Sigue el buen tiempo. Ya no es noticia, pero lo escribo para que quede constancia, por si cambiase en un futuro. Voy ligero de ropa para no pasar calor, y llevo una gorra para proteger mi calva de los rayos del sol.  En mi dirección, unos metros más adelante, va una mujer empujando un cochecito en el que va sentada una niña, con un sombrero de ala ancha, que la protege del sol. La madre va envuelta en un chador. Su vestimenta me dice mucho. Si hubiese ido vestida con ropa corriente, según la estación, no me habría fijado, pero este chador, con este calor, me hace recapacitar. Primero me pregunto a mí mismo, ¿por qué me intereso?  La respuesta es simplemente que me intereso porque esa prenda me explica muchas cosas, que están relacionadas con mi entrada de ayer. Yo voy andando por Lund, una ciudad sueca en la que hasta el 1980 no se había visto un chador, pero que hoy es una prenda tan normal, que puede pasar desapercibida, aunque yo, aquí y ahora, quiera interesarme por ella.

En 1980 llegaron los primeros iranies a Lund como uno de los efectos de la Revolución Islámica de 1979, que derrocó al Shah de Irán, Mohammad Reza Pahlavi, y estableció un régimen teocrático liderado por el ayatolá Ruhollah Jomeiní. Esta revolución, seguida de una brutal represión política y constantes purgas, provocó una gran inestabilidad política y social. Muchas personas huyeron del país que además afrontaba la imposición de estrictas normas religiosas. Entre los refugiados se encontraban opositores políticos, profesionales liberales, intelectuales, y personas perseguidas por sus ideas o creencias. Las duras condiciones de vida, la movilización forzada para la guerra contra Iraq y la continua represión política bajo el régimen islámico llevaron a muchos iraníes a buscar asilo en el extranjero.

Durante los años 1980, Suecia mantuvo una política relativamente abierta hacia los refugiados, lo que atrajo a iraníes que buscaban seguridad. Muchos refugiados iraníes que llegaron a Suecia tras la Revolución Islámica apoyaban al derrocado Shah Mohammad Reza Pahlavi y su régimen secular prooccidental. Este grupo estaba compuesto principalmente por personas de la clase media alta, profesionales y antiguos funcionarios que perdieron sus posiciones tras la revolución. Ellos y sobre todo sus hijos, educados y/o nacidos en Suecia, se incorporaron rápidamente a la sociedad sueca, haciendo brillantes carreras académicas y tomando parte en todas las actividades de una sociedad moderna. Generalmente este grupo es laico y se incorporó rápidamente a la forma de vida y las costumbres del país de acogida, sin olvidar su cultura. El segundo grupo es el siempre heterodoxo grupo de las izquierdas. La Revolución Islámica fue seguida por una brutal represión contra los partidos de izquierda, incluyendo comunistas, socialistas y otros grupos marxistas. Muchos de estos grupos, como el Tudeh (Partido Comunista) y los Mujahidines del Pueblo, una organización islamo-marxista, se exiliaron a Suecia. Estos refugiados continúan luchando contra el régimen desde el extranjero y buscan establecer un sistema más igualitario en Irán. Generalmente, este grupo también es laico. Un tercer grupo es el de los kurdos iraníes, que también han buscado refugio en Suecia debido a la represión contra los movimientos nacionalistas en las regiones kurdas de Irán. Estos grupos suelen apoyar la autonomía o independencia para las regiones kurdas y se oponen tanto al régimen islámico como a las políticas de centralización.

Yo me pregunto naturalmente, a qué grupo pertenecerá esta joven madre. Podría ser cualquiera de esos tres enumerados, porque yo he tenido estudiantes de los tres grupos que han elegido libremente ponerse el chador o el hiyab para no perder su identidad. Esto abre en si una discusión sobre la razón de una mujer de segunda o tercera generación, poco o nada practicante, de ponerse el chador, discusión que yo seguiré en otra entrada. Volviendo al grupo al que ella pudiera pertenecer, creo que es al de los hazaras de Afganistán, de los cuales inmigraron en 2015 más de 40.000 individuos, aproximadamente el 20% mujeres. El motivo principal de mi interés por esta prenda es uno de los bulos que se extienden sobre las mujeres que llevan chador o hiyab, que es que son retrogradas e ignorantes. ¡Qué falsos y qué ignorantes son los que difunden ese mito! Entre mis mejores estudiantes he tenido muchas mujeres con todo tipo de velo, chador o hiyab. Cuando pienso en ellas, no puedo más que reírme de los que piensan que son ignorantes. Otro gran bulo es que están obligadas por sus padres. No puedo negar que puede haber algún caso, pero por lo general las mujeres que llevan velo, se lo ponen por libre elección. Yo me pregunto, si la modernidad es necesario demostrarla con una cierta forma de vestir.

Me viene a la memoria una frase, un proverbio, que un amigo ruso me enseño, cuando yo estudiaba ruso, hace 30 ahora 30 años: “Со своим уставом в чужой монастырь не ходят.»[1]  que traducido al español sería, “no vayas a un monasterio ajeno con tus propias reglas”. Este proverbio lo tenemos también en español:  «Allá donde fueres, haz lo que vieres» que mi madre me enseño como: “a dónde vayas, lo que veas hagas”. En muchas lenguas el lugar a donde se va es Roma, la metrópolis, el centro de la cultura en la antigüedad. Por eso los ingleses dicen: «When in Rome, do as the Romans do”, los franceses:  «À Rome, fais comme les Romains”, los portugueses: “Em Roma, sê romano” y hasta los turcos piensan en Roma cuando advierten que hay que tomar las costumbres del lugar donde se está, como se suele decir en sueco: “Roma’da Romalılar gibi yap» que en turco quiere decir: «En Roma, haz como los romanos.» La verdad es que no es de extrañar que sea Roma la que represente el lugar dónde emigrar, la metrópolis que podía imponer su criterio de como se debía vivir la vida. Ahora esa Roma podría ser, Nueva York o Londres o, por qué no, Barcelona o Lund. Cualquier ciudad occidental puede servir como Roma. ¿Qué queremos decir con ese proverbio? ¿Queremos decir con esto que, por nuestro bien, debemos adaptarnos a la sociedad a la que llegamos, aunque sea a costa de cambiar radicalmente nuestra forma de vida, nuestra indumentaria, nuestra alimentación?

La verdad es que, para muchos, el buen inmigrante es el que se acopla tan bien a su entorno, que no se le ve. El buen inmigrante debe, dicen algunos, camuflarse, adaptándose al entorno hasta ser una parte inseparable de este. Cualquier disonancia, en la lengua, en el vestir, en el modo de moverse por las calles, se percibe, dicen algunos, como una transgresión que pone en riesgo el concepto que la población autóctona tiene de si misma y de su hábitat. En otras palabras, son indeseables para muchos los atuendos étnicos, los acentos que indican que el que habla no lo hace en su idioma materno, las formas de gesticular, hasta el olor que despide cuando guisa su comida favorita. En concreto se trata de que hay dos modelos de acoplar a los inmigrantes en la sociedad mayoritaria: Integración o asimilación.

La asimilación es el proceso mediante el cual un individuo adopta las características de la cultura dominante, con el fin de ser aceptado o integrado en esa cultura. En este proceso, el grupo o individuo pierde en gran medida sus propias características culturales, como el idioma, las costumbres y las tradiciones, en favor de adoptar las de la sociedad receptora. El problema es que, si esta asimilación es considerada como insuficiente por ese grupo dominante o una parte relevante de este grupo, llamémosle principal, el inmigrante se queda en tierra de nadie. He visto tantos ejemplos de inmigrantes que se han esforzado en hacerse suecos a marchas forzadas, olvidando su idioma, sus costumbres, construyendo un muro infranqueable para la propia cultura, que sus hijos ya nunca alcanzarán. La asimilación es un proceso unidimensional en el que se adopta por completo la cultura dominante.

La integración, por el contrario, implica la adaptación y participación en la sociedad dominante mientras se mantienen al mismo tiempo aspectos de la propia identidad cultural. Se busca una coexistencia en la que el grupo o individuo contribuye a la sociedad en la que vive sin renunciar a su propia herencia cultural. Este es en realidad el modelo que Suecia ha querido seguir con su política de inmigración. Desde el principio se ha querido permitir a los grupos e individuos mantener su identidad cultural original mientras se integran en la sociedad dominante, participando en la vida social, económica y política del país receptor sin necesidad de renunciar a su cultura original. La integración es bidimensional, ya que abarca la adopción de ciertos aspectos de la cultura dominante sin abandonar completamente la cultura de origen.

Francia, un país receptor de inmigración, con un pasado colonialista, ha adoptado un enfoque que combina elementos de integración (pocos) y asimilación (muchos). El modelo francés se basa en la idea de la «ciudadanía republicana», que exige que los inmigrantes se adhieran a los valores y normas de la República Francesa. Francia enfatiza la laicidad (separación de la Iglesia y el Estado) y los valores republicanos como parte del proceso de integración. Aunque permite a los inmigrantes mantener ciertos aspectos de su identidad cultural, se espera que adopten los principios republicanos y se ajusten a las normas sociales y legales del país. La ley sobre el laicismo y la restricción de símbolos religiosos en las escuelas públicas refleja el enfoque francés hacia la asimilación, exigiendo la adhesión a los valores republicanos mientras se permite cierta diversidad cultural. Un ejemplo de este afán es la Ley de 15 de marzo de 2004 en Francia que prohíbe el uso de símbolos religiosos ostentosos, incluyendo el velo islámico, en las escuelas públicas. La implementación de la ley ha llevado a varios desafíos legales. Algunos han argumentado que la ley infringe los derechos de las mujeres a expresar su religión, mientras que otros han señalado que es una medida importante para proteger el principio de laicidad y evitar la discriminación en las escuelas. Aquí en Suecia hemos tenido muchas discusiones sobre el velo en las escuelas, pero, hasta ahora no hemos llegado a una legislación que lo prohíba.

Al rato de andar tras esta mamá con su carrito, les doy alcance y, al pasar, les sonrío, y rápidamente me doy cuenta que, a esta joven mujer en chador, la he visto en algún sitio. Y, claro, al mirarme, también ella se da cuenta de que nos vimos hace muy poco, ¡fue ayer! Nos vimos en el Consejo de integración de Lund, donde yo represento al Consejo de Educación y ella a una organización para mujeres afganas. Además, nos vimos anteriormente, cuando yo di una charla sobre inmigración e identidad para inmigrantes afganos y sus familias. Cruzamos algunas palabras, mientras caminábamos en la misma dirección y yo me disculpé, diciendo que yo seguía mi paseo a un ritmo un poco más rápido y nos despedimos cordialmente. ¡Qué cosa! Me fijé en ella por su chador y dio la casualidad que es una mujer muy activa en la vida social de Lund. Una mujer integra y fuerte, educada y emprendedora, con su chador, orgullosa de su origen. La diversidad cultural es una riqueza para toda la humanidad. Mañana seguiré con el tema y trataré la inmigración y el crimen, especialmente el crimen  organizado.


[1] So svoim ustavom v chuzhoy monastyr’ ne khodyat