Por mucho que nos demos la vuelta, siempre tendremos el culo detrás. Así dice un dicho sueco y yo lo aprovecho aquí para explicar cómo todo, al fin, tiene una cara B, la fachada y la trastienda, todo importante e inevitable. La otra cara de la moneda de mi experiencia como paciente la he experimentado hoy y de una manera brusca y un tanto dramática.

Loaba yo hace unos días la actitud, la destreza, el bien hacer y la profesionalidad de todos los trabajadores de la Sanidad Pública sueca y con razón. Mi experiencia fue muy positiva y todo transcurrió de una manera agradable y muy placentera, dentro de lo que cabe, claro, que no es nada recomendable pasar por el bisturí, si se puede evitar, claro. Bueno, pues no es todo oro lo que reluce, no. Tras la operación viene un periodo posoperatorio y ahí empezaron mis pequeños problemas. Y yo, que soy dado a las cavilaciones y que no puedo dejar de comparar lo que me ocurre con cosillas de la historia, empecé a pensar y pensar.

Como quizás os acordaréis, me operaron en Landskrona, una ciudad costera al norte de Lund, famosa por su ciudadela, construida en el siglo XVI y por la isla que se divisa desde su costa, la isla de Ven o Hven, según se diga en sueco o en danés. Esta isla esta ubicada entre las costas de Suecia y Dinamarca, en su día una isla danesa que, en la historia de la ciencia, destaca por haber sido el lugar donde un hombre singular, el noble danés Tycho Brahe, construyó sus observatorios, Uraniborg y Stjerneborg , ahora en su casi totalidad destruidos. En mi faceta de navegante, una de mis excursiones preferidas, consiste en salir de mi puerto en Malmö, costeando hasta llegar a Landskrona y, navegando en dirección noroeste, dirigirme a Ven y circundarla, hasta llegar a una pequeña bahía y atracar en su pequeño puerto, para desde allí, alquilar una bicicleta y hacerme la isla a fuerza de pedalear por sus empinadas cuestas, tomar algunas fotos y, finalmente, almorzar en una posada al lado del mar, y regresar a mi puerto en Malmö al anochecer.  

Como profesor, he llevado a cientos de estudiantes a visitar la isla por el interés histórico y científico que representa y, mientras les hablo de la isla y de su famoso propietario, suelo contar como una anécdota, la forma en que murió. Siempre al explicarlo, veo sonrisas dibujadas en los rostros de mis estudiantes, animados por mi relato, un tanto irrespetuoso. Vayamos por partes. ¿Quién era este Tycho Brahe y porqué es tan famoso? Tycho Ottesen Brahe, nacido el 14 de diciembre de 1546 en el castillo de Knutstorp en Escania, entonces parte de Dinamarca, falleció el 24 de octubre de 1601 en Praga. Nació y creció dentro de una familia poderosa en un tiempo marcado por los descubrimientos geográficos y la creciente curiosidad científica. Cuando solo contaba 13 años, mientras estudiaba en la Universidad de Copenhague, Tycho Brahe presenció el eclipse solar del 21 de agosto de 1560 y quedó fascinado al darse cuenta de que podía predecirse. Esto lo llevó a dedicar su tiempo libre, sus noches, al estudio del firmamento, mientras que sus días estaban dedicados a otras disciplinas académicas, principalmente la filosofía y la retórica. A pesar de las expectativas de su familia noble de que Tycho Brahe siguiera una carrera que le capacitara para la política, como alto funcionario y no como astrónomo, una actividad que se veía como un pasatiempo y que no le garantizaría una posición sólida en la sociedad.

En agosto de 1563, los planetas Júpiter y Saturno estaban muy cerca uno del otro en el cielo. Cuando Tycho Brahe comparó lo que veía con los datos de las tablas publicadas, encontró grandes discrepancias. Evidentemente, la astronomía necesitaba reformas y se requerían instrumentos más precisos. La demanda de instrumentos de navegación en esa época generó un gran interés en datos de medición confiables. Esto finalmente llevó a que el interés de Tycho Brahe por la astronomía ganara la aprobación de su familia, que comenzó a comprender que esta actividad tenía futuro, permitiéndole dedicarse a su pasatiempo a tiempo completo. A todo esto, el joven Tycho, que tenía muy mala leche, todo hay que decirlo, y se pegaba a menudo con sus compañeros de facultad y con quién encontrase por el camino y le cayera gordo, en un duelo de espadas en Rostock en 1566, tuvo tan mala suerte que perdió parte de su nariz por un corte en la cara. Viéndose desfigurado, mandó hacer una prótesis para ocultar la deformidad, la famosa «nariz de oro», probablemente fabricada con una aleación de plata y cobre, con el propósito de imitar el color de la piel y que se mantenía en su lugar con una pomada que se aplicaba sobre la piel a forma de engrudo.

Para retener a Tycho Brahe en Dinamarca, el rey Federico II le concedió la isla de Hven y le proporcionó fondos para construir un observatorio. Brahe mandó construir Uraniborg y Stjerneborg, ubicados cerca, los cuales se convirtieron en un centro de investigación astronómica destacado en su época. Brahe revolucionó la ciencia astronómica al introducir medidas precisas de las órbitas de estrellas, planetas y cometas. En su libro «De Nova Stella», pudo demostrar, entre otras cosas, que una nueva estrella que observó en la constelación de Casiopea en 1572 se encontraba a una distancia mayor de la Tierra que la Luna, lo cual fue una sensación en su época, ya que se creía que las esferas superiores eran perfectas y no podían cambiar. Con esto, no solo acuñó el término «nova», sino que también, como resultaría, se unió al exclusivo grupo que había presenciado una supernova. Después de la estrella de Kepler en 1604, no se ha observado ninguna supernova en nuestra galaxia.

Sin embargo, aun esforzándose el rey danés por mantener al astrónomo dentro del reino, surgieron desacuerdos entre Tycho y la corte danesa en 1597, lo que llevó a Tycho a abandonar Dinamarca. Se exilió en Praga y fue designado astrónomo imperial por el emperador Rodolfo II. El emperador le otorgó el castillo de Benátky como residencia. Tycho llevó consigo su prensa de imprimir y sus instrumentos, y continuó con sus observaciones. Nombró a Johannes Kepler como su asistente, quien se trasladó a Benátky en 1600. Los dos astrónomos habían trabajado juntos menos de un año cuando Tycho falleció. Kepler posteriormente compiló las observaciones de Tycho Brahe y, basándose en ellas, llegó a conclusiones que llevaron el conocimiento de nuestro sistema planetario a un nuevo nivel.

Sus datos de medición mostraron que la antigua concepción geocéntrica del mundo, es decir, con la Tierra en el centro, no podía ser correcta. Tycho Brahe llegó a sus propias conclusiones a partir de esto, pero manteniendo en su modelo a la Tierra en el centro, con el Sol y la Luna girando alrededor de ella y los demás planetas orbitando alrededor del Sol. Su argumento era que, con una concepción heliocéntrica del mundo, las estrellas deberían moverse aparentemente en una elipse a lo largo del año, lo cual no se observaba. Desconocía que la distancia a las estrellas era tan grande que no podía ser observada con su método de medición. Tampoco su modelo concordaba especialmente bien con los datos de medición, sino que fue solo cuando Johannes Kepler, después de la muerte de Brahe, colocó al Sol en el centro y abandonó las órbitas planetarias circulares, que pudo desarrollar un modelo que concordara con los datos de medición. Esto dio origen a nuestra concepción heliocéntrica del mundo o de nuestra galaxia en particular, es decir, con el Sol en el centro y órbitas planetarias elípticas. Después de la muerte de Tycho Brahe, Kepler tomó sus datos de medición y construyó sus teorías sobre ellos.

Creo que os he dado una idea de la importancia de Tycho Brahe para la ciencia, sobre todo su importancia para abrir nuevos caminos para la interpretación de las observaciones astronómicas, pero os daré también algunos datos para que también comprendáis como era este noble latifundista en otras facetas de su rica personalidad, concretamente la química y la medicina. Ya desde joven, Tycho Brahe adoptó una postura escéptica hacia la disciplina dominante de la época en química, la alquimia, y se interesó más por lo que se llamaba espagírica (de las palabras griegas spaein = separar y ageirein = unir), es decir, la elaboración de medicamentos mediante procesos químicos. Tycho Brahe fue un gran seguidor de Paracelso, el médico suizo del siglo XVI que desafió las antiguas ideas de los cuatro humores corporales y fue el primero en utilizar sustancias inorgánicas y compuestos para tratar enfermedades. Tycho llamaba a la química «la astronomía terrestre» y consideraba que la química y la astronomía debían estudiarse de manera paralela para ser comprendidas en su pleno contexto.

Durante toda su vida, Tycho fue extremadamente reservado con sus preparaciones quimico-medicinales, pero después de su muerte, su colección de recetas fue entregada al rey Christian IV de Dinamarca y rápidamente llegó a hacerse sumamente popular. El nombre de Tycho se convirtió en una especie de «megamarca» de la época y probablemente se utilizó no solo para vender sus propias preparaciones. Uno de los productos más vendidos fue la mezcla de hierbas llamada «Species Tycho Brahe», que aún aparecía en la farmacopea danesa en la década de 1920. Una receta de «Species Tycho Brahe» fue dispensada en la farmacia de Nexø tan tarde como en 1971. Este preparado se consideraba febrífugo y sudorífico, pero dado la cantidad relativamente grande de aloe en la composición, se puede sospechar que su principal efecto era laxante, lo que probablemente se consideraba que expulsaba lo malo del cuerpo. Bueno, pues a lo que íbamos, que es la relación de este Tycho Brahe con mis complicaciones posoperatorias.

Tycho Brahe enfermó después de una cena en casa de su amigo Peter Vok von Rosenberg en Praga. Según lo que Kepler ha contado, no quiso abandonar la mesa para vaciar la vejiga, ya que eso sería considerado una falta de etiqueta. Por la noche, sufrió retención urinaria con intensos dolores (!qué me lo digan a mi!). Tras once días de enfermedad, falleció el 24 de octubre de 1601. Fue enterrado en la Iglesia de Týn en Praga. La causa de su muerte podría haber sido uremia y/o una infección en el tracto urinario. Se dice que Brahe padecía de prostatitis, lo cual pudo haber contribuido a su problema. También, todo hay que decirlo, se sospecho ya en su tiempo que el astrónomo-químico-médico hubiera sido envenenado con arsénico y mercurio.

En una de las aperturas de la tumba, en 1901, se tomaron pelos del bigote de Brahe y, al analizarlos en la década de los 90 en Dinamarca, se detectaron niveles muy elevados de mercurio y también de plomo. Un análisis posterior en la Universidad de Lund también mostró un aumento en los niveles de mercurio. Se ha especulado que podría haber sido un envenenamiento intencional y que Johannes Kepler o alguien en la familia de Brahe podría haber tenido motivos para cometer un asesinato. Igualmente lógico podría ser que el propio Brahe se hubiese tratado con algún compuesto basado en el mercurio para paliar los síntomas de su prostatitis y se le hubiese ida la mano con el mercurio y el arsénico. Bueno, de cualquier manera, lo que es seguro es que murió por retención de orina y aquí dejamos por un momento al astrónomo danés para seguir con el hilo de las caras B.

Mis problemas comenzaron al otro día de llegar a casa. Me costaba trabajo orinar, me escocía, y me quedaba siempre la sensación de no haber vaciado completamente la vejiga. El problema se fue agravando y el día 23, víspera de Nochebuena, ya no podía orinar de ninguna manera y sentía una desazón constante. Sudaba frío y tiritaba como una hoja de abedul en el viento de otoño. Al fin me vi obligado a solicitar ayuda a la por mi, sobre manera alabada Sanidad Pública, y aquí empieza mi descubrimiento de la cara B. Primero hago una llamada al 1177, que es el número al que se llama para consultar y ser reubicado a donde sea menester, según las características del problema que uno tenga. Larga espera tras la que me comunican que estoy en una cola con 72 pacientes delante. Espero, tirito, sudo, voy al baño, espero, tirito. “Su lugar en la cola es ahora…71”- dice una voz melodiosa, cuando ha pasado un cuarto de hora. Maldita sea, no aguanto más. Todo está cerrado, ambulatorios, tanto públicos como particulares, ¿Qué hacer? Mi compañera no aguanta más y llama al 112, una ambulancia va camino de mi casa. Son ya las doce y media, estamos ya en el 24 de diciembre.

Como puedo, me visto y me preparo. Llegan a la puerta dos señores vestidos de paramédicos con sendos macutos. No veo camilla por ninguna parte. Tampoco me importa lo de la camilla, porque no puedo estar ni tumbado, ni sentado ni de pie. Me duele tanto todo, me escuece, me enloquece. Ahora empiezan a preguntarme que me pasa y yo se lo explico. Se quedan perplejos, se rascan la cabeza, se miran, como consultándose que hacer. Mi compañera les dice que tienen que llevarme a cuidados intensivos rápidamente y ellos contestan que nuestra escalera interior, la que lleva desde la entrada a una antesala de la cocina en el segundo piso, una escalera de caracol de madera, es demasiado angosta. Les digo que no se preocupen, que ya bajo yo y lo hago apoyado en mi compañera. Fuera está nevado y hace un frío que pela. La ambulancia no puede llegar hasta la puerta porque es zona libre de tráfico y tengo que caminar unos cincuenta metros hasta donde se encuentra la ambulancia. Siento que me transportan de mala gana, como si mi enfermedad no fuse lo suficientemente importante, me siento como un impostor. Llegamos al hospital.

Ahora sí, me suben a una camilla y me llevan por los corredores fuertemente iluminados hasta una habitación abierta en la que hay una especie de quiosco acristalado con una joven dentro, profundamente sumida en su trabajo con la computadora. Uno de los paramédicos me pregunta por mi numero personal: año, mes y día de nacimiento, más cuatro cifras de control, siempre se pregunta para confirmar quién es el paciente, y yo, claro se lo doy, y el hombre de amarillo mira su papel, levanta las cejas, se pone las manos sobre la mandíbula y exclama: “! ¡No eres la persona que fuimos a buscar!” (pausa). Suena mi teléfono y una señora del 112 le pregunta a mi compañera ¿por qué yo no estaba en casa cuando me vinieron a buscar en la ambulancia? Yo le contesto desde mi camilla que, porque yo estoy en el hospital ya, y he llegado aquí con ¡UNA AMBULANCIA! Grito y ya no dejo de gritar. Alguien ha enviado dos ambulancias a mi domicilio, una de ellas con los datos de otra persona. No es que me importe, en este momento, lo que yo quiero es que alguien me ayude, porque siento que me muero. Grito, gimo, muevo la cabeza de aquí para allá, pero la señorita del quiosco no me digna una mirada.

Desde mi camilla veo pasar personal médico de distintas categorías. Todos parecen muy ocupados o van escuchando algo por sus auriculares. Mi compañera se dirige a la cristalera y llama la atención de la joven que, al fin, me echa un vistazo desde lejos y al rato se acerca a mi camilla. Aquí empiezo a contarle todas mis cuitas lo mejor que puedo y ella me dice muy tranquila: “voy a buscar un aparato de ultra sonido y enseguida sabremos si retienes orina.” Al rato regresa y me dice: “Qué raro, no encuentro el aparato, no está aquí. Hace un rato lo vi aquí, pero ahora no está.” En mi rostro se dibujaba una interrogación y en mis labios iba de camino a escapar una interjección de esas gordas. Otra joven hizo su entrada en escena y expresó con otras palabras lo que la primera ya había confirmado, el aparato había desaparecido por arte de Birlibirloque. Yo ya me hacía cuentas de que en unos minutos mi vejiga explotaría y pensaba que, en esto seguramente, el astrónomo danés tendría algo que ver. El estaría en su tumba pensando que, esto que me pasaba, me estaba bien empleado, por haberme hecho el gracioso a su costa, cuando hablaba de él a mis estudiantes. Y, desesperado, me dirigía al astrónomo a viva voz, diciendo: «No lo volveré a hacer, Tycho, ya sé lo que duele esto. No lo volveré a hacer, te lo prometo». Parece que le valió con este juramento, para que todo cambiase para mi, desde ese momento, positivamente.

Al rato llegaron las dos jóvenes, una morena y una rubia, empujando un carrito que portaba un aparato y algunos frasquitos y otras menudencias. Me desnudaron y untaron mis partes más privadas con una gelatina fría, y empezaron a mover el aparato, como se hace con las embarazadas. Yo ya casi esperaba que me dijesen: “es un niño”, pero lo que dijo la enfermera de la cristalera fue: “un litro”. ¿Un litro? – dije yo. “Sí, es muchísimo” – dijo la enfermera rubia. “Ahora mismo te vaciaremos y te pondremos un catéter, y trataremos de que te vea el cirujano de guardia lo antes posible”. Ni corta ni perezosa empezó a preparar dos jeringuillas y me explicó que iba a ponerme dos inyecciones de anestesia local en un lugar que yo tengo reservado para usos íntimos y para vaciar la vejiga. Tras introducirme un tubito por semejante parte, me empezaron a adiestrar en el uso de este aparatito; cómo aplicarlo, cómo cambiar las bolsitas, cómo limpiarlo etc. Además, dejaron un folleto con toda clase de información y, ya aliviado en gran manera me dejaron a esperar al cirujano.

Yo me quedé en la camilla, pensativo, pero sintiéndome ahora un hombre libre, tras expulsar ese maldito litro de mi vejiga. Dentro de unas horas habíamos planeado ir a casa de mi suegra a pasar la noche de Nochebuena, si es que el cirujano tenía la bondad de venir antes de que amaneciese o de que volviese a oscurecer, cosa que sucedería pocas horas más tarde, ya que nos encontramos en el solsticio de invierno y los días tienen a penas unas cuantas horas de luz. Pero al fin llegó el esperado cirujano, hombre joven y jovial, de rasgos asiáticos y habla fluida y rápida que, en un periquete, nos explicó cual era la causa de mis problemas. Resulta que, según él, la operación que me hicieron en Landskrona me causo una hemorragia que se concentro en el pene y el escroto, causando una inflamación que acabo cerrando el desagüe de la uretra, impidiendo la salida de la orina. Igualito, igualito, que lo que le ocurrió al “pobre” Tycho Brahe. “Nada, nada” – dijo el joven cirujano – “un poco de penicilina, el catéter una semana y a correr”. Correr, correr – pensé yo, no voy a correr, pero volveré a mis paseos, a ver si llego al quincuagésimo antes del día de San Silvestre. Moraleja: no te mofes de los males de otros, si no quieres sufrirlos tú. Aquí os dejo y regreso a la cama, que tengo ganas de dormir. Bueno, y de lo de la cara B, ¿qué? Pues que un sistema nunca es mejor de lo que lo son sus partes más débiles. Un fallo como el del 112, que mandó una ambulancia a un lugar equivocado, dejando a un menesteroso en la cuneta, que no sabemos quién pueda ser, y unos sanitarios que solo reaccionan cuando el paciente grita como el cerdito de San Antón en el momento de la matanza, deslucen un poco la idea de efectividad y profesionalismo que quise dar en mi entrada anterior. Si el final es bueno, todo es bueno. Pelillos a la mar y a vivir que son dos días. Ya hubiese querido Tycho Brahe tener una atención médica parecida a la que me dispensaron ayer. Ahí abajo os dejo una vista al pequeño puerto en la isla de Ven al que suelo navegar en los veranos. !Felices Fiestas!