Hoy paso durante mi paseo, como tantas veces, ante la casa de entramado de madera en Stora Gråbrödersgatan (Calle mayor de los franciscanos), lugar donde se escribió el primer bestseller internacional sueco. El autor de esa obra era el humanista, romántico, profesor y obispo Essaias Tegnér, también conocido por su alias Bodwar Bjarke. En esta casa de labor, de la que hoy solo queda un pequeño edificio, el profesor de treinta y ocho años escribió su gran epopeya, «La saga de Frithiof», entre 1820 y 1825. Cuando finalmente se imprimió, se convirtió en la obra más leída hasta ese momento de un autor sueco. «La saga de Frithiof» se tradujo al danés, inglés, estonio, finlandés, francés, islandés, italiano, croata, latín, bajo alemán, neerlandés, noruego, ruso, alemán y húngaro. En español existe la versión “La saga de Fridtjof el valiente y otras sagas islandesas” en traducción de Santiago Ibáñez Lluch, que por cierto también ha traducido y presentado Gesta Danorum de Saxo. En Suecia, se publicaron 60 ediciones hasta finales del siglo XIX. La obra fue el libro más leído del siglo XIX y un exitoso éxito de exportación que sentó las bases para la fiebre vikinga que estalló en Estados Unidos a finales del siglo XIX. Es sorprendente cómo Tegnér ha desaparecido de la enseñanza en las escuelas suecas. Solía yo usar el Museo Tegnér en mi enseñanza de historia, entre otras cosas, para explicar el surgimiento del nacionalismo sueco, el goticismo, etc., pero algunos de mis colegas consideraban que el conocimiento sobre Tegnér era innecesario.

De regreso a Lund, vengo cargado de vestigios del fin del antiguo régimen a nivel internacional, y las repercusiones que esto tuvo en Suecia y en España. Durante el viaje de vuelta me entretuve en pensar en cómo se vivirían esos acontecimientos en Escania y me imagino a los próceres locales en Lund, en sus reuniones al calor de una estufa, con una pipa de espuma de mar en la mano y una humeante taza de café o quizás una copa de coñac en la mesa. Las noticias llegaban de la corte puntualmente y con solo unos días de retraso. La información estaba sin duda filtrada por los “hombres de 1809”, los que estaban detrás de la abdicación de Gustavo Adolfo, los podríamos llamar “los afrancesados”, que, directamente después del golpe de estado de 1809, innegablemente una consecuencia de la derrota en la guerra finlandesa, hicieron todo lo que estaba en su poder para denigrar la política del depuesto Gustavo IV Adolfo durante los años de guerra.

Aquí en Lund, el desterrado rey era profundamente impopular por su política anti – napoleónica. Se abría una grieta entre Estocolmo y la Escania conquistada poco más de cien años antes y arracada de Dinamarca. Aquí en Lund se comprendía la posición tomada por la antigua metrópolis, de amistad y apoyo a la política de Napoleón, y no se comprendía la actitud del monarca sueco. Cuando la noticia de la muerte de Napoleón llega a Lund a finales de agosto de 1821, afecta al mismo centro del culto al emperador en Suecia.

Gran parte del cuerpo docente de la universidad de Lund se reunía durante las primeras décadas del siglo XIX en su club «Härbärget»(el alberge) para tomar toddy, la bebida de moda entonces, hecha con brandy o ron, azúcar y agua caliente, y condimentada con clavo y canela. En este club informal se participaba en charlas sobre política y literatura, siempre atendidos por la dueña del hostal Helena Sandgren, conocida como la Bella Helena, una mujer que había conocido días mejores pero que ahora había decidido dedicarse al cuidado de una brillante pero extraviada congregación de académicos que se habían quedado atrapados en la ciudad universitaria de Lund y personalidades tan variopintas como el maestro de esgrima y padre de la gimnasia sueca Pehr Henrik Ling, del que ya he contado algo en otra entrada.

El líder indiscutido era Esaias Tegnér, quien en esta compañía tenía un selecto grupo de oyentes para sus obras. Tegnér, nombrado catedrático de griego en 1812, tenía ya fama como poeta y retorico elocuente, que no ocultaba su admiración por Napoleón, aunque sabía que eso no caía bien en los círculos del poder político del momento. Las conversaciones en el salón de la Bella Elena tenían por tanto un toque de clandestinidad, que las hacía aún más interesantes. Christopher Isac Heurlin, un profesor que dejó Lund por Växjö en 1816, que es la principal fuente de nuestro conocimiento sobre esas reuniones, escribe en sus memorias sobre sus experiencias en Härbärget: «Napoleón era nuestro héroe. Seguíamos con atención y comentábamos sus campañas…Era natural que desaprobáramos profundamente la política de Suecia en 1812 y, en ese sentido, teníamos la opinión pública de nuestro lado. La caída de Napoleón en 1814 nos entristeció profundamente». No es de extrañar que, al comienzo de los cien días, el grupo lo celebrase., su héroe había logrado escapar de su jaula de oro en Elba y pronto recuperaría todo su poder, presumían los seguidores en Lund. Seguimos aquí el relato de Heurlin:

“Una tarde de marzo (de 1815), el profesor Cederschiöld llegó desde Malmö y nos contó la gran noticia de que Napoleón había desembarcado en el sur de Francia. Esto provocó una gran algarabía entre nosotros. Ese mismo día, se esperaba que llegara el correo alemán a Lund. Acordamos reunirnos en «Härbärget» a las 8 para conocer la tan esperada gran noticia…Nos sentamos en una espera inquieta. A las 11 de la noche escuchamos la corneta del correo, inmediatamente caímos sobre los periódicos…en grandes títulos se podía leer: “Napoleón en el sur de Francia”. Se llenaron los vasos y antes de seguir leyendo, los vaciamos, con fuertes vítores, un brindis por Napoleón… Tegnér escribió versos.” Hasta aquí el testimonio de Heurlin. Así, entre toddy y toddy, Tegnér escribió sus versos dedicados al emperador caído, que regresaba a ocupar su sitio en la historia, como él y sus amigos académicos deseaban. Mi traducción rudimentaria:

El águila despertada (Den vaknade örnen)

Su ala estaba herida, su ojo cerrado,

dormía en su isla rocosa.

Creíamos que el poderoso dormía para morir.

Mira ahora, ha despertado. Alrededor de la tierra y del mar,

extiende su vuelo real.

Como la noche, despliega las alas de tormenta,

y lleva los truenos del relámpago.

El terror vuela alrededor del ejército de cuervos,

pequeñas aves rapaces, cuidaos, el vengador está cerca,

pone fin a su división.

Sentado tan cómodamente en los restos de Europa,

y picoteando trozo tras trozo.

En la cháchara de tonterías aquí y allá,

que el mundo era libre y que el cuervo era blanco,

era vuestro eterno grito.

Bien, ahora defendeos, es el momento,

veamos si ganáis alguna vez.

Desde los cielos vendrá él, hijo de hazañas,

y el espacio mundial se llenará con el estruendo de sus alas,

y la garra será como el anillo de la tierra.

Vuela águila real, como solías hacerlo antes,

tu vuelo triunfal, vuela aún,

que los insignificantes tiemblen en el trono otra vez,

y quien haya recibido alas para volar, estire aún

hacia el sol, hacia el sol, su camino.

La definitiva caída del héroe de los profesores de Lund se recibe lógicamente con pesar y amargura en Härberget. Tras su derrota en Waterloo, el emperador cae prisionero y los ingleses le llevan a Santa Elena. el 15 de octubre de 1815, Napoleón desembarca en la isla de Santa Elena en medio del Atlántico, un remoto lugar de residencia que nunca abandonaría con vida, esta vez sin grandes honores ni un gran séquito, un prisionero de guerra y poco más.  A Tegnér estos hechos le producen una gran pena y cae a partir de ahí en una profunda depresión, cuya expresión lírica se convierte en el poema misántropo «Nyåret 1816» (El Año Nuevo de 1816), donde el profesor-escritor y más tarde obispo muestra su desprecio por la nueva Europa, nacida de las cenizas del imperio. Él se esperaba tanto de ese nuevo mundo napoleónico que llegó a sentir un vacío emocional tan grande que le llevará, dicen algunos, a la locura. Yo no me atrevería a afirmar que ese fuese el origen de la enfermedad psíquica que sufriría a partir de 1817, pero su reacción puede estar en relación con una enfermedad latente. Leamos aquí la desesperación que sentía a raíz de la muerte de Napoleón en esta traducción mía de su poema El Año Nuevo de 1816:

 La verdad permanece; sin embargo, me parece absurdo

que predique, desde el manicomio.

La palma de la paz se convirtió en nuestro árbol genealógico al final,

bajo su protección, las naciones viven en paz.

El orden entra, y los impuestos salen,

y de regalo obtenemos la fe cristiana.

El comercio es libre y cada negocio legítimo,

y en cada fiesta de coronación hay libre consumo.

Ciertamente, la humanidad parece ser un lisiado, pero eso

se debe a la enfermedad inglesa.

El enano es cortés; Su Majestad

piensa en usarlo como bufón de la corte.

El destierro se declara, a su petición,

Un logro, al que llaman honor.

¡Hola! La religión es jesuita,

los derechos humanos, jacobinos,

el mundo es libre, y el cuervo es blanco,

¡viva el Papa y el Diablo!

Quiero viajar a Alemania para aprender

a escribir sonetos en honor a la época.

Bienvenido, Año Nuevo, con oscuridad y asesinato,

y mentira y estupidez y ostentación.

Espero que fusiles nuestra tierra,

una bala puede serle útil.

Está inquieta, como muchos otros,

pero todo se calmará si le disparan en la frente.

Podríamos afirmar que los amigos del Härberget no estaban tampoco demasiado contentos con la elección de Jean Baptiste Bernadotte, sobre todo a partir de 1813, cuando se vio claramente que Bernadotte estaba dispuesto a sumarse a los enemigos de Napoleón. En el poema podemos leer alusiones al entonces todavía príncipe heredero, a los ingleses, a los jacobinos (franceses y suecos) a las alianzas en contra del emperador. Algunos de ellos, especialmente Tegnér y Ling, se dedicaron a buscar en la historia de Suecia inspiración para una regeneración tanto ética como económica y cultural. Desde su organización, Götiska Förbundet (Asociación Gótica), trataban de “recuperar Finlandia desde dentro de las fronteras de Suecia”, lo que significaba trabajar para construir una nación más culta, más rica y más justa. Esta Asociación Gótica es muy interesante, muy anticipada a sus tiempos, opino yo, y merece ser tratada con profundidad en una próxima entrada.

Aunque no lo parezca, mi intención hoy no era en absoluto ni presentar la obra literaria de Tégner, ni la influencia política de Napoleón en Escania, no, lo que yo me puse a pensar al pasar por la casa de Tegnér eran los pelos del catedrático poeta y de sus amigos. Eso es, el peinado que todos lucen en los retratos. Porque, salta a la vista, todos siguen una moda especifica, la moda Titus. Y, es preguntaréis quizás, ¿qué es esa moda y como llego a Suecia y a España?

Todo comenzó en Paris y se debe en parte a la revolución francesa, aunque esta moda tiene que ver con el teatro y muy concretamente con un actor que fue muy relevante en su época, el incomparable François-Joseph Talma. Nacido en 1763, el mismo año en que nació Jean Baptist Bernadotte y por tanto seis años mayor que Napoleón, se fue a Londres a los 13 años para aprender el oficio de dentista, que su padre ya practicaba en la capital del Reino Unido. Sin embargo, su futuro se vería más influenciado por el descubrimiento del teatro isabelino que por la profesión de su padre. En Inglaterra, actuó como aficionado en pequeñas representaciones. Al regresar a Francia en 1785, se estableció de todos modos como dentista. Talma se inscribió en la fundación de la École Royale de Déclamation en 1786, y abandonando la profesión de dentista. Debuta en la Comédie-Française en 1787 en «Mahomet» y luego interpreta a Bruto y «La Mort de César», tragedias de Voltaire. Es en esos papeles que Napoleón lo conoce y, como gran entusiasta del teatro, hace amistad con el actor. En el papel de Bruto ya luce Telma un peinado corto, cardado o rizado en el flequillo, que llama la atención del público y sobre todo de Napoleón. Al regresar de la expedición a Egipto en 1799, Bonaparte se corta el cabello al estilo de Talma, y sus soldados lo empieza a apodar «Le petit tondu» (El pequeño rapado) y no se contenta con ser el único “tondu” pues impone a todo su ejército abandonar los cabellos largos y las pelucas a favor del corte a la Titus. Diciendo “todos” queremos decir casi todos, pues varios de sus mariscales se resisten a cortar sus cabellos largos. Bessières por ejemplo mantuvo su coleta, larga y delgada, que parecía una auténtica coleta de prusiano. Lannes también se negó a sacrificar su coleta como también lo hizo Augerau. Aquí hacemos un pequeño paréntesis para llegar a la coletilla que lucen los toreros. Parece ser que esta, de pelo natural, se llevaba para proteger la nuca de los golpes en las caídas, pero también cayó, como las francesas, en 1805, siendo sustituida por la moña que llevan hoy día.

Hasta la Revolución Francesa en Francia, los hombres llevaban pelucas que se empolvaban con polvo de arroz o almidón. Para esta operación, se utilizaban batas especiales y era costumbre cubrir el rostro con un cono de papel grueso, un gran engorro, vamos. Este tipo de peinado era característico de la aristocracia durante el Antiguo Régimen, razón por la cual este tipo de atuendo desapareció con la Revolución para evitar llamar demasiado la atención y correr el riesgo de perder la cabeza bajo la guillotina. Se optó entonces por el cabello natural, que se llevaba bastante largo, como se puede ver en los primeros retratos de Napoleón y de sus generales y mariscales al principio de sus carreras.  

Curiosamente este corte de pelo sigue siendo actual en Inglaterra, donde los mods siguen vivos y coleando, siempre regresando en nuevas generaciones. Si nos fijamos en el peinado de los Beatles en los comienzos de los 60, se parecía mucho al Titus de Talma. Los políticos de la era napoleónica, los filósofos, académicos, las clases medias, de toda Europa, cambiaron rápidamente su corte de pelo y su atuendo. Los pantalones largos sustituyeron los de media calza (culottes) en la vestimenta de los republicanos y pronto de todos los europeos. Si comparamos con la época de los 60 del siglo pasado veremos que el pelo a lo Titus que popularizaron de nuevo los Beatles, pronto fue emulado por jóvenes y menos jóvenes. Miremos viejas fotos de Felipe Gonzalez y Alfonso Guerra, por ejemplo, o de un seguro servidor en la misma época, y veremos que, cada uno de nosotros, a nuestra manera, también tratábamos de seguir la moda. Y, ¿os habéis dado cuenta del peinado del nuevo presidente argentino? Abajo pongo algunas fotografías para ilustrar lo que aquí cuento. Hasta una foto de mi loca juventud, cuando yo berreaba en un conjunto musical en Salamanca. Por último, el mismo Talma en su papel como Nero.