Este domingo me recordó Rosa Lencero que el ministerio de asuntos exteriores español recomienda a los ciudadanos españoles extremar las precauciones en Suecia ante la posibilidad de ataques terroristas. A mis amigos y amigas de la Sociedad Científica de Mérida les parece muy raro que esto pueda suceder en una sociedad como la sueca, José Carlos escribe que a el le parece que se trata de una provocación para deteriorar “la buena imagen de tolerancia de las culturas y credos.” Y es que estas amenazas vienen como resultado de la quema pública i viral del Corán por nazis daneses y suecos, pero siempre en Suecia, porque aquí se puede blasfemar cuanto se quiera, sin tener que temer ser perseguido por ello. La constitución sueca avala la libertad de exteriorizar las opiniones sin miedo a represalia y la policía está obligada a defender al que quiera expresarse pacíficamente, sin tener en cuenta si esa expresión es bien o mal recibida por un individuo o un grupo concreto.
El Corán es el libro sagrado de los musulmanes y entre la población musulmana hay muchos individuos para los que el libro es sumamente importante. No representa solamente la religión en sí, sino se considera como un regalo que Dios (Alá) a dado personalmente a Mohamed para difundirlo entre los hombres. Quemar ese libro públicamente es una ofensa a Dios, al profeta y a todos los creyentes. Por menos se han anunciado fetuas por muchos muftíes, contra cientos de blasfemos, ¡que se lo pregunten a Salman Rushdie! Hay un joven danés, que también tiene pasaporte sueco, que tras de quemar algunos Coranes en Dinamarca, ha hartado a las autoridades danesas y se ha venido a Suecia a, con la venia y ayuda del partido de extrema derecha Sverigedemokraterna (Los demócratas(sic) suecos), se ha puesto a quemarlos en Suecia. Armando un revuelo de mil demonios, porque en Suecia viven casi un millón de musulmanes, el 9% de la población, de los cuales 200 000 más o menos son muy religiosos. Los hay iraquíes, turcos, sirios,iranies, palestinos, magrebíes etc. También hay una minoría árabe cristiana y muy “anti-musulmana” que está dispuesta a apoyar y promover la quema de Coranes. También hay un grupo numeroso de musulmanes secularizados, especialmente iraníes, que identifican el islam con la opresión.En algunas ocasiones, últimamente, hemos tenido autenticas batallas campales entre los que se sienten ofendidos por la quema y los que dicen expresar su libre opinión, sobre una religión que consideran contraria a los derechos humanos, especialmente a los derechos de las mujeres.
De resultas de estas quemas del Corán, los medios de comunicación de los países islámicos se han encargado de agitar los ánimos contra las autoridades suecas que tildan de sacrílegas y nazis. Los medios cargan las tintas para calentar las masas y, en algunos países islámicos se han quemado banderas suecas y se han atacado embajadas, edificios y negocios suecos. La agencia de seguridad nacional sueca ha informado sobre la posibilidad de que se cometan atentados en Suecia y ha subido el nivel de incidencia a un cuatro en una escala de cinco, peligro inminente, por tanto. De resultas de estas acciones contra las sensibilidades musulmanas, Turquía se ha negado a apoyar la candidatura de Suecia a la OTAN, y por tanto, el ingreso de Suecia al pacto atlántico está detenido, ya que basta que un miembro se niegue a ratificar para que no se admita a un candidato.
Personalmente creo que no se puede vivir con temor a ataques terroristas. Primeramente, porque no es nada que se pueda predecir de antemano, ni dónde, ni cómo, ni a qué hora van a ocurrir. Los atentados ocurren en un cierto lugar, a una cierta hora y puede ser con bomba, con atropello, con armas de fuego o con objetos punzantes o contundentes. No son alas armas, son las manos y las intenciones de los que quieren cometer esos atentados. Tampoco los terroristas van por el mundo con cara de malos, así que no vale la pena ir mirando a la gente a ver si se ve alguien sospechoso. Aquí en Suecia hemos tenido ya algunos atentados, por ejemplo, el 7 de abril de 1917, en una de las calles peatonales más céntricas de Estocolmo, Drottninggatan. Poco antes de las tres de la tarde. Un camión, robado y conducido por un refugiado de Tayikistán, Rakhmat Akilov, que se dijo haber actuado en nombre del Estado Islámico, atropello y mató a cinco personas y a un perro. Diez personas quedaron heridas de gravedad. Yo había paseado por esa misma calle un día antes a aproximadamente a la misma hora junto a mis estudiantes, porque estábamos visitando el parlamento, que queda a cien metros del lugar del atropello, en un viaje de estudios a Estocolmo.
Pero este atentado no ha sido el único en Suecia. Para no remontarme demasiado atrás, me limito a comenzar en el siglo pasado. El primero tuvo lugar en Malmö en 1908, y de eso hablare hoy más adelante. El segundo ocurrió en Estocolmo durante la visita del zar Nicolass II a la ciudad al año siguiente. El tercero fue un ataque a la redacción de un periódico de izquierdas en 1940, el cuarto ocurrió en 1971 y fue el ataque a la embajada de Yugoeslavia en Estocolmo. El quinto tuvo relación con el cuarto, porque fue el secuestro de un avión en Malmö, que termino en Madrid con los secuestradores y los terroristas croatas puestos en libertad por el gobierno de Franco.
Paseando por uno de los muelles de Malmö, Bejerskajen, encontramos dos placas conmemorativas de un hecho que hoy habríamos denominado un acto de terrorismo, cometido durante la noche del 11 al 12 de julio de 1908. Por las casualidades que siempre nos ofrece la vida, tuve la ocasión de escuchar de propia voz la versión del principal implicado en este atentado, Anton Nilson, a comienzos de los ochenta, en una conferencia que nos dio en la facultad de historia de Lund. Mientras comíamos nuestros típicos garbanzos con tocino, nuestra cerveza fría y nuestro ponche caliente, como todos los jueves, Anton Nilson nos explicó con todo tipo de detalles su actuación; el cómo y el por qué, lo que vino después y su valoración personal.
Este nonagenario lúcido y vital, nacido en 1887, que llegó a cumplir los 101 años, recordaba toda la historia previa que le llevó a arriesgar su vida y la de otros por lo que, a él, y a muchos otros, le parecía una causa justa. Cuando escribo estas líneas, el 21 de agosto, se dedica esta fecha por quinta vez a la memoria de todas las victimas del terrorismo, por una iniciativa de las Naciones Unidas. En todo acto de terrorismo hay agentes y víctimas. Los agentes suelen estar seguros de que sus acciones son motivadas por hechos o situaciones que las legitiman. Se dice que el terrorismo es el arma de los pobres y en parte es así. Las víctimas por su parte son en su mayoría gente inocente. Regresemos al relato de Anton Nilson, relato contado con 74 años de perspectiva, por alguien que a sus 21 años planeó y ejecutó una acción terrorista en Malmö.
¿Qué puede hacer que un joven trabajador inteligente arriesgue su vida y la de otros? Según él, fueron dos eventos que sucedieron en 1905 los que influenciaron a Nilson en una dirección radical. El primer evento fue la masacre el Domingo Sangriento, en enero de 1905 en San Petersburgo, cuando cientos de manifestantes encabezados por el sacerdote Georgy Gapon fueron asesinados a tiros por los militares. El segundo evento fue la huelga de talleres que estalló en Suecia ese mismo año. Nilson se unió al movimiento “Jóvenes socialistas” (Ungsocialisterna) y se comprometió con la idea del desarme distribuyendo folletos en los regimientos de Scania, junto con Per Albin Hansson (el que muchos años más tarde sería primer ministro sueco durante la segunda guerra mundial), entre otros. En 1906, empezó Anton Nilson a trabajar como albañil en Malmö pero, como muchos otros, perdió el trabajo en la primavera de 1908 por culpa de una baja coyuntura económica. Los que pudieron conservar el trabajo vieron disminuidos sus salarios.
En el verano de 1908, los trabajadores portuarios de Malmö se declararon en huelga para mejorar sus precarias condiciones de trabajo. Los empresarios pidieron protección a la policía y al ejército para mantener el orden al mismo tiempo que traían a esquiroles británicos, lo que provocó tensiones aún mayores. Los trabajadores lo tomaron como una gran provocación. El barco en el que pernoctaban, Amalthea, estaba anclado a unos metros del muelle para evitar que los trabajadores que hacían huelga agrediesen a los esquiroles ingleses.
En la noche entre el 11 y el 12 de junio, Anton Nilson remó los aproximadamente cien metros que separaban el muelle del barco y plantó una bomba lapa en el casco del Amalthea. La bomba explotó, matando a un hombre, Walter Close, e hiriendo a 23, varios de ellos de gravedad, con quemaduras graves y discapacidad de por vida. Anton Nilson, al que se le cayó una nómina a su nombre que llevaba en el bolsillo, fue condenado a muerte y sus dos cómplices Algot Rosberg y Alfred Stern, que al igual que Anton eran miembros de Jóvenes Socialistas y desempleados, fueron condenados a cadena perpetua por el crimen. Sin embargo, Nilson fue indultado y su sentencia fue más tarde conmutada por cadena perpetua. Al principio, la opinión popular y el movimiento obrero estaban fuertemente en contra del atentado, sin embargo, la opinión fue cambiando a medida que el movimiento obrero crecía y se consolidaba en Suecia. Se inició una campaña masiva para indultar a los convictos, que tuvo una gran repercusión internacional. En Suecia se recogieron 130.000 firmas para liberar a los Jóvenes Socialistas.
Se puede decir que la revolución rusa fue la que al final liberó a Anton Nilson y a sus compañeros. Tras la revolución de marzo miles de obreros se dirigieron a la cárcel para sacar a los presos, pero no pudieron entrar. La presión obrera era tal que dio lugar a la formación de un gobierno liberal con un socialdemócrata, Hjalmar Branting, como ministro de finanzas. Finalmente, en octubre de 1917, el recién instalado gobierno de Edén-Branting ordenó la liberación de Anton Nilson, que fue la primera decisión tomada por el recién instalado gobierno de coalición de socialdemócratas y liberales. Esta concesión a los movimientos revolucionarios apagó un poco el malestar social que amenazaba con estallar en ese momento.
Ya libre, y con el apoyo financiero del banquero Olof Aschberg, Nilson pudo realizar su sueño de volar; Aschberg le pagó a Nilson un curso de pilotaje en la escuela de vuelo de Ljungbyhed. Y aquí comienza una aventura que podía servir como un buen guion para una película de acción o una serie de Netflix. Con su certificado de piloto en el bolsillo y después de participar en una reunión en El parque del pueblo de Malmö (Malmö Folkets Park) y escuchar a Angelica Balabanova hablar sobre la lucha en Rusia, decidió, este convencido pacifista, participar en la guerra, ayudando al Ejército Rojo. Balabanova le gestionó una visa a Petrogrado, pero Nilson no pudo obtener un permiso de salida de Suecia porque, como buen pacifista, se había negado a hacer el servicio militar obligatorio.
Ni corto ni perezoso, se puso en contacto personalmente con el ministro de la Guerra Erik Nilson, tras lo cual su permiso de salida le llegó en una semana. En 1918, después de un curso acelerado de ruso, viajó a la ciudad de Gattjina para ocupar un puesto en el Ejército Rojo como piloto de reconocimiento. Durante los combates entre Estonia y la Rusia soviética, fue trasladado a Torosina en las afueras de Pskov. Por recomendación de su jefe, se convirtió en miembro del Partido Comunista de Toda Rusia. Alcanzó el grado de capitán y durante un tiempo fue jefe interino de su división. Por sus servicios, Lev Trotsky lo recompensó, entre otras cosas, con una chaqueta de cuero. Nilson llegó a conocer personalmente a Vladimir Lenin y estrechar la mano de Josef Stalin. En 1921, en medio de la agitación de la revolución y la guerra civil, ayudó a parte de la familia Nobel a abandonar Bakú donde estaban recluidos y dejar el país, rumbo a Suecia, a donde el propio Anton Nilson también huyo más tarde, cuando el estalinismo se hizo más fuerte. Nilson veía a Josef Stalin como un traidor a la revolución y la clase trabajadora y convirtió a la Unión Soviética en un estado policial que encarcelaba y oprimía a los verdaderos socialistas. Desde 1926, Anton Nilson vivió en Suecia. Aquí abandonó finalmente el comunismo y pasó a la socialdemocracia como un miembro de base. Anton Nilson murió en agosto de 1989 y no llegó a conocer la caída del muro de Berlín y tampoco la disolución de la Unión Soviética. Adjunto una foto tomada por la policía tras su detención, otra de como quedó el barco después de la explosión y las placas conmemorativas, una realizada por la ciudad y otra por una asociación anarquista.
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