seguramente ilusionados con el mensaje, que cuajó de tal manera en la clase trabajadora, que el partido socialdemócrata, al que pertenecía Per Albin, llegó a confundirse con el pueblo sueco. Folkhemmet y socialdemocracia fueron sinónimos equivalentes a justicia social y bienestar.

A partir de 1930, y la exposición modernista de Estocolmo, el “funkis” o funcionalismo en la construcción y decoración de los hogares, ganó terreno, convirtiéndose en una corriente político-artística que hacía de la función la consigna de la época. Había que construir mucho, rápido, barato y funcional. Luz, ventilación, calefacción, comodidades hasta entonces reservadas para los ricos, serían a partir de ahora asequibles a cualquier familia trabajadora.  Es este el predicamento de la exposición, el hogar acogedor, el futuro alcanzable, un lugar de descanso y asueto para el que ha contribuido al bien de todos con su trabajo, en la oficina, en la fábrica o en la tienda. Folkhemmet, el hogar del pueblo, para el pueblo sueco.

Yo llegue a Suecia cuando esto que aquí se expone era una realidad. Es tan fácil reconocerlo porque las viviendas seguían unas pautas de construcción tan estrictas en su funcionalidad que se asemejaban unas a otras hasta confundirse. Impecables en sus detalles, robustas, pero a la vez ligeras, con luminosos espacios fáciles de mantener limpios y en orden. Luz, aire fresco, calefacción suficiente, cuidados programados, basuras invisibles, espacios verdes entre los edificios, lugares para juegos infantiles, guarderías, escuelas, bibliotecas, tiendas de comestibles y servicios sociales a un tiro de piedra, peatonales y libres de tráfico con aparcamientos bien dimensionados. Esta es la realidad a la que yo llegué en 1970, alojándome en un piso muy parecido, casi idéntico, al que se expone en el museo. Después me mudé a un piso propio de las mismas características, un piso de HSB en Helsingborg, HSB son las siglas de «Hyresgästernas Sparkasse- och Byggnadsförening» (Asociación de Ahorro y Construcción para Inquilinos), la cual fue fundada en 1923 para que los inquilinos de casas de alquiler pudieran asociarse y construir en cooperativa hogares propios. Al final del año, la asociación contaba con 245 miembros, hoy sigue existiendo y tiene más de 650 000 socios, lo que representa más de millón y medio de usuarios, entre los que me encuentro.

Esta organización merece que le dedique algunas líneas. Fundada en 1923, como ya explico arriba, se dedicó a tratar de subsanar la carencia de viviendas dignas, que en los años 30 del siglo pasado se agravó por culpa de la crisis económica, que siguió a la caída de Wall Street. Alrededor del 25 por ciento de los trabajadores suecos estaban desempleados, y el mercado laboral estaba marcado por conflictos constantes. En ese contexto, surgió una voluntad de transformar la antigua Suecia empobrecida en una sociedad más moderna. Fue entonces cuando se sentaron las bases para la política social de la vivienda, abriendo paso a un movimiento popular en busca de mejores y más salubres viviendas, a un coste soportable, donde HSB rápidamente asumió el papel de líder. La idea era adquirir terrenos comunitarios, municipales o estatales, a un precio moderado y construir en cooperativa. Primero el que pensaba adquirir una vivienda, ahorraba para una entrada en el mismo HSB, que hacia de banco y, construida la casa abonaba la entrada, cuyo importe financiaba en parte la construcción, quedando este pequeño capital como bien traspasable, que el podía revender a precio de mercado, cuando decidiera cambiar de domicilio.

En toda esta transformación había una idea concreta para solucionar un problema tangible: la falta de reproducción generacional: las mujeres suecas no parían hijos en suficiente medida, para frenar la caída en picado de la población sueca. En 1934, Alva y Gunnar Myrdal publicaron su influyente libro «Crisis en la cuestión demográfica» (Kris i befolkningsfrågan), que arrojó más luz sobre la falta de viviendas en las ciudades y los problemas que esto generaba. El matrimonio Myrdal sostenía, por ejemplo, que esta era una de las razones por las cuales nacían tan pocos niños en Suecia.

Estas ideas dieron lugar a un informe estatal sobre vivienda social. En ese informe, se presentó una propuesta para lo que se llamó «barnrikehus», es decir, viviendas construidas específicamente para familias numerosas y bajos ingresos. HSB participó en esta iniciativa construyendo viviendas para familias con tres o más hijos a partir de 1935 en adelante. Para asegurarse de la calidad de los materiales y la necesaria fluidez en el suministro de los mismos, HSB adquirió industrias para su producción, desde canteras a fábricas de productos de madera, alicatado, sanitarios etc. pudiendo abastecerse sin problemas y a un buen precio.

Llegados ya a los finales de la década de los 40, la idea de HSB traspasó la barrera de clases y trascendió a las clases medias, ofreciendo alternativas atractivas también para los más acomodados. Ahora el jefe podía vivir en un piso construido por HSB al igual que sus empleados. Los hijos del político o el director podían compartir pupitre con los del ingeniero o el soldador. Se construía una idea de cooperación entre clases (Klassamarbete) que sería la quintaesencia del modelo sueco. Cuando yo llegue a Suecia, el modelo había alcanzado su máximo apogeo y yo llegue a vivir su lento declive. En los ochenta, las consignas que habían proclamado el modelo sueco: cooperación, solidaridad, colectividad y responsabilidad social, se fueron cambiando por: realización personal, libre comercio, competitividad y seguridad. El modelo se desinfló, pero la idea de HSB sigue vigente, aunque en la actualidad es un proyecto de clase media. Folkhemmet existe hoy solamente como etiqueta para una época en la historia sueca. El nuevo partido de extrema derecha, filo-fascista Sveriedemokraterna (Los demócratas de Suecia) se vanaglorian de ser sus últimos defensores. Para sus votantes, que añora tiempos pasados, cuando Suecia disfrutaba de la ventaja de haber permanecido neutral durante la segunda guerra mundial y, por tanto, mantener su capacidad de producción de materias primas y productos estratégicos integra y, de esta manera poder abastecer los mercados de los países que la guerra destruyó y trataban de reconstruir, es una época de ensueño. Dicen que entonces el país era “puro”, léase sin inmigrantes, aunque olvidan que la propia necesidad de mantener la producción y sobre todo de aumentarla, fue importando grandes contingentes de obreros de los países destruidos por la guerra: Italia, Grecia, Turquía, Yugoslavia etc. Sobre el modelo sueco he escrito e impartido conferencias y con seguridad volveré a hacerlo cuando se de la ocasión. Ahora os dejo y sigo mis paseos por la capital sueca. Ya os iré contando. Abajo podéis ver a un servidor convertido en parte de la exposición sobre Folkhemmet