Hoy es un día especial. Cuando llega el 27 de enero, siento que tengo que comunicar mis pensamientos, para compartirlos con todo aquel que quiera escucharme. Mientras fui profesor, reunía a los alumnos en el aula para un acto de respeto a la memoria de todos los inocentes que perdieron la vida en el Holocausto, por la única razón de pertenecer a, o simplemente ser considerado miembro de una etnia y una religión, que algunos consideraban maldita. No tengo que recordar aquí la magnitud de la tragedia, porque todos mis lectores lo saben perfectamente. De tanto repetir las cifras de muertos, se llega a banalizar el sufrimiento de cada uno de ellos, y no es mi intención.

Si pudiera, daría rostro a todos y cada uno de los niños, mujeres, ancianos y hombres en la flor de la vida, que fueron apartados del resto de los humanos para ser sacrificados como bestias, con ensañamiento y crueldad que solo se conocía en los relatos de mártires de la iglesia, en épocas remotas. Hablábamos ayer en el foro de los trece suplicios a los que, según la leyenda, fue sometida la niña Eulalia, por no querer perjurar de su religión ante los romanos. Santa Eulalia y muchas otras victimas de la intransigencia religiosa vieron sus vidas truncadas cuando apenas comenzaban. Viendo las crueldades que se cometen a nuestro alrededor, no es difícil dar crédito a las leyendas de mártires. Pero esta gran matanza que fue el Holocausto es única en la historia. Nunca antes se había intentado exterminar a todo un pueblo, a una mal llamada “raza”, de la faz de la tierra de la manera tan premeditada y sistemática como la Alemania nazi y todos sus colaboradores por toda Europa planificaron. Tenemos pruebas de sobra de esa planificación. No nos faltan ni datos ni nombres, aún menos rastros y vestigios de lo que ocurrió, aunque algunos se empeñen intencionadamente en pregonar que el Holocausto no existió.

El antisemitismo tiene unas raíces muy profundas en Europa. Ya en la primera cruzada, a los caballeros cristianos les dio tiempo de masacrar a la población judía de las ciudades por donde pasaban. Así, con cierta periodicidad, se han ido produciendo brotes de pogromos contra los que pertenecían a la misma etnia que el propio Jesús. Ni siquiera las    clases sociales más oprimidas, cuando al fin lograron redimirse, daban al judío un lugar en su ideario. Para los oprimidos, era el judío el opresor, para los magnates, unos indeseados opositores y concurrentes, para la iglesia, unos enemigos a aniquilar. Sin un país que les ofreciese cobijo y seguridad, iban tratando de sobrevivir en un mundo adverso, con las únicas armas de las que disponían; el estudio, el trabajo, el ahorro, la solidaridad en el grupo. Cuando en Europa, los pueblos buscaban raíces para formar sus naciones, se buscaban en un pasado mítico común, un pueblo germánico, rudo y fuerte. Buscando comparaciones, encontraron al otro, al judío, que se tildo de parásito, a penas humano, alguien a quien aniquilar sería beneficioso para la sociedad.

No es extraño que los judíos viviesen constantemente con la maleta hecha, dispuestos a huir, cuando las condiciones de vida eran insoportables. Aquí a Suecia y por tanto a Lund empezaron a venir judíos a partir de 1782, cando una orden real les dio permiso a inmigrar tras cientos de años de prohibición.

Muchos de estos judíos llegaron a Lund, cuando les fue permitido, porque al principio solo podían trasladarse a Estocolmo, Gotemburgo, Norrköping y Karlskrona. Los judíos que llegaron a principios del siglo XIX eran en su mayoría personas acomodadas del norte de Alemania.

La ola de inmigración a fines del siglo XIX fue completamente diferente. En ese momento, judíos pobres huían de la Rusia zarista debido a los pogromos en diversas ciudades. Principalmente venían de lo que hoy es Lituania a Suecia. El hecho de que llegaran en gran medida a Lund se debió a que, justo a mediados de la década de 1870, se construyó la parte sur del centro de la ciudad. Fue por iniciativa del magistrado August Theodor Ripa, y la zona fue llamada inicialmente Ripas äng (El Prado de Ripa), luego Nöden (la Necesidad) y Judéen (Judea). Los recién llegados fueron atraídos a este barrio poque ya tenían conocidos o parientes allí, la forma habitual de buscar alojamiento también en nuestros días por todos los grupos de inmigrantes que llegan nuevos a una ciudad y que necesitan una red de contactos para emprender la nueva vida en un ambiente extraño y casi siempre hostil.

Los judíos recién llegados se establecieron en las calles Stora Tvärgatan, Prennegatan, Hospitalsgatan y Mariagatan, lo que significó que Lund tuvo lo que se llama en yidis una shtetl (una pequeña ciudad judía), la única en Suecia. Los judíos pobres se ganaban la vida en gran medida a través del comercio ambulante, lo cual no era popular entre los comerciantes establecidos, que decían que los judíos les hacían la competencia. Sin embargo, aquellos que vivían cerca de los judíos no tenían nada en contra de ellos. Con el tiempo, tuvieron una sinagoga. La más conocida estaba en Prennegatan. Hoy hay familias judías que siguen afincadas en Lund, como los Kanter, Katz, Schatz y Rubenowitz.

Tras la llegada de los nazis al gobierno alemán y la leyes que impusieron contra los judíos,  en la ciudad de Lund y en la universidad se mantuvieron un intensos debates sobre la posibilidad de acoger refugiados. En 1939 el ministerio de salud había propuesto que 10 médicos judíos alemanes pudieran venir a Suecia y tener un refugio de la persecución nazi. Contra la propuesta se desató una tormenta de opiniones, especialmente en las ciudades universitarias de Uppsala y Lund. Se hablaba de la mala situación laboral por la que pasaban los médicos suecos en ese momento. En Lund, también se advertía que elementos raciales extraños llegarían a Suecia, lo que sería algo no deseado y «indefendiblemente perjudicial para el futuro». En una reunión el 6 de marzo, la asociación de estudiantes de Lund decidió, con 724 votos a favor y 322 en contra, escribir al Rey y solicitar que los diez médicos judíos no fueran admitidos en Suecia. Se puede decir que gran mayoría de los suecos tenían simpatías por Alemania, no necesariamente por los nazis, pero la idea de pertenecer a una raza superior estaba muy arraigada, sobre todo, mientras les iba bien a los nazis.

Los habitantes de Lund mostraron una actitud completamente diferente en 1943, cuando el régimen nazi alemán en Dinamarca estaba preparándose para hacer una redada a la población judía del país. Los judíos fueron advertidos y huyeron en gran número a través del Sund, con la ayuda, no siempre desinteresada, de pescadores daneses. Muchos de ellos llegaron a Lund, y se estableció una oficina de refugiados en la universidad. Las familias en la ciudad de Lund proporcionaron habitaciones para los refugiados. Los estudiantes daneses formaron una nación propia, y se estableció una escuela danesa especial en Lund, que existió desde el 15 de noviembre de 1943 hasta el 9 de junio de 1945.

Al final de la guerra En la etapa final de la guerra, muchos refugiados llegaron a Suecia, incluyendo Lund. Algunos de ellos no podían o no querían regresar a su país de origen, sobre todo los refugiados bálticos. En abril y mayo de 1945, los autobuses blancos de Bernadotte trajeron a Suecia, prisioneros liberados de los campos de concentración nazis, entre otros, gran cantidad de prisioneros judíos. El 5 de mayo había 1,933 refugiados en varios alojamientos de cuarentenas en Lund. Los lugares de cuarentena eran la escuela Klosterskolan, la escuela Parkskolan, la escuela para chicas, hoy instituto Spyken, Palaestra, perteneciente a la universidad, y la escuela Råbyskolan, esta última a las afueras de Lund. Investigadores y profesionales de todo tipo llegaron a Lund debido a la guerra, como el filósofo Manfred Moritz, que llegaría a ocupar la catedra de filosofía en la universidad de Lund, el ingeniero de medición Hellmuth Hertz, sobrino nieto de Heinrich Rudolf Hertz e hijo del premio Nobel de física Gustav Ludwig Hertz, y el geógrafo Edgar Kant de Estonia. Algunos de los liberados murieron al poco de llegar a Lund y descansan hoy en una parte retirada del cementerio. Mi paseo hoy me ha llevado allí. Desgramente me encontré completamente solo y no encontré rastros de que hubiese estado allí nadie antes que yo. No había flores ni nada que mostrase el más mínimo interés por este aniversario del Holocausto. Descansen en paz. Abajo podéis ver parte del barrio de Nöden, donde vivían los judíos en Lund, llamémosle si queremos la judería de Lund, hoy un barrio con familias pudientes en el centro de Lund, que nada tiene que ver con “la necesidad” que su nombre indica. También os pongo unas fotos del cementerio con las tumbas de los fallecidos, recientemente liberados, prisioneros de los campos de concentración nazi, principalmente de Theresienstadt. Por suerte, en muchos lugares del mundo se sigue conmemorando el 27 de enero esta tragedia para nunca olvidarla. De esto, tenemos que seguir hablando con las nuevas generaciones, para que nunca más ocurra. Amen