Esta mañana de octubre, ya de vuelta en mi ciudad, me pongo los auriculares para escuchar la radio mientras camino y la sucesión de noticias que escucho me producen un desasosiego tal, que no sé si me entero de lo que ocurre, de tanta información y análisis superfluos. Parece que el aluvión de noticias impactantes ha tomado a los medios desprevenidos, incapaces de emplearse a fondo explicando algunos conflictos más que superficialmente. Ayer era Ucrania, hoy es Palestina, Gaza y Líbano, Irán y China, lo que acapara la atención de los medios. Comprendo perfectamente que muchos jóvenes abandonen los medios tradicionales y se concentren en sus plataformas favoritas, para discutir lo que a ellos les interese. Yo por mi parte, apago la radio y me dedico a pensar mientras camino y, caminado, repaso las ideas que me vinieron a la cabeza leyendo el artículo de Víctor Bermúdez Torres en el Periódico de Extremadura y en su blog[1] sobre el trabajo, que lleva el interesante título “La ilusión de abolir el trabajo”. Yo llevo ya mucho tiempo pensando sobre la producción y sobre cómo valoramos diferentes trabajos, léase, diferentes actividades productoras o reproductoras. Como siempre, nuestros pensamientos nos llevan a la Antigua Grecia, donde los filósofos como Platón y Aristóteles hicieron ya distinciones entre diferentes tipos de trabajos, valorando de manera diferente las distintas labores. Platón, en «La República»[2], establece una jerarquía entre aquellos trabajos que están destinados a satisfacer las necesidades básicas, como la agricultura o la manufactura, y aquellos relacionados con la vida intelectual, como la filosofía o la política. Consideraba Platón que los filósofos debían gobernar, pues eran los únicos con acceso a la verdad, mientras que las labores manuales o productivas eran para las clases inferiores. Las labores reproductivas le traían sin cuidado, claro está, ya que casi siempre eran tareas destinadas a ser hechas por mujeres o esclavos, aunque, para ser sinceros, Platón aceptaba la igualdad de derechos de la mujer, según sus aptitudes.
Aristóteles, en su obra «Política»[3], también defendía la división entre el trabajo manual, que él pensaba estaría reservado básicamente a esclavos, y el trabajo intelectual o de dirección, reservado para los ciudadanos libres. El trabajo productivo era visto como una necesidad, pero no una actividad elevada que condujera a la virtud. No resaltan tampoco una visión positiva del trabajo otras fuentes de nuestra cultura. La biblia, en el Génesis 3:19, lanza una suerte de maldición sobre el hombre, como castigo a su desobediencia: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.”[4] No es precisamente una exaltación del trabajo, digo yo. Pero, como en otras cuestiones, la biblia contiene muchas y diferentes alusiones a lo que representa o debería representar el trabajo. Pablo alude al trabajo como algo bueno que los humanos deben hacer con alegría y que complace a dios: “Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo, conscientes de que el Señor los recompensará con la herencia. Ustedes sirven a Cristo el Señor.”[5] Pero, si Pablo nos invita a trabajar de buena gana, Mateo 6:26, nos da a entender que dios nos proveerá de todo lo que necesitemos ex gratia: “Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?”[6] Entonces, nos quedamos a verlas venir y, dios proveerá.
Durante la Edad Media, bajo la influencia del cristianismo triunfante, el trabajo comenzó a adquirir una dimensión moral. Tomás de Aquino, basándose en Aristóteles, defendía que el trabajo era necesario para el bien común, pero continuaba la división entre trabajos «superiores» e «inferiores». El trabajo manual era considerado un castigo divino debido al pecado original, mientras que la vida contemplativa o espiritual, como la de los monjes, era vista como el camino hacia la salvación. En España especialmente se tomó muy en serio esta definición del trabajo, llegando la población eclesiástica, contados sacerdotes, clérigos en general, monjes y monjas, hasta alcanzar, según muchas apreciaciones hechas por historiadores, partiendo de las fuentes existentes, el 10% de la población. Un aumento considerable respecto a siglos anteriores, debido sobre todo al crecimiento de las órdenes religiosas y la expansión de la contrarreforma católica, impulsada por el Concilio de Trento, que promovió una revitalización de la vida religiosa en España.
La apreciación que se hace del trabajo, tanto en la antigüedad como en la edad media, está relacionada con la idea de una justa retribución por el trabajo realizado, que determine el precio justo de las cosas. El concepto de precio justo fue tratado por Aristóteles en su obra Ética a Nicómaco. Según Aristóteles, el intercambio de bienes y servicios en una sociedad debería basarse en la justicia distributiva, asegurando que las transacciones sean equitativas para ambas partes. No es que Aristóteles desarrollara una teoría económica formal, pero su enfoque moral sobre la justicia en los intercambios influenció el pensamiento posterior. En la Edad Media, Tomás de Aquino retomó y expandió esta idea dentro del marco de la teología cristiana. Según Aquino, el precio justo debía reflejar tanto los costos de producción como las necesidades del vendedor y del comprador. Para él, el intercambio debía garantizar que nadie obtuviera ganancias excesivas ni sufriera pérdidas injustas, basándose en la equidad[7]. Consideraba que el precio justo debía evitar tanto la usura como la explotación del prójimo. Y, en el seno de la iglesia, se ha ido forjando una actitud positiva hacia el trabajo, como en la conclusión de Laborem Exercens[8] de Juan Pablo II, que se menciona el trabajo como una virtud, un medio por el cual la vida activa y la vida contemplativa pueden coincidir, dirigiendo a hombres y mujeres cada vez más hacia su fin en la visión de Dios.
El franciscano y escolástico escoces Ioannes Duns Scotus, que estudio en Cambridge, Oxford y París, elaboró una teoría sobre el precio justo, tratando de equilibrar los valores morales y las realidades económicas. Él y otros teólogos escolásticos influyeron en la regulación de los mercados medievales, insistiendo en que los precios no debían ser arbitrarios ni establecidos por la codicia. Defendían que el precio justo debía reflejar los costos de producción, el trabajo invertido y las circunstancias del mercado. El precio de un producto debe reflejar el tiempo invertido en su fabricación y, naturalmente, el coste de los materiales empleados, permitiendo al productor mantener una vida digna, pero huyendo de la codicia y la usura.[9] Este pensamiento tuvo un impacto profundo en las prácticas comerciales de la época. En las ciudades medievales, los gremios y corporaciones regulaban los precios para garantizar que no hubiera competencia desleal ni explotación de los consumidores.
Es en el siglo XVII cuando se comienza a vislumbrar una clara diferencia en la apreciación del trabajo entre las naciones católicas, por una parte, que conservan la idea del trabajo clásica y las protestantes, anglicanas, calvinistas, que van introduciendo (especialmente anglicanos y calvinistas) la idea de que la gracia de dios se demuestra en el resultado del trabajo. Vamos, que no hay que ser tímidos, que si nos va bien, es señal de que estamos en gracia. Mientras más ricos, más en gracia. Con el auge del mercantilismo y el desarrollo del capitalismo temprano, el trabajo empezó a ser valorado por su capacidad de generar riqueza. Adam Smith, en «La riqueza de las naciones» 1776[10], estableció una relación entre el valor de un trabajo y su capacidad de generar bienes o servicios que pudieran ser intercambiados en el mercado. Para Smith, el trabajo era la fuente de toda riqueza, y su valor estaba relacionado con su contribución al producto final. Pero, aquí persistía la idea de diferentes tipos de trabajo diferentes en su valoración. Los trabajos que se consideraban «productivos», o sea, aquellos que generaban bienes que podían venderse, eran más valorados que los trabajos «improductivos» como el trabajo doméstico o los servicios que no generaban un bien tangible. Esta diferenciación entre producción y reproducción desfavorable a esta última se ha mantenido en la historia y aún persiste.
Con el desarrollo del capitalismo en la modernidad, la idea del precio justo fue transformándose. Los economistas clásicos, como Adam Smith, introdujeron el concepto del precio de mercado, que dependía de la oferta y la demanda. Aunque se alejaba de las consideraciones morales tradicionales, Smith reconocía que, en un mercado competitivo y libre, los precios podrían reflejar de manera más eficiente el valor real de los bienes y servicios. El precio deja de tener relación con la calidad y la cantidad de tiempo empleado en la producción y pasa a ser determinado por la demanda.
En España, hubo un rey, como bien nos recuerda Nuria, que intentó borrar el antiguo estigma de los denominados “oficios viles y mecánicos”, que eran los oficios artesanales o manuales. Ese rey fue Carlos III, que en su Real Cedula del 18 de marzo de 1783 ordena:
“Declaro que no sólo el oficio de curtidor, sino también los demás artes y oficios del herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo, son honestos y honrados; que el uso de ellos no envilece la familia ni la persona del que lo ejerce; ni la inhabilita para obtener los empleos municipales de la república en que están avecindados los artesanos y menestrales que los ejercitan; y que tampoco han de perjudicar las artes y oficios para el goce y prerrogativas de la hidalguía, a los que la tuvieren legítimamente”[11] Sí bien es verdad, que la real cedula cambió algo, al menos formalmente, la percepción de algunos oficios, no puede decirse que cambiase radicalmente la forma de pensar de los españoles, que es la misma que la de otros países occidentales.
Desde la Edad Media, las profesiones liberales o artes liberales, es decir, las que se basan en el trabajo intelectual y se caracterizan por el acceso a través de estudios universitarios, tenían una consideración superior y esto sigue así en cuanto a la remuneración que se otorga a los que las ejercen, que suelen ser muy superior a lo que cobran los trabajadores manuales o carentes de títulos universitarios.
También Karl Marx persiste en la idea de que hay trabajo productivo, aquello que crea mercancías, y trabajo improductivo, o actividades que no crean directamente valor de mercado, como el trabajo doméstico o la administración, pero él criticaba esta clasificación, señalando que, en el capitalismo, el trabajo no era un medio de autorrealización, sino un medio para sobrevivir. El valor del trabajo estaba así distorsionado por las relaciones de producción capitalistas, donde se priorizaban los trabajos que generaban más valor de cambio en detrimento de aquellos que sostenían la vida misma, la reproducción.[12] Feministas como Silvia Federici[13] y Nancy Fraser[14] señalaron que el sistema capitalista subvalora o invisibiliza el trabajo de reproducción, crianza de los hijos, educación, cuidados de ancianos y enfermos, labores domésticas, a pesar de ser fundamental para la reproducción de la fuerza laboral y el sostenimiento de la sociedad. Esta crítica reevalúa las actividades humanas fuera del ámbito productivo capitalista y las coloca en el centro de la economía. Todos tenemos que comer, pero pagamos muy mal a los que hacen nuestra comida y nos la llevan a casa. Todos necesitamos cuidados en algún momento de nuestra vida, sobre todo al comienzo y al final de ella, pero pagamos mal a los que nos cuidan. Si no tuviésemos servicios de limpieza en las ciudades, serían intransitables, pero pagamos mal a los que las limpian.
¿Vivir para trabajar o trabajar para vivir? Estamos en nuestra sociedad actual ante una elección personal. Vivir para trabajar coloca el trabajo en el centro de la vida de una persona. Aquí, el trabajo no solo es una forma de sustento, sino también una fuente de identidad, propósito y realización. Algunas personas encuentran satisfacción en el esfuerzo, la ambición profesional y los logros laborales, lo que los lleva a dedicar gran parte de su vida al trabajo. Yo me he encontrado entre los que piensan de esta manera. Mi trabajo me proporcionaba una identidad y yo me sentía plenamente realizado en mi trabajo. Coincide esta forma mía de concebir el trabajo con la ética protestante, popularizada por Max Weber en su estudio del desarrollo del capitalismo[15], en el que plantea que el trabajo duro es un deber moral y una forma de alcanzar el éxito y el bienestar personal.
Aunque a grosso modo se pueden distinguir diferencias en como se valora el trabajo entre los países tradicionalmente católicos y los protestantes, no debemos generalizar. En Francia, España o Italia se ha tendido más hacia la idea de «trabajar para vivir», priorizando el tiempo libre, las vacaciones, y la vida familiar sobre la carrera profesional, pero, hay tantas excepciones que resulta ser una generalización sin mucho fondo empírico. Trabajar para vivir prioriza el bienestar y el equilibrio, mientras que vivir para trabajar pone el foco en el éxito y la identidad laboral. La gran diferencia la veo yo, no entre culturas, sino entre generaciones. Veo que las nuevas generaciones tienen una actitud diferente hacia el trabajo. Los millennials, los nacidos entre 1981 y 1996 y la generación Z , nacidos a partir de 1997, presentan enfoques más diversos y críticos respecto al trabajo, influidos por factores económicos, sociales y tecnológicos. tanto millennials como miembros de la Generación Z destacan que valoran más la flexibilidad y los trabajos que permiten trabajar desde casa o tener horarios flexibles, a diferencia de generaciones anteriores, las de sus padres y abuelos, que muchas veces aceptaban largas horas de trabajo y sacrificaban su tiempo personal por la carrera laboral.
Las nuevas generaciones buscan trabajos que tengan un propósito y que se alineen con sus valores personales. Quieren que su trabajo contribuya a algo más grande que simplemente generar ingresos o beneficiar a una empresa. Prefieren empleos que tengan un impacto positivo en la sociedad o el medio ambiente. Quizás, espero yo, vinculado a un mayor interés en temas como la sostenibilidad, la justicia social, y la responsabilidad corporativa. Los jóvenes de hoy tienen una actitud muy crítica hacia los modelos de trabajo tradicionales, como el trabajo de 9 a 5 en una oficina. En su lugar, valoran la autonomía y la posibilidad de emprender o trabajar en el marco de la «gig economy» , economía de trabajos temporales o autónomos. La tecnología juega un papel crucial en la relación de las nuevas generaciones con el trabajo. La Generación Z ha crecido en un mundo digital, son “nativos” y esperan que las herramientas tecnológicas faciliten su trabajo. Están acostumbrados a la innovación constante y a un acceso inmediato a la información, por lo que prefieren empleos que les permitan usar tecnología de vanguardia y que se adapten a los cambios tecnológicos rápidos. La digitalización ha abierto nuevas oportunidades para monetizar habilidades como el marketing digital, la programación, el diseño gráfico, o la creación de contenido en redes sociales, ser un influencer es el sueño de muchos, que algunos consiguen.
En cuanto al precio justo y el orden económico, alcancé a escuchar a Pablo Iglesias en el programa de radio de las mañanas, el que estaba escuchando en mis auriculares, antes de apagar la radio, y vino a decir algo que merece la pena ser citado. “Los regímenes anticapitalistas han fracasado, pero sus intenciones eran buenas”.[16] Y, pensé yo que el infierno esta lleno de buenas intenciones o si no que se lo digan a los rusos, cubanos, venezolanos, nicaragüenses, polacos, bálticos, húngaros, búlgaros etc. En fin, y en concreto; es difícil llenar las plazas de FP tanto en Suecia como en España, porque los jóvenes saben de sobra que ese tipo de trabajo está infravalorado y en muchas ocasiones, no todas, mal pagado. En realidad, dependemos de esas actividades que no valoramos, pero seguimos en las creencias de Platón y Aristóteles levemente actualizadas con algo de Adam Smith. Y ahora nos viene la IA y revolucionará el concepto de trabajo para todos, pero, no creo yo que lo haga para los que recogen las bayas en Suecia o las fresas en Almería, ni para los que recogen la basura o los que transportan la comida rápida, aunque estos últimos pueden muy bien ser reemplazados por drones.
En los tiempos que vivimos es cada vez más indudable que la percepción del trabajo se diferencia en gran medida, comparando occidente y los países asiáticos. En occidente la ética del trabajo se asocia más con el éxito personal, la ambición y la consecución de metas individuales. El equilibrio entre la vida laboral y personal es cada vez más prioritario, y se valora la flexibilidad laboral y el tiempo libre. En culturas asiáticas como Japón, Corea del Sur y China, el enfoque es más colectivista. El trabajo está profundamente conectado con el deber hacia la comunidad, la familia y la empresa. Es común ver una fuerte lealtad hacia el empleador y una mayor disposición a trabajar largas horas o hacer sacrificios personales por el bien del grupo. En Japón, el concepto de «karoshi», muerte por exceso de trabajo, es un reflejo extremo de esta actitud hacia el trabajo, mientras que aquí (España y Suecia) hablamos del agotamiento o burn-out. En Japón encontramos también el término «shokunin» que describe el orgullo por el trabajo bien hecho[17], una noción muy enraizada en la cultura laboral. En China, el concepto “guanxi” que se refiere a las relaciones personales o redes. es crucial para el éxito en el ámbito laboral. En China hay que saber cultivar las relaciones de mutuo beneficio para poder progresar en el trabajo. La idea occidental de la meritocracia ciega, altamente engañosa, parece querer ocultar lo que todos conocen, que “el que no tiene padrinos, no se casa”.
En países como Suecia o España, hay una tendencia hacia la reducción de la jornada laboral y la implementación de políticas que favorezcan el equilibrio entre la vida personal y el trabajo, como semanas laborales de 35-40 horas y largos periodos vacacionales. En general, se promueve la idea de que el trabajo debe ajustarse a la vida personal, no dominarla, mientras en Asia, las jornadas laborales son tradicionalmente más largas. En Japón, Corea del Sur y China, es común que los empleados trabajen horas adicionales sin compensación o trabajen hasta tarde como una muestra de compromiso con la empresa. Aunque hay un creciente debate sobre la necesidad de mejorar el equilibrio entre vida y trabajo, este cambio es relativamente reciente y aún enfrenta resistencia cultural.
Visto desde esta perspectiva, parece lógico que Europa vaya caminando hacia un retroceso económico y de influencia, mientras Asia va ganado peso en las relaciones internacionales, el comercio y la innovación. Alguien debería pensar en estas cosas y tratar de dar un giro de timón, antes de que perdamos el curso de este barco llamado Europa, del que tan orgullosos estamos. Para eso necesitamos revalorar el trabajo, todo tipo de trabajo, el productor y el reproductor. Quizás deberíamos pensar también para qué queremos tanto tiempo libre, porque si es para consumir más ya sabemos lo que tenemos delante; que se lo pregunten si no a Greta Thunberg.
[1] https://filosofiacavernicolas.blogspot.com/2024/10/la-ilusion-de-abolir-el-trabajo.html
[2] https://clasicos-universales.com/la-republica-de-platon-libro-10/
[3] https://www.filosofia.org/cla/ari/azc03.htm
[4] https://biblia.com/bible/rvr60/g%c3%a9nesis/3/19
[5] https://dailyverses.net/es/colosenses/3/23-24
[6] https://www.bibliaon.com/es/mateo_6_25-34/
[7] https://hjg.com.ar/sumat/b/c114.html
[8] https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/en/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091981_laborem-exercens.html
[9] https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=2939703
[10] https://www.gutenberg.org/files/38194/38194-h/38194-h.htm
[11] https://bghyn.com/2019/05/02/real-cedula-de-carlos-iii-declarando-honrado-el-trabajo/
[12] https://www.wikiwand.com/es/articles/El_capital,_tomo_I
[13] https://www.proletarios.org/books/Federici-El_patriarcado_del_salario.pdf
[14] https://lanuevarevistasocialista.com/portfolio/nancy-fraser-la-crisis-del-capital-y-los-cuidados/
[15] https://resources.saylor.org/wwwresources/archived/site/wp-content/uploads/2011/08/HIST304-4.5-The-Protestant-Ethic-and-the-Spirit-of-Capitalism.pdf
[16] https://www.rtve.es/play/audios/las-mananas-de-rne-josep-cuni/ 14-10-2024
[17] Pienso aquí en la frase catalana “la feina ben feta”, tan presente en el pensamiento catalán.
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