Hoy hace un día precioso con sol y una luz diáfana que da gusto salir. La nieve luce blanca y los capullos de escaramujo lucen rojos a un metro de mi ventana. Hoy no puedo salir a caminar y mi paseo se reduce a recuerdos y memorias. Me he puesto a pensar que todos los pueblos tienen un héroe histórico al que se le atribuyen propiedades y virtudes. Aquí en Suecia tenemos la figura de Engelbrekt Engelbrektsson, un líder rebelde sueco del siglo XV, conocido por liderar una revuelta contra la Unión de Kalmar y la opresión danesa. En Suiza tienen a su Guillermo Tell. Las figuras de Guillermo Tell y Engelbrekt Engelbrektsson pertenecen a contextos históricos y geográficos diferentes, pero ambos están asociados con la lucha por la libertad y la resistencia contra la opresión. En Francia tenemos a Juana de Arco, la heroína que lideró a las fuerzas francesas durante la Guerra de los Cien Años. En Inglaterra encontramos Robin Hood, el famoso bandido que robaba a los ricos para dar a los pobres.

Si bien estos personajes tienen una posible raíz histórica, más o menos evidenciada, han sido sin duda mitificados por historiadores, literatos y políticos, que han utilizado su arraigo popular como movilizadores de masas. En el caso de Dinamarca, tenemos un autentico mito, utilizable en cualquier momento histórico, Holger Danske, (Ogier el Danés en español) que es un personaje legendario de la mitología danesa y nórdica. Se le conoce como un héroe que, según la leyenda, duerme en un profundo sueño en el sótano de Kronborg, un castillo en Helsingør, Dinamarca. La leyenda de Holger Danske está asociada con la defensa de Dinamarca y se dice que despertará en el momento de mayor necesidad para proteger al país.

La historia de Holger Danske tiene diversas versiones, pero en general, se le presenta como un guerrero legendario que ha jurado defender a Dinamarca de los enemigos. Según la leyenda, Holger Danske fue un caballero que luchó en la corte del emperador Carlomagno en Francia y más tarde regresó a Dinamarca. A Ogier el Danés se le atribuye una espada de nombre Cortana, igual que la espada ceremonial de punta roma, que se usa en la coronación de los reyes ingleses, y que también se le atribuye al legendario Tristán. En el filo de la espada de Ogier se podía leer esta inscripción: Mi nombre es Cortana, del mismo acero y temple que la Joyosa y Durandarte. La Joyosa (en francés: Joyeuse) fue la espada perteneciente a Carlomagno, según el Cantar de Roldán, y Durandarte, del sobrino de Carlomagno, el propio Roldán.

A la Tizona o Tizón del Cid Campeador (Rodrigo Díaz de Vivar) la pude ver en el Museo del Ejército, en Madrid, pero el que la quiera ver ahora tendrá que ir a Burgos.  El Cid Campeador es el héroe nacional español. Curiosamente es un héroe cristiano que no tenía ningún escrúpulo en poner su espada al servicio de reyes musulmanes en la península, como tampoco lo tenían otros nobles castellanos, catalanes, leoneses o navarros. Pero a este Cid, personaje real e histórico, se le conceden atributos varios, no sólo como guerrero, sino también como santo y como garantizador y luchador por la legitimidad. Lo de santo, lo inventaron los monjes de Cardeña, monasterio donde se le dio una primera sepultura y que comprendía todo lo bueno que podía traer consigo una canonización del guerrero, a nivel económico y como seguridad en sus propiedades. Su fama como defensor de la legalidad contra el poder de la fuerza está en su exigencia al rey Alfonso VI, para que jurase en Santa Gadea que “no había tenido arte ni parte en la muerte de su hermano”.  En 1518, el procurador burgalés doctor Zumel pidió al emperador Carlos que prestara juramento, en las cortes de Valladolid, de guardar los derechos y libertades de Castilla y no entregar oficios ni beneficios a extranjeros. No faltaron quienes vieron, en este acto del burgalés, una rememoración del episodio cidiano de Santa Gadea. Esta petición o exigencia de juramento, sería el pistoletazo de salida a una guerra civil, La de las Comunidades de Castilla, 1520-1522. Vemos aquí una gran similitud con los acontecimientos que casi al mismo tiempo (1523) resultaron en la escisión de Suecia de la unión de Kalmar, por la que estaba ligada a Dinamarca. No es una casualidad, es una tendencia en la Europa del 1500, ese afán monárquico por aglutinar centralizando, todo el poder bajo la corona y la oposición que esto levantaba en antiguas élites locales. Suecia, liderada por Gustavo Vasa, logró liberarse del centralismo danés, Castilla sucumbió, como también lo hizo Navarra por los dos lados de los Pirineos.

En el este de Europa, en los Balcanes, la memoria de uno de esos héroes iniciaría en 1989 un proceso de exaltamiento nacional que culminaría con la guerra de los Balcanes y la siguiente partición de Yugoslavia. Fue en Kosovopolje (El prado de Kosovo) donde el presidente yugoslavo recurrió al recuerdo de una derrota sonada, la del serbio Lazar ante el ejército otomano en 1389, en la cual Miloš Obilić se destacó matando al líder otomano Murad I, y es por tanto, un héroe en los ojos de los serbios. Tampoco es único el aprovechar una derrota para exaltar el patriotismo o urgir al alzamiento nacional para la liberación de un territorio en concreto o legitimar ataques a territorios ajenos. Recordemos el 11 de septiembre, tanto en Cataluña (1714) o en EEUU (2001).

Siguiendo en el este de Europa encontramos los que los historiadores marxistas se empeñan en definir como la primera revolución campesina, liderada por Ivailo Bardakoba (el rábano), mote que le pusieron por ser campesino. Este hombre un tanto excéntrico, pero sin duda excepcional, consiguió llegar al trono búlgaro e imponerse a mongoles y bizantinos, al menos durante un corto tiempo, de 1278 a 1279. En la Bulgaria comunista se le tenía como un ejemplo de lucha de clases.

Todos estos héroes, los aquí descritos y muchos más que me he dejado en el tintero por no aburrir, han sido utilizados para fines, a veces muy negativos. Por ejemplo, los Le Pen, Jean-Marie y Marine, sucesivamente, han usado la figura de Juana de Arco como símbolo de la unidad etno-religiosa de Francia. Engelbrekt ha sido utilizado como un símbolo político nacional tanto por la extrema derecha como por los socialistas. Pero en la década de 1930, los socialistas suecos convirtieron a Engelbrekt en un símbolo antifascista sueco, especialmente contra la amenaza del nazismo alemán. Esto no impidió a las juventudes del partido de extrema derecha Sverigedemokraterna (Demócratas Suecos) denominados Ungsvenskarna (Los jóvenes suecos), adoptar el simbol de Engelbrekt Engelbrektsson, una ballesta estilizada, en el escudo de la organización.

Héroes “modernos”, con un significado parecido a estos legendarios símbolos, encontramos en las antiguas colonias emancipadas. En Venezuela se venera la memoria de Bolívar, dónde se exhibe la espada que Simón Bolívar usó en la Batalla de Boyacá, el 7 de agosto de 1819, aunque al parecer, las características de la espada con el escudo de la Gran Colombia, la decoración vegetal y el gavilán superior en forma de voluta, indican que data de 1822. Las tres estrellas gravadas muestran que este sable fue elaborado para el uso de un general, como era el caso del Simón Bolívar. Este sable fue robado del museo donde se exhibe, Casa Museo Quinta de Bolívar, por el movimiento guerrillero M-19 en 1974 y llevada a Cuba, desde donde fue devuelta en 1991. La espada, que ahora se encuentra en el palacio presidencial, fue utilizada en 2022 para la instalación de Maduro como presidente.

José de San Martín es reconocido Argentina como El padre de la Patria y en Perú como Fundador de la Libertad. También tiene su espada, el sable curvo de San Martín, comprado en Londres en 1811 y usado en todas las batallas en las que participó. Se conserva en el Museo Histórico Nacional, lugar al que ha sido devuelto “el corvo” tras una convulsiva historia de robos y restituciones. Donado por San Martin al dictador Rosas, estuvo en posesión de la familia de este hasta 1890 que lo donó al museo Histórico donde estuvo exhibido durante casi siete décadas. En tiempos de la proscripción del peronismo, el sable fue robado en dos oportunidades por integrantes de la Resistencia Peronista, y fue recuperado en ambas ocasiones. Durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, la custodia del arma fue otorgada al Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, y allí permaneció por 48 años hasta que, en el año 2015, con motivo de las celebraciones por un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, fue restituido al Museo Histórico Nacional. Hoy se exhibe acompañado de los sables de los generales Manuel Belgrano, Lucio N. Mansilla, José M. Zapiola, Gregorio de Las Heras, del coronel Manuel Dorrego, del almirante Guillermo Brown, y del brigadier General Juan Manuel de Rosas.

A George Washington parece que le eligieron como jefe de la sublevación porque era el único en la segunda reunión continental del congreso, reunido en Filadelfia, que vestía uniforme militar, a parte de ser un palmo más alto que el segundo en talla, medía 1,90 m, mucho para aquella época. En realidad, es que Washington era el único que contaba con una acreditada experiencia militar que junto a su condición de virginiano y por tanto ciudadano de la colonia más rica, imprescindible para que la rebelión tuviera éxito. Aquí no solo tenemos una espada, sino dos, una que se muestra en the Smithsonian’s National Museum of American History, que data de 1778 y que se asegura fue portada por Washington en la batalla de Yorktown y otra, más antigua, comprada por Washington en 1770 y usada en los días cruciales de 1776, durante el cruce del rio Delaware.

Esos sables, y las otras espadas medievales descritas arriba, tienen la misma función que las antiguas reliquias religiosas, venerados, expuestos y, a veces, robados, para sentir el poder de poseerlos. La espada o el sable son símbolos de poder y de violencia, pero fascina su presencia en nuestro tiempo, testigos de guerras y proclamaciones, sobrevivieron a aquellos a los que dieron prestancia y mando y, a veces, juegan un papel en los acontecimientos políticos de diferentes épocas. Parece como si estuviesen cargados de “mana”, palabra polinesia que describe la fuerza sobrenatural que un objeto puede poseer. Buscaban los científicos nazis infructuosamente un objeto, el sagrado Grial, que según Himmler daría a los nazis una fuerza irresistible. Himmler personalmente se embarcó en una misión fallida para encontrar el Santo Grial en 1940, visitando la abadía de Montserrat en Cataluña. Presumiblemente, fue guiado por la creencia de que Montserrat era la verdadera ‘Montsalvat’, ubicación del Grial en una ópera artúrica del compositor favorito de Hitler, Richard Wagner. Esta ópera, Parsifal, se basaba en un poema medieval alemán llamado Parzival, escrito por un caballero llamado Wolfram von Eschenbach. Este poema ya había sido una inspiración para otro buscador del Grial en el régimen nazi: Otto Rahn, que además buscaba el martillo de Thor. Abajo podéis ver una foto de Himmler en su visita a Motserrat.  Foto del Bundesarchiv publicada en National Geographic