La política, muestra a veces facetas inesperadas y muy gratas. Ayer tuvo lugar la última reunión del consejo de educación al que pertenezco. Teníamos, como siempre, asuntos muy serios que discutir y decisiones de peso que era preciso tomar, antes de que las vacaciones paren el ritmo normal de la política de nuestra ciudad. Cuando estábamos a punto de terminar, la directora de educación primaria, que finaliza su cargo el 30 de este mes, pidió la palabra para recordarnos que, los 3500 funcionarios y los 17000 estudiantes a los que nuestras decisiones afectan, forman la parte “blanda” de la sociedad, por tanto, ella nos regaló un osito panda, a todos y cada uno de los miembros del consejo, diciéndonos que, ella deseaba que, al mirar nuestro osito, nos acordásemos de nuestra responsabilidad ante aquellos que dependen de nuestras decisiones, sabiendo que son encantadores y frágiles. Yo, a mi panda, le he puesto Ole (pronunciado como Ule) y mi joven compañera de partido le ha puesto al suyo Åke (pronunciado oque). En la foto nos podéis ver a los tres liberales del consejo con Ole, Åke, y un panda sin bautizar en manos de una compañera. Ni que decir tiene que Ole me acompañó a casa.

Los que ya me conocéis, sabéis de sobra que soy un amante de la naturaleza. Desde muy pequeño, he sentido la necesidad de huir de las ciudades y refugiarme en el campo, en el bosque, en la montaña. No hay perfume para mi que se pueda igualar al olor de tierra mojada por la lluvia, un jazmín en flor o la fragancia de la resina del pino en un pinar próximo al mar. No hay colores que puedan competir en luminosidad, viveza y matiz con los colores de las flores, de todas ellas, desde las hermosas dalias y rosas a las humildes florecillas de mayo. Del verde de los prados, de los cientos de tonalidades del verde en mi propio jardín, se llenan mis ojos. Hoy he trabajado un poco, preparando el lugar donde vamos a celebrar el solsticio de verano, la noche del 22 de junio, no como en España, que se celebrará el 23, con la Noche de San Juan. Mientras cortaba el césped y repasaba los parterres y los macizos de flores, pensaba que los humanos siempre somos más felices, cuando estamos entregados a disfrutar de la naturaleza.

Para mí, mi jardín es la mejor terapia para eludir el malestar mental y reducir los niveles de estrés y ansiedad, con las que mis otras actividades me lastran. Estando al aire libre, en contacto con la aumenta la sensación de bienestar. Se me pasa el tiempo. Hoy estuve a punto de olvidar que tenía que recoger la colada, pero eso no importa. Cuidando el jardín, siento una conexión más profunda con el entorno natural. Es una sensación de pertenencia al entorno, que exige mi atención y concentración, puro mindfulness y meditación. Lo olvido todo por unos instantes o por toda una tarde. Además, todo ese cavar, plantar, podar y regar, siempre a mi ritmo, de una forma tranquila y moderada, me ayudan a mantener la forma física, más aún, creo yo que el correr.

Yo quiero también pensar que la planificación y el cuidado del jardín, mantienen mi mente activa y saludable, y ¡siempre estoy aprendiendo! Aprendo sobre plantas, con mis vecinos de jardín, y voy comprendiendo las técnicas de cultivo y los ecosistemas. Esto de cuidar mi jardín es también una buena actividad social en interacción con otros jardineros. Ahora soy el presidente de mi ciudad jardín y, los proyectos de jardinería comunitaria fomentan el trabajo en equipo y la colaboración entre vecinos. Es fantástico ver, como todos los “jardineros”, llamémosles así a los propietarios de los jardines, se reúnen cada día de trabajo colectivo, siempre un sábado a final de mes, y, tras una pequeña explicación por mi parte de cuales serán las tareas del día, parten contentos, jóvenes y viejos, grandes y pequeños, con sus herramientas, a cuidar los caminos, jardines comunes y pequeños parques, árboles y flores, que engalanan nuestros pequeños caminos de grava. Tras tres horas, nos juntamos todos alrededor de una barbacoa y comemos, lo que algunos colonos han guisado (casi siempre chorizos) nos bebemos algunas cervezas y hablamos y hablamos, hasta que alguien dice que va siendo hora de recoger.

Estamos muy orgullosos de nuestros pequeños oasis, no solo por la belleza en si, o por el beneficio físico y psicológico que nos proporciona, sino también porque un jardín bien cuidado puede contribuir a la conservación del medio ambiente, promoviendo la biodiversidad y la creación de hábitats para insectos y aves. Yo tengo naturalmente un “hotel” para insectos y un nido prefabricado, preparado para una pareja de pájaros, con el mayor confort.

Pensando en todo esto, recibo un WhatsApp de mi amigo Víctor Bermúdez, filósofo y consejero del Ministerio de Educación español, en el que me dice, que está muy interesado en la cuestión que yo planteaba en mi anterior entrada, referente a la educación para la sostenibilidad, pues es algo a lo que él dedica gran parte de su tiempo. Tras contestar su mensaje, me pongo a pensar que yo también me he dedicado a esto hace muchos años, como profesor y como director de un instituto. El primer proyecto en el que me vi involucrado, fue en Gröna Skolgårdar (patios escolares verdes), proyecto que implica colaboración entre las escuelas, los estudiantes, los padres, la comunidad local y las autoridades educativas. Involucrando a todos en la planificación y el diseño participativo, donde los estudiantes y otros miembros de la comunidad tienen voz en cómo se desarrollan y utilizan los espacios. Aquí es muy importante que los profesores se involucren, pues, sin su participación, estos proyectos tienen una vida muy corta. La idea de estos proyectos es crear espacios donde los estudiantes puedan aprender sobre la naturaleza, la biodiversidad y la sostenibilidad de manera práctica y experiencial. Se ha podido constatar que, llevando a cabo estos proyectos, se fomenta la salud física y mental de los estudiantes, proporcionándoles un entorno natural donde poder jugar, explorar y relajarse. Los recreos se desarrollan más tranquilos y se ha podido constatar una significativa bajada del acoso escolar en aquellos centros que forman parte del proyecto.

En colaboración con todos los actores presentes en las escuelas, padres incluidos, se crean áreas verdes y jardines, espacios con plantas, árboles y flores donde los estudiantes pueden aprender sobre botánica y jardinería, que también funcionan como áreas de juego con estructuras hechas de materiales naturales como madera y piedra, que fomentan el juego creativo y activo. También se diseñan y construyen áreas designadas para la enseñanza y el aprendizaje al aire libre, equipadas con mesas y asientos, aprovechando viejos troncos y madera desechada.

En estos entornos, diseñados y construidos con el esfuerzo colectivo, los estudiantes aprenden sobre plantas, animales y ecosistemas, aumentan su conocimiento y apreciación del medio ambiente. Además los patios escolares verdes proporcionan un espacio para la actividad física, lo que ayuda a combatir el sedentarismo y promueve un estilo de vida activo. Sabemos muy bien que los jóvenes de hoy son muy sedentarios, aquí en Suecia también. Un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) muestra que una gran proporción de los niños suecos tienen sobrepeso. Hoy en día, el 22% de todas las niñas suecas tienen sobrepeso, en comparación con el 15% de hace 40 años. Para los niños, el aumento es aún más dramático con una duplicación de la proporción de sobrepeso. Hoy en día, el 25% de todos los niños suecos tienen sobrepeso, en comparación con el 13% de hace 40 años. Las causas de este resultado, devastador desde el punto de vista de la salud, se deben buscar en los cambios en los hábitos de vida, principalmente el aumento del sedentarismo, así como en los hábitos alimentarios deteriorados, donde las frutas y verduras, en gran medida, han sido reemplazadas por pasta, pan y pasteles dulces. Según la Agencia Nacional de Alimentos, la investigación muestra que una alimentación saludable puede contribuir a reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares en un 30 al 50 por ciento, y prevenir hasta un tercio de todos los casos de cáncer. Los buenos hábitos alimenticios salvan vidas. La escuela juega sin duda un papel importante en el establecimiento de buenos hábitos, tanto en lo que respecta a la actividad física como a una alimentación saludable, mediante la demostración, enseñanza y práctica de hábitos alimenticios y de ejercicio saludables. Aquí es de gran importancia que los jóvenes aprendan a conocer de dónde viene la comida y que propiedades tiene, que efectos tiene para la salud a largo plazo.

Estos espacios fomentan la interacción social y el juego cooperativo, y ayudan a los estudiantes a desarrollar habilidades sociales. Algo que yo he podido constatar es que, el aprendizaje práctico y al aire libre mejora la concentración, la creatividad y las habilidades de resolución de problemas. Yo lo he practicado mucho con mis estudiantes y, si tuviéramos en Suecia el clima que tenéis en España, lo habría hecho mucho más a menudo. Hoy lo dejo ahí y seguiré mañana, porque tengo mucho que contar sobre la educación para la sostenibilidad.  Abajo podeís ver a tres políticos con tres ositos de peluche y un aula al aire libre muy refrigerada.