He visto pasar los últimos estudiantes que han alcanzado el título de bachiller, tras tres años de estudios. Hordas de chicos y chicas, la mayoría de dieciocho o diecinueve años, vestidos con sus mejores galas, caras alegres, risas, cánticos, música, carteles a cuál más provocador, a cuál más atrevido. Las chicas casi todas vestidas de blanco, los chicos con trajes mayormente oscuros y corbata anudada seguramente por papá. Los veo pasar, subidos en las cajas de grandes camiones, que esparcen su música desenfrenada, toda la clase junta. En uno de ellos veo que han escrito en una gran pancarta: “nunca hemos estado tan unidos como hoy” en otra: “Es la primera vez que toda la clase está presente”. Tocan el claxon, sirenas de barco portátiles, cantan o más bien berrean, en una palabra, se divierten. Todos llevan puesta su gorra blanca con visera negra y guirnalda al frente, a modo de estrella de alférez. Se la han ganado, unos con mejores notas que otros, algunos con asignaturas suspensas, pero todos pretenden haber cumplido con esos trece años de aulas y pupitres, gimnasios, manualidades, visitas a museos, maestros y profesores, exámenes, trabajos, presentaciones y, además todo lo otro, las relaciones sociales, los compañeros. En algunos casos, la lacra del acoso escolar, como víctima o como perpetrador. Trece años pueden ser muy largos para algunos, pero ahora ya acabó. Ya se están echando de menos, mientras vociferan en el camión, porque saben que mañana se dispersaran, y cada uno seguirá su camino, a su facultad, al paro, a su primer trabajo remunerado, a un pequeño apartamento, lejos de su ciudad. Muchos dejarán el nido, se despedirán de la familia y ya no volverán a su hogar familiar, más que para celebrar alguna fiesta familiar o asistir a una boda, un bautizo o un entierro. Aquí los jóvenes se independizan muy temprano. No es raro que lo hagan al entrar a la universidad, con 19 o a veces 18 años. El sistema lo permite, ofreciendo préstamos asequibles y prestaciones, como viviendas de alquiler para estudiantes.
Los padres les han estado esperando en el patio del instituto desde muy temprano, portando grandes carteles con fotos de cuando eran niños, en tamaño descomunal, un buen negocio para los fotógrafos que las hacen. Desde esas pancartas, sonríen o lloran niños y niñas rollizos y encantadores, que casi en nada se parecen a los hombres y mujeres que van saliendo del instituto, con sus notas en un sobre. Algunas familias los llevarán si pueden en coche antiguo, limosina, a caballo o como cada uno quiera y pueda, pero de forma especial y extravagante. Un día es un día. Llegarán a sus casas, donde les estarán esperando los que prepararon la fiesta. Vendrá la familia, los amigos, los conocidos. Comerán y beberán, bailarán y muchos se emborracharán esa noche por primera vez, y ebrios irán a visitar a otros amigos, que, como ellos, comienzan hoy su vida como individuos. Se supone, que en esos trece años habrán adquirido todo lo necesario para desenvolverse en una sociedad democrática, competitiva y consumista, Tienen conocimientos básicos en muchas cosas, pero yo me pregunto, si esos conocimientos les serán suficientes para conquistar el futuro. ¿Acaso les hemos dado una educación sostenible?
Empecemos por el concepto de sostenibilidad, tan de moda en nuestro tiempo. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de sostenibilidad en la educación? El concepto de sostenibilidad en una perspectiva de educación, según lo veo yo, se refiere a la integración de principios, valores y prácticas que promuevan el desarrollo sostenible en todos los niveles del sistema educativo. Esto debería implicar primeramente, preparar a los estudiantes para que puedan enfrentarse, y con suerte, solucionar en el fututo, los desafíos ambientales, sociales y económicos que nos esperan, fomentando una conciencia crítica y un compromiso activo con la sostenibilidad.
Una educación sostenible debe Incluir temas como cambio climático, conservación de recursos, biodiversidad, justicia social y economía sostenible en los planes de estudio. Es preciso promover un enfoque que combine ciencias naturales, sociales y humanidades para proporcionar una comprensión holística de los problemas de sostenibilidad. Personalmente me he visto involucrado en la creación de una rama de la educación superior, denominada Naturhumanisterna (línea de bachiller cintifico-humanista) que mantenía esta perspectiva holística, pero que desgraciadamente quedó eliminada tras la última reforma del bachillerato en Suecia, Gy11. Me encuentro a veces alguno de mis antiguos estudiantes, que hoy son médicos, ingenieros o sociólogos.
Una educación sostenible debe utilizar metodologías que involucren a los estudiantes de manera activa, como proyectos prácticos, estudios de caso y aprendizaje basado en problemas. Igual de importante debe ser el fomentar habilidades de pensamiento crítico, resolución de problemas, colaboración y toma de decisiones informadas.
No se puede dejar de implementar prácticas sostenibles en la gestión diaria de las escuelas, como eficiencia energética, reducción de residuos, uso de energías renovables y promoción de la movilidad sostenible. No se puede inculcar la sostenibilidad en instalaciones que no los son. Los estudiantes llevarán el ejemplo de los locales donde estudian durante toda su infancia y primera juventud, como modelo de referencia para su futura actividad. Las instituciones educativas deben por tanto actuar como modelos de sostenibilidad, demostrando prácticas sostenibles en sus operaciones y cultura organizacional.
Lo que se hace en el instituto debería estar conectado con la sociedad, estableciendo alianzas con comunidades locales, organizaciones no gubernamentales, empresas y otras entidades para desarrollar proyectos y actividades que beneficien tanto a los estudiantes como a la comunidad. Es de suma importancia fomentar la participación de los estudiantes en proyectos de servicio comunitario que aborden problemas locales de sostenibilidad. Aquí también tuve la suerte de poder contribuir con mis estudiantes con un éxito, no por muy trabajado menos inesperado, que fue el ganar el concurso proclamado por la alcaldía de Lund, que consistía en premiar el mejor proyecto para la construcción de un nuevo barrio que, por cierto, ya se ha hecho realidad, incorporando muchas de las propuestas que mis estudiantes presentaron, las cuales les dieron el merecido premio.
Al mismo tiempo que se implanta una conciencia para sostenibilidad, es esencial desarrollar en los estudiantes una conciencia ética y una responsabilidad hacia el medio ambiente y la sociedad, promoviendo valores como la equidad, la justicia y el respeto por todas las formas de vida.otivar a los estudiantes a ser agentes de cambio, empoderándolos para que tomen medidas positivas hacia la sostenibilidad en sus vidas personales y profesionales. Siempre ayudará a concretizar el trabajo, alinear los programas educativos con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (ODS)[1], integrando estos objetivos en las actividades y proyectos escolares. Se precisa fomentar una cultura de innovación y adaptabilidad que permita a las instituciones educativas evolucionar y responder eficazmente a los nuevos desafíos de sostenibilidad.
La sostenibilidad en la educación no solo se trata de enseñar sobre el medio ambiente o el desarrollo sostenible, sino de transformar la manera en que se enseña y se aprende. Se trata de preparar a los estudiantes para ser ciudadanos globales responsables, capaces de contribuir a un futuro más justo y sostenible para todos. Esta perspectiva educativa implica un enfoque transformador que integra el aprendizaje académico con la acción práctica y el compromiso comunitario. Yo he trabajado de esta manera en mis asignaturas, la Historia y la Ética. Los estudiantes se alejan ya de la plaza en sus ruidosos camiones entre risas y cánticos y yo me quedo pensando en todos los fines de curso que he vivido y todas las veces que me he dicho para mí: ¡el próximo curso será mejor que todos los anteriores!
Mis estudiantes en su presentación «Lund 2030» y recogiendo el premio a su labor.
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