Reloj no marques la hora

porque voy a enloquecer

ella se irá para siempre

cuando amanezca otra vez

Nomás nos queda esta noche

para vivir nuestro amor

y tu tic-tac me recuerda

mi irremediable dolor

Reloj detén tu camino

porque mi vida se apaga

ella es la estrella

que alumbra mi ser

yo sin su amor no soy nada

Detén el tiempo en tus manos

haz esta noche perpetua

para que nunca se vaya de mí

para que nunca amanezca

Tarareando para mis adentros este bolero de los Panchos, salgo hoy a dar mi paseo cotidiano, animado por la euforia que me provoca este cielo azul y este sol exuberante. El mes de enero nos ha ofrecido tres clases de clima: el gélido invierno blanco, con temperaturas muy por debajo de cero y vientos huracanados, el lluvioso otoño, con lluvias torrenciales que inundan los sótanos y empantanan las carreteras y los campos, y, ahora, la más dulce primavera. Mañana, seguramente, tendremos un amago de invierno, pero, ¿qué se le va a hacer? así de impredecible es nuestro enero. Salgo de casa y dejo por una vez los auriculares, porque hoy no quiero escuchar más problemas, guerras y crueldades, tampoco quiero sumergirme en mi música predilecta, porque quiero escuchar el rumor impreciso de la primavera y, como no puedo apagar mis pensamientos, ya quisiera yo a veces, me pongo a pensar en el tiempo. No, no pienso en el tiempo climático sino en el tiempo en general, y me pregunto por preguntar ¿Qué es el tiempo?

Intentaré por lo menos describir lo que es el tiempo para mí, aunque sé perfectamente que al final no estaré de acuerdo conmigo mismo, pero lo que sí sé es que, a lo largo de la historia, el tiempo ha sido un tema importante de estudio en la religión, la filosofía y la ciencia. La medición del tiempo ha ocupado a científicos y tecnólogos, y ha sido una motivación primordial en la navegación y la astronomía. El tiempo también tiene una gran importancia social, ya que tiene valor económico, el tiempo es oro, se suele decir, y no menos importante es el valor personal que tiene, debido a la conciencia del tiempo limitado en cada día de nuestra vida humana. Esto último me trae muchos pensamientos de distinta índole. Los humanos no tenemos nunca el tiempo justo, siempre falta o sobra. Demasiado joven para entrar a la discoteca, demasiado viejo para que te den trabajo. La jubilación se ve muy lejana a los cuarenta y demasiado próxima a los sesenta y cuatro. La muerte y con ella el fin de nuestro tiempo se me intuye muy cercana a los setenta y dos, pero, se me hace muy larga la espera hasta mis próximas vacaciones de invierno, en febrero.

Medir el tiempo, mi tiempo, nuestro tiempo en este planeta azul como seres conscientes, ha sido siempre una preocupación humana. Hemos creído que el tiempo era una realidad constante hasta que Albert Einstein nos mostró con su teoría de la relatividad que el tiempo es inconstante. Einstein afirmaba que el tiempo no era absoluto, que podía estirarse, comprimirse y doblarse. Paradójicamente, el tiempo pasa más lentamente cuanto más rápido nos movemos, y se detiene por completo cuando viajamos a la velocidad de la luz, aproximadamente 300000 km por segundo. Las asombrosas posibilidades de la relatividad del tiempo han sido material popular para la ciencia ficción, como la película de 1968 El Planeta de los Simios, en la que los viajeros espaciales regresan a la Tierra sin saberlo varios millones de años en el futuro, habiendo envejecido solo unos pocos años durante el viaje. A mi esta película me recuerda a la ópera de Harry Martinson Aniara, que yo presencie en 1977 en el teatro de Malmö. Esta ópera no deja nunca de ser actual, con su tema, aunque se escribió en 1956. Aniara es, al mismo tiempo, una gran epopeya espacial como la historia de un viaje interior del alma y, a la vez una advertencia desesperada en la era de las armas nucleares y las amenazas ecológicas. Durante toda su vida Martinson, trató de mostrarnos los intentos del ser humano por comprenderse a sí mismo y su papel en la creación. Si os interesa esta obra, que recomiendo de corazón, podéis leer una traducción al español de Carmen Montes Cano.

Los primeros relojes mecánicos del mundo parece que fueron relojes de torre construidos en la región que abarca el norte de Italia hasta el sur de Alemania, aproximadamente en una época que abarca entre los años 1270 y 1300, durante el período del Renacimiento. En Italia en concreto se construyeron tres relojes mecánicos para ser exhibidos en áreas públicas, principalmente en plazas. Un reloj astronómico hecho por Jacopo di Dondi en Padua en 1334, destruido en 1390 pero ahora reconstruido, se encuentra en la llamada torre del reloj en Padua; otro reloj, con un mecanismo que golpea una campana para marcar las horas, construido en 1335, se encuentra en Milán; y un tercero, construido 1364 por Giovanni di Dondi, hijo de Jacopo, en Pavía. Pero, yo no tengo que viajar tan lejos para ver uno de esos fantásticos relojes antiguos. Aquí en Lund, en la catedral, tenemos uno que data de 1425, no tan antiguo como los antes citados, pero lo suficiente para que estemos muy orgullosos de él, el Horologium Mirabile Lundense  (El reloj maravilloso de Lund), que, con casi 600 años de antigüedad funciona hoy día. Claro que, desde finales del siglo XVIII hasta 1837 estuvo parado. A finales del siglo XIX, se dio el encargo de restaurar y ensamblar el reloj a un fabricante de relojes, Julius Bertram-Larsen, que, tras 15 años de estudios y trabajo, pudo terminarlo y inaugurarlo en 1923, en presencia del rey sueco, Gustavo V. Este reloj ha sido nuevamente revisado en 2010, curiosamente también por un relojero danés, Søren Andersen.

Este maravilloso reloj tiene 7,5 metros de altura y está impulsado por un sistema complejo de engranajes, algunos de los cuales son originales de la Edad Media. El reloj altamente complejo se divide en tres grandes campos: La esfera superior del reloj está dividida en las 24 horas del día. Esta parte del reloj está prácticamente intacta desde su fabricación. Este reloj tiene un indicador de sol diseñado como un sol, que actúa como manecilla de las horas y realiza una vuelta completa alrededor de la esfera cada día. Muestra las horas I-XII dos veces con números romanos. La parte superior simboliza el día y las horas de claridad, mientras que la parte inferior muestra las horas más oscuras del día. Por lo tanto, el número XII en la parte superior indica el mediodía y en la parte inferior indica la medianoche. Entre los números romanos, hay cuatro pequeños cuadrados que muestran cada cuarto de hora. El indicador de la luna es la manecilla más pequeña, con una esfera en la parte superior. Completa una vuelta alrededor de la esfera en un día, y la esfera, que rota sobre su propio eje cada 28 días, muestra las diferentes fases de la luna. El indicador de las estrellas tiene forma de anillo y lleva los signos del zodíaco. Apunta a los doce signos del zodíaco y completa una vuelta al día. Al estudiar las relaciones entre los indicadores del sol, la luna y las estrellas, se pueden determinar, entre otras cosas, los horarios del alba y ocaso con la Catedral como referencia, así como las trayectorias del sol y la luna por el cielo. Los campos rojos indican el momento de amanecer y atardecer, mientras que el campo negro representa el espacio debajo del horizonte. La frontera entre el cielo azul y el campo rojo es el horizonte visto desde la Catedral. Los siete anillos blancos en la esfera muestran la trayectoria del sol sobre el firmamento, siendo el anillo exterior la trayectoria del sol en el solsticio de verano y el anillo interior la trayectoria en el solsticio de invierno.

Las figuras en las cuatro esquinas del reloj probablemente simbolizan las fuerzas que lucharon por el dominio mundial durante la Edad Media. En la parte superior del reloj, hay dos caballeros que marcan las horas del día golpeando sus espadas entre sí; el número de golpes indica la hora. Por ejemplo, a las 3 en punto, los caballeros golpean tres veces. La esfera inferior es un calendario que muestra el inicio de la Cuaresma, así como las fechas de la Pascua y Pentecostés. El calendario se encuentra rodeado por los símbolos de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Kronos, una figura que simboliza el tiempo en la mitología griega, está en el lado derecho del reloj señalando la fecha actual con un bastón. Desde el exterior hacia el centro, se leen los días de la semana, siendo las primeras anillas las que permiten leer el mes, la fecha y la letra dominical del día. La letra dominical es un antiguo concepto que facilita la determinación del día de la semana en que cae una fecha específica durante todo el año, así como el cálculo de la fecha de la Pascua. También se pueden leer aquí los nombres de los santos. Además, se pueden interpretar cosas más complejas, como los números áureos para la luna nueva, la fecha romana, las festividades de los santos medievales, los días festivos, la serie de años con letra dominical como número áureo, el círculo solar, la edad de la luna el 1 de enero, el ciclo de indicaciones y los datos de la Cuaresma, Pascua y Pentecostés. También muestra este maravilloso reloj nuestra fecha actual en la eternidad. El calendario se extiende desde 1923 hasta 2123, después de lo cual la tabla debe actualizarse, por alguien que viva entonces y quiera hacerlo, claro.  Alrededor del calendario hay figuras doradas representando los signos del zodíaco.

El reloj de la catedral de Lund es fascinante tanto por su belleza como por su mecánica y construcción complejas. Partes originales del antiguo reloj, que ya no se utilizan, se conservan en el Museo de la Catedral. Solo hay tres relojes similares preservados en toda Europa. Uno de ellos, el más antiguo, El orloj de Praga data de 1410, al menos la parte más antigua del reloj que es el mecanismo del cuadrante astronómico. Fue construido por el relojero Nicolás de Kadan​ y por el profesor de matemáticas y astronomía de la Universidad Carolina de Praga, Jan Šindel. En apariencia y en función recuerda mucho a nuestro reloj, aunque el orloj está a la intemperie. Tras el último trabajo de renovación, hecho por un pintor local, se despertó una gran controversia al descubrir que el restaurador había cambiado el rostro de las figuras, por la de sus amigos. No sé si las han tenido que repintar, para volver a su estado inicial. He pasado por nuestra catedral y he tomado unas fotos de nuestro famoso reloj, que podréis ver aquí abajo.

En estos pensamientos ando yo, pero debo empezar por la explicar la causa de que yo, justamente hoy, tenga tantas ganas de pensar en el tiempo y cómo medirlo. Siempre hay alguna razón comprensible, nihil ex nihilo, como decían los clásicos. Todavía estoy disfrutando de la idea de que, al fin, ayer mismo, he podido encontrar una pieza que me faltaba en mi habitación del tiempo, un reloj. Pero no es un reloj cualquiera, es un reloj con historia, la contaré si os parece. Al relojero inglés William Clement se le ocurrió construir un reloj dentro de un mueble a modo de torre, para usar como mueble de decoración, en 1680, usando la invención del mecanismo de escape de ancla que había hecho Robert Hooke alrededor de 1658, que permitía una caída larga de los contrapesos. El invento consistía en construir un sistema con un péndulo cerrado y pesas suspendidas por cables o cadenas que deben calibrarse ocasionalmente para mantener el tiempo adecuado.  Rápidamente se hizo muy popular en Inglaterra y de allí pasó a Francia y al resto del continente, como un mueble de moda entre las familias acomodadas, pues su precio, que se mantuvo estable hasta comienzos del siglo XIX era de 1,10 Libras esterlinas.

Aquí en Suecia creció una industria en la región de Dalarna, concretamente alrededor de la ciudad de Mora, donde, la industria metalúrgica y la ingeniería se completaron para generar una industria relojera, que empleaba las materias primas de las que disponía y la tradición relojera de la región, para construir los llamados relojes de Mora (Moracklockorna), un producto que proporcionaba estatus a aquel que lo poseía. Estos relojes comenzaron a fabricarse a mediados del siglo XVIII. Siguiendo la moda, los muebles se fabricaron en el estilo rococo y se pintaban en estilo kurbits, del alemán kürbis a su vez tomado del latín cucúrbita (calabaza), por la forma de las características flores de fantasía que lo forman.

Los muebles decorados en este estilo y los relojes de Mora se propagaron por todo el territorio sueco, y no fue por casualidad. Detrás de esta industria y este estilo encontramos una creciente necesidad de los campesinos de Dalarna de encontrar medios alternativos de vida, porque, durante una serie de años durante el siglo XVIII, la región se vio afectada por frecuentes hambrunas provocadas por intermitentes perdidas de cosechas, debido al mal tiempo. En 1773, Gustav III, recién coronado, emitió un edicto con el objetivo de instar a «los hombres comunes en la jurisdicción de Dalarna a dedicarse a diversas ocupaciones útiles». El edicto fue un llamado directo a la población rural en Dalarna para desarrollar diversas artesanías como complemento a la agricultura y la silvicultura. Esto probablemente sea la razón detrás de la especialización en la pintura de muebles y carpintería de muebles, así como en la fabricación de relojes, que se volvería tan característica de esta región durante la última parte del siglo XVIII. La decoración de muebles se extendió a la decoración de paredes y techos en las grandes fincas.

A partir de los primeros años de 1800 la agricultura se capitaliza. La industrialización de las ciudades hace crecer su población y con ello el consumo de productos agrícolas, con el consiguiente aumento de los precios. Esto hace que los propietarios de fincas agrícolas empezasen a ganar dinero, transformando sus hogares, intentando emular a la alta burguesía. Es por eso que el rococo hace su entrada en el mobiliario rural. La casa de un campesino propietario contenía siempre, a partir de 1800, un baúl y un reloj de Mora y algunos muebles pintados todos en estilo kurbits. Yo he querido reconstruir una salita en ese estilo y he ido buscando piezas hasta completarla. Ahora que al fin he encontrado un reloj de Mora de 1823, la salita está completa, como podéis ver. Y ese reloj tiene que ver con el tiempo, un tiempo que parece haber quedado plasmado en la salita. En mi fantasía pudeo ver como el ama de casa da cuerda al reloj con la manivela, mientras los niños la contemplan con asombro y respeto. Abajo podéis ver la salita con el reloj de Mora.