En 1960, un cirujano plástico llamado Maxwell Maltz publicó un libro extraordinariamente popular “Psico-Cibernética: una nueva forma de obtener más vida de la Vida.“, uno de los primeros libros de autoayuda que generó una creencia generalizada pero, se ha demostrado últimamente, un tanto falsa, de que se necesitaban solo 21 días para cambiar nuestros hábitos y formar una nueva costumbre que podría mejorar la imagen de uno mismo y conducir a una más vida sana, exitosa y satisfactoria. Esa cifra de 21 días se basaba en las observaciones de Maltz sobre el tiempo que le llevaba a sus pacientes adaptarse a sus nuevos rostros. Si fuera cierto, sería muy fácil cambiar los habitos, pero desgraciadamente, según investigaciones publicadas en The European Journal of Social Psychology, la teoría de los 21 días es solo un mito.

Os hablo de esto porque hoy, mi paseo ha sido un poco diferente. Hoy es el primer día en que salgo a correr tras mi operación el 20 de diciembre. No es que sea la primera vez en mi vida que salgo a correr, ya os conté en una entrada, que yo de pequeño empecé a correr animado por mi profesor de enseñanza física, y obligado por no saber hacer otra cosa. También os conté que tuve una segunda vida de corredor, cuando algunos de mis alumnos me retaron a correr una carrera popular, siendo yo fumador sedentario y bastante gordito, y como conseguí cambiar mi vida, por puro amor propio.

Ahora me encuentro en una tercera fase de corredor, porque, tras mi operación y las complicaciones que vinieron después tenía que plantearme una vuelta a la vida. En realidad, ese cambio lo estaba realizando desde el 10 de abril del año pasado, fecha en que descubrí que estaba a 100 gramos de los 100 kilos. Coincidió ese descubrimiento con una llamada de mi endocrinóloga diciéndome que las pruebas que me habían hecho la semana anterior mostraban unos pésimos resultados en todo lo medible. Me llamaba para decirme que tenía que ponerme un tratamiento para tratar de impedir que me diera un infarto. Rápido conteste, sin dejarla hablar, que desde ese mismo día cambiaba mis hábitos y que, si ella me daba mes y medio, le iba a demostrar que yo podía mejorar mi físico. Dicho y hecho: dejé de beber vino, cerveza y cualquier clase de alcohol, porque es una fuente innecesaria de calorías y porque afecta negativamente a todo el cuerpo. Dejé también de comer carne y sus subproductos, Me hice una dieta a base de vegetales, frutas, bayas y frutos secos, principalmente nueces, y al comienzo pesaba las cantidades que ingería, para bajar de peso rápidamente. Yo sé perfectamente que puede sonar como si me hubiese convertido a una extraña religión, pero no me quedaba otra alternativa, si no quería atiborrarme de píldoras y mejunjes. No intento convencer a nadie de que se haga vegano o abstemio. Yo he disfrutado mucho con mis buenos vinos y mi jamón, pero todo tiene un límite, todo tiene un final, menos el chorizo que tiene dos, decimos en Suecia.

El efecto de este cabio de vida no se hizo esperar. Yo soy de los que le doy la razón a Maltz. A las tres semanas justas, ni un día más ni uno menos, me había acostumbrado a mi nueva vida. Para bajar de peso, combiné la dieta con largos paseos, que comparto con vosotros. El hambre de los primeros días se fue pasando, al tiempo que el cuerpo se acostumbraba a la nueva dieta. Los paseos eran cada vez más llevaderos, aún siendo muy largos, pues mi peso iba bajando considerablemente. Yo creo que el método de Maltz es aplicable a cuestiones físicas. La perdida de peso es algo físico y así lo es también el cambio en la dieta alimenticia. El estomago tiene que ir reduciendo su tamaño, es algo físico y mecánico. Una vez pasados los 21 días, todo fue más fácil. Yo soy el cocinero en casa y sigo haciendo toda clase de platos, con carne y embutidos, patatas, arroz y todo eso que yo no como, pues mantengo una dieta de la edad de piedra, pero no tengo problema en ver comer a la familia, tampoco tengo problema cuando se bebe vino o cerveza en cualquier ocasión. Yo tomo agua y en ocasiones muy especiales, una cerveza sin.

Bueno, pues los resultados no se hicieron esperar. Bajé de peso, dramáticamente, pero poco a poco. Al repetir las pruebas, a los dos meses, quedo constancia de que yo me encontraba en la parte buena de todos los parámetros. Mi endocrinóloga me dijo, exagerando, supongo, que había alcanzado los valores de un hombre de treinta y cinco años. Yo seguí mi dieta y mi rutina diaria y en diciembre había llegado a los 68 kilos, 31 kilos menos que en abril.

Después vino la operación y tuve que dejar de caminar durante unos días. Lo intenté, pero me sobrevinieron complicaciones y tuve que dejarlo, hasta el 18 de este mes de enero. Hoy, al fin, he salido a correr. Mi compañera y yo hemos ido al bosque y allí hemos corrido 5 km. Ella a su ritmo, siempre rápido, y yo detrás. Llegué a la meta en 32 minutos y ella me estaba esperando y me tomo una foto. Ahora tengo 20 días por delante para hacer de esta carrera un hábito. Y, os preguntaréis ¿por qué? ¿por qué es tan importante para este viejo correr todos los días? ¿no le basta con dar sus paseos? Pues, no, no me basta, porque en junio del año que viene pienso hacer algo que hice hace 25 años: correr la media maratón del puente del Sund. En el año 2000 se inauguró el puente que une Suecia con Dinamarca y para celebrarlo se corrió una media maratón masiva; 80000 corredores, entre otros yo, 25 años más joven y lleno de energía. Ahora se le ha ocurrido a alguien celebrar el 25 aniversario de la inauguración corriendo una media maratón con el mismo recorrido; se sale de Dinamarca, justo a las afueras de Kastrup, el aeropuerto y se corre en dirección Malmö, bajo un túnel de cuatro kilómetros seguido del puente de 13 kilómetros y se llega a la meta en el estadio de Malmö, tras 21 kilómetros y 98 metros. Yo pienso hacerlo. La convocatoria se abre el 1 de febrero y yo tengo que hacerme con un dorsal.

Regreso por un instante a la teoría de Maltz, ahora tan denostada. Yo creo que el problema es que hemos querido ver demasiadas cosas en esa teoría. Funciona, estoy seguro, cuando se trata de cambiar la dieta o acostumbrarse a un cambio físico, como una amputación o un retoque de nariz, y en mi caso, también el crear hábitos nuevos en la dieta y el ejercicio diario. Pero, ha quedado demostrado científicamente, que no sirve para todo. Yo diría que para cambiar de hábitos radicalmente hay que pasar por tres fases: a la primera se le puede llamar la fase de luna de miel. Hemos leído algo o hemos hablado con alguien que nos ha inspirado y decidimos hacer cambios en nuestra vida. Al principio, todo es muy fácil. Desgraciadamente, la inspiración se desvanece, como la pasión de la luna de miel. Se pasa entonces a la segunda fase que es una lucha constante, una lucha diaria que hay que ganar sí o sí. Una buena forma de obligarse a ganar las batallas diarias es pensar cómo sería tu vida en tres años, si no consigues cambiar tus hábitos, ¡terrible pensamiento! Y finalmente, si se ha logrado perdurar en el intento, se llega a un segundo aliento y ya todo es fácil, es como en una carrera de 10 kilómetros cuando, al llegar a los 6, se entra en el ritmo y se siente que se podría seguir así hasta el fin del mundo.

Yo ahora comienzo una nueva etapa. El año pasado llegué al segundo aliento y me sentía feliz. Luego llegó la operación y tengo que empezar de nuevo. No sucumbiré al monstruo del desánimo ni a la persuasora comodidad. Saldré a correr, aunque llueva, en medio de una tormenta o cuando todo el cuerpo me diga que me quede en casa. El 2025 correré esa carrera y después, Dios dirá. Mens sana in corpore sano. Si mi entrada de hoy te puede ayudar, me sentiré muy satisfecho. ¡Suerte!