Marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso. Espero que este refrán represente una buena premonición del futuro que me espera, porque hoy he estado a punto de salir volando por los aires, con un viento frío y duro, que hacía de mi caminar un acto penoso. Yo iba a la estación de ferrocarril, a coger el tren para ir a Malmö, a ver una exposición en el salón de arte de la ciudad, del artista sueco Leif Holmstrand. En su arte, Holmstrand combina la artesanía tradicional con una fascinación por el cine de terror y la cultura popular burlesca. En sus obras, que hacen referencia tanto a su propia historia familiar, salud mental, identidad trans, cultura drag y gay, da forma visual al caos a través de esculturas de gran escala y performances. La exposición reúne una gran cantidad de obras e incluye también la biblioteca de referencias artísticas de Holmstrand, con obras de artistas que lo han inspirado.
El hilo es el hilo conductor en la extensa obra artística de Leif Holmstrand. Teje y tricota objetos, fundas y trajes, y envuelve objetos y cuerpos en cuerdas, hilos y sogas. Sus obras suelen caracterizarse por una corporalidad grotesca y confinada, con una relación oscura con la sexualidad y el mundo circundante. Los temas centrales son el cuerpo queer y una disolución del género, desafiando los límites culturales y biológicos del cuerpo. El material está en el centro: los textiles, las bolsas de basura negras y los cochecitos de bebé. Los límites entre material, escultura y performance son difusos; muchas esculturas comienzan o terminan en obras de performance.
El título de la exposición es «La vida de las termitas: El final» y proviene del libro del autor belga Maurice Maeterlinck, «La Vie des Termites» (La vida de las termitas, 1926), que resultó ser un robo del poeta y naturalista sudafricano Eugène Marais. El robo, la obsesión de un autor por un material y la forma de vida de las termitas, ni humana ni animal, tanto individual como colectiva, fascina a Holmstrand, cuyos tejidos pueden evocar construcciones de termitas. En la exposición vemos esculturas y obras de arte que comparan la creación colectiva y los rasgos individuales de las termitas con las relaciones humanas.
La exposición reúne grandes collages, esculturas, trajes y dibujos que se basan en historias personales. El tema recurrente es lo ritual, la violencia, la transformación, lo corporal que se quiebra y el cuerpo queer más allá de todas las normas, pero también una comprensión profundamente empática de las condiciones humanas. Muchas series de obras son nuevas, incluyendo «Family Flight», donde Holmstrand ha tejido camas y sillones de la casa de sus padres fallecidos, y «Cephalopods and Other Creatures», donde Holmstrand ha dibujado sobre páginas del libro «La vida de las termitas». La serie de obras «Cómo está organizada una sociedad de insectos» consta de doce grandes tapices tejidos a mano con texto que resalta el papel paralelo de Holmstrand como escritor. Durante la exposición, nos encontramos con el artista en varios roles diferentes, o más bien en el único rol compuesto; como artista plástico, escritor, coleccionista de arte, intérprete, músico y comisario. Estuve dando vueltas por la exposición, siguiendo el hilo hasta entender el mensaje, expresado en un lenguaje difícil de descifrar.
Al salir de la exposición me enfrasqué naturalmente en ojear todos los libros de arte que se exponen en la librería de la institución. Simplemente, leyendo los títulos, mi imaginación vuela en retrospectiva a tiempos y lugares que quedaron atrás, en mi historia personal. Me viene de repente a la memoria un incidente que pudo ser fatal, que ya os conté en alguna ocasión, y que fue una de mis primeras experiencias con el arte plástico. Yo tenía aproximadamente tres años y nos encontrábamos, mi madre y yo, en la casa-museo del Pintor Sorolla, en Madrid. No era la primera vez que había estado yo allí, pues el conserje, que vivía allí, era primo de mi madre y algunas tardes íbamos allí a merendar y a pasar la tarde en el jardín, los días que el museo estaba cerrado al público. Este día lo recuerdo muy bien, aunque muchos dicen que es imposible recordar cosas que ocurrieron a una edad tan temprana, pero es que los hechos, todo lo que ocurrió aquel día, fue tan impactante que se ha quedado vivo en mi recuerdo.
Todo empezó con toda normalidad. Llegamos allí y yo entré corriendo para ponerme enfrente de una gran planta de hortensias. La fragancia de las flores que engalanaban el jardín me hacía pensar en un mundo mágico de ensueño. Yo aprendí a amar a las plantas en ese jardín y sigo amándolas. Entré a regañadientes en la casa del tío Luciano y la tía Benita, como yo les llamaba y me alegró ver que habían puesto una suculenta merienda, en la que no faltaban ni las galletas ni el chocolate. Pero, por primera vez, el tío Luciano nos dijo que hoy nos iba a enseñar el museo. Era la primera vez que yo entraba en los pisos de arriba de la mansión, donde se exponen los cuadros. Siempre habíamos estado en su vivienda, en la planta baja, o en el jardín. A mí, esa escalera me pareció inmensa y, mi primera vista a los cuadros expuestos, desconcertante. Yo no había contemplado nunca cuadros tan grandes. Recuerdo una sensación de suspense y hasta miedo, ante esas obras de arte tan coloridas y esas escenas tan expresivas, tan llenas de vida, en la soledad y silencio de la exposición. Corredores vacíos, salas silenciosas. Tío Luciano nos mostro la sala donde descansaba Sorolla entre pinceladas; un diván, una mesita, objetos personales que descubrían una vida ausente.
Bajamos todos juntos y nos sentamos en el jardín. Recuerdo estar sentando en un banco cubierto de mosaico de un gran colorido. Los mayores hablaban y reían y yo pululaba alrededor, entretenido en mil pequeñeces, viendo todo aquello que ven los niños pequeños y que de mayores ya no nos importa. Y poco a poco, me fui yendo cada vez más lejos, confiado con sentir las voces de los mayores, como un invisible cordón umbilical. Llegue al pequeño estanque, cubierto por las hojas rojizas del incipiente otoño y aún no recogidas por el jardinero. Es un estanque muy poco profundo, menos de un metro con toda seguridad. Yo sentí ganas de probar si podía andar sobre esas hojas carmesí, porque siempre corría a patear los montones de hojas que recogían los jardineros de mi barrio. Di un paso al frente y me hundí.
Asustado, aterrorizado, me precipité al fondo y me escurrí, cayendo de espaldas, sumergiéndome en el agua fría del estanque. Yo podía ver las hojas, iluminadas por hilos de sol, desde la oscuridad del fondo. No sé lo que pensé. Sé que me parecía bello, pero sentía una sensación desconocida para mí hasta ese momento, conciencia de final. De repente, salí disparado hacia arriba, rompí el manto de hojas húmedas, de las que algunas se me quedaron pegadas a la cara, y vi la luz. Mi tío me sujetaba fuertemente, mi tía se lamentaba, mi madre lloraba y yo, aturdido, miraba a mi alrededor como aquel que vuelve a nacer y no lo sabe. Todo fue muy rápido, me echaron de menos y se fueron corriendo al único lugar donde había algún peligro y, afortunadamente me encontraron.
El arte forma parte de mi vida. Quizás, esta intimidad con uno de los grandes pintores españoles, con su obra, y la naturalidad con la que yo me movía por aquella casa, me haya formado para siempre. He estudiado historia del arte y he pintado algo, aunque, en el oficio de pintor, soy autodidacta. He vivido de pintar algún tiempo, vendiendo pequeños paneles de lienzo, con pintura acrílica y motivos de los lugares a donde llegaban los turistas, en El Retiro y en la Plaza de Yamaa el Fna. A poco de llegar a Suecia me convencieron para participar en una exposición y vendí algunos cuadros. Los estudios y el ritmo imparable de la vida, dejaron los pinceles guardados hasta bien entrados los 80 y desde ahí comencé otra etapa. Ayer me alcanzó la pintura por un mensaje de WhatsApp. Mi hermana me envió una imagen con el texto: ¿Te acuerdas? Y ¡claro que me acordaba! Era un cuadro que pinté para mi madre, que amaba los gatos, los perros y los patos. Era un oleo en lienzo que representaba a un pequeño gatito, que trataba de expresar todo el amor que yo sentía por mi mamá. A lo mejor, me animo y pinto algo. El trabajo en el jardín quedará para más tarde, cuando el tiempo lo permita. Abajo algunas obras de Leif Holmstrand y mi gato.
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