Día de sol, pero frío. Un día típico de otoño. Salgo temprano a caminar y llevo el recuerdo del día de ayer, el 11 de septiembre, para siempre, o al menos para largo, en la memoria del mundo. En Cataluña será por los siglos el día de la Diada que, desde el 1886 con algunas excepciones debidas a imposiciones dictatoriales. Ayer no escribí sobre la Diada porque prefiero escribir sabiendo como se desarrolló, leyendo los diarios. La Diada es un buen termómetro para controlar la “fiebre” independentista del momento. Según los que expresan los diarios, tanto estatales como catalanes, de izquierdas y de derechas la Diada a pasado a ser “más festiva y con menos movilización”[1], “la Diada menos concurrida”[2] , “Moret (PSC) defiende una Diada “de todos y para todos” y la pluralidad de Cataluña”[3], “El independentismo deserta de la Diada tras perder la Generalitat: sólo saca 73.000 manifestantes a la calle en toda Cataluña”[4], “La Diada más discreta desde 2012 certifica la pérdida de la hegemonía política del independentismo”[5]. Únicamente en los medios independentistas como El Punt-Avui, se puede leer algo esperanzador para los anhelos de aquellos que gustarían de irse de España con un portazo, allí escriben: “El independentismo sobrevive a la Diada”[6] pero reconoce que ya no es lo que fue. [7]

Si nos remontamos a 2012, los comienzos del nuevo impulso independentista, protagonizado por Artur Mas, el independentismo conjuró a 1,5 millones de personas, según la Guardia Urbana, desde el paseo de Gràcia de Barcelona hasta el Parlament. En el 2013 se rizó el rizo y, inspirados por manifestaciones parecidas en el los países bálticos, las entidades soberanistas organizaron una cadena humana de 400 kilómetros desde El Pertús hasta Vinarós con 1,6 millones de personas, según el Departament de Interior. Era la “Via catalana cap a la independencia”. Al año siguiente, 2014, el lema “Ara és l´hora” , se llenaron las calles y avenidas de Barcelona con 1,8 millones de personas, siempre según la Guardia Urbana, que dibujaron una V en Barcelona, llenando la avenida Diagonal y la Gran Vía, en un recorrido de unos 11 kilómetros. Ni que decir tiene, que la organización hizo alarde de eficacia y fuerza, pero también fue el momento en que el movimiento alcanzó la cima pero sin llegar a las estrellas, que se veían cercanas pero inalcanzables. En 2015, la Diada se dedicó a pedir “via lliure a la república catalana!” y con ese lema juntó en la Avenida Meridiana a 1,4 millones de personas, un éxito, pero a la baja. En 2016 el lema era “A punt” y  La ANC y Òmnium decidieron descentralizar las manifestaciones por varios puntos del territorio por segunda vez, eligiendo: Barcelona, Berga, Lleida, Salt y Tarragona. La participación fue solo de 875.000 personas, notablemente menos que en anteriores ocasiones.

Ya con Puigdemont llevando las riendas y optando por una política rupturista, se proclamó el referéndum y el independentismo se recuperó en las calles, pero no logró sus mejores cifras en pleno choque con el Estado. Cerca de 1 millón de personas salieron a la calle al grito de «Votaremos» en la capital catalana. Ni siquiera tras la aplicación del 155 se consiguió sacar a la calle más de un millón de manifestantes bajo el lema “Fem la república catalana”. Y, al año siguiente, año de juicios y de división en el mundo soberanista, solo salieron a la calle 600.000 manifestantes bajo el lema “objetiu independencia”. El COVID y la desorientación de los partidos independentistas aguo la fiesta del 2020 con medidas de seguridad y distancia, se pudieron juntar unos 60.000 manifestantes bajo otro lema contundente: “Dret a ser independents”. En 2021, y ya con menos restricciones, la Diada consiguió juntar a 100.000 manifestantes, que seguían la consigna: “Lluitem i guanyem la independencia”. Una sociedad desconectada de la política le dio por primera vez al independentismo mayoría de votos en unas elecciones, lo que algunos seguramente les bastó para creer que la independencia estaba a la vuelta de la esquina, por así decir. Ya en 2022, ni siquiera un eslogan como “Tornem-hi per vencer”, pudo atraer a más de 150.000, lo que parecía mantener la afluencia sin un aumento significativo, aún en tiempos en que los partidos independentistas estaban tan lejos de una lucha conjunta. En 2023 salieron a la calle 115.000 y en las elecciones generales, perdieron 12,5 % y ahora, 2024, con Illa en la presidencia de la Generalitat, y una amnistía que no despega, solo salen 60.000, 73.000 si contamos todos los lugares donde se celebró. Nos podríamos preguntar si el independentismo no está a punto de desaparecer, como fuerza política. Quien eso haga, se equivoca.

El nacionalismo es como una llama que, una vez encendida puede avivarse con vientos que favorezcan su expansión y combustible que la sustente. Solo se apagará cuando no quede más combustible y no sople el viento. Trasladado a la cuestión catalana, el combustible lo proporcionan todas las razones por las cuales los catalanes pueden sentirse descontentos, agraviados o perjudicados. El viento sería la coyuntura política del momento y la situación económica. Son muchos los “incendios” nacionalistas que han tenido lugar en Cataluña a partir de 1979, cuando se aprobó el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que restauraba la Generalitat y otorgaba competencias importantes en áreas como la educación, la sanidad, la cultura y el orden público. La larga historia que había llevado allí, la «longue durée», que diría Braudel no cabe en este pequeño relato. Lo importante es que en 1979 comienza una larga época para  Cataluña de autogobierno considerable dentro del marco del Estado español.

Durante los años 80, Cataluña experimentó un proceso de consolidación de su autogobierno. El incendio nacionalista se hallaba medio controlado, pero las ascuas quedaban allí, semienterradas. Eran los primeros años de Jordi Pujol i su Convergència i Unió, jugando un papel central en la política catalana y en las relaciones con el gobierno central. Las tensiones entre Cataluña y el Estado central eran moderadas en esta época, con un enfoque en la implementación del Estatuto de Autonomía y la defensa de la identidad catalana, principalmente en el ámbito cultural y lingüístico. En 1984, el Parlamento catalán aprobó la Ley de Normalización Lingüística, que impulsó el uso del catalán en la educación y la administración pública, lo que fue recibido con satisfacción en Cataluña, pero también generó cierta controversia en el resto de España.

El sistema d´Hondt, adoptado por la constitución española para el reparto de escaños tras las elecciones, ha favorecido a los partidos más implantados en las zonas menos pobladas de Cataluña, donde los nacionalistas son fuertes, dándoles la oportunidad de hacer valer sus votos de una forma desproporcional con su verdadero apoyo ciudadano. Dado que, la política Española ha estado caracterizada por el bipartidismo, las Dos Españas, con las derechas y las izquierdas siempre enfrentados pero raramente en situación de gobernar en mayoría absoluta, Pujol y su CiU pudo dedicarse en los 90 a la colaboración pragmática, quid pro quo, apoyando a los gobiernos minoritarios del PSOE de Felipe González y del PP de José María Aznar a cambio de mayores competencias para Cataluña. Los brisas positivas del desarrollo político y económico de España, España 92, mantenían el fuego nacionalista semiapagado pero vivo.

Se aviva el fuego en 2003, cuando el tripartito liderado por el PSC y apoyado por ERC impulsó una reforma del Estatuto de Autonomía. En 2006, se aprobó el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña con el respaldo del Parlamento catalán y el español. Y de fuera sopla el viento fuerte, por no decir el huracán de la recesión del 2008, a partir de septiembre de ese año, con la quiebra de Lehman Brothers. Este fuerte viento se llevó el empleo y sumió España en una recesión que todavía, en 2024, es perceptible. El colapso del sector inmobiliario y de la construcción fue devastador para el empleo en España, donde un gran porcentaje de la fuerza laboral estaba vinculada directa o indirectamente a este sector. Como resultado, el desempleo se disparó desde aproximadamente el 8% en 2007 hasta superar el 26% en 2013. El desempleo juvenil fue especialmente grave, alcanzando el 55%, lo que dejó a una generación entera sin oportunidades laborales.

Esos vientos avivan las ascuas nacionalistas en 2010, cuando el Tribunal Constitucional recortó varias de las disposiciones del Estatuto, entre ellas la definición de Cataluña como una «nación». Este fallo fue percibido por los nacionalistas en Cataluña como un ataque a sus aspiraciones de mayor autogobierno y provocó una crisis de confianza en las instituciones del Estado. A partir de este momento, el descontento comenzó a crecer en Cataluña, y el independentismo, hasta entonces un movimiento minoritario, empezó a ganar fuerza como respuesta a la decisión del tribunal y la percepción de que Cataluña no estaba siendo reconocida plenamente dentro del marco español.

Aparte del incendio político que el recorte del estatuto pudo significar, sumado a la crisis económica,  el crecimiento del movimiento independentista fue impulsado por la percepción de un trato fiscal injusto hacia Cataluña y la sensación de que las demandas catalanas no estaban siendo atendidas. En ese momento, un slogan (como siempre) funciona como gasolina lanzada a las ascuas nacionalista. El lema era ¡“Espanya ens roba!” y el que lo lanzó fue Alfons López Tena, de Sagunto, con su pequeño partido “Solidaritat Catalana per la Independència”. Este valenciano tuvo cierto éxito con su libro “Cataluña bajo España. La opresión nacional en democracia”, 2009. Los lemas incendiarios se han mostrado como muy eficaces para avivar los incendios nacionalistas y promover el separatismo.

En este contexto se explica la manifestación masiva a favor de la independencia durante la Diada de 2012, marcando un cambio en la agenda política catalana. CiU, bajo el liderazgo de Artur Mas, se alineó con el movimiento independentista, convocando una consulta no vinculante sobre la independencia en 2014, que fue declarada inconstitucional por el gobierno español. El incendio era ya perfectamente perceptible. Pero, el viento que avivó la llama, había comenzado en la Puerta del Sol de Madrid, el movimiento del 15-M, que en Cataluña tomó formas muy radicales, bloqueando el Parlament y obligando a los parlamentarios a huir, protegidos por la policía catalana. Comenzó en este momento una huida hacia adelante, lo que explica el éxito de la Diada de 2012.

El punto culminante de las tensiones llegó en 2017 con el referéndum de independencia del 1 de octubre, que el gobierno catalán organizó a pesar de que el Tribunal Constitucional lo había declarado ilegal. A pesar de la represión policial, tardía y mal organizada, y la falta de garantías, el referéndum se celebró, y una mayoría de los votantes se pronunció a favor de la independencia, aunque con una baja participación debido al boicot de los opositores. El 27 de octubre de 2017, el Parlamento catalán aprobó una declaración unilateral, e ilegal, de independencia, que provocó una crisis política sin precedentes. En respuesta, el gobierno de Mariano Rajoy aplicó el artículo 155 de la Constitución, suspendiendo la autonomía de Cataluña y destituyendo al gobierno catalán. El fuego estaba declarado y descontrolado, amenazando toda continuidad en las relaciones entre España y Cataluña.

De pronto, cayo la lluvia y el fuego fue controlándose poco a poco. El viento de fuera no avivaba la llama y, con la caída de Rajoy, era más difícil enfrentar a un gobierno español de izquierdas. El bloque soberanista quedó destruido por rivalidades internas, mientras la economía mejoraba. Así se explica la sucesión de Diadas a la baja, hasta llegar a la última de anteayer. Pero, no nos confundamos, bajo este aparente clima de distensión, se ocultan las ascuas eternas, que cualquier viento fuerte, cualquier sequía económica, pueden volver a despertar.

Y yo me pongo a pensar en la relación de España y Cataluña y pienso en un regalo que me hizo una amiga rusa, una matrioska, que podría ser una metáfora visual poderosa para representar la diversidad cultural dentro de Cataluña y España, mostrando cómo las distintas identidades pueden coexistir en un marco más amplio. Confio en que todos vosotros sabréis lo que es una matrioska, si no, lo explico: es una muñeca tradicional rusa que consiste en una serie de muñecas huecas de madera que se insertan unas dentro de otras, formando un conjunto de figuras que disminuyen de tamaño a medida que se abren.

Me explico: Veo la muñeca más grande, que engloba a todas las demás, simbolizando a España como un país diverso y plural, compuesto por múltiples regiones con sus propias culturas, lenguas e identidades. En esta muñeca exterior podrían estar representados símbolos comunes que unen a España, como el idioma castellano, la bandera, la Constitución, y los valores compartidos como la democracia y los derechos fundamentales.

La siguiente muñeca, más pequeña pero contenida dentro de la anterior, representaría a Cataluña dentro del marco español. Aquí se destacarían los elementos únicos de la cultura catalana: la lengua catalana, la senyera, su propia imagen de la historia e instituciones como la Generalitat. Esta muñeca simbolizaría cómo Cataluña mantiene su identidad propia dentro de España, mostrando que una cultura distintiva puede existir y prosperar dentro de un marco mayor sin perder su esencia.

Dentro de la muñeca que representa a Cataluña, se podría colocar otra muñeca más pequeña para simbolizar la diversidad interna dentro de Cataluña. Cataluña también contiene diferentes subculturas y comunidades, incluyendo, por ejemplo, las diferencias entre regiones como Barcelona, el Valle de Arán, y otras partes de la comunidad autónoma, así como la presencia de nuevas comunidades de inmigrantes que han aportado sus propios valores y costumbres. Esta muñeca más pequeña podría reflejar la pluralidad dentro de Cataluña, con símbolos o colores que representen estas diferentes influencias culturales.

La muñeca más pequeña y central podría representar al individuo, que lleva dentro de sí las influencias tanto de su identidad local como de la identidad nacional. Este individuo podría simbolizar a los catalanes que se sienten parte tanto de Cataluña como de España, mostrando que la identidad no tiene por qué ser excluyente y que puede incluir múltiples capas. Las personas son el punto de convergencia de diferentes identidades culturales, siendo parte de su comunidad local, su región y su nación. Según los diversos barómetros del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), entre el 2014 y el 2024 las personas que se sienten sólo catalanas han caído del 29,1% al 18%[8].

En conjunto, la matrioska reflejaría cómo España contiene múltiples culturas, y Cataluña es una de ellas, con su propia diversidad interna, pero todas están conectadas entre sí. Las culturas de España y Cataluña son como capas que se contienen mutuamente, donde la diversidad no es algo fragmentado, sino algo que enriquece y fortalece el conjunto. Tanto Cataluña como España son entidades complejas, formadas por múltiples niveles de identidad que pueden coexistir sin perder su individualidad. Para que la Diada fuera una celebración igualmente positiva tanto para Cataluña como para España, sería necesario que se centrara en elementos comunes y en un espíritu de reconciliación, respetando las identidades y las aspiraciones de ambas partes. Me viene a la memoria una conferencia que di en Roskilde, Dinamarca. Su título era “Unity in diversity”.


[1] La Vanguardia, 12/9 2024

[2] El Periodico, 12/9 2024

[3] El Diario, 12/9 2024

[4] El Mundo, 12/9 2024

[5] El País,  12/9 2024

[6] El Punt-Avui, 12/9 2024

[7] https://www.elpuntavui.cat/politica/article/17-politica/2457243-l-independentisme-sobreviu-a-la-diada.html

[8] https://upceo.ceo.gencat.cat/ceop/AppJava/pages/index.html#:~:text=Estudis%20d’opini%C3%B3%20del%20CEO%20recents.%20Bar%C3%B2metre%20d’Opini%C3%B3%20Pol%C3%ADtica%20(BOP).%202a