Hoy es un día gris de esos que le quitan a uno las ganas de salir a caminar. La temperatura ha subido a cuatro grados y el deshielo ha comenzado, pero aún es imposible caminar sin arriesgarse a resbalar y caer al suelo. Lo intentaré un poco más tarde, cuando la calle y los caminos estén más limpios de hielo. No quiero arriesgar nada, ahora que he salido airoso de la aventura en el hospital. Por el momento, la cuestión Palestina-Israel es la que acapara mi atención, aunque comprendo que fijando el punto de mira en lo que ocurre ahora mismo en Gaza, dejamos de ver con claridad lo que está ocurriendo en otras partes del mundo. La guerra en Ucrania sigue con su ritmo machacón, el transporte oceánico se ve amenazado por la acción de piratas, Pakistán e Irán están a punto de caer en una inédita espiral bélica, Taiwán vive en vilo por la amenaza China y, mientras tanto, el policía del mundo, los Estados Unidos, se enfrentan a unas elecciones que pueden resultar en una catástrofe para los derechos humanos y la democracia, regresando a tiempos del aislacionismo más egoísta.
Yo publiqué anteayer en mi blog un pequeño análisis de la cuestión palestina, desde una perspectiva histórica y parece que he despertado una discusión que merece la pena seguir. Ayer, 21 de enero de 2024, en contestación a mi análisis, compartió María Luisa Bartolomei en el foro de la Sociedad Científica de Mérida una charla entre la periodista Pilar Rahola y el expresidente uruguayo (colorado) Julio María Sanguinetti. En esta charla, en que los dos participantes mostraron un gran conocimiento del problema, aún sabiendo que, en el caso de Rahola, se trata de la opinión de una señora altamente polémica, coincidieron en su ataque a la izquierda, autodenominada progresista, autora de un relato anti-Israel y pro-palestino. Yo coincido en ese análisis desde mi posición como liberal y quiero aportar algunos aspectos de ese posicionamiento ciego, de el que hacen alarde muchos de los que hoy se consideran progresistas.
La política de la izquierda pseudoprogresista se basa en narrativas desesperadamente simplistas del conflicto israelí-palestino, diseñadas para proteger el estatus predestinado de los palestinos como víctimas completamente inocentes, carentes de agencia política o responsabilidad moral. A lo largo de los años, a medida que las limitaciones explicativas de estas narrativas han enfrentado las complejidades en evolución sobre el terreno, como el terrorismo árabe, el maximalismo y el rechazo palestino, los atentados suicidas de la Segunda Intifada, el surgimiento de la violencia islamista y el antisemitismo popular, solo han generado nuevas crisis de comprensión y la necesidad de explicaciones cada vez más conspirativas del comportamiento israelí. Análisis tendenciosos y conspirativos han ocupado el vacío de comprensión y han sido absorbidos por sectores cada vez más amplios de la izquierda. La selectividad deliberada de un análisis que no otorga ningún mérito al lado israelí ni carga alguna en el lado palestino ha generado una visión distorsionada del conflicto, tan trágica como innecesaria.
Estos partidarios “progresistas” (permitidme el uso de las comillas), de Palestina cometen una manifestación del mismo fenómeno perverso que George Orwell, desde una visión socialista, ya observó entre los estalinistas occidentales al final de la Segunda Guerra Mundial. En los años que precedieron a la segunda guerra mundial y hasta la caída de la Unión Soviética y los regímenes comunistas de sus países satélites, los intelectuales de izquierdas creían que el comunismo era un sistema más ético y justo que el capitalismo, y nada de lo que realmente hicieran los estados comunistas se podía transformar este juicio moral fundamental: ni los gulags, ni las hambrunas, ni las purgas, ni la persecución despiadada de pensadores libres y disidentes, ni la subyugación imperial de estados satélites y sus poblaciones. Por el contrario, las fallas e imperfecciones de las democracias liberales de Occidente eran examinadas con detenimiento, paradójicamente facilitadas por una prensa libre y una cultura de autocrítica, cuya ausencia obstaculizaba la discusión abierta en el bloque comunista. Los analistas y pensadores de izquierdas llegaban tan lejos en su incondicional apoyo al comunismo y su irracional ataque a todo lo que ellos denominaban como capitalismo contrarrevolucionario, que no se sonrojaban al alzar a terroristas como héroes de la civilización. Bástenos recordar la veneración por Mao y el Ché, el apoyo al Vietnam, a las guerrillas de suramericanas, el apoyo logístico a movimientos terroristas en la propia Europa, La Fracción del o Facción del Ejército Rojo, ETA, GRAPO, con las que SKP o Partido Comunista Sueco (sveriges kommunistiska parti), una escisión del partido comunista sueco, VPK (ahora V), tenía frecuentes relaciones. Las izquierdas europeas alentaban y en parte financiaban y cubrían legalmente a las organizaciones terroristas, siempre y cuando estas se declararan “progresistas”.
Todo empezó, diría yo en mayo del 67. Hasta entonces la imagen de Israel en el mundo y especialmente en Europa era muy positiva. Todavía estaba fresco en la memoria el drama del Holocausto y la izquierda europea no tenía muchos reparos en comparar la Cuba de Castro con el Israel de los kibutz, dos países con agricultura colectiva, economía socialista y un ejército popular democrático en marcha hacia amenazas externas. Era bastante normal en esos años que jóvenes socialistas suecos pasasen sus veranos en un kibutz. Pero, el 14 de mayo de 1967, el presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, permitió que dos divisiones del ejército cruzaran el Canal de Suez hacia el Sinaí y se colocaran frente a la frontera israelí. El 17 de mayo, Nasser exigió que las fuerzas de observación de la ONU (UNEF) se retiraran de Sinaí, Gaza y Sharm el-Sheikh en el Estrecho de Tiran en la entrada al Mar Rojo. Sorprendentemente, dos días después, el Secretario General de la ONU, el birmano U Thant, accedió y ejecutó esta solicitud. Después todo ocurrió con gran rapidez. El 22 de mayo, bloqueó Egipto el Estrecho de Tirán para todo el tráfico hacia el puerto israelí de Eilat, creando una situación insostenible, mientras la retórica egipcia y siria se volvía abiertamente belicosa. El 30 de mayo, Jordania se unió al pacto militar egipcio-sirio, al que Irak también se uniría el 4 de junio. Los informes desde Israel registraban asombro, preocupación y una creciente tensión a medida que las reservas se movilizaban y un estado de emergencia de facto se establecía sobre el país.
Ya en abril se había registrado un enfrentamiento militar serio pero limitado entre Siria e Israel, que culminó con el derribo de seis aviones de combate sirios en un combate aéreo cerca de Damasco ante miles de testigos. En una interacción cargada de destino, de prestigio herido, desconfianza militar, intrigas de potencias mundiales mal concebidas, cálculos estratégicos erróneos y bloqueos políticos, ponían al mundo al borde de una guerra a gran escala. Independientemente de las opiniones sobre las raíces históricas del conflicto y la causa de los refugiados palestinos, pocos, ni siquiera en la izquierda más ortodoxa, no estaban preocupados por la idea de que Israel fuera derrotado militarmente y borrado del mapa. Pero en China estaban metidos de lleno en la Revolución Cultural y habían logrado influir en las generaciones nacidas durante- o al poco de finalizar la segunda guerra mundial. Cada vez más jóvenes de izquierda habían comprendido que la vanguardia mundial revolucionaria en Pekín no estaba a favor de Israel, sino de los estados árabes. El análisis crítico hacia Israel a menudo se extraía directamente de la Peking Review, a la que los izquierdistas más conscientes estaban suscritos. Yo tengo todavía un ejemplar del “Pequeño Rojo”, como llamábamos entonces al libro rojo de Mao, traducido al portugués. Desde los grupos de jóvenes de izquierdas se afirmaba con cierta cautela que las informaciones de prensa sobre una provocación militar árabe eran falsas, que era Israel el que quería provocar otra guerra de conquista y que, en la lucha entre el imperialismo y los pueblos del Tercer Mundo, Israel estaba del lado del imperialismo. Si se apoyaba al FNL en Vietnam, cosa que toda la izquierda hacía, no se podía apoyar a Israel en el Oriente Medio. La moderación en la argumentación se debía posiblemente a que nadie estaba completamente convencido. Nadie podía negar que, aunque Israel formara parte de los planes del imperialismo occidental, el desarrollo en mayo de 1967 se asemejaba mucho a una escalada militar unilateral por parte de Egipto y Siria respaldada por la Unión Soviética.
Quiero hacer un pequeño inciso para explicar que yo también me encontraba entonces, al menos desde 1970, entre esa izquierda amorfa, joven y progresista, porque, como seguramente no dijo ni Churchill, ni Disraeli, ni Bernard Shaw, ni Bertrand Russell, pero que a mí me gusta decir: “El que a los 20 años no es socialista, no tiene corazón, el que lo es a los 30, no tiene cerebro”. Lo digo en broma, naturalmente, porque estoy convencido que los socialistas también tienen cerebro y buenas razones para serlo, aunque yo no comparta sus creencias.
Solo unos pocos dentro de la izquierda revolucionaria parecían estar dispuestos a abordar la cuestión de manera imparcial. No solo China, sino también la Unión Soviética y los movimientos de liberación antiimperialista en el Tercer Mundo estaban del lado de los árabes, creando un sorprendentemente amplio frente de izquierda en la cuestión de Israel-Palestina. La línea ideológicamente correcta sostenía que Israel era una creación colonial y debía desaparecer. Jan Myrdal, hijo de Alva y Gunnar Myrdal y un gurú de la izquierda maoísta escribió en diario sueco Aftonbladet el 25 de junio de 1967: «Ahora como entonces, solo hay una solución: una Palestina que no se base en una ideología racista; que reconozca la igualdad de valor de las personas independientemente de raza y religión. Eso significa la disolución del estado de Israel, el retorno de los refugiados árabes…». Incluso aquellos en la izquierda que habían defendido el derecho a existir de Israel durante la guerra, podrían unirse a una crítica hacia Israel superficial y obligatoria.
El mismo Myrdal ya cumplidos los 81 años, el 10 de enero del 2009, publica en el mismo Aftonbladet, un articulo con el título “El paréntesis israelí.”, ante una crisis en Gaza, una de tantas, lo que se puede decir es el punto de partida ideológico de la extrema izquierda contra Israel: “El Estado de Israel es una construcción surgida de intereses temporales de potencias coincidentes. Sin embargo, no estoy abordando la formación, sino las formas de la inevitable desmantelación del Estado de Israel. La demografía hace imposible que Israel logre la victoria de la manera en que los colonizadores protestantes anglosajones en América del Norte lo lograron. Los palestinos, o árabes si se prefiere, son demasiados y tienen demasiados hijos para que una victoria de aniquilación israelí sea posible. No pueden ser erradicados en Asia Occidental como los llamados indios fueron erradicados en lo que se convirtió en los Estados Unidos. Sin embargo, hay notables similitudes ideológicas, como el discurso sobre la promesa del Dios del Antiguo Testamento, que en el caso de los Estados Unidos se reformuló más tarde como el Destino Manifiesto. En ambos casos, la política fue despiadada y violó acuerdos.”
Es esta perspectiva, que Myrdal compartía con muchos analistas de izquierdas, la que permitía tomar partido por los palestinos, fueran Al Fatah o Hamas y siempre en contra Israel en cualquier conflicto por pequeño que fuera. Ni los atentados de Al-Qaeda, ni el 11 de septiembre, ni siquiera el Estado Islámico y sus atrocidades se han criticado de la manera que se critica a Israel, desde los bastiones de la Izquierda, porque muchos en la izquierda están, por un lado, justamente preocupados por cómo los musulmanes son demonizados por racistas y supremacistas en occidente. Por otro lado, han caído en una apreciación apologeta y absurda de todos los movimientos políticos que se oponen al mundo occidental. Esta confusión en la que caen intelectuales de la izquierda tiene antecedentes en prominentes figuras de la izquierda intelectual, principalmente en el pensador francés Michel Foucault, que aún décadas después de su muerte, sigue teniendo una fuerte influencia en la izquierda y en los movimientos feministas. Foucault se lanzó, a pesar de las críticas de Simone de Beauvoir, a elogiar al jomeinismo como teología liberadora debido a su hostilidad hacia la herencia de la Ilustración. También minimizó la brutalidad de Jomeini en general y su implementación de la segregación de género obligatoria en Irán. Aunque la violencia del régimen iraní acabo despertando su rechazo, Foucault dejó como legado de la defensa del islamismo, justificando sus posiciones ante el público occidental, a pesar de su tiranía y violencia en el Medio Oriente, el norte de África y el Sudeste Asiático. Los izquierdistas, que son hostiles en principio a los valores occidentales bajo el término global de “capitalismo”, se sintieron libres de aliarse con los islamistas y de ese modo ayudaron a promover su agenda en Occidente. Hoy tenemos una izquierda posmoderna que ha perdido la brújula ética e ideológica en sus delirios revolucionarios y cuestiona sus propios principios fundadores, que siempre han sido la defensa de la laicidad, la igualdad entre hombres y mujeres, y la libertad de conciencia.
De esta manera, los defensores “progresistas” occidentales de Palestina racionalizan su apoyo innegociable a un movimiento nacionalista cuyos valores morales y políticos a menudo están completamente en contradicción con los suyos. Por carecer de un estado y la supuesta opresión de Israel, se obvian detalles que podían complicar la narrativa de liberación monocromática de gran parte de la izquierda. Si los palestinos persiguen y encarcelan a sus propios ciudadanos LGBT se considera que es un asunto interno, y que nosotros en occidente no podemos opinar. Y cuando organizaciones como Amnistía Internacional en su informe, tras otra “guerra” (2016) contra Israel, deja claro que: “oponentes políticos de Hamas fueron secuestrados, torturados o agredidos, particularmente miembros del partido rival Fatah y antiguos miembros de las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina en Gaza.” Y otros observadores internacionales, como el corresponsal de la BBC en Oriente Medio, Kevin Connelly, señalaban que Hamas ejercía una autoridad indiscutible en Gaza y que por tanto era responsable de todos los actos cometidos allí. Así mismo el informe de Amnistía Internacional retrata a la organización por responder a la implacable presión de las operaciones militares israelíes con una brutal campaña contra sus propios enemigos internos. Según este informe, seis hombres fueron asesinados fuera de una mezquita mientras estaban arrodillados con capuchas frente a una multitud de hombres, mujeres y niños. Philip Luther, director regional de Amnistía declaró en entrevista en BBC que: «Estas muertes fueron parte de una serie de acciones espeluznantes, algunas de las cuales equivalían a crímenes de guerra, y tenían como objetivo vengarse y sembrar el miedo en toda la Franja de Gaza». Por estas afirmaciones fue criticada Amnistía Internacional desde la izquierda.
Aquí en Suecia hemos sido testigos de un debate que, aunque en un principio condenaba el ataque de Hamas, ha ido decantándose por una condena a Israel desde la izquierda, débilmente contestada desde el gobierno y los pocos medios que aún persisten en la defensa del derecho de Israel a defenderse de los ataques terroristas. Cinco días tras los ataques, el partido de la Izquierda, (Vänster) antiguo partido comunista, solicitó de la cámara parlamentaria un debate sobre la situación en Palestina. No se podía negar el esfuerzo por mantener una cierta imparcialidad. Leed el comunicado si queréis aquí[1] aunque la actitud prudente la han dado de lado y ahora piden hasta la exclusión de Israel del Festival de Eurovisión, que tendrá lugar aquí, en Malmö.
La posición del gobierno sueco refleja la convicción de los políticos de centro-derecha que lo forman y mantiene la legalidad del estado de Israel y su reacción contra los ataques terroristas de Hamas pero, la mayoría de los medios, mantienen una posición propalestina y dan a entender que se trata de un genocidio por parte de Israel. Será muy interesante ver lo que ocurre el 27 de este mes, día en que se conmemora el Holocausto. Me temo que habrá quien intente comparar los hechos actuales con la mayor catástrofe humana perpetrada por humanos que se decían cultos. Levantemos las miras. ¿Qué está pasando en el mundo? ¿Cómo se puede ver esta tragedia en un contexto internacional de orden mundial?
La cuestión de Israel y Palestina, que ha vuelto a encenderse con los acontecimientos actuales, ha demostrado una vez más cómo la lucha de poder entre Estados Unidos y China se refleja en Oriente Medio. Desde la perspectiva de las grandes potencias, Rusia e Irán adoptan una postura común con China en muchos acontecimientos en Oriente Medio, incluida la cuestión de Israel y Palestina. Al afirmar que trabajarán juntos por una solución de dos estados, China y Rusia han confirmado que comparten la misma actitud sobre la cuestión de Palestina. Además de Rusia, China ha mantenido repetidos encuentros con Irán, uno de los países que ha ampliado la influencia de China en Oriente Medio, en relación con el conflicto actual en Gaza. El propio Mao comparó a Israel con Taiwán, calificándolos de «bases del imperialismo en Asia». Su gobierno también respaldó la Resolución 3379 de la Asamblea General de la ONU, que equiparaba el sionismo con el racismo en 1975, resolución esta que fue posteriormente revocada en 1991.
En fin, aquí estamos hoy, el 23 de enero de 2024, viendo imágenes sobrecogedoras en la televisión y los diarios. Soluciones no nos dan, perspectiva de cambio no nos ofrecen. La solución de los dos estados es una propuesta muy abstracta y requeriría la aprobación de todas las partes. Esta mañana, escuchado la radio, Radio Nacional de España, oí por primera vez un análisis que yo hice anteayer: parte de la culpa, gran parte de la culpa, la tienen los países árabes que, en todos estos años no han querido aceptar a los palestinos ni ofrecerles territorio y nacionalidad. Anteayer lo comparé con lo que ocurrió en Alemania con los doce millones de desplazados tras la segunda guerra mundial, gente que venía de distintos países, no siempre hablaba alemán y tenía otras costumbres, pero eran de etnia alemana y por tanto fueron expulsados, como chivos expiatorios, pagando por las atrocidades de los nazis. Como los palestinos, eran hombres, mujeres, ancianos y niños y tenían profesiones de todas clases, ricos y pobres, cultos y analfabetos, pero todos encontraron ayuda y acomodación en un tiempo más o menos razonable, aunque todavía en 1953 había un millón de alemanes refugiados viviendo en tiendas de campaña en Alemania. Yo les diría a los líderes occidentales que ayuden económicamente a los vecinos árabes para que el día que se llegue a una solución de dos estados, ofrezcan la integración del pueblo palestino y que inviertan en los territorios palestinos, en escuelas, hospitales, industrias, hoteles etc. para que esta terrible situación termine alguna vez. Y que se atrevan a exigir, de la misma manera que se ha hecho en el este de Europa, una inmersión democrática y defensa de los derechos humanos para todos los palestinos. Ahora, lo primero, es llegar a un alto el fuego y salvar a la población civil.
[1] “Estocolmo, 13 de octubre de 2023
El Partido de Izquierda solicita un debate especial sobre la situación en Israel y Palestina.
La ocupación israelí de Palestina ha estado en curso durante décadas. Sin embargo, los acontecimientos recientes han sido tanto inesperados como impactantes. El uso indiscriminado de la violencia contra civiles, de ambas partes, es terrible y constituye una violación del derecho internacional.
Los brutales ataques de Hamas contra civiles son sin precedentes. Cientos de personas que se encontraban en sus hogares, yendo al trabajo o bailando en un festival, fueron asesinadas o secuestradas temprano en la mañana del 7 de octubre. En el momento de escribir esto, el número de muertos ha aumentado a 1,300. Un gran número de civiles israelíes aún están siendo retenidos como rehenes.
Israel ha respondido con fuertes ataques aéreos en la Franja de Gaza, con más de 1,500 muertos como resultado. Miles han perdido sus hogares. Los niños se esconden en las escuelas de la ONU con la esperanza de no ser bombardeados hasta la muerte. Pero en Gaza no hay a dónde huir. Israel ha intensificado su bloqueo y ahora hay una suspensión total de los servicios de agua, electricidad, combustible, medicamentos y alimentos. Esto se lleva a cabo en una situación ya muy tensa. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, ha criticado fuertemente a Israel, señalando que el asedio viola el derecho internacional humanitario.
En el momento de escribir esto, Israel está instando a más de un millón de personas en el norte de Gaza y en la ciudad de Gaza a evacuar la zona en un plazo de 24 horas. Esto implica aproximadamente la mitad de la población de Gaza, algo que la ONU considera imposible y que resultará en «consecuencias humanitarias devastadoras». Israel probablemente está preparando una ofensiva terrestre.
El Partido de Izquierda solicita formalmente que el parlamento organice un debate especial sobre la situación en Israel y Palestina, así como sobre la actuación de Suecia con respecto a esto.
Samuel Gonzalez Westling
Lider del grupo Vänsterpartiet”
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