Resulta que ayer fue el día más caluroso de este verano, 31 grados, que es el récord de un 29 de agosto. Era una sensación rara. Yo iba por la calle y me parecía que andaba por Barcelona, solo que el paisaje era un poco diferente. Hoy no me he limitado a pasear, sino que he salido a correr, animado por el buen tiempo y por el saber que dentro de menos de un año, correré la media maratón de Broloppet (la carrera del puente), esa mítica carrera, que se corrió hace 25 años, con motivo de la inauguración del puente que une Dinamarca con Suecia por el Sund. Es, como ya sabéis un puente de 13 kilómetros, que desaparece bajo el mar, como por magia, en un túnel de 4 kilómetros. Saldremos del aeropuerto de Kastrup, en Dinamarca, que está junto a la entrada del túnel y correremos hacia Malmö, en Suecia. En total correremos 21,1 kilómetros, distancia que yo he corrido muchas veces de joven, pero que ahora me resulta muy larga, hace unos meses, casi imposible.

Cuando salgo a correr me doy cuenta de que existo. Corro, luego existo, diría yo, parafraseando a Descartes, y, aunque parezca una tontería, es así. No es que yo no exista cuando voy paseando, pero me siento invisible y no es nada que yo me invente, parece que nos pasa a todos, con la edad. Yo recuerdo perfectamente que, antaño, cuando yo iba por la calle, encontraba miradas o me sabía observado por otros. No era, como ahora, un ser anónimo que pasa completamente desapercibido. Con la edad, mi presencia ha ido debilitándose, borrándose, hasta hacerme, prácticamente invisible. Hablando con otra gente de mi edad, me dicen que también lo sienten así, es una rara sensación de ser un visitante invisible, casi un fantasma, que se desliza por las calles. Pero al correr es completamente diferente. Parece que mi apariencia gris trasparente, de pronto, va adquiriendo color, y es descubierta por los viandantes. Los que corren, me miran con caras sonrientes, como pensando – “ahí va uno como yo, sudando y jadeando, pero feliz”. Los que pasean, también me miran, pensando quizás, que ellos también van a salir a correr. Curiosamente, hoy, camino de casa paré en la tienda a comprar leche y otras cosas que necesitaba para hacer la comida y, el cajero, un hombre joven, me dijo – “yo quiero salir a correr contigo. Necesito correr con alguien, porque si no, no me animo”- Una señora de mi edad, que estaba subiendo sus productos a la cinta, nos miró y sonrió.

Debo decir, para no caer en la fácil mentira o exageración, que también me sonríen cuando camino, pero es poco frecuente y, casi siempre, son antiguos estudiantes o colegas, vecinos y gente que conozco de la política o del deporte, o son niños pequeños, que van en su carrito. Estos últimos me descubren siempre, me miran con atención y, si yo les sonrío, me sonríen de vuelta, con sus sonrisas francas, tan adorables.  Pero lo normal es que, si voy caminando, soy invisible, para todo aquel que no me conoce o para los bebés., algo que cambia cuando voy corriendo.  No sé, hay gente que seguro querrían pasar desapercibidos, como arropados en un manto invisible, pero yo prefiero encontrar una sonrisa en los rostros de las personas que encuentro en mi camino.  Aquí viene bien una letra de Joan Manuel Serrat:

“Te podría contar

Que está quemándose mi último leño en el hogar

Que soy muy pobre hoy

Que por una sonrisa doy todo lo que soy

Porque estoy solo y tengo miedo”

Es algo que llevo en auriculares cuando corro; llevo Las canciones que me gustan y esta es una de ellas, que me prepara para el otoño, para el otoño definitivo. Esto de llegar a cierta edad tiene sus cosas buenas y las que son peores. Entre las cosas buenas está la libertad del jubilado, reconozco que esa libertad tiene un gran valor para mí. Entre las cosas malas está el que nadie cuente con uno, lo digo en forma general, pues no puedo quejarme, pero, para muchos, los que pasamos de los setenta, no contamos. Hay también quien piensa que somos un estorbo que solo ocupamos sitio y piden paso. Esto ocurre en la vida académica y en la política. Hay quien habla de “la montaña de carne” refiriéndose a la generación “babyboom”[1] a la que pertenezco sin culpa alguna. La discriminación por edad es algo terrible que, como la vejez misma, les va a aceptar a todos los jóvenes de hoy. Pensando en ello, recuerdo algo que tuve la ocasión de conocer en 1970, cuando yo vivía en un pueblecito llamado Påarp, a diez kilómetros de Helsingborg.

Estaba yo sentado a la mesa de la cocina, desayunando, una mañana de otoño, y vi pasar a un hombre muy mayor. El que yo pensase que era un hombre muy mayor hay que verlo a la luz de mi juventud, claro. Ahora sé que ese hombre tenía entonces 85 años. Me llamo la atención su largo pelo blanco e igualmente larga barba, que volaban al viento, mientras el pedaleaba en su vieja bicicleta a una velocidad bastante respetable, tan respetable, que al principio creía que iba montado en una moto. Yo jugaba al tenis por las tardes con unos amigos del pueblo y les comenté mi experiencia de esa mañana y ellos me dijeron entre risas que yo había visto al mismísimo “Stålfarfar” (el abuelo de acero). No pensé más en ello, porque ellos no siguieron la conversación sobre este abuelo de acero, pero en 1987, leí en un periódico la noticia de su muerte a los 101 años, y es esta historia la que os voy a contar hoy.

Stålfarfar es el apodo que se le dio a Gustaf Håkansson, un hombre que se convirtió en una leyenda por su increíble hazaña en una competencia de ciclismo a una edad avanzada, concretamente a los 66 años, edad que ahora, a mí por lo menos, no me parece muy avanzada, dicho sea de paso. Gustaf Håkansson nació el 15 de octubre de 1885 en Helsingborg, Escania, en la casa de labor Västra Karaby 21. Trabajó en el campo y era conocido por ser un hombre de gran resistencia y tenacidad. Ya como casado se dedicó a los transportes, pero, la bicicleta, era algo que le apasionaba tanto, que en 1927, a los 42 años, se fue en bicicleta hasta las montañas del norte, una distancia de unos 2.500 kilómetros ida i vuelta. Esto lo hizo él como una pequeña ocurrencia, anónima y personal. El apodo de Stålfarfar, que en sueco significa «Abuelo de Acero», se le dio debido a su impresionante resistencia física, especialmente en el contexto de su hazaña más famosa.

Todo empezó 1951 como una iniciativa propagandística para una fábrica de bicicletas y de armas, Husqvarna que junto con el periódico Stockholmstidning y en colaboración con la federación de ciclismo de Suecia ideó una carrera de fondo llamada Sverigeloppet que, saliendo de Haparanda, en el norte de Suecia, llegaría a la meta en  hasta Ystad, la ciudad más al sur de Suecia. La carrera tuvo lugar un total de diez veces entre 1951 y 1965. Los participantes corrian con bicicletas de uso común equipadas con el buje de 2 velocidades Novo de Husqvarna a lo largo de la, casi siempre,  fangosa carretera nacional 13, que al sur de Estocolmo se convertía en la carretera nacional 1. La de Stålfarfar comienza en el momento que él, cumplidos los 66 años, decidió participar en esa carrera que atravesaba Suecia de norte a sur, cubriendo una distancia de aproximadamente 1,760 kilómetros desde Haparanda a Ystad, el mayor trayecto entre ciudades Suecas, una distancia solo 101 kilómetro más corta que la distancia entre París y Cádiz, para que os hagáis una idea.

Debido a su “avanzada edad”, los organizadores del Sverigeloppet consideraron que Håkansson era demasiado viejo para participar y lo descalificaron, aduciendo que la carrera estaba reservada para ciclistas de hasta 40 años, sin embargo, él no se dejó desanimar, todo lo contrario. Determinado a demostrar su fuerza y resistencia, decidió realizar la carrera de todos modos, pero de manera no oficial. Para deleite de los periodistas, Håkansson recorrió la ruta de todas formas. Sverigeloppet se llevó a cabo en etapas del 1 al 8 de julio, y mientras los competidores dormían, Håkansson pedaleaba hasta tres días seguidos. Durante la competencia, fue presentado como «Stålfarfar» debido a un personaje de cómic popular en ese momento. Llegando a Söderhamn, después de haber recorrido 780 kilómetros, la policía le exigió que se sometiera a un examen médico, y resultó que Håkansson estaba en buena forma, tan buena, que parecía que tenía 30 años. Después de 6 días, 14 horas y 20 minutos llegó a Ystad, 24 horas antes que el primero de los competidores. Allí, la banda de música de la brigada de bomberos tocó y Håkansson fue llevado en volandas. Al día siguiente, se reunió con el rey.

Lo bueno del caso es que, el abuelo de hierro no tenía suficiente dinero como para pagarse un viaje en tren desde Helsingborg a Haparanda, así que, ni corto ni perezoso, se fue en bicicleta. Salió con buen tiempo, el 3 de junio. Al llegar, le negaron el dorsal y él se hizo uno y le puso la cifra 0 y con este dorsal y de muy mala leche, cruzó toda Suecia. Salió un minuto después del último ciclista, pedaleando tras él. Justo antes, se había reconfortado con un par pastas y una gaseosa.

Los periódicos se dieron cuenta de la historia de este excéntrico viejo al poco de comenzar la carrera, y comenzaron a seguirle con más interés que el que mostraban a la carrera en sí. Y, es que él les daba material cada vez que le entrevistaban, como después de su llegada a Umeå, tras 430 kilómetros, cuando les dijo a los periodistas que pensaba continuar. — No, solo necesito dormir cuando estoy cansado, y yo aún no estoy cansado — le dijo al reportero del periódico Expressen.  La verdad es que él no iba muy deprisa, se ha calculado que iba a unos 15 kilómetros a la hora, pero compensaba al no parar para dormir. Cubrió el recorrido de 1764 kilómetros desde Haparanda hasta Ystad, en 6 días, 14 horas y 20 minutos, aproximadamente un día antes que el ganador oficial de la carrera, durmiendo solo un total de 11 horas. El premio al vencedor se lo negaron, pero los periódicos iniciaron una campaña para juntar dinero y tras la carrera le llovieron las ofertas de trabajo, en anuncios y promociones y hasta le pagaron por mostrarse al público en las fiestas de Kivik, un mercado muy popular. Llegó hasta a grabar discos en los que cantaba salmos y otras canciones religiosas. Gustaf siguió dándole a los pedales toda su vida y en 1959 se fue en bicicleta hasta Jerusalén, para ver los santos lugares, como el dijo. Porque, este abuelo de acero, era muy religioso y llevaba siempre su biblia.

Bueno, pues, a lo que íbamos; no hay por que ser invisibles, solo porque pasamos la edad de la jubilación. A este hombre lo conocían bien, aún siendo “tan viejo”, o quizás por ello. Tan fuerte no soy y dormir 11 horas en seis días está muy lejos de mis posibilidades, pero 21,1 km voy a correr el 15 de junio del año que viene, añadiré, por si acaso, eso de “si Dios quiere”, no vaya a ser que…


[1] El ministro de Finanzas socialdemócrata Pär Nuder llamó a los nacidos entre los años 1945-1954 «la montaña de carne»y ahora tenemos un nombre inglés: babyboomers.