Primero de septiembre, un día que marca un cambio, llega la melancolía. La naturaleza misma entra en un período de declive; las hojas caen, las plantas se marchitan, y hay una sensación general de que todo se prepara para el otoño y el descanso invernal. la reflexión sobre el paso del tiempo y lo efímero de la vida induce a la melancolía. En septiembre, el verano se despide lentamente y da paso al otoño, con sus hojas doradas y su brisa fresca, su riqueza en colores nostalgia y esperanza, melancolía y anhelo. Estamos en medio del Fructidor de los revolucionarios franceses, cuyo calendario nos viene como anillo al dedo aquí en Escania. Ayer me comí la mejor pera del mundo, el tomate más sabroso, me comí una manzana crujiente y jugosa, con un aroma fresco, ligeramente floral. ¡Los perfumes del otoño! El jardín, que era todo color, sigue siéndolo, pero añade la fragancia de las frutas y las bayas, y se percibe ahora por los cinco sentidos.

Marca este día el retorno a la actividad política, las reuniones, los mítines, los escritos, las propuestas, las votaciones. Sube el pulso, como en una carrera de fondo. Sube la temperatura en las discusiones, se vuelve a afilar la oratoria, se afilan los argumentos. La política es una arena donde nos encontramos a través de las generaciones, sin problema, sin prejuicios. Aquí vale la experiencia y también se valora la frescura y la inquietud de los jóvenes. Dentro de pocas horas me encontraré con todos mis compañeros de partido y será como volver a empezar. Y, como Cervantes dejó decir a Don Quijote: “Y así, me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me deparare, en ayuda de los flacos y menesterosos. «[1] Porque, en realidad, los políticos somos una especie de caballeros andantes que van por el mundo pensando que van a darle voz a los que no la tienen y mejorar el mundo, cada uno con su visión tan personal de los que es bueno y lo que es malo, y todos somos legos, amateurs, aficionados. No hay una carrera explicita para políticos; somos profesores, médicos, ingenieros, oficinistas, militares, dentistas, estudiantes, panaderos, cómicos, y un largo etcétera. Lo único que llevamos todos es nuestro sentido común y una cierta sensibilidad para desear una sociedad justa para todos. Aquí me refiero a los políticos de todos los colores, de todas las ideologías, la diferencia radica solamente en como llegar a ese estado de justicia y bienestar, ahí nos distinguimos los unos de los otros. Antiguamente, los partidos representaban “partes” de la sociedad, con intereses específicos; agricultores, rentistas, trabajadores, comerciantes y demás, pero hoy tenemos rentistas de izquierdas y trabajadores de derechas pues más bien es la idea de la sociedad y no solamente los intereses económicos o de clase, los que definen la tendencia política que cada uno elige.

No puedo negar que los políticos somos una minoría. Como político, me refiero a aquellos que se interesan por la política y pertenecen a algún partido, Aquí en Lund no llegamos al millar, contando los afiliados a partidos, y unos 150 los que tenemos algún cargo político, es uno de cada mil habitantes. Naturalmente, hay una cantidad mucho mayor de aquellos que tienen opiniones políticas, sobre todo, cuando una decisión tomada se considera perjudicial o contraria a como ellos piensan que se debería haber decidido. La gran mayoría, vive sus vidas de espaldas a la política, aunque saben muy bien que esas vidas siempre están condicionadas por decisiones políticas. Yo considero que se puede culpar a los medios de comunicación de esta falta de interés por lo político. No quiero refunfuñar y aún menos decir que todo era mejor antes, porque hay que tener en cuenta que las audiencias actuales son mucho más diversas, en términos generales. Además, la aparición de medios digitales y plataformas en línea permite que las personas accedan a una amplia gama de fuentes de información, lo que presiona a los periódicos a ser menos partidistas para no perder relevancia y audiencia. Hay una cacofonía de noticias que entretienen y distraen pero que raramente profundizan. Lo único que se me ocurre, para promover el interés por la política, es fomentar la formación democrática desde la escuela.

Quizás tan importante o más como la formación política, debe ser la formación agrícola. Parecerá un poco fuera de contexto, pero yo creo que uno de los males de los que la sociedad adolece es el estar cada vez más alejados de lo esencial, de la tierra y de lo que nos da vida. Todos comemos, todos bebemos agua, pero pocos jóvenes urbanitas (una mayoría en nuestras sociedades occidentales) conocen como funciona el milagro de la vida, exceptuando explicaciones teóricas que se estudian en las aulas y se muestran en forma grafica en los libros. Me parece poco y completamente insuficiente. A mi parecer, sería necesario educar a los niños, ya desde muy tierna edad, en como funciona la vida en su forma más práctica; tocando la tierra, sembrando semillas, regando, viendo crecer los brotes, limpiando de malas hierbas, podando, protegiendo y finalmente cosechando. Este proceso, sencillo y en pequeña escala, debería estar al alcance de todas las unidades escolares, desde párvulos hasta el bachiller. Los valores que se adquieren sobrepasan el conocimiento del proceso biológico, facilitando la colaboración entre alumnos.

No me lo “saco de la manga”, así porque sí. Esto ya existe, aunque en pequeña escala y en ciertos centros educativos, sobre todo en los que aplican las pedagogías Montessori o Waldorf. Aquí en Suecia y concretamente en Lund, tenemos además algunas escuelas asociadas a una red que llamamos “Gröna skolgårdar” (patios verdes) que también intentan fomentar la formación agrícola dentro del currículo. La formación agrícola permite a los alumnos comprender mejor los ciclos de la naturaleza, la importancia de la biodiversidad y cómo sus acciones impactan en el medio ambiente, fomentando una mayor conciencia ambiental y responsabilidad hacia la conservación del planeta. Los alumnos que participan desarrollan una apreciación y respeto por la naturaleza, que los lleva a comportamientos más sostenibles y una mayor disposición para participar en actividades de conservación y protección ambiental.

Aprender sobre agricultura enseña a los estudiantes de dónde provienen los alimentos necesarios para nuestra existencia, los procesos que están involucrados en su producción y hasta la importancia de una dieta equilibrada. Además, podrían llegar a cultivar sus propios alimentos, para una comprensión más profunda de la nutrición y la salud, y, por consiguiente, desarrollar hábitos alimenticios más saludables, y aprender a valorar los alimentos naturales y locales. Tampoco podemos olvidar los valores estéticos y físicos que se alcanzan, simplemente moviéndose por el campo.

No se trata de dejar a un lado los conocimientos teóricos, al contrario. La agricultura incorpora conceptos de biología, química, física y matemáticas. Por ejemplo, los estudiantes pueden aprender sobre el ciclo de vida de las plantas, la fotosíntesis, el equilibrio de nutrientes en el suelo y las fórmulas para calcular la distribución de agua en los cultivos. La formación agrícola proporciona un contexto práctico para aplicar conocimientos científicos y matemáticos, haciendo que estas materias sean más atractivas y relevantes para los estudiantes. La agricultura enseña habilidades prácticas como el cultivo de plantas, la gestión del suelo, el riego y el uso de herramientas agrícolas. También abarca técnicas avanzadas como la agricultura sostenible, la permacultura y la agroecología.

Los alumnos adquieren habilidades útiles y transferibles para aplicar en sus hogares para el resto de sus vidas. Esto es particularmente valioso en áreas rurales donde la agricultura es una parte significativa de la economía local, realzando la importancia de esta actividad y dando valor a la contribución que estas regiones, como por ejemplo Extremadura en España o Escania en Suecia, hacen al conjunto del país. Muchas actividades agrícolas, como la preparación del suelo, la siembra y la cosecha, requieren colaboración y trabajo en equipo. Los alumnos aprenden a planificar, comunicarse y trabajar juntos para lograr un objetivo común. Fomentar el trabajo en equipo y la colaboración ayuda a desarrollar habilidades sociales, construir relaciones interpersonales y mejorar la capacidad para trabajar efectivamente en grupo.

Los alumnos desarrollan una mentalidad de autosuficiencia y resiliencia, aprendiendo a resolver problemas y adaptarse a las circunstancias cambiantes. Aprender habilidades agrícolas puede capacitar a los estudiantes para cultivar sus propios alimentos, lo cual es un paso hacia la autosuficiencia. Esta formación puede también inspirar a los alumnos a considerar oportunidades de emprendimiento, como puede ser fundar un huerto urbano, vender productos agrícolas locales o desarrollar soluciones innovadoras para problemas agrícolas. Promueve, sin duda, una mentalidad emprendedora e innovadora, alentando a los estudiantes a pensar de manera creativa y a explorar nuevas oportunidades económicas.

Por último, trabajar con la tierra y las plantas tiene beneficios psicológicos comprobados, como la reducción del estrés, la mejora del estado de ánimo y el aumento del bienestar general. La participación en actividades agrícolas puede ayudar a los alumnos a desarrollar una mejor salud mental, ahora que tanto se habla de la proliferación de problemas mentales en los jóvenes, promoviendo la paciencia, la atención plena y proporcionando una mayor satisfacción personal. La agricultura requiere esfuerzo físico y dedicación, lo cual enseña a los estudiantes el valor del trabajo duro y el esfuerzo humano necesario para producir alimentos, lo que inculcaría una ética de trabajo duro y una mayor apreciación por el trabajo de los agricultores y otros trabajadores del sector agrícola.

En mi paseo de hoy trato de comprobar si puedo encontrar rastros de este tipo de educación. En mi trabajo político, en el consejo de educación de Lund, tengo como uno de mis objetivos, el promover la formación agrícola en las escuelas. Encuentro bastantes problemas que no son fáciles de resolver. Se trata, por ejemplo, de problemas relativos a la actividad durante las vacaciones. Para tener una continuidad se requiere contar con personal adecuado durante todo el año. Parece que voy encontrando apoyos en algunos partidos. Los que no me apoyan, intentan hacer ver que la escuela obligatoria tiene un fin declarado en la legislación vigente y en los planes de estudio, que no prevén este tipo de formación. Yo suelo argumentar que solo es una cuestión de interpretación. Lo importante es que la escuela pueda dar los conocimientos y habilidades necesarios, el cómo, es algo que está abierto a diferentes métodos. Pienso que podemos llegar a algún tipo de colaboración en este sentido con las ciudades jardín, como la mía, donde tenemos terrenos que podíamos poner a disposición de las escuelas, teniendo en cuenta que las escuelas están repartidas de forma que, siempre hay una ciudad jardín en su proximidad. Estoy formulando un escrito para presentar en la reunión de mañana, aunque no se discutirá hasta octubre. Las cosas de palacio van despacio, como sabemos.

Yo estoy en plena campaña de recolección de manzanas.  Es una campaña muy larga, que comienza a finales de agosto y se extiende hasta finales de noviembre, dependiendo de la variedad. Las manzanas de mi jardín son de tres clases diferentes, algunas para consumo fresco y otras para secar y usar en las comidas. Hay que estar atento e ir cogiéndolas según maduran, porque, si estoy dos días sin recoger, tengo decenas en el suelo, y no me gusta que se pierdan. Mis ciruelas las recojo en agosto y principios de septiembre, pero ya me quedan pocas en el árbol. Las frambuesas ya se acabaron. Me quedan, además de manzanas y ciruelas, peras y moras. Mientras voy recogiendo, como alguna.  A cada bocado, el jardín parece cobrar más vida. Las manzanas crujientes ofrecen un estallido de frescura con su dulzura equilibrada y un toque de acidez que despierta los sentidos. Las peras, por otro lado, dejan un susurro de miel en el paladar, suaves y dulces, con una textura granulada que se derrite en la lengua. Las moras, las voy recogiendo según maduran, con mucho cuidado para no pincharme, me las voy comiendo y muy pocas llegan a la cocina, y las que llegan, se convierten en mermelada, para el invierno. Mermelada haré también de los tomates que no me pueda comer. Este año ha sido un buen año de tomates, que planté a primeros de mayo y han crecido “a golpes de sol y de agua” como dice la canción. De las bayas del sauco haré una bebida muy refrescante que se puede beber con las comidas.

Mi jardín no es un lugar cualquiera, es una experiencia para todos los sentidos, una sensación permanente de “Feng Shui”, equilibrio y armonía. Los colores, los aromas, los sabores, todo se combina para crear un rincón de paz y bienestar. Bajo la sombra de los árboles frutales, el tiempo parece detenerse y puedo disfrutar del simple placer de existir, rodeado de la generosidad de la tierra y las maravillas de la naturaleza. Y así, en cada fruta, en cada flor, encuentro el recordatorio de que la belleza y la dulzura de la vida están siempre al alcance de la mano, listas para ser saboreadas y apreciadas en su más pura esencia. Todos deberíamos estar en contacto directo con la naturaleza.


[1] Don Quijote. Primera parte, capítulo XIII: https://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/parte1/cap13/default.htm