Mirando desde mi balcón la ondeante bandera de la embajada de España, busco en la memoria lecturas antiguas sobre hechos relacionados con el lugar, Djurgården, la embajada española y el rey sueco Gustavo III. Para empezar, creo que será preciso presentar a este gran defensor de las artes y las letras, amante de la historia y gran tejedor de conjuras varias, cuya fantasía a veces le jugaba malas pasadas, el incomparable Gustavo III, pero como siempre, comienzo con un repaso de la historia previa, hasta llegar a la propia presentación de este peculiar monarca, pues nació este rey en un país que iba de camino a encontrar un modelo moderno de monarquía constitucional.
Al morir Carlos XII sin dejar sucesor natural, el 30 de noviembre de 1718, abatido por un balazo mientras dirigía el asedio a la fortaleza noruega de Fredriksten, el trono pasó a su hermana Ulrika Eleonora, que para heredarlo, aceptó ser formalmente elegida como regente por el parlamento, abandonando así la monarquía hereditaria que Gustavo Vasa había impuesto con casi 200 años de anterioridad.Ulrika Eleonora quería compartir la regencia con su esposo, Federico de Hessen, pero este planteamiento fue rechazado por el parlamento. Finalmente abdicó Ulrika Eleonora en Federico en 1720 y Suecia pasó a ser de hecho una monarquía constitucional. Ulrika Eleonora y Federico no tuvieron hijos en su matrimonio, aunque federico fue padre de cuatro hijos con su amante Hedvig Taube.
A la muerte de Fredrik en 1751 eligió el parlamento sueco a Adolfo Federico de Holstein-Gottorp, tio materno de la zarina Katarina la Grande, casado con Luisa Ulrika de Prusia, hija de Federico el Grande. Aquí vemos ante nosotros familias reales muy al tanto de las nuevas ideas propuestas por la ilustración. A Adolfo Federico le parecía conveniente adaptarse a la vida de rey constitucional, dedicándose a sus actividades lúdicas, sobre todo a la ebanistería. Luisa Ulrika, huja de un despota ilustrado, quería más poder factico para sus hijos, dos de los cuales subirían con el tiempo al trono sueco. El mayor de ellos, Gustavo, nacido en 1746, fue objeto de la absoluta dedicación de su madre, Luisa Ulrika, siempre inspirada en el absolutismo ilustrado de su padre Federico el Grande.
Al pequeño Gustavo le encantaba la historia, el teatro y el arte. A los diez años fue apartado de su primer tutor, Carlos Gustavo Tessin, una persona altamente culta y un artista y arquitecto de gran talla. Su nuevo tutor le introduciría en ideas lejanas a la constitucionalidad, más próximas a las ideas de la madre. En otra entrada profundizaré en la adolescencia de Gustavo, pero por ahora, me permito dar un salto en el tiempo hasta el otoño de 1770, cuando el príncipe Gustavo viaja a Paris para profundizar en sus estudios y familiarizarse con la corte de Luis XV. El teatro y sobre todo la ópera fue siempre la principal afición de Gustavo y en medio de una representación de la ópera de Paris, en compañía de sus más íntimos amigos, recibió la noticia de la muerte de su padre, se dice que a causa de una indigestión de bollos de nata (fastlagsbullar) a fines de febrero de 1771.
De vuelta en Estocolmo, con el respaldo del rey francés y el apoyo de algunos militares, comenzó a planificar un golpe de estado, que finalmente daría y tras el cual se erigiría en monarca absoluto, dejando a un lado al parlamento y finalizando el periodo que en Suecia se denomina La Era de la Libertad (Frihetstiden). Aquí me paro un poco para hacerme una taza de café en la maquinita que han puesto a mi disposición en el hotel y a rebobinar un poco la historia, para explicar que, a la vez que el príncipe se encontraba en Paris, también estaba allí el que sería siempre su mejor amigo, el apuesto militar Axel von Fersen que, con solo 15 años alcanzaba el grado de teniente en el real regimiento de la Royal-Bavière. Este militar, aventurero y cortesano, será más adelante una pieza importante en el puzle de la guerra de secesión americana y de la propia revolución francesa.
Al paso de un coche de caballos bajo mi balcón, con el repicar con sordina del trote sobre la nieve, me parece ver en la colina que lleva a la embajada de España, tres siluetas de jinetes: Carlos, Axel y el embajador español, Ignacio María del Corral y Aguirre. ¡Qué bien sienta un café, así a media mañana!
Bueno, pues ahora voy a intentar entrelazar estas tres personalidades y ver qué tienen en común y cual fue su significancia en los acontecimientos que cambiaron la historia de América y de Europa, desde 1772 a 1793, coincidiendo con el reinado de Carlos III de Suecia. Comienzo con Axel von Fersen que, presentado en corte, entablo una relación de amistad con el futuro Luis XVI y su esposa, Marie Antonieta, sobre todo con la última, que se supone fue su amante. En 1778 Axel von Fersen ascendió a coronel y marchó con un pequeño contingente pagado por su padre a América del norte, donde los colonos habían comenzado la guerra de secesión contra el Reino Unido en 1775, Guerra de la Independencia, que finalizaría con la derrota británica en la batalla de Yorktown, 1781, y la consiguiente firma del Tratado de París el 3 de septiembre de 1783 que reconocería la independencia de las 13 colonias inglesas en Norteamérica.
El papel de Axel von Versen fue el de consejero ayudante del conde de Rochambeau, jefe de la expedición francesa que apoyaba a los rebeldes. Como tal participó a diario como traductor-interprete entre Rochambeau y Georg Washington, porque este último no hablaba francés, al igual que Rochambeau ignoraba la lengua de Shakespeare, y nuestro Axel era un verdadero políglota. Contribuyo al renombre de Von Fersen su heroica participación en la batalla de Yorktown.
Quizás menos conocida que la francesa, pero no por tal menos importante, fue la ayuda española a los ciudadanos de las trece Colonias con dinero, armas, munición, mantas y vestuario, y finalmente con ayuda militar directa. Tal como reconoció el propio George Washington, sin la ayuda de España no hubiera sido posible su triunfo. Carlos III y su ministro Floridablanca diseñaron un discreto plan de ayuda que interesaba la estrategia en diversos frentes: libertad para los navíos americanos que hostigaban a los barcos ingleses recalaran libremente en los puertos del Misisipi controlados por España, envío de fuertes remesas de dinero para la causa independentista de las Trece Colonias y envío de amas, pertrechos y vestuario, siendo indispensable la ayuda de la flota española y de sus posiciones en Norteamérica, que incluían el control de La Florida, La Luisiana y el Misisipi.
Seguimos los pasos de Axel von Fersen, que ya en Suecia, acompañó a Carlos III en un Grand Tour que los llevó a Italia, octubre 1783- agosto 1784, en el que el rey viajaba incógnito. Durante una inspección de tropas en Finlandia, a principios del verano de 1783, el rey cayó de su caballo y se fracturó el brazo. Oficialmente, de cara a sus súbditos, Gustav III partió hacia Italia para tratar su brazo en las cálidas aguas termales de Pisa. Sin embargo, el propósito principal de su estancia en el extranjero era que el rey buscaba la oportunidad de reunirse con varias figuras políticas clave, especialmente con el emperador José II de Austria.
Gustav III necesitaba aliados para liberarse de la presión danesa y rusa. En Austria veía a una gran potencia que podría entrar en conflicto con Catalina la Grande y, con suerte, brindar apoyo a los planes suecos de atacar Noruega. Pero a primera vista, no había mucho que indicara que el emperador José II estaría interesado.Fueron recibidos por donde pasaban por los regentes locales e incluso el mismo papa, que les invitó a pasar la navidad en el Vaticano. Este viaje se planificó con gran esmero en cada detalle. Para que el viaje recibiera la menor atención posible, la partida se llevó a cabo en etapas. El primer equipo liderado por el escultor Sergel, salió de Estocolmo el 23 de septiembre. El rey, que se hacía llamar «el conde de Haga» durante el viaje, partió el 27 en compañía de su amigo Axel von Fersen, recién venido de París tras su aventura americana.
Un mes después, el 28 de octubre, la mayor parte del grupo se reunió en Verona, donde los viajeros suecos fueron invitados, entre otras cosas, a una corrida de toros en el anfiteatro romano. El anfitrión fue Fernando Carlos de Habsburgo, duque de Módena. Cuando el grupo llegó a Pisa unos días después, hicieron una visita al gran duque de Toscana, Leopoldo I. Sergel iba apuntando y dibujando bocetos de todo lo que iban viendo. Carlos III lo admiraba todo y vivía seguramente los días más felices de su vida, rodeado de todas las antigüedades, aunque cualquier intención de conseguir con el viaje algún que otro tratado ventajoso para Suecia, resultó imposible.
El 24 de noviembre llegaron a Florencia, donde el monarca y su séquito pasaron un mes asistiendo a óperas y adquiriendo obras de arte. El Museo de los Uffizi fue visitado en varias ocasiones (seguramente sin tener que guardar cola, como yo). En la misma ciudad, el rey se encontró con el príncipe británico y pretendiente al trono Carlos Eduardo Estuardo, que estaba alcoholizado y abandonado por su esposa Luisa de Stolberg-Geldern, y le otorgó una pensión anual sueca. Durante su estancia en Florencia, el gobernante sueco también recibió la visita del emperador José II. Este encuentro fue de etiqueta y se describió como cortés pero frío. No se sabe a ciencia cierta lo que trataron en su conversación.
En la víspera de Navidad de 1783, los suecos llegaron puntualmente a Roma y presenciaron la misa solemne en la Basílica de San Pedro. Luego se celebró una reunión en el Vaticano con el papa Pío VI, quien elogió la libertad religiosa sueca. Algo que Carlos III había permitido entre otras cosas para que las delegaciones francesa, española y austriaca pudieran tener misas abiertas al público en sus residencias. Gustavo III, que no olvidó la lamentable situación de «Bonnie Prince Charlie», le pidió al Papa que concediera el divorcio al príncipe. En Roma, el rey también visitó el convento de Santa Brígida y vio en la Capilla Sixtina libros que habían pertenecido a la ex reina Cristina, muchos de los cuales, como su colección de estatuas romanas, se pueden contemplar en el Prado.
El 31 de enero, el séquito llegó a Nápoles, la capital del Reino de Nápoles. En ese momento, gobernaba el rey Fernando IV de Borbón, hijo de Carlos III de España, casado con una hermana de María Antonieta. Nápoles les agasajó con una intensa vida social con caza, representaciones teatrales y operísticas, mascaradas y otros eventos. Las mascaradas era algo que Carlos III se llevó a Suecia y fue precisamente en una mascarada de carnaval donde un atentado quebró su vida diez años más tarde. Sentado en una silla de manos, pues cojeaba del pie izquierdo desde su nacimiento, por una incidencia en el parto, pudo ascender al Vesubio. Las ciudades en ruinas de Pompeya y Herculano estaban siendo excavadas en ese momento. Las ciudades habían adquirido fama mundial y habían dado origen a un nuevo estilo artístico y arquitectónico. Gustavo III compró un modelo del Templo de Isis en Pompeya. El artista francés Louis Jean Desprez creó más tarde el Templo de Psique en el parque de Estocolmo llamado Hagaparken, una obra muy inspirada en el modelo pompeyano.
En marzo del mismo año, el grupo regresó a Roma. En ese momento, el rey y Sergel visitaron las ruinas antiguas en Frascati y Tívoli. En esta ocasión, adquirieron la escultura de Endimión, recién descubierta entre las ruinas de Tívoli. El 1 de mayo, el grupo se dispersó para dirigirse a Venecia. Allí, la visita coincidió con el carnaval anual de una semana, con festividades y góndolas decoradas, un espectáculo que como sabemos complacía al monarca sueco.
A mediados de mayo, comenzó el viaje de regreso a Francia, donde los suecos se detuvieron hasta el 20 de julio de 1784. A finales de julio, Gustavo III subió a bordo de un barco en Warnemünde que lo llevaría de vuelta a Suecia. El 2 de agosto llegó a Estocolmo. Las antiguas esculturas adquiridas durante el viaje y transportadas a Suecia formaron la base del museo de arte público más antiguo de Suecia, el Museo de Antigüedades de Gustavo III, ubicado en una de las alas del Palacio Real de Estocolmo que está abierto para visitas particulares.
Y en esto que viene el diplomático español Ignacio María del Corral y Aguirre a Estocolmo y se aloja en la mansión que el rey ha puesto a la disposición de la legación española en Estocolmo, el la isla de Djurgården, donde estoy ahora mismo escribiendo esta entrada. Este diplomático vasco, nacido en Estambul en 1740 es un hombre culto y políglota. Se doctoró en derecho en Salamanca a los 19 años y pasó a la carrera diplomática en 1780, y como tal fue enviado a Dinamarca en 1781 y más tarde a Suecia, donde llegó en diciembre de 1785 donde se quedaría hasta junio de 1793, asistiendo al entierro del monarca con el que tanto tenía en común.
Tenemos ahora a los tres reunidos: Carlos III, Axel von Fersen y el enviado especial, Ignacio del Corral. Ahora nos falta la ocasión para que estos tres den un paso adelante en la historia y se queden a un palmo de cambiar los derroteros del futuro, nuestro presente. Algo se está cociendo poco a poco en Francia a partir de la supuesta victoria que debió suponer, la derrota del Reino Unido y la independencia de las colonias americanas. En realidad, esa victoria para Francia resultó ser altamente pírrica, pues se alcanzo al precio de conducir a Francia a la banca rota, justo lo mismo que le había ocurrido a Gran Bretaña tras su victoria en la guerra de los siete años, victoria, pero a costa de verse obligada a subir los impuestos, lo que condujo a la revuelta de los que tenían que pagarlos, los colonos de América.
En Francia la incapacidad de financiar adecuadamente la deuda pública, dieron lugar a una depresión económica, desempleo y altos precios de los alimentos. Como consecuencia y para paliar el efecto empobrecedor de la guerra se pretendió aumentar la base de tributación en contra de los intereses de las élites hasta ese momento exentas de pagar impuestos. Para conseguir su consentimiento se convocaron los Estados Generales que estaban formados por los representantes de cada estamento. Estos estaban separados a la hora de deliberar, y tenían solo un voto por estamento. La convocatoria de 1789, tras no haberse convocado desde 1614, fue un motivo de preocupación para la oposición, que consideraba que era un intento, por parte de la monarquía, de manipular la asamblea a su antojo. Estaba en juego la idea de soberanía nacional, es decir, admitir que el conjunto de los diputados de los Estados Generales representaba la voluntad de la nación.
En los Estados generales estaban representados el clero (Primer Estado), la nobleza (Segundo Estado) y el resto de la población (Tercer Estado, principalmente la burguesía y el campesinado). Pero, en lugar de solucionar el problema económico del gobierno, provocó el estallido de la que se llamó revolución francesa. No es mi intención profundizar en estos acontecimientos, porque ya hay muchos que lo han hecho antes y queda poco por decir, aunque quizás algo por analizar, creo yo. Bueno, pues lo interesante es como esta revolución va a afectar a nuestros tres amigos y cuales son sus proyectos para enfrentar el nuevo reto.
Gustavo III había comenzado una serie de reformas importantes que tenían como objeto modernizar la actividad del estado. Bajo su gobierno, el rey implementó una serie de reformas en el espíritu de la Ilustración: libertad religiosa, cierta libertad económica, restricción de la pena de muerte y abolición de la tortura. Pero al mismo tiempo, en 1789, el mismo año en que comenzó la Revolución Francesa, Gustavo III aprobó una enmienda constitucional que le otorgaba aún más poder. Desde entonces, se volvió prácticamente un monarca absoluto, un déspota ilustrado. Esto no fue bien recibido por la nobleza, que consideraba que ya había perdido gran parte de su influencia durante el gobierno de Gustavo III. Tras una guerra que muchos veían innecesaria y costosa contra Rusia entre 1788 y 1790, el descontento contra Gustav III comenzó a extenderse por todo el país. Los periódicos de la época, burlando la censura, transmitían el descontento a sus lectores, en más de 4000 mil ejemplares diarios, leídos y releídos en cafeterías como la de Sundberg, en la que paré ayer.
Desde el primer momento en que quedó claro que el poder del rey quedaba recortado, y más adelante, cuando el rey cayo en manos de los revolucionarios y en la practica se vio confinado en Paris, Gustavo planificó una intervención internacional con la ayuda de Rusia, su eterna rival (hasta nuestros días, Austria y España. Después de que la guerra sueco-rusa se hubiera concluido mediante el Tratado de Värälä en agosto de 1790, su interés se centró en los intentos de detener el desarrollo revolucionario y devolver a la monarquía francesa su posición. Hasta su muerte en 1792, Gustav III estuvo activamente involucrado en acciones internacionales contra Francia. Un aliado importante en este sentido fue Rusia bajo Catalina II. Sin embargo, Catalina la Grande lo mantenía a raya con promesas ambiguas que nunca se cumplían. El rey también escribió cartas a Carlos IV de España en busca de apoyo financiero y para consolidar la demanda de que él mismo sería el comandante supremo de la acción militar, como en una posible invasión sueco-rusa en Normandía.
Carlos IV de España y Gustavo III de Suecia coincidían en las ganas de aplastar la revolución francesa. Ignacio del Corral había sido enviado durante el reinado de Carlos III pero mantenía la confianza del nuevo rey, gracias a sus buenas relaciones con el rey sueco. Para Axel von Fersen, la revolución francesa le tocaba en lo más íntimo, porque le unía una gran amistad con el rey francés y con la reina, con la que mantenía relaciones amorosas, ampliamente conocidas. Mientras se veía la manera de actuar por la fuerza contra las tropas jacobinas, los tres jinetes en Djurgården preparaban un golpe de efecto: la liberación de la familia real francesa y su salida de Francia. De haberse logrado, posiblemente la historia hubiese tomado otros derroteros, ¡quién sabe! No es que yo sea muy aficionado a la historia contrafactual, pero admitid que es un poco divertido imaginar lo que hubiese podido ocurrir.
Axel von Fersen, que estaba en Paris tratando de mantener informado al rey sueco de los acontecimientos en la corte francesa, dejó el lunes 20 de junio, a eso de las seis de la tarde a la pareja real francesa, a la que visitaba casi todos los días y marchó de palacio. Nada indicaba que fuera a ocurrir algo extraño esa noche, pero quedaban solo unas horas antes de la fuga de la pareja real.
Inicialmente, se pensó en salir de la agitada y revolucionaria capital hacia otro lugar dentro de Francia, pero en 1791 comenzaron a planificar la huida al extranjero para fortalecer el poder real con apoyo tanto nacional como de otras naciones. Axel von Fersen, Carlos III e Ignacio del Corral estaban naturalmente al tanto. En su confinamiento, la familia real se preparaba esa noche para dejar el palacio de Las Tullerias, sin ser descubiertos.
A las once y cuarto de la misma noche de la fuga, el jefe de la Guardia Nacional, el general Lafayette, jefe de Axel von Fersen en la expedición francesa en América, ordenó que su carruaje diera dos vueltas alrededor de las Tullerías para cerciorarse en persona de que todo estaba bajo control. A esa misma hora los hijos del rey, somnolientos, comenzaron a ser llevados hacia el carruaje en el que iban a comenzar su viaje hacia Luxemburgo y la libertad. El plan era llegar al bastión realista de Montmédy, y desde allí lanzar una contrarrevolución. En Montmédy, Luis XVI se reuniría con el marqués de Bouillé, general en jefe de las tropas del Mosa, Sarre y Mosela, que había coorganizado el itinerario de la escapada.
A pesar de que todo estaba preparado hasta el más mínimo detalle, con un itinerario seguro hasta la frontera, pequeños contratiempos, mala suerte e incomprensibles antojos de María Antonieta, retrasaron la fuga. Húsares enviados para acompañar a la familia real en el último tramo, no llegaron a tiempo y el retraso hizo que, al ser descubierta la fuga, a las siete de la mañana del 21 de junio, se enviase un contingente armado que llevaba un retraso de siete horas, suficientes, si todo hubiese salido como lo planificó Axel von Fersen. La noche del 21 de junio, fueron descubiertos ya en Varennes, muy cerca de la frontera. Para entonces Axel von Fersen se había puesto a salvo y el hermano del rey, el conde de Provenza, que eligió una ruta directa hasta Bruselas y regresaría a Francia como Luis XVIII en 1814, tras la caída de Napoleón.
Gustavo III, que había viajado hasta Aquisgrán para encontrarse con la familia real francesa y Axel von Fersen, tuvo que regresar a Estocolmo decepcionado. El fracaso de la operación eclipsaba su proyecto de erigirse en el papel de salvador de la monarquía francesa y restaurador del orden internacional. Para Ignacio del Corral también supuso un desencanto importante y pienso que las conversaciones de los tres jinetes en Djurgården, a partir del verano del verano de 1791, no serían tan animadas como antes, pero Gustavo III mantenía la esperanza de una confederación europea contra los jacobinos, que organizaría un ataque contra Francia con él mismo como líder. Sus aspiraciones de desempeñar un papel en la política mundial se unieron con la consideración de que, como recompensa, obtendría beneficios económicos. Recordemos aquí que Suecia había recibido subsidios de Francia hasta 1789, y que tras la revolución, estos habían sido cortados de golpe. En octubre de 1791, firmó una alianza de amistad y defensa con Rusia, mediante la cual Suecia recibiría subsidios rusos. Después de eso, elaboró un plan para un desembarco sueco-ruso en Normandía, pero no pudo encontrar interés en el asunto entre los príncipes europeos.
Quizás fueron sus planes de una nueva guerra, para que Suecia no estaba preparada, los que animaron a un grupo de militares y aristócratas a planificar el magnicidio. El 16 de marzo, en medio de un baile de disfraces, un capitán arruinado por la decisión real de cambiar de un plumazo el valor de la moneda, disparo por la espalda, a quemarropa su pistola contra el rey, dejándole malherido y causándole una muerte lenta y penosa, que concluyó el 29 de marzo, cuando su cuerpo sucumbió a una severa septicemia. La revolución planificada no se llegó a producir. El magnicida fue condenado a muerte y ejecutado y estuvo encerrado el las cuevas de Sten Sture, donde ayer paré a comer. Ignacio del Corral dejó Estocolmo y se trasladó a las Provincias Unidas como ministro plenipotenciario en junio de 1793. Su carrera diplomática le llevaría a Bramen y Venecia, para acabar en Constantinopla, también como ministro plenipotenciario, ciudad en la que falleció el 16 de mayo de 1805.
Después del asesinato de Gustav III, la corona fue heredada por su hijo Gustav IV Adolf, quien nombró a Axel von Fersen como canciller del reino. Nos queda un jinete cabalgando por la colina de Djurgården. La revolución francesa se descompuso ensangrentada y en julio de 1793 caía finalmente Robespierre. Desde su decapitación, Francia se vio obligada a luchar por su existencia como país independiente, rodeada de enemigos. Hay una pareja de amigos que van haciendo carrera durante esas guerras. Un joven hidalgo corso y un chusquero navarro. Mi próxima entrada tratará de estos dos personajes y su relación con Suecia y España. Abajo podéis verme a la entrada del palacio real sueco. También podéis ver la colina de Djurgården que puedo ver desde mi balcón, con la rojigualda ondeando al viento, donde yo, en mi fantasía, ubico a los tres jinetes: Gustavo, Axel e Ignacio.
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