Paseando por los alrededores de la Iglesia de Todos los Santos, lugar sito a la entrada norte de la ciudad, justo extramuros, me vino a la mente la batalla de Lund. No pensaba yo en la propia batalla, de eso ya he contado algo, pero lo que paso después, merece la pena contarlo. El rey Carlos XI, vencedor en la batalla, tenía entonces veintiún años recién cumplidos, pero llevaba ya dieciséis como soberano sueco., porque su padre Carlos X Gustavo murió a los 37 años, al poco de conquistar Scania, de resultas de una pulmonía. Este joven rey decidió al llegar a la mayoría de edad, en su caso a los 17 años, seguir los pasos Luis XIV, el Rey Sol, y tomar las riendas del gobierno de Suecia como monarca autocrático, rompiendo la tradición de los monarcas suecos de basar sus decisiones en mayorías parlamentarias. Desde la declaración ante el parlamento convocado en 168, el rey se consideraba “solamente responsable de sus actos ante Dios” (allenast inför Gud responsabel för sine actioner).
Para independizarse de la influencia francesa, tanto económica como política, ideó un sistema de levas (indelningsverket) basado en la designación de una cantidad especifica de reclutas según las circunstancias de cada comarca. Estos soldados tenían que ser alimentados y equipados por los campesinos, que además tenían que proveerle un domicilio, construyéndole una cabaña rodeada de un terreno suficiente para su manutención y la de su familia. Durante los periodos de maniobras y entrenamiento, los campesinos tenían que ayudar con los quehaceres necesarios a la esposa del soldado. Los que tenían que presentar soldados de caballería, tenían también que poner a su disposición un caballo. De esta manera el ejercito sueco se componía de 38 000 hombres en permanente estado de alerta, soldados profesionales, dispuestos a entrar en acción. Estos soldados recibieron el nombre de carolinos.
Carlos XI no consiguió grandes victorias con este ejercito profesional y bien entrenado, pero gano la paz, de manera que los últimos 20 años de su reinado fueron el periodo de paz más dilatado que se había vivido en Suecia desde tiempos remotos. Este rey supo hacerse popular de muchas maneras y contribuyo al futuro buen funcionamiento del estado, creando instituciones importantes de control y administración. Su temprana muerte a los 41 años, de un cáncer de estómago traumatizó al país. Pero el que más traumatizado quedó fue su propio hijo Carlos, el futuro Carlos XII.
El príncipe Carlos tenía 14 años cuando su padre murió. La noche del 7 mayo de 1697 estaba su padre en lit de parade en el palacio Tres Coronas (Tre Kronor) cuando un incendio fortuito obligo a todos a abandonar los aposentos y dejar el palacio, que en poco tiempo ardió por completo. Así empezó la extraña odisea de Carlos XII, un rey inmortalizado 1732 por el gran Voltaire en su obra “La historia de Carlos XII” (Histoire de Charles XII). El rey llevaba ya muerto 14 años cuando el libro fue publicado. Durante su corta vida vivió constantemente vestido con su uniforme de carolino, rodeado de sus soldados, viviendo en tiendas de campaña, siempre en el frente.
La paz que su padre había conseguido quedó rota después de su muerte. El pequeño imperio sueco, que había nacido de conquistas impuestas a Dinamarca, Polonia, Rusia y Sajonia, se veía atacado por todos sus enemigos, que aprovecharon los momentos convulsivos que siguieron al 1697. Obligado a guerrear, lo hizo de corazón. Entro en batalla con sus carolinos y su táctica le dio triunfos ante todos sus enemigos menos el zar Peter I de Rusia, aunque a la larga era imposible resistir. En Poltava, en lo que ahora es parte de Ucrania, en el verano de 1709, el ejercito ruso alcanzó las formaciones suecas y, tras una cruenta batalla, sufrió su mas costosa derrota. Los carolinos fueron aniquilados o hechos prisioneros y Carlos XII se retiró con el resto de su ejército hacia el sur, hasta el río Dniéper, que cruzaron el rey, Mazepa, el cabecilla cosaco, y unos 1500 suecos y una cantidad parecida de cosacos para escapar de los rusos y establecerse en el Imperio Otomano. El resto del ejército carolino se vio obligado a rendirse ante la superioridad rusa en el pueblo de Perevolotjna el 1 de julio de 1709. Al llegar a lo que hoy es Moldavia, entonces bajo el imperio otomano, se les permitió acuartelarse en Bender, hoy conocida como Tighina que, aunque está ubicada en la orilla derecha del río Dniéster, está controlada por la región separatista de Transnistria. Me paro a pensar un instante, porque me viene a la cabeza que los turcos hoy día no son tan buenos aliados de los suecos: eso de la OTAN y tal. Bueno, pues allí estuvo el rey Carlos viviendo con sus soldados, con dinero prestado por los mandatarios turcos, que consideraban que el enemigo de su principal enemigo, Rusia, era su amigo. Pero todo tiene su fin y en 1713 se cansaron en Bender de tener a tanto soldado sueco y cosaco por las calles y de prestarles dinero y, tras una buena trifulca, los suecos tuvieron que marcharse de allí un año más tarde.
Nos podíamos preguntar por qué el rey Carlos se conformó con quedarse en Bender tanto tiempo. En realidad no tenía salida, no podía regresar con sus soldados, porque los rusos, sajones, polacos y daneses le cerrarían el camino y les aniquilarían. Además Carlos, el gran batallador, sentía vergüenza de haber perdido su ejercito en una derrota tan aparatosa como lo fue Poltava. Obligado a marchar tuvo que tomar contacto con Viena, ya que los únicos caminos que Carlos XII podía seguir con cierta seguridad pasaban por las tierras del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Por tanto, Carlos XII eligió una ruta que atravesaba Siebenbürgen y Hungría a lo largo del Danubio, pasando por territorio bávaro hasta Frankfurt am Main y Kassel, cuyo elector estaba emparentado con él. A partir de ahí, todo recto hasta Stralsund, que entonces era territorio sueco, donde pensaba quedarse un tiempo, pero los enemigos daneses, prusianos y sajones atacaron la ciudad y la asediaron. Carlos no tuvo más remedio que salir huyendo hacia Scania.
Finalmente, el 13 de diciembre de 1715, Carlos XII desembarcó en el pequeño pueblo pesquero de Skåre, al oeste de Trelleborg. El rey guerrero no había puesto los pies en su reino en quince años. Durante ese tiempo, el país se había deteriorado en gran manera. La economía estaba por los suelos, la moneda sueca carecía de valor y se cotizaba al peso, el territorio se mantenía de milagro. La idea era hacer un rápido ataque contra Noruega, entonces territorio danés, pero no funcionó como el pensaba. Y ahora viene lo inesperado: nuestro pequeño Lund, que a duras penas se había repuesto de los destrozos del 1676, se ve de repente convertido en la capital de Suecia.
Desde el 6 de septiembre de 1716 y durante casi dos años, Lund, la pequeña ciudad danesa, recientemente ocupada por Suecia, pasó a ser la capital del reino. El rey se apropió rápidamente de la mejor casa de la ciudad, que sigue estando en la confluencia de Södergatan y Svanegatan, que era propiedad de un catedrático de la recientemente abierta universidad, que naturalmente tuvo que buscar cobijo para él y su familia en otro lugar. La planta baja servía de residencia y en las habitaciones empapeladas de azul y amarillo había «todo tipo de armas caras y preciosas y muchos retratos” nos cuenta Johan Hultman, un sirviente del rey en sus memorias. El piso superior albergaba dos salones, donde se podían celebrar fiestas y reuniones, así como algunas habitaciones para invitados.
Caminando llego esta mañana al edificio que eligió Carlos XII para su estancia y veo que sigue estando allí, en el cruce de Södergatan con Svanegatan, como si estos 300 años no hubiesen pasado. Es un caserón construido en piedra en su base, con paredes muy gruesas y recubierto de ladrillo. Construido en el siglo XVI, forma parte de un pequeño grupo de construcciones de piedra y ladrillo que han sobrevivido hasta hoy, sobreviviendo los repetidos incendios que sufrió la ciudad desde el siglo XI hasta el XIX, que calcinaron las antiguas granjas de madera y barro que formaban la ciudad. Ahora no vemos soldados con uniformes carolinos en la puerta, tampoco vemos caballos ni carros, ni hay trajín en el patio, ni se oyen órdenes de los oficiales, ni cornetas, ni timbales. A esta hora lo que puedo ver es una grúa que unos hombres utilizan para mejorar la fachada de un edificio colindante, al otro lado del gran patio abierto. Si viniese aquí dentro de unas pocas semanas a esta hora, las ocho y diez de la mañana, encontraría el patio lleno de jóvenes, la mayoría de entre 16 y 19 años, camino de sus calases. Eso es porque aquí, a este antiguo edificio, se trasladó en 1837 la escuela catedralicia, convertida en instituto de bachillerato, dejando sus antiguos locales anexos a la catedral. Por tanto, Katedralskolan, que así se llama el instituto, ha recogido la herencia catedralicia y proclama su antigüedad partiendo del 1085, fecha en que fue fundada la primera escuela trivial catedralicia hasta nuestros días. En el siglo XIX se construyo el que ahora es edificio central y, pasando el tiempo, otros más en diferentes estilos, bastante distintos unos de otros, pero “la casa de Carlos XII”, como sus 1500 alumnos y 160 profesores la llaman, sigue en pie y en buen uso, cobijando oficinas y aulas de estudio.
Durante su estancia, el rey estaba bastante molesto con los inconvenientes, que una ciudad/aldea le ocasionaba. Por aquí pululaban cerdos a sus anchas, gallinas y perros sueltos. Por Södergatan, que baja en cuesta, navegaban excrementos y desperdicios los días lluviosos, y vagabundos llamaban a las puertas pidiendo limosna. Además, el monarca llevaba a donde fuera un grupo de acreedores compuesto por media docena de turcos, unos cuantos árabes, algunos judíos y hasta una condesa polaca, que le acompañaban esperando que pagase las deudas contraídas en Bender, durante su estancia y la de sus tropas, de más de cinco años. Es difícil hacerse a la idea de como una ciudad/aldea de 1300 habitantes podía alojar a tanta gente. Todas las casas quedaron ocupadas por soldados y miembros del séquito real, turcos y visitantes esporádicos que tenían que hacer tramites ante la corte. En los alrededores, en casas de labor y granjas por el sur de Scania, se acuartelaban más de 20000 soldados, dispuestos a marchar en alguna dirección, cuando se diera la orden.
Hubieron de ser días difíciles para la ciudad, que no sé yo si disfrutaría mucho con la presencia del rey. Los que sí sabemos la odiaban eran los 150 estudiantes que por aquellos entonces tenía la universidad, porque el monarca, muy interesado en la ciencia y asiduo oyente en las clases exigía que, los estudiantes mostraran su aplicación o, si suspendían, se alistasen al ejército. El rey asistía con frecuencia e inesperadamente a las clases, muy interesado en matemáticas y ciencias, también en filosofía, y en conversar con los nueve catedráticos de la institución.
Finalmente, el 11 de junio de 1718, el rey, solamente acompañado por su secretario y otro jinete sin identificar, dejaron Lund y partieron en dirección a Noruega. El ejército y su séquito partiría escalonadamente, hasta formarse frente a la frontera con Noruega. Carlos XII estaba obligado a intentar mejorar sus finanzas con una guerra, que esta vez lanzaría contra Dinamarca-Noruega. Lejos de solucionar los problemas financieros de Carlos XII, la campaña fue un fracaso y, el mismo rey, siempre al frente de sus soldados, siempre en la avanzada, fue abatido en la mañana del 30 de noviembre de 1718 por una bala disparada desde los muros del castillo de Fredriksten cerca de la noruega Halden. La saga de los carolinos terminaba aquí y con ella también llegaba a su fin la época del imperio sueco, que comenzó al final la guerra de los treinta años, con la Paz de Westfalia, 1648.
Lund volvió a su trajín diario y somnoliento. La universidad volvió a funcionar y a desarrollarse, al abrirse la posibilidad para estudiantes de fuera de encontrar alojamiento, lo que antes había sido imposible mientras la corte estaba aquí. Pero la muerte de Carlos XII sumió a todo el país en un estado de recesión del que tardó un siglo en recuperarse. El recuerdo de la estancia de Carlos XII en la ciudad quedó grabado en la memoria de los que la vivieron y de las siguientes generaciones y ha formado parte del relato histórico de la ciudad y de su propia imagen. Por su perfil guerrero, resaltado por Voltaire y por cientos de historiadores y escritores posteriores, han hecho del rey un ídolo de la extrema derecha, racistas skinheads y algunos académicos nazis trasnochados, que en los años 90 del siglo pasado celebraba el día de su muerte con una marcha a la luz de las antorchas. Recuerdo perfectamente como mis estudiantes preparaban batallas a pedradas contra estas marchas, hasta que poco a poco han ido desapareciendo, porque la extrema derecha ha dejado crecer el pelo, se ha comprado trajes de buen corte, y ahora está en el parlamento. Nuevos tiempos para Lund, nuevos tiempos para Suecia. Abajo podéis ver algunas fotos que he tomado de “la casa de Carlos XII” y al rey, llevando su uniforme carolino, De Atribuido a David von Krafft, un grabado que representa la ciudad a fines del siglo XVI y un mapa de la ciudad intramuros de 1801.
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