Hoy es domingo. Salgo a correr. Estoy tratando de entrenarme para esa famosa media maratón del 15 de junio del año que viene. Diréis que queda mucho tiempo para entrenar, pero yo empiezo a sentir una sensación extraña, como si fuera dentro de una semana, y me obligo a salir. Corriendo me vienen muchas ideas a la cabeza. No sé si será porque el mejor riego sanguíneo me lo permite, o si será porque la monotonía del esfuerzo repetido deja volar los pensamientos, como al azar. Sea lo que sea, me viene a la mente un dia de octubre de 1979, cuando yo, ya metido en el mundo de las carreras por segunda vez, voy corriendo un cros en Helsingborg, en una pista que me viene muy mal para mi estilo de correr, con subidas y bajadas cortas, curvas cerradas entre árboles y un suelo lleno de raíces y piedras, que obliga a correr mirando todo el tiempo donde se pisa.
Yo había ya soltado a los tres primeros llegando al kilómetro cinco, pero no descartaba poder alcanzarles en una subida muy prolongada que yo sabía vendría un poco más adelante. Pero, en el silencio del bosque, a penas roto por mi respiración jadeante, pude distinguir unos pasos ligeros que me seguían muy de cerca. No podía mirar hacia atrás por miedo a caerme y la sinuosidad del camino no me dejaba respiro para hacer cualquier otra maniobra. Por la frecuencia y la ligereza de los pasos y la falta de sonidos de respiración forzada o jadeos, llegue a pensar que se trataba de alguien muy bien entrenado. Yo me preguntaba por qué no me pasaba de largo, pues parecía que podría hacerlo sin mucho esfuerzo; yo iba a la máxima velocidad que mis piernas me permitían. Pero no me pasaba, me seguía muy de cerca. Yo sentía sus pasos y me esforzaba para tratar de dejarle atrás, aunque comprendía que no podría hacerlo.
Al fin nos acercamos a la meta. Ante nosotros se abría una ancha y larga pista de césped corto que invitaba a acelerar el paso. Yo traté de hacerlo. Vi como los tres primeros rompían el grupo y, por un momento, pensé que podía alcanzar al tercero, que se quedaba un poco rezagado, pero, de pronto, vi por el rabillo del ojo como un hombre muy delgado me pasaba, comprendí que era el que me había estado siguiendo todo el tiempo. Yo traté de ponérselo difícil y juntos alcanzamos al tercero y le dejamos atrás, pero en los últimos cien metros, mi seguidor aceleró de tal manera, que parecía que yo me había quedado completamente quieto. El llegó el tercero. Yo llegué cuarto y tarde bastante en recuperarme. Cuando lo hice, me acerqué a felicitar al que tan claramente me había vencido. Le tendí la mano y le pregunté – “¿Por qué no me pasaste antes?” Y el me miró sonriente y me dijo – “Creía que eras inglés y yo no puedo dejar que me gane un inglés. Lo importante hoy no era ganar la carrera sino ganarte a ti.” No pude evitar una carcajada bastante ruidosa. Me hacía gracia eso de que me seguía, para estar seguro de que me ganaría, creyendo que yo era inglés. La verdad es que este hombre de tez morena y pelo negrísimo parecía tener unas condiciones extremamente buenas para correr. Supe que su nombre era Mohammed Nagy.
Por esas cosas de la vida, me volví a encontrar con Mohammed el siguiente año en unos campeonatos de 25 000, que era lo que se corría antes de que se empezase a correr la media maratón en campeonatos. Corrimos los dos, codo con codo toda la carrera, en un grupo de unos diez corredores. Al final quedamos los dos allí delate y yo pensé que pasaría como la vez anterior, y esperaba que él acelerase y me dejase atrás. Pensé ponérselo difícil y, para mi gran sorpresa, no trató de seguirme. Ni siquiera llegó segundo, le pasaron tres corredores, pero él llegó con una gran sonrisa. Ese día hablamos mucho mientras esperábamos la entrega de premios. Él me contó su historia, que podía ser la historia de todo un pueblo.
Para no dejarme nada en el tintero, comienzo mi relato a principios del siglo XVIII, con la fundación de la Compañía Británica de las Indias Orientales en 1600, que recibió un estatuto real de la reina Isabel I para comerciar con Asia. Inicialmente, su objetivo era competir con otras potencias europeas como Portugal y los Países Bajos en el lucrativo comercio de especias y textiles. Los británicos establecieron sus primeros puestos comerciales en las ciudades portuarias de la India, como Surat, Bombay, Madrás y Calcuta. Justo como habían pensado inicialmente, la Compañía Británica de las Indias Orientales se enfrentó a otras potencias europeas, y en particular a los franceses. La Guerra de los Siete Años 1756-1763 fue crucial para la expansión británica en India. En 1757, después de la Batalla de Plassey, Robert Clive, al frente de las fuerzas británicas, derrotó a las tropas del Nawab de Bengala y a sus aliados franceses, y de ahí en adelante, los británicos toman las riendas de todo el continente, controlando funciones específicas, como la recaudación de impuestos en Bengala y comenzaron a expandir su influencia en otras partes de la India. Adoptaron una política de «divide y vencerás», aprovechando las tensiones entre los distintos reinos locales y los estados principescos indios, que estaban divididos entre sí. Con alianzas estratégicas, sobornos y acuerdos comerciales, los británicos fueron ganado poder paulatinamente sobre grandes territorios. El Acta de Gobierno de la India de 1833 consolidó el control británico, y la Compañía comenzó a actuar más como un ente gobernante que como una corporación comercial. Los británicos impusieron su sistema legal, fiscal y administrativo en las áreas que dominaban. Toda la actividad se desarrollaba de forma privada, con ejércitos privados, en gran manera, como una empresa cualquiera, con el respaldo del estado británico.
El gran punto de inflexión ocurrió con la Rebelión de 1857, también conocida como el Motín de los Cipayos. Fue una revuelta contra la Compañía Británica de las Indias Orientales por parte de soldados indios, los cipayos, que rápidamente se extendió a diferentes regiones de la India. Aunque fue sofocada, la rebelión convenció a los británicos de que la Compañía no podía seguir gobernando India de manera efectiva. Como resultado, en 1858, el control directo de la India fue transferido a la Corona Británica, marcando el comienzo del Raj Británico, un período de gobierno directo bajo la incombustible reina Victoria, convertida así en emperadora de la India. Durante el Raj, la India fue gobernada como una colonia británica con un sistema de administración centralizado. Los británicos introdujeron reformas legales, infraestructura moderna, como el ferrocarril y el telégrafo, pero también explotaron los recursos del país y usaron mano dura con todo aquel que osaba oponerse al sistema. No se entiende la dominación inglesa sin tener en cuenta las divisiones internas entre los diferentes reinos y principados y las diferencias religiosas. Una de las cosas que al fin lograron unir a la India fue la trasmisión del idioma inglés que, junto con la debilitación del imperio en las guerras europeas, llevó finalmente a que el movimiento de resistencia a la dominación británica creciera, liderado por figuras como Mahatma Gandhi, hasta lograr la independencia 1947, tras casi 200 años de control británico.
Esta es la historia en trazos muy gruesos, pero yo quiero exponer la razón de Mohammed Nagy para sentir ese deseo de ganarles a los ingleses, que le llevó a seguirme con tanta saña. Para eso, hay que conocer la forma en que Gran Bretaña expandía su poder por el mundo. En este caso, específicamente por África, que era un continente inmenso, difícil de abarcar y controlar. En sus colonias africanas, los británicos, utilizaron a los indios, principalmente como trabajadores y soldados, para poder consolidar y mantener su control en la zona. La inmigración de los indios a colonias africanas comenzó a mediados del siglo XIX y continuó durante gran parte del período colonial. Uno de los principales roles que los indios jugaron en África fue como trabajadores contratados, o «coolies», en proyectos de infraestructura masivos, especialmente en la construcción del ferrocarril de Uganda. En la década de 1890, los británicos reclutaron a miles de trabajadores indios para trabajar en esta línea ferroviaria que conectaba Mombasa, en la actual Kenia, con el interior del continente, facilitando el control británico sobre la región. Los indios trabajaban en condiciones extremadamente difíciles, enfrentando enfermedades, ataques de animales y el clima tropical hostil. Muchos murieron durante la construcción del ferrocarril, pero aquellos que sobrevivieron fueron esenciales para completar el proyecto. Los indios también fueron traídos por los británicos para establecerse en roles comerciales y empresariales en África, particularmente en África Oriental Británica, actual Kenia y Uganda, así como en Sudáfrica. Estos indios, muchos de los cuales eran de las comunidades gujarati y punjabí, se convirtieron en una clase empresarial intermedia, gestionando comercios, tiendas y redes de distribución, tanto para productos locales como importados desde India y Gran Bretaña.
Los británicos también utilizaron a los indios como soldados en sus ejércitos coloniales en África. Los cipayos o soldados indios fueron desplegados en muchas partes del continente, sirviendo para mantener el orden en las colonias y suprimir revueltas locales, así como para defender los intereses británicos en conflictos regionales. Los soldados indios participaron en varias campañas militares en África, como la Rebelión Maji Maji en el África Oriental Alemana y las campañas británicas en Sudán y Sudáfrica durante la Guerra Anglo-Zulú y la Guerra de los Bóeres. Los británicos veían a los soldados indios como leales y disciplinados, lo que les permitió evitar la movilización de soldados británicos en masa para estas campañas. También utilizaban a los indios para minimizar el riesgo de rebeliones locales al desplegar tropas extranjeras en lugar de africanos nativos.
Algunos indios también fueron empleados en la administración colonial, especialmente en roles de oficina o como subordinados en el sistema burocrático. En muchas de las colonias británicas en África, como en Kenia, Uganda y Tanzania, los británicos reclutaron a indios para roles administrativos debido a su educación y familiaridad con el sistema británico. Los indios también eran vistos como más adaptables a la burocracia colonial que los africanos, a quienes los británicos consideraban menos capacitados para esas funciones. Esta inmigración de indios a las colonias africanas generó tensiones con las comunidades africanas locales. En particular, los indios, al ocupar puestos comerciales y administrativos, fueron vistos como una clase intermedia privilegiada entre los colonizadores británicos y los africanos nativos, y generó resentimientos, que estallarían en los años 60 y 70 con motivo la independencia de los nuevos estados africanos. Además, el sistema colonial británico solía mantener divisiones raciales estrictas, y aunque los indios tenían más derechos y privilegios que los africanos, estaban por debajo de los europeos en la jerarquía social. [1]
Y así llegamos, tras este pequeño viaje por la historia, al relato que mi nuevo amigo Mohammed comenzó ese día y siguió en muchas ocasiones, cada vez que nos veíamos con motivo de alguna carrera. Con motivo de la carrera de maratón de Örebro, viajamos en mi coche y compartimos habitación en el hotel de Örebro, y aquí, antes y después de la carrera, me contó toda su epopeya. Regresemos a la historia, la historia reciente de África y sobre todo la historia de Uganda. Este país africano alcanzó su independencia del Reino Unido el 9 de octubre de 1962, en un proceso de independencia relativamente pacífico. El país adoptó una monarquía constitucional, con el Kabaka de Buganda, Edward Mutesa II, como rey ceremonial, y Milton Obote, líder del Congreso del Pueblo de Uganda como primer ministro.La política inicial estuvo marcada por una alianza entre el UPC de Obote y el partido Kabaka Yekka que representaba los intereses del reino de Buganda. Esta alianza permitió que Obote formara un gobierno estable, pero las tensiones entre el gobierno central y Buganda pronto comenzaron a escalar. Los problemas de la política ugandesa eran los comunes de otros estados surgidos del declive de las metrópolis coloniales y tienen mucho que ver con las fronteras arbitrarias que las potencias coloniales trazaron a finales del siglo XIX, sin tomar en cuenta la existencia de etnias y territorios específicos, partidos entre entidades inventadas o trazadas según los intereses de los colonizadores. Y así, el 25 de enero de 1971, mientras Milton Obote asistía a una cumbre de la Commonwealth en Singapur, Idi Amin, un sargento en la milicia colonial, que había ascendido a general jefe del ejército de la Uganda independiente, aprovechó la oportunidad para lanzar un golpe de Estado militar y tomar el control del gobierno. Amin justificó el golpe acusando a Obote de planear eliminar a los altos mandos militares y de estar detrás de la corrupción en el país. El golpe fue bien recibido por una parte significativa de la población ugandesa, que estaba descontenta con el gobierno autoritario de Obote y las crecientes tensiones económicas.
Pero, aquí viene el problema de mi amigo Mohammed, en Uganda en 1971, había aproximadamente 80,000 personas de origen indio viviendo en el país. La mayoría de ellos eran descendientes de los trabajadores indios que los británicos habían traído durante la construcción del Ferrocarril de Uganda y que luego se establecieron en el país como comerciantes, empresarios y profesionales. Los indios controlaban una parte significativa del comercio y la economía de Uganda, particularmente en sectores como el comercio minorista, la banca y la manufactura. Esta influencia económica generó resentimiento entre algunos ugandeses africanos, y Idi Amin explotó verdaderamente este sentimiento. Así, en agosto de 1972, Amin ordenó la expulsión masiva de la comunidad india de Uganda, una medida que tuvo profundas consecuencias económicas, sociales y políticas para el país. La noticia pilló a los indios de Uganda completamente desprevenidos. Mohammed era un joven estudiante y atleta, muy “moderno” y muy internacional. De un día a otro cambió su vida completamente. Ese día fue el 4 de agosto de 1972, cuando Idi Amin anunció en un discurso que estaba dando a los indios un plazo de 90 días para abandonar Uganda. Según Amin, los indios habían «saboteado» la economía y «explotado» a los ugandeses, acusándolos de no haberse integrado y de mantener una actitud de superioridad sobre la población africana. Llego a expulsar a alrededor de 60,000 indios, la mayoría de los cuales conservaban la nacionalidad británica o no habían conseguido la nacionalidad ugandesa. Esta decisión fue devastadora para la economía de Uganda, ya que los indios jugaban un papel crucial en el comercio y la industria.
Mohammed Nagy se había preparado durante años para participar en la olimpiada de Múnich. Se había calificado para participar en la prueba de 5000m, logrando la mínima exigida, que era 13 minutos y 38 segundos. Mohamed había hecho 13.35 y estaba ya listo para partir, cuando le comunicaron que estaba fuera de la selección. Los indios expulsados se reasentaron principalmente en el Reino Unido, Canadá, India y otros países. Mohammed se fue a Suecia, donde conocía a algunos corredores de fondo y entrenadores y así llegó a Helsingborg y al club que representaba. Aunque intentó seguir con el atletismo, perdió la concentración y su vida quedó bastante dañada, pensando que había perdido la oportunidad de su vida. Participó en un campeonato nacional de maratón, aquí en Suecia y no logró ganarlo. Perdió la confianza y empezó a trasnochar y a beber más de la cuenta, pero seguía corriendo y, gracias a su capacidad, podía competir con los mejores. Cuando yo le conocí, ya estaba en claro declive y fue gracias a mí que lo intentó de nuevo, ya metido en los cuarenta. Me dijo – “Martín, yo te voy a ayudar a que hagas una buena marca en el maratón de Örebro. ¡Confía en mí!” – Y así llegamos a Örebro y despues de desayunar, nos fuimos a recoger los dorsales. En la oficina nos encontramos con Kjell- Erik Ståhl y Tommy Persson, los dos grandes corredores de maratón suecos en aquellos momentos. Sabíamos ya, desde la salida, que iba a ser una carrera muy dura. Y empezó a llover, o mejor a diluviar.
Mohammed sonreía y trataba de darme confianza. Yo me puse en la segunda fila, para no dejarme llevar por los que siempre salen disparados, como si se tratase de cien metros. Ya sé lo que es un maratón y no merece la pena quemarse en la salida. Mohammed siempre a mi lado y, al pistoletazo se me pone delante y yo le sigo. Voy con los ojos fijos en su camiseta azul, no pienso perderle de vista, y me esfuerzo por seguirle, hasta cuando parece que voy excediendo mi capacidad. Yo confío en Mohammed y el sigue, sin preocuparse de la creciente lluvia. Pasan los kilómetros, el para en los puestos de reposición de agua y coje una botella extra para mí que me la va proporcionando. Parece que va tan sobrado de fuerza que puede ayudarme todo el tiempo. De pronto, a los 30 kilómetros, desaparece. ¡Horror, no veo la camiseta azul! Miro atrás y, nada, no está, ni atrás ni adelante. Ha desaparecido. Yo voy corriendo y pensando que tengo que seguir y tratar de mantener el mismo ritmo solo. Parece que lo consigo. Oigo los altavoces que van anunciando nuestra llegada. Oigo que Tommy llega primero, ganando al cuarto del mundo, Kjell-Erik. Oigo alguno más. Ya veo la meta. Acelero todo lo que puedo. Pienso que, en cualquier momento Mohammed me alcanzará, pero no lo hace. Llego a la meta entre aplausos, en 2 horas y 32 minutos, marca personal. Y, de pronto, oigo un tremendo alboroto entre el público. A lo lejos se ve la figura de un corredor vestido de azul, que va pasando uno tras otro a una velocidad inverosímil para ser el final de un maratón. Y, llega a la meta, sonriente, como de costumbre y apenas jadeante. – “¿Qué pasó?” – le dije. Pensaba que se había caído o, yo que sé, qué pensaba, y el me dijo, como quién no cree la cosa: – “Me dieron ganas de fumar, y me quede fumando un cigarrillo con un chaval que estaba mirando la carrera y que también me invitó a una cerveza, muy buena, por cierto. Pensé que te alcanzaría. Has corrido muy bien.” – y, ¿qué se puede decir a eso? Recogí mi premio y nos fuimos de vuelta al hotel, a recoger las maletas y regresamos a Escania en mi coche, yo callado, él hablando todo el camino, como si nada.
Yo hablé ayer de los chinos y de su situación actual, en el mundo y, naturalmente en Suecia. Me dí cuenta ayer, cuando fui a mi casita en la ciudad jardín, que el jardín colindante al mío acaba de ser adquirido por un señor que lleva el nombre de Hua Luong, así que tengo vecinos chinos por todas partes. Bienvenidos sean. Pero hoy se trataba de los indios, hindúes o musulmanes, ciudadanos de la India, de Pakistán o de cualquier antigua colonia británica, que ahora vienen a nuestros países. Los que conocéis Barcelona, sabéis que, todas las tiendas de suvenires están controladas por indios. Lo mismo ocurre en Estocolmo o en Madrid. En Suecia vivían en 2023[2] 58.094 personas procedentes de la India y 28.614 procedentes de Pakistán y 13.987 personas procedentes de Bangladés. Son casi 100.000 indios. Una población que se ha quintuplicado en el caso de los indios y que es ocho veces mayor en el caso de Pakistán, partiendo de los datos del año 2000.
La mayoría de los inmigrantes indios y pakistaníes en Suecia trabajan en el sector de tecnología de la información y la ingeniería. Suecia es un centro tecnológico importante en Europa, con empresas como Ericsson, Spotify, y otras startups tecnológicas, lo que atrae a profesionales altamente cualificados de India y Pakistán, especialmente en áreas como desarrollo de software, gestión de proyectos y consultoría técnica. También hay un número considerable de personas de origen indio y pakistaní que se dedica a profesiones en el sector sanitario, como médicos, enfermeros, farmacéuticos y dentistas. Aquí hemos tenido una escasez de personal médico en las últimas décadas, lo que ha llevado a la contratación de profesionales de la salud de varios países, incluidos India y Pakistán, sin olvidarnos de España, ¡eh! Que España está muy bien representada aquí, entre el personal de la salud. Indios, pakistaníes y ciudadanos bangladesíes, de etnia india, están también muy bien representados en la academia, como profesores, catedráticos, doctorandos y estudiantes. También hay tenderos y existen los restaurantes indios, pero son una minoría los ciudadanos que trabajan en estas áreas del comercio. En mi tienda favorita, dónde yo habitualmente hago todas mis compras de a diario, veo siempre una gran cantidad de clientes indios/pakistaníes y chinos. Si no están en mayoría, creo que se aproximan a la mitad de los clientes. Español se escucha por toda la tienda a cualquier hora. Ya explicaré lo de los españoles en otra entrada.
Y, mirando al futuro, veo como Asia comienza a revertir la ola migratoria; la que llevó a los europeos a Asia, ahora regresa con fuerza a Europa, cambiando con el tiempo la imagen del viejo continente. Pensando un poco en profundidad, es algo normal. Ni las fronteras son naturales ni las etnias dominantes han conservado su pureza a través de los siglos. Mis nietos vivirán en un mundo completamente distinto al mío. Un mundo que se está formando poco a poco, con la lógica del desarrollo y el progreso. La pseudoraza caucásica irá cambiando, quieran o no quieran los xenófobos. Nadie podrá parar la ola. Lo que de verdad debería preocuparnos es el conseguir que los rencores históricos pasen a un segundo o tercer plano, y que podamos contribuir, con nuestro esfuerzo común, a resolver los problemas que se nos vienen encima que son: el cambio climático y el crecimiento desorbitado de la población mundial. Mañana le toca a África.
[1] Un ejemplo clave del uso de indios en África es la estancia de Mahatma Gandhi en Sudáfrica entre 1893 y 1915. Gandhi fue testigo del maltrato a los indios en Sudáfrica y comenzó su activismo contra la discriminación racial allí, organizando movimientos de resistencia no violenta, satyagraha, en defensa de los derechos de los indios.
[2] https://www.scb.se/hitta-statistik/statistik-efter-amne/befolkning/befolkningens-sammansattning/befolkningsstatistik/
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