Voy saliendo poco a poco de una crisis somática durante la cual he necesitado tiempo y cuidados para recuperarme. He necesitado descansar, haciéndome a un lado de la corriente vital, para recuperarme. Los excelentes cuidados médicos y el cariño de mi familia me han devuelto a la vida. Lo he pasado mal, pero ya estoy de vuelta. “Dicebamus hesterna die”, como, según la tradición, dijo Fray Luis de León, regreso a mis paseos-diálogos-monólogos.

Como casi siempre, paso en mis paseos por la plaza de la catedral. Este majestuoso edificio, con su mole de piedra porosa, que cambia de color según esté el tiempo; gris blanquecino en los días secos y soleados, gris plomo bajo las lluvias de abril o gris oscuro, con manchas negras, en los días del frío invierno, cual camaleón gigante, tratando sin gran éxito de pasar desapercibido. Sus altas torres me vienen a recordar que, toda esta montaña artificial de piedra, es simplemente un objeto para la comunicación, un megáfono al servicio del poder y de la iglesia. El poder terrenal de la corona, legitimado por la iglesia, cuyo poder emana precisamente de su función legitimadora.

Y, pensándolo bien, eso de la comunicación es realmente una de las tres actividades esenciales para el ser humano, a saber: supervivencia, procreación y comunicación. Lo dicho sobre el ser humano se extiende también a todos los seres vivos con autonomía, esto me lo recuerdan los cuervos que revolotean a mi alrededor en la explanada que hay al sur de la catedral, revueltos entre palomas y algunas gaviotas. ¿Qué comunicaba la catedral cuando se construyó y qué nos comunica hoy?

Si nos remontamos a el tiempo de su construcción, a comienzos del siglo XII, podemos contemplar este edificio, rodeado de casitas insignificantes y otros pequeños templos de muy poca relevancia arquitectónica, como una gran nave en medio de un océano. Los que ordenaron su construcción querían comunicar una fuerza irresistible, a la que no se podía ni intentar enfrentarse. Desde fuera apabullaba, desde dentro deslumbraba, el visitante bajaba la voz instintivamente y se movía despacio, como para no despertar a una fuerza suprema o no despertar a los muertos que yacían en su subsuelo.

Su interior, iluminado por cientos de velas, rompía la oscuridad que reinaba puertas afuera. El sonido majestuoso y solemne de sus campanas eliminaba el silencio que reinaba en la pequeña ciudad. Su llamada llegaba a todos los rincones. Su conocido lenguaje comunicaba apremio, pesar o júbilo, según su tañer.  

Desde sus torres, las campanas comunicaban los principales acontecimientos; misas, bodas, nacimientos, decesos. Vigilantes oteaban la noche y comunicaban lo que veían, avisaban de incendios, ataques de enemigos o simplemente tranquilizaban a los moradores. Desde el púlpito se leían misivas del poder, se proclamaban leyes, guerras declaradas o paces escritas. Era siempre una comunicación en un sentido, de la catedral al pueblo, de arriba hacia abajo. Lo mismo ocurría con los escritos producidos desde allí, homilías, libros de horas, catecismos; y, desde el pulpito, anuncios y comunicaciones de nuevas leyes, que el súbdito debía conocer y acatar.

A la sombra de la catedral, en las lúgubres salas de la schola trivialis, los jóvenes alumnos recibían las clases de gramática, dialéctica y retórica escuchando las explicaciones de sus profesores, comunicadas estas a viva voz partiendo de libros escritos por autoridades incontestables. Comunicación de arriba abajo, y esos jóvenes, al graduarse, pasarían a ser capellanes, sacerdotes, escribanos, prelados varios, que a su vez comunicarían hacia abajo lo aprendido.

La comunicación reciproca, el diálogo, era escaso también en la familia. El orden patriarcal otorgaba voz al cabeza de familia. Hay dichos españoles que lo reflejan: «El padre en su casa, el amo; la madre, señora, pero en la cocina» o «En la casa manda el padre, aunque la madre no esté de acuerdo» – Allí, en el seno del hogar, se reproducía la formula de poder y el patrón de la comunicación, siempre de arriba abajo. Esta estructura jerárquica se repetía en las cofradías y hermandades donde la voz y el voto estaba reservado a los considerados hermanos mayores, aquellos que podían contribuir económicamente. La voz y el voto. Yo formo parte de un consejo municipal, el de educación, y allí tengo voz y voto, por ser miembro de pleno derecho. A los sustitutos se les concede solo la voz. Y, aun teniendo voz y voto, no es siempre seguro que la comunicación fluya libremente, que haya diálogo y no solo monólogos más o menos disfrazados. Aquí vengo a pensar, en mitad de mi paseo, en Habermas, porque él expuso una teoría de la acción comunicativa, donde explora cómo la comunicación afecta la sociedad y la política. Habermas discute la noción de «comunicación distorsionada», que se refiere a situaciones en las que la comunicación se ve afectada por factores que impiden una interacción libre y transparente entre los participantes.

Según Habermas, la comunicación distorsionada puede surgir debido a varias razones, como la dominación, la manipulación o la falta de entendimiento mutuo. Por ejemplo, en contextos donde una parte tiene un poder desproporcionado sobre otra, la comunicación puede estar distorsionada debido a la falta de igualdad en la participación y la capacidad de influencia y sostiene que la comunicación distorsionada es un obstáculo para una sociedad democrática y participativa, ya que impide que las personas se relacionen de manera igualitaria y libre. Para él, una comunicación auténtica y no distorsionada es esencial para el desarrollo de una sociedad justa y democrática.

Entonces, según Habermas, no llegaremos a tener una sociedad justa y democrática hasta que no logremos tener una comunicación nítida y fiel. Me parece que estamos muy lejos de llegar a esa sociedad. Estudiando simplemente las intervenciones de los miembros de mi consejo, me doy cuenta de que la comunicación funciona como chorros de liquido sobre gente provista de impermeables, llega, pero no cala. Los partidos que forman la mayoría en el consejo, escuchan, pero no dialogan, simplemente explican por qué van a votar en contra, sin tratar de ni siquiera de comprender las razones expuestas por la minoría.

A principios de mayo estaré en la Plaza Mayor al frente de una caseta de información de mi partido, ante las próximas elecciones al Parlamento Europeo el 9 de junio. Trataré de mantener un buen diálogo con los que se acerquen a discutir política a nuestra caseta. El pasado 2022, ante las elecciones al parlamento sueco, la región y el ayuntamiento, tuvimos muchas discusiones interesantes con los votantes que seguramente influyeron en nuestros buenos resultados en las elecciones, principalmente en las locales.

Siguiendo a Jürgen Habermas, la comunicación fiel es fundamental para el desarrollo y funcionamiento de la democracia. Su teoría se centra en la idea de la «acción comunicativa», que se refiere a la interacción social basada en el entendimiento mutuo y el consenso alcanzado a través del diálogo racional. La democracia genuina no puede existir sin un intercambio de ideas abierto y sin restricciones entre los ciudadanos.

La comunicación auténtica permite que los ciudadanos compartan información, discutan asuntos públicos y formen opiniones informadas. Esto es esencial para el desarrollo de una opinión pública robusta y diversa, que es fundamental en una democracia saludable. Además, Habermas sostiene que las decisiones políticas deben ser el resultado de un proceso deliberativo en el que todos los ciudadanos tengan la oportunidad de participar. Una comunicación fiel y abierta contribuye a la legitimación del poder político pues garantiza que las decisiones se tomen de manera transparente y sean comprensibles para todos los involucrados.

La comunicación auténtica también desempeña un papel crucial en el control democrático del poder. Al permitir que los ciudadanos critiquen y cuestionen las acciones de los líderes políticos, se establece un sistema de rendición de cuentas que ayuda a prevenir el abuso de poder y la corrupción. Coincido plenamente con Habermas en reconocer la importancia de una comunicación inclusiva que permita la participación igualitaria de todos los ciudadanos, independientemente de su estatus social, económico o cultural. Esto promueve la igualdad de voz y oportunidades en el proceso democrático. Una comunicación fiel y abierta es esencial para el funcionamiento efectivo de la democracia.

Pero, la realidad es otra y muy diferente. La democracia se ha ido reduciendo hasta quedar en una especie de dictadura de las mayorías. La constelación que consigue un 50,05 % de los votos se ve legitimada para dictar las leyes que sean, aún en contra de lo que piensen el 49,95% de los ciudadanos, y no se preocupan de encontrar el consenso necesario, para que las reformas no sean arrasadas por la próxima mayoría. Es cuestión de comunicación. Los partidos tienden a no comunicar sus intenciones claramente. Prefieren cuestionar al partido contrario, acusándolo de ser poco democrático.

Esta posición claramente cortoplacista puede quizás atribuirse al fenómeno de la globalización y los cambios tecnológicos, especialmente a la velocidad con la que se transmiten las noticias y la información en la era de la globalización, que lleva a los políticos a tratar de responder de manera inmediata a los problemas y preocupaciones del momento. Esto puede llevar a decisiones políticas impulsivas y centradas en el corto plazo, en lugar de enfoques más deliberativos y a largo plazo.

En muchos sistemas políticos, estoy pensando naturalmente en Suecia y España, la competencia por el poder fomenta una mentalidad cortoplacista, donde los políticos están más preocupados por ganar elecciones a corto plazo que por implementar políticas sostenibles y de largo alcance. La necesidad de mantener el apoyo popular inmediato puede llevar a políticas que generan beneficios a corto plazo, pero que pueden ser perjudiciales a largo plazo. A veces, simplemente el mero deseo de llegar o mantenerse en el poder, incitan a decisiones altamente arriesgadas. Muchos políticos están constantemente enfocados en mantenerse en el poder a corto plazo, lo que genera la adopción de políticas que generan resultados rápidos pero que no abordan problemas subyacentes a largo plazo.

Si a todo esto le añadimos la atención constante de los medios de comunicación y las redes sociales es de comprender que los políticos tomen a veces decisiones que favorecen respuestas rápidas a problemas inmediatos en lugar de tener enfoques más reflexivos y estratégicos. Y aquí tenemos finalmente el dilema de la comunicación, sobre todo la comunicación distorsionada. Y sorprende que los informadores utilicen tan escasamente las hemerotecas, porque allí se puede estudiar como algunos políticos dicen un día una cosa y al otro día lo contrario.

La difusión de información distorsionada exacerba las divisiones existentes en la sociedad alimentando el extremismo y la polarización. Cuando diferentes grupos reciben información sesgada que confirma sus propias creencias y prejuicios, es mucho más difícil llegar a un consenso y fomentar el diálogo constructivo. Además, la comunicación distorsionada socava la confianza en las instituciones democráticas, como los medios de comunicación, el gobierno y el sistema judicial y los ciudadanos llegan a desconfiar de las instituciones. Es fácil aludir a “la casta” y ganar votos con ello, aunque no se tenga un programa serio y maduro que anteponer. La democracia se basa en la premisa de que los ciudadanos pueden participar en la toma de decisiones informadas. Cuando la información está distorsionada o sesgada, los ciudadanos pueden tomar decisiones basadas en percepciones erróneas o incompletas, lo que socava el proceso democrático en su conjunto. Los políticos y los informadores tenemos una ardua tarea ante nosotros para reconducir la comunicación distorsionada hacia una comunicación fiel. La comunicación fiel se basa en la confianza mutua y la confianza se gana con la empatía.

Sigo mi camino. Atrás quedan ya las torres de la catedral, pero los mensajes persisten; nos comunicamos con nuestras vestimentas, con nuestra forma de andar, con nuestra manera de tratar el idioma. Comunican los edificios, los anuncios, en los auriculares llevo la radio, por la que escucho lo que este o aquel quiere comunicar, no hay diálogo, hay a lo sumo preguntas y respuestas, encaminadas siempre, las respuestas, a comunicar lo que el entrevistado considera “su” verdad y que él o ella proclama como única.    

Ayer hablé con mi amigo, el lingüista-filósofo Antonio Viudas Camarasa, sobre la importancia de leer. Decía Antonio, citando a Borges que: “Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”. Escribir se reduce, lógicamente, a una consecuencia de la lectura, a un deseo de comunicar las emociones vividas en la lectura, mezclándolas con las experiencias vividas. Os dejo aquí y comparto con vosotros el enlace a los artículos de Antonio, que recomiendo como lectura: https://www.diariodemerida.es/la-mecedora-habladora-y-la-copa-del-rey-2024/