Hoy he estado a punto de dar mi último paseo. Sí, así como suena, mi último paseo. Han faltado solo dos centímetros para que esta entrada no fuera nunca escrita. Iba yo, como de costumbre, sumido en mis pensamientos y observando lo que había a mi alrededor, que en este caso eran unas pequeñas florecillas que anuncian la primavera, cuando, de repente, un camión de muchas toneladas, me pasa tan cerca, que su espejo retrovisor roza levemente mi gorro de lana. Lo noto, al tiempo que veo como ese monstruo metálico me adelanta por mi izquierda con un estruendo acompañado por el sonido, como de fuelle, de sus frenos hidráulicos. Tardo una fracción de segundo en darme cuente de lo que ocurre y, al ver lo que ha estado a punto de ocurrir, me flaquean las piernas y me sube a la cabeza un calor como de fiebre. He estado a punto de ser aplastado por un camión que a bastante velocidad se subió a la acera por la que yo caminaba, al parecer, por evitar arrollar a un turismo que había frenado bruscamente para evitar atropellar a un perro, que cruzó la calle suelto. A mi lado, el dueño del perro le reñía, mientras le ponía la correa.
Yo, por mi parte, miré a mi alrededor y ví que el chofer del camión seguía en su cabina. El pequeño turismo que había estado a punto de ser aplastado por el camión continuaba su marcha, seguramente contento con haber evitado aplastar al perro. A mí, nadie me miraba y nadie parecía haber notado mi presencia. Seguí caminando, un poco más arrimado a mi derecha, más lejos del borde de la acera, y no pude evitar el pensar en momentos parecidos a este, cuando un pequeño incidente, de repente, vino a cambiarlo todo, para pocos o para muchos, a veces para todo un continente o para el mundo entero, como en el caso que os voy a contar en esta entrada.
Nos parece que, al nacer, alguien nos puso el guion de nuestras vidas en nuestras manos, que después cada uno intentó interpretar lo mejor que pudo. A alguno de nosotros nos salió bordado, otros se olvidaron del guion y siguieron la función improvisando, y les salió bien o peor, y recibieron aplausos o abucheos. Otros muchos, perdieron el guion ya casi al principio y se quedaron en blanco, saliendo por el foro. Si ese camión me hubiese aplastado, yo habría hecho una sortee anticipada, que algunos creerían, formaba parte del guion inicial. En casos muy excepcionales, parece como si el que escribe nuestros guiones, quisiera sorprender al público con algo tan fuera de lo normal, que deja a todos estupefactos, boquiabiertos y ojopláticos, ante la inesperada peripecia. La historia está llena de estos guiones. Elijo uno, para ejemplificar lo que me vino al pensamiento, al sopesar las consecuencias de algunos acontecimientos fortuitos que han tenido grandes consecuencias.
El guion que sigue pertenece a un rey, un apuesto y joven rey, cuya apariencia semeja la de una gran estrella contemporánea de la pantalla. El ha subido al trono en mitad de la primera guerra mundial, sucediendo a su padre, Constantino I, en 1917, que había sido obligado a abdicar por las potencias del Entente. Alejandro I, que así se llamaba este joven rey, se había salido ya del guion de una forma bastante radical, casándose en secreto en matrimonio morganático con el amor de su vida, la bella Aspasia Manos, hija de un coronel, pero considerada como indigna para ser reina. Aún siendo rey, la rutina diaria de Alejandro se parecía mucho a la de cualquier joven noble y de la época. Algo de deporte, a veces caza, paseos al aire libre y fiestas, muchas fiestas. El gobierno lo dejaba Alejandro de buen grado o a su pesar, eso no lo sabemos, en manos del primer ministro Venizelos, que, con carácter dictatorial, llevaba al país helénico a una guerra sangrienta con los restos del imperio otomano, con el beneplácito del imprudente y poco informado Lloyd Georg.
El 17 de septiembre de 1917, Alejandro se levanta temprano. Es una mañana ya casi otoñal y, tras un frugal desayuno, el joven rey se va a su sala de gimnasia, como todas las mañanas. Tras un buen entrenamiento, se viste con su ropa de ir en moto, llama a su perro, su pastor alemán Fritz, juega un poco con el, tirando una pelota, que el fiel perro recoge y dejas a los pies del joven rey que, seguido por el can, se dirige al garaje para sacar su Harley-Davidson Model W del año 1919 y dar unas vueltas por los alrededores del palacio Tatoi. Tiene la mañana libre hasta la una, hora en la que se reunirá con Aspasia y su amigo Zalokostas. Esto de las motos le vuelve loco. Desde muy jóven ha sido un gran aficionado a todo lo que tiene que ver con el motor. Alejandro se monta en su moto y, seguido por su perro juguetón, acelera por los caminos bordeados por frondosos árboles. Pronto se encuentra frente a la casa del veterinario del palacio, doctor Sturm. Alejandro para la moto ante la casa, porque sabe que el veterinario tiene muchas revistas del motor, y quiere saber si ya ha salido la última para leerla. Además este Sturm es un hombre con el que el joven rey gusta de conversar. Alejandro para la moto y llama a Fritz, que hace unos segundos corría a su lado, pero el fiel perro no viene. De pronto, ladridos y aullidos desesperados llegan de detrás de la casa, y el joven rey se lanza en dirección a los ruidos y encuentra a su perro peleando con una mona de Gibraltar. Esta mona y su correspondiente mono-marido era un regalo que el veterinario había recibido de un bodeguero que a su vez lo había recibido del príncipe Cristóbal, hermano menor del rey Alejandro.
Al intentar aparta al perro de la mona y viceversa, el rey recibió unos cuantos mordiscos en las piernas y en el cuerpo. Mordiscos dados por la mona y por el mono, su esposo, que andaba suelto por el jardín y corrió a ayudar a su pareja. Cuando el doctor Sturm salió a ver qué pasaba reconoció al joven rey, ensangrentado y, tras asegurar los monos en sus cadenas, se dispone a ayudar al rey, que ha recibido siete bocados del mono macho. La herida de la pantorrilla sobre todo es por desgarradura y muy profunda y sangra abundantemente. El rey llama a su amigo Metaxas y este a su vez llama a un médico, que se presenta en el lugar del accidente con todo preparado para entablillar huesos, porque cree que el rey se ha caído con la moto. Al llegar, el médico ve que el musculo esta completamente desgarrado y lava la herida con alcohol y gasolina, sí ¡gasolina! Así comienza un tiempo de largas curas, fiebres, muchos médicos especialistas, muchos tratamientos, intentos de amputación, que al final no se llevan a cabo, y una larga tortura para el joven i bello rey, que poco a poco se va muriendo de gangrena.
El 25 de octubre de 1920 espira al fin Alejandro, dejando un trono vacante, que su padre ocupará. El dictador electo, Venizelos, deja Grecia y Constantino regresa triunfante a Grecia, que le aclama como el que irá a realizar el sueño de la Gran Grecia. A Constantino le habían echado las potencias del Entente por ser proalemán y, con Venizelos, habían permitido y apoyado la revancha griega contra el imperio otomán. Ahora con Constantino de vuelta quitaron toda la ayuda a los griegos y, Mustafa Kemal Ataturk aprovecho para contraatacar y echar a los griegos de Anatolia. Una catástrofe que resulto en millones de deportados griegos, muchos de ellos que no hablaban griego, que habían vivido en generaciones en territorio otomano y ahora serían obligados a rehacer sus vidas en las islas griegas. Un millón doscientos mil griegos fueron enviados desde sus hogares en Anatolia a las islas griegas y unos cuatrocientos mil turcos hicieron el viaje opuesto, dejando Grecia para ir a la joven Turquía. Todo esto ocurrió a la vez que se cometían atrocidades en los dos bandos. Y todo, porque un joven rey intento salvar a su perro de los dientes de un mono. Winston Churchill diría, refiriéndose al insólito acontecimiento: “it is perhaps no exaggeration to remark that a quarter of a million persons died of this monkey’s bite”. Abajo Aspasia y Alejandro I de Grecia.
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