Ayer no caminé mucho. Llegó el momento de verme en un quirófano por primera vez; nada serio, pero necesario. Los hospitales son lugares muy especiales, todo un mundo de ilusiones, alegrías, tristezas, vida y muerte. Son templos a la vida y antesala de la sepultura al mismo tiempo. Están ahí, algunos en edificios vetustos, llenos de solera e historia, otros modernos, algunos emplazados en lugares privilegiados, con vistas al mar. Pensándolo bien, gran parte de nuestra vida, mejor aún, momentos cruciales de nuestra vida trascurren por sus grandes recibidores, pasillos y salas. Yo he visto nacer a mis hijos y he despedido a mis parientes en esas pequeñas salas silenciosas, llenas de aparatos, tubos y grifos, iluminadas por lámparas de neón y humanizadas con flores, perfumadas con desinfectantes.

Esta mi nueva experiencia como paciente de cirugía ha sido verdaderamente memorable. Me atrevería a decir que me he acercado a esta institución de la misma manera en que tomamos un higo chumbo de la chumbera: despacio, con cuidado de no lastimarnos con los pinchos, para encontrar dentro una fruta sabrosa. Los hospitales imponen. En la entrada se acortan los pasos y se avanza al ralentí, la voz se adelgaza en la taquilla, la sala de espera acongoja. Se siguen os pasillos, la B, la C, izquierda, derecha, una puerta y, al fin, el primer contacto con el personal sanitario. Ahí está el dulzor, el buen sabor de la visita, el dejarse llevar por profesionales empáticos. Tal ha sido mi sensación durante todo este procedimiento, supuestamente doloroso, que les he enviado una carta de agradecimiento. Nada de libro de reclamaciones, allí deberían tener un libro de felicitaciones y agradecimientos. Comparto el contenido:

“Me dirijo a ustedes con un profundo sentido de gratitud y aprecio por la excelente atención médica que recibí durante mi reciente experiencia en su unidad de cirugía. Quisiera expresar mi reconocimiento a todo el personal, desde los médicos y cirujanos hasta las enfermeras y el personal de apoyo, por el excepcional cuidado que brindaron durante mi estancia. Desde el momento en que ingresé al hospital hasta mi salida, experimenté un nivel de profesionalismo y compasión que superó mis expectativas. La amabilidad y la paciencia que mostraron contribuyeron significativamente a mi bienestar emocional durante un momento que, de por sí, ya era desafiante.Los médicos y cirujanos demostraron un nivel de competencia y habilidad impresionante. Su enfoque cuidadoso y sus explicaciones claras antes y después del procedimiento brindaron una sensación de confianza y seguridad.

Estoy agradecido por el esfuerzo y la dedicación que ponen en su trabajo, lo que se refleja claramente en los resultados positivos que he experimentado. El personal de enfermería desempeñó un papel crucial en mi recuperación. Su atención constante, empatía y disposición para abordar mis inquietudes fueron fundamentales para mi comodidad y bienestar general. Cada miembro del equipo contribuyó a crear un ambiente de apoyo que hizo que mi experiencia en la unidad de cirugía fuera lo más llevadera posible. Además, quiero reconocer a todo el personal administrativo y de apoyo por su eficiencia y amabilidad. Cada interacción con ustedes fue cordial y profesional, lo cual fue reconfortante en un momento en el que cada pequeño detalle cuenta. En resumen, estoy profundamente agradecido por el excepcional nivel de atención y el esfuerzo dedicado de todos en la Unidad de Cirugía del Hospital de Landskrona. Su trabajo no solo ha tenido un impacto positivo en mi vida, sino que también ha reforzado mi confianza en el sistema de salud. Les estoy agradecido a todos por su dedicación y servicio excepcionales. Su compromiso con el cuidado del paciente es verdaderamente admirable, y estoy agradecido de haber sido beneficiario de su experiencia y profesionalismo.

Con sincero agradecimiento,”

Y reitero aquí, “compasión”, karuṇā en sánscrito y pāḷi, que es un concepto central y una cualidad fundamental, en el contexto budista, y se refiere a la capacidad de sentir empatía y comprensión profunda hacia el sufrimiento de los demás, así como el deseo activo de aliviar ese sufrimiento. Una forma de amor que no espera recompensa alguna ni contrapartida, y que llega a superar al mismo ágape. Me viene a la memoria mi segundo encuentro con el Dalai Lama. Mis estudiantes le preguntaron: “Santidad, ¿que nos recomienda para vivir una buena vida?” y el les contestó simplemente: “Compasión”.

Si nos ponemos a pensar cómo puede ser posible que, tanta gente que trabaja en estos centros, pueda alcanzar estos altos niveles de compasión y profesionalismo, debemos, como casi siempre, recurrir a la historia. Me operaron de una hernia en Landskrona, pero yo voy a explicar un poco la historia del hospital universitario de Lund, que es lo mío. Recordemos que hasta 1658 Lund pertenecía a Dinamarca.

La historia de las instituciones públicas de atención médica comienza con los hospitales medievales, especialmente destinados a los leprosos. El término «hospital» se utilizó en Suecia y Dinamarca hasta aproximadamente 1930. Además de los hospitales, desde el siglo XVII existían un pequeño número de instituciones especializadas: la casa del soldado para los soldados retirados, la casa de los niños para los huérfanos y niños desamparados, la casa de corrección para vagabundos y pequeños delincuentes, y en el siglo XVIII también la casa de hilar para mujeres vagabundas y criminales. A principios del siglo XIX, había 26 hospitales en el país (Suecia), y de estos, cuatro estaban en Escania: Malmö, Landskrona, Helsingborg y Kristianstad. Los hospitales de las ciudades tenían una ubicación periférica desde la Edad Media, pero luego los terrenos comenzaron a tener una ubicación cada vez más céntrica. Estas instituciones estaban bajo el control del gobierno y atendían a personas crónicamente enfermas, ancianas o con enfermedades mentales.[1]

En la misma época, existía un número igual de “lasarett”, siendo el primero en Skåne establecido en Lund desde la década de 1760. El primer hospital público sueco fue el Serafimerlasarettet en Estocolmo, que abrió sus puertas en 1752. A diferencia de los hospitales, los lasarett no solo se centraban en la atención de mantenimiento de la vida, sino que aquí se esperaba, en el mejor de los casos, una mejora en la condición de los pacientes o al menos algún alivio en el sufrimiento. Y, ¿por qué se denominan ese tipo de hospitales lasarett? Pues, parece, según el historiador Dick Harrison, que se debe a una confusión con el nombre de una isla en la laguna veneciana que se conocía con la denominación de Santa María de Nazaret en donde se estableció aquí una estación de cuarentena para enfermos de peste en el año 1423; hoy en día, la instalación se llama Lazzaretto Vecchio (El antiguo lazzareto). Originalmente, el hospital se llamaba nazaretto, debido al nombre de la isla, pero debido a la confusión con el santo de la lepra, Lázaro, se cambió la letra inicial n por una l.[2]

Aquí, en Lund, se fundó la primera lasarett el 10 de octubre de 1765, según la carta de privilegio que adjunto aquí abajo firmada por el rey Adolfo Federico, padre de Gustavo III y abuelo del desterrado Gustavo IV Adolfo. Desde el primer momento la universidad estaba implicada y dos de sus catedráticos pertenecían al comité fundador. Ver también los poderes concedidos a ambos catedráticos por el canciller pro-rector de la universidad, al fin de la entrada. Un edificio se había construido tras la renovación y acomodamiento de un edificio anterior, asignado al jefe de caballerizas. siguiendo los planos aprobados por el rey en 1743.

Afortunadamente se conservan en las fuentes los vestigios de los primeros pacientes de esta lasarett, cuya razón de ser no era solo cuidar sino curar. Entre el 24 de agosto de 1768 y el 2 de marzo de 1769 se trataron allí solamente ocho pacientes. El primer paciente fue un criado con una pierna rota, para el que se construyo “una pierna de madera con correas de cuero” y “un instrumento, aplicable a las roturas de miembros, que se conserva entre los inventarios de lasarett.” El tratamiento se basaba en la anamnesis y los medicamentos empleados eran la quinina para la malaria, el mercurio para la sífilis, el opio para los dolores, los calambres y para dormir y también, como no, las sangrías, con o sin sanguijuelas. Cerveza y vino contra la raquitis, enema de alcanfor contra la enteritis. Pero, aquí entro yo, la hernia se operaba, he, así que a mi me hubiesen operado entonces como ahora. La cirugía había avanzado en esa época bastante, en cuanto a amputaciones y extracción de ganglios etc. Aún no se tenía una anestesia efectiva y se usaba el alcohol o simplemente se sujetaba al paciente, o las dos cosas a la vez. Yo estoy muy agradecido a William Morton, que en 1846 operó por primera vez a un paciente usando éter. La verdad es que no recuerdo nada de lo que pasó después que el anestesista me pusiese una inyección y la enfermera me incitara a respirar hondo en una mascarilla.

Algo muy importante era entonces como ahora la economía. Estas instituciones eran estatales o municipales, pero su financiación se hacía dividiendo los costes entre diferentes estamentos: la iglesia, la nobleza, la burguesía y el campesinado, en Lund, naturalmente, la universidad. Por tanto, en la junta directora de lasarett podemos ver a sacerdotes, nobles, burgueses, campesinos y catedráticos. La economía era y es siempre central y los costes continuamente crecientes. Por eso me pregunto ¿cómo algunos partidos pueden intentar, y de hecho, hacer recortes? Si los costes de edificios, material y personal crecen continuamente y la población también crece y, lo que agrava también la cosa, envejece, ¿cómo se pueden hacer recortes, sin deteriorar el sistema? Suecia destina a la atención médica alrededor del 11% al 12% del Producto Interno Bruto según cifras de 2022. España dedica de un 9% a un 10% a la salud. Estos dos países tienen unos sistemas sanitarios de muy buena calidad. El sueco lo he vivido en “propias carnes” y el español también, aunque en menos manera y puedo garantizar que los dos funcionan y muy bien.

No, no se puede, no se debe recortar en sanidad. Es lo único que hace nuestras sociedades humanas y la que nos garantiza un bienestar sostenible. Sin salud no hay bienestar. Si hay que recortar, recorten en armamento, suban los impuestos o las dos cosas a la vez. Yo sé que la salud no tiene precio. Por tanto, dejo ahí un símbolo del amor en chino, amor y compasión y no guerra y odio. Faites l’amour, pas la guerre!


[1] Åman, Anders: Om den offentliga vården. Byggnader och verksamheter vid svenska vårdinstitutioner under 1800- och 1900-talen. En arkitekturhistorisk undersökning (1976).

[2] https://www.svd.se/a/On9RPb/senmedeltida-felsagning-ordets-ursprung